viernes, 8 de mayo de 2020

En los oscuros lugares del saber de Peter Kingsley

En todas partes buscamos lo incondicionado, y lo único que encontramos siempre son cosas. Novalis

¿Podría ser que nuestra noción de realidad, largamente acuñada, amasada, y convertida en objetos, ideas, ciencias y saberes, carezca de un eslabón o pieza faltante? Para occidente hay una línea sucesoria establecida que comienza con los griegos (aquellos que dotaron de esqueleto y estatura al hombre occidental al decir de Ortega y Gasset), se materializó en un imperio con Roma, cristalizó bajo una religión con un Cristianismo hundido en raíces paganas y judaicas, avanzó por una Edad Media luminosa y oscura a tramos desiguales (el amor cortés y las órdenes de caballería siguen resonando con sus ecos hasta la actualidad), se detuvo un momento en el renacimiento, situación bisagra que recogió nuevamente saberes de la Antigüedad, avanzó hacia el periodo de las reformas y las revoluciones, y se cruzó en una época dominada por una mentalidad positivista, cientificista y materialista, que no obstante ha tenido como contracara el desarrollo de la metafísica, la poesía o la física cuántica, y que al decir de Coleridge, no hay momento de la historia o de una discusión cualquiera en la que alguien encarne a Platón (el mundo de las ideas) y otro oficie de Aristóteles (el mundo sensible o de las cosas).

¿Qué es la realidad entonces? Pero más atrás, o en la misma tangente, ¿qué es un filósofo?  Peter Kingsley, doctor en filosofía por la Universidad de Londres, en Los oscuros lugares del saber, libro que nos ocupa, afirma sentir una gran decepción de su propio ámbito, al reconocer que la filosofía contemporánea se ha convertido en interminables citas al pie de página, en la que es casi imposible generar cualquier pensamiento o idea nueva que no tenga que estar condicionado por otra precedente, convirtiendo la filosofía en un camisa de fuerza de citas; camisa constrictora, porque no deja ventilar lo nuevo, y desagradable, porque sólo recibe en su cenáculo a “profesores” o “estudiantes” que no filosofan, sino que apenas se limitan a glosar y comentar, por lo general en un lenguaje especializado que aleja a legos y no iniciados.

PARMÉNIDES, PIEDRA CENTRAL DE SU EXPLORACIÓN

En los oscuros lugares del saber nos adentra en un viaje que nos obliga a torcer lo que sabemos sobre la filosofía y su origen: ahí donde descansa la trinidad Sócrates-Platón-Aristóteles, Kingsley retrocede y pone como punta de lanza a Parménides y su Poema, obra que por estar teñida de símbolos y extrañas metáforas, ha desafiado durante más de 2 mil 500 años a quienes han intentado interpretarlo, viendo muchos en el Poema una entrada hacia la luz y al pensamiento lógico, acaso la primera piedra donde se cimentará todo la estructura que sostiene nuestra realidad, o la postura contraria, que es la que defiende Kingsley, en la que Parménides no busca la claridad, sino que de adrede la oscuridad y todo lo que la rodea: la muerte, el sueño, y lo extraño.

La obra de Kingsley no es un tratado filosófico, sino más bien la reconstrucción de una época, y por consiguiente la reconstrucción de un pensamiento y de un saber perdido. El libro se abre con una advertencia al lector, afirmando que la obra tratará sobre el engaño en el cual se ha cimentado el mundo, y por consiguiente en cómo aquel engaño se ha perpetuado hasta nuestros tiempos. Su hipótesis es cuando menos temeraria; la humanidad, en su devenir histórico, ha acumulado durante milenios saberes y objetos que la han conducido de forma paradojal al mito del progreso, paradojal porque vivimos en una época de constantes desmitificaciones (pero como examina Mircea Eliade en Los Aspectos del Mito éstos se han enmascarado), en la que muchas religiones se han desprovisto de lo sobrenatural para ser reconducidas por el camino de la ética o de una moral (esto bien lo saben los teólogos de la liberación y los jesuitas), en la que los milagros son puestos a la luz de la ciencia como supercherías: la vida misma ha tomado la forma de una superficie plana: no hay un orden establecido por Dioses o fuerzas desconocidas, la inmediatez y la aventura están a un click o un enlace, los objetos son entes inanimados y las ideas, nada más que emanaciones de principios racionales incapaces de integrar a lo irracional, su opuesto. El principal corolario es que la existencia ha perdido cualquier atisbo o vestidura que podría representar un sino trágico, abundando las frases y las filosofías optimistas centradas en el bienestar, siendo los finales felices los más anhelados. ¿Alguien en la actualidad desearía morir peleando en una trinchera o de una dolorosa enfermedad? Al contrario, se intenta por todos los medios, artificiales o naturales, de alargar la existencia humana, y siempre que sea posible sumergiéndola en un estado de hedonismo perpetuo, vivir pletóricos de placer y anatemizando en todas sus formas y variantes al dolor, al sufrimiento o incluso al aburrimiento (¿no es común medir con la vara de lo entretenido prácticamente a cualquier producto cultural?).

¿Qué clase de seres humanos puede producir este actual estado de cosas?  “La vida, para nosotros, se ha convertido en un interminable afán de mejora: necesitamos siempre conseguir más, hacer más, aprender más, conocer más cosas”, anota en algún lugar Peter Kingsley, por lo que no nos puede extrañar que la enseñanza y el aprendizaje, monopolizado por la universidad o la academia, se ha transformado en un intercambio y asimilación de datos de cosas totalmente ajenas a nosotros mismos. Conocimiento muerto, sin aplicación inmediata. Somos como jarras con una rotura en su base: por más que intentemos llenarla de cosas, siempre hay algo que se pierde, y nunca nos sentimos satisfechos, siempre queremos más y más: ávidos de experiencias y objetos que no nos pueden llenar nunca.

DE ESO SE TRATO ESTO: DE LA ROTURA, DEL VACÍO

En los oscuros lugares del saber, es como dijimos, la reconstrucción de una época, lo que incluye un repensar a la antigüedad griega. Ya no la veremos más como un bloque continuo y armonizado de polis comerciando y cooperando entre sí, al revés, hubo competencia enconada e incluso cosmovisiones opuestas. Se nos recuerda que las guerras médicas no sólo fueron entre persas y griegos, sino que también entre griegos contra griegos que apoyaron el lado de los persas: en un pasaje del libro se recuerda unas palabras de Parménides de Elea respecto a Atenas: “prefiero la sencillez de mi tierra antes que toda la soberbia ateniense”.  Esta postura de Parménides es una clave, pues como afirma el libro, el panhelenismo es una idea a posteriori, una construcción cómoda para estudiar una de las culturas más ricas y valiosas de Occidente.

Pero no perdamos el hilo. La figura central de la obra es Parménides, y la visión que tenemos de Parménides está sujeta a la interpretación de su poema, pero también a la visión de Platón en sus diálogos, donde lo convierte en un personaje en uno de sus escritos, y que para Kingsley, gran parte del equívoco, de la interpretación que ha llegado de Parménides hasta nuestros días, pasó por el filtro platónico. En cierta forma Platón utilizó al filósofo de Elea, y luego de ocultarlo y desfigurarlo a sus anchas, lo sacó de su camino como un obstáculo.

Entonces ¿cuál es el legado desaparecido de Parménides? Es necesario leer el libro para absorber lo que nos presenta Kingsley, la historia de un conocimiento descabezado y mal entendido que el descubrimiento de recintos funerarios y otros vestigios arqueológicos han arrojado nueva luz. Muchos califican a Parménides como un pensador más que un filósofo, o incluso se crea una suerte de subcategoría que divide a los que están antes de Sócrates y después de él: los presocráticos, quienes serían una suerte de pensadores intuitivos y primitivos, la previa al pensamiento filosófico pleno: Kingsley nos alerta y dice que no, que la filosofía en sus inicios era otra cosa, que los primeros pensadores no se emparentaban sólo con la razón o el logos, sino que también con la magia y la sanación, pero también con la capacidad de alcanzar estados estáticos o místicos para alcanzar una visión diferente a la realidad.

Y todo eso nos conduce al vacío. ¿Por qué nuestras nociones de progreso categorizan la soledad, la rotura, el aislamiento o el dolor físico de forma negativa? Incluso el aburrimiento se ha desprestigiado, la peor plaga que podríamos experimentar, que muchos no se demoran en aplicar sobre alguien o algo cuando quieren echar por tierra y sepultarlo en el olvido. Y tenemos, luego de esta lista de inevitables, a la enfermedad y a la muerte. ¿Alguien en su sano juicio nos diría que ante una depresión o un sinsentido súbito de la vida no sólo dejásemos las cosas tal como están, sino que abracemos más esa depresión o ese sinsentido? Al revés, nos envían al manicomio o nos empastillan con drogas aturdidoras y somníferas, mutilando cualquier capacidad que podríamos desarrollar de pleno. De todo esto se desprende que vivimos en la época de la velocidad y el movimiento: no podemos dejar de movernos nunca, ni menos de estar en silencio: viajamos, mental o físicamente hacia todas direcciones, farfullamos y opinamos sobre todo, muchas veces con escaso juicio o preparación, y esa misma incapacidad para detenernos nos lleva a pensamientos erráticos, que a su vez conllevan palabras erráticas y cómo no, a actos erráticos.

ABRAZAR LA OSCURIDAD Y LA MUERTE

El viaje de Parménides que propone Kingsley, es en efecto, un viaje a una Grecia inexistente y a un conocimiento extraviado. Fuera de las religiones monoteístas abrahámicas (Islam, Cristianismo y Judaísmo), Occidente no ha producido de forma preclara y rigurosa un conocimiento vital que permita deslindarnos de la realidad para producir conocimiento directo: el conocimiento debe ser útil, debemos vivir en él, de lo contrario se convierte en una carga que puede incluso destruirnos. El sufismo, el misticismo, el gnosticismo, pero también otros sistemas de pensamientos como el budismo o el hinduismo, ponen de relieve que el hombre occidental en su búsqueda por acceder a otras formas de entender el mundo, ingresa a tradiciones ajenas, en lenguas desconocidas, lo que de suyo no es negativo, pero teniendo los métodos que se utilizaban en la Grecia desconocida, no podemos más que concluir que hemos tenido un gran manantial vedado, manantial que ha estado siempre ahí mismo, muy de cerca, y que sólo descubrimientos arqueológicos tardíos nos han revelado sus bajorrelieves.

Porque Parménides no sólo fue un filósofo presocrático (amamos las etiquetas), sino también fue un mago y un sanador. El rito de la incubación es rescatado y explicado en el libro con sus detalles,  muy sutiles: hubo alguna vez un culto a Apolo y Asclepio que implicaba sumergirse en profundas cuevas, lugares sagrados donde el iniciado se refugiaba en la oscuridad para recibir sueños, sueños a la postre que eran enviados por entidades o seres más allá de nuestra percepción, otorgándole al soñador no sólo una visión nueva de la realidad, sino que conocimientos puros que podían tener aplicación para la propia sanación o para generar leyes que permitieran una mejor convivencia, justicia y orden en la polis. Este proceso no era en solitario por cierto, sino que era conducido por los iatromantes, sacerdotes dedicados al culto de Apolo que detentaban los saberes para aquietar el espíritu de los iniciados y de entregarle las herramientas al iniciado para que comenzara su viaje: así como hay quienes experimentan una suerte de mística salvaje (epifanías, uso y abuso de drogas, meditación), en este caso se experimentaba un viaje al interior de la oscuridad y de la muerte, que contrastado con el poema de Parménides, se completaba lo que él quería expresar cuando comenzaba con su recitación:

Las yeguas que me llevan me condujeron hasta la meta de mi corazón, pues que en su carrera me trasportaron hasta el famoso camino de la deidad que, solo, lleva a través de todo al hombre iniciado en el saber. Hasta allí fui llevado, pues hasta allí me llevaron las muy inteligentes yeguas que tiran de mi carro, mientras que unas doncellas me enseñaban el camino.

Cuesta creer que Parménides, considerado como el padre de la lógica y de la metafísica, haya sido un mago: alguien capaz de transmutar la realidad. Kingsley nos recuerda a los fata, o los javanmard, hombres de cualquier edad que abandonaban por un momento el tiempo y el espacio y asaltaban a la realidad para llegar al corazón mismo de las cosas, encontrando ahí lo que nunca muere o envejece. Ellos aparecen en el mundo árabe, en las enseñanzas del sufismo, pero no hay que desconocer las estrechas relaciones que hubo entre Grecia y Persia.

Nuestro pensamiento errático no nos deja en paz. Por eso después de 2 mil años de teorizar, discutir y racionalizar, nadie puede estar de acuerdo con nadie sobre nada importante durante mucho tiempo.

Y todo lo referido hasta acá es sólo el comienzo: parece ser que la puerta ya está entreabierta, y que de una vez por todas, podríamos atrevernos a abrirla para salir desde nuestro cómodo umbral.

viernes, 21 de febrero de 2020

Brevísima historia literaria universal de los gatos

*Artículo publicado originalmente en la Gata de Colette
ORIENTE

El símbolo del gato es tan misterioso y contradictorio como la misma naturaleza del gato. Para el Budismo el animal representa la dimensión espiritual, por lo cual se promovía en antiguos ritos que los difuntos fuesen enterrados con un gato vivo pero con un ingrediente extra: a la tumba se le añadía un agujero para que pudiesen escapar; así, cuando el felino emergía del sepulcro, se consideraba que el alma del muerto ya estaba fusionada con la del gato. No obstante, en el mismo mundo budista se considera al gato como un ser insolente, pues junto a la serpiente, fueron los únicos del reino animal que no se conmovieron ante la muerte de Buddha, aunque aquello también se podría considerar como sabiduría superior.

Todo esto nos conecta con una de las novelas más celebradas y magistrales de Yukio Mishima, El Pabellón de oro, la cual narra el desenlace trágico de un templo quemado por un monje budista, libro que de forma muy poética y visceral discurre sobre el significado de la fealdad y la belleza. La novela reproduce un famoso Koan (forma breve similar a la parábola que sintetiza una paradoja y una moraleja) el cual es considerado en el mundo búdico como una de los más complejos: se trata de Nansen mata a un gatito, y es tan breve que podemos citarlo completamente:

Un día un gatito entró a un templo. Provocó tal interés entre los monjes que, de inmediato, comenzaron a pelear. El maestro Nansen decidió arreglar la cuestión, separó a los monjes, tomó al gato y le acercó una hoz. «Si alguno de ustedes da una buena respuesta, pueden salvar al gato» —les dijo.  Como ninguno de los monjes habló, Nansen mató al gato. Más tarde Joshu —el primer alumno— volvió y Nansen le contó lo que había pasado. Joshu se quitó las sandalias, las puso en su cabeza y se fue. Nansen se quedó pensando en que, de haber estado ahí en el momento del juicio, Joshu hubiera salvado al gato.

Ponerse las sandalias en la cabeza, ¿invertir la mirada para resolver un problema? ¿Intentar demostrar que el ego dificulta la percepción real de las cosas? Los comentarios al texto son incontables, pero ahí está el fragmento, para que lo leamos y releamos hasta intentar desentrañar algo. ¿No pasa lo mismo con los gatos? Entre más los miramos menos parecemos entender quiénes son, y el enigma que representan en sí mismos, menos consigue velarse. A propósito de las guías y enciclopedias sobre gatos tan en boga en la actualidad para los catlovers, quizá los primeros documentos del mundo con esas características aparecieron en el siglo XIV en Ayutthaya, ciudad tailandesa con pasado esplendoroso por su comercio y desarrollo cultural. Estos escritos —que desafortunadamente sólo se han rescatado copias desde 1782 en adelante—, se llamaban tamra maew, que se podría traducir como “tratado de gatos” (y la forma fonética maew es el equivalente al miau), los cuales describían físicamente a cada especie de gato, y cuáles eran los beneficios que entregaban a su portador, como salud, prosperidad, etc, pues se creía que eran seres dotados de propiedades fantásticas. En la China Clásica los gatos eran respetados producto de las constantes plagas de ratones: ellos los mantenían a raya, y no sólo mantenían las ciudades y las comidas limpias, sino también las bibliotecas, pues el tipo de papel que se fabricaba en ese entonces era apetecido por estos roedores, por lo cual era costumbre que los hombres letrados contratasen gatos para mantener sus bibliotecas, y por supuesto que se establecía su correspondiente paga: le regalaban peces frescos a la madre gatuna, estableciendo así una fuerte conexión entre minino y cultura.


OCCIDENTE

No existe ninguna referencia de los gatos en la Biblia. Ni una, ni siquiera como metáfora, versus las cuarenta menciones del perro o la simbólica serpiente del perdido paraíso. Tampoco los griegos tuvieron mucha simpatía por el felino, surgiendo la hipótesis lingüística en la que “comadreja” y “gato” eran designados con la misma palabra. Esto se puede explicar porque los gatos eran animales exóticos para el mundo heleno, teniendo fuerte presencia en Egipto y culturas adyacentes al Nilo, por lo que no sería irrisorio que un griego del pasado confundiese al gato con una comadreja. ¿Esopo escribió sobre gatos? Al parecer no, escribió sobre comadrejas, al igual que Galantis, sirvienta de Alcmena, que como relata la leyenda no fue convertida en gato por la diosa Ilitía, sino que en comadreja, pero que por errores en su traducción nos han llegado metamorfoseados en gatos. Los romanos tampoco le dieron mucha importancia en sus escritos, siendo una cultura cargada a los canes (no olvidemos que la fundación mítica de Roma parte con una loba, y los perros eran altamente estimados y elogiados por oradores y hombres comunes) y así saltamos hasta la Edad Media, donde la figura felina entraría en la ambivalencia. Existe un antiguo relato de origen celta que narra la historia del héroe Máel Dúin —fechado a fines del siglo X— en la que un gato mágico castiga a uno de los ladrones de la historia mediante llamas que lanza por los ojos, todo porque el malogrado personaje intenta robar oro en un castillo abandonado.

En la España del siglo XIII se tradujeron fábulas y narraciones bajo el nombre El libro de los gatos. El nombre no tenía nada que ver con el texto original, titulado como Fabulae, Narrationes o Parabolae y que fue redactado por el predicador inglés Odo de Cheriton, pero se cree que quedó así porque estas fábulas morales con animales, muy al estilo Esopo, encerraba varias historias de gatos, historias que velaban comportamientos reprochables de monjes en los monasterios, y no era casualidad que a los monjes de vida licenciosa les denominasen “gatos”. Otro libro medieval que habla de los gatos es El evangelio de las ruecas, data del siglo XV y se centra en los comentarios que hacen seis mujeres sobre la vida cotidiana: acá el gato es visto como parte de recetas, dichos o consejos de corte mágico, como la interpretación de que si se le ve en una ventana mirando al sol y pasando su pata sobre la oreja, ese día no lloverá bajo ningún motivo. Pero esto es una excepción, pues el gato no gozaba de mucho aprecio en estas sociedades, que lo consideraban bajo una mirada supersticiosa como diabólicos o cercanos al mal; de hecho abundaron en esta época grimorios, bestiarios y recetarios que ponían al gato como enemigo o como ingredientes para preparar pócimas y brebajes. Toda esta mirada abstrusa e injusta hacia los felinos parece concentrarse en un episodio ocurrido en Francia a comienzos del siglo XVIII, en la cual unos imprenteros salieron a matar y perseguir a cuánto gato se topasen (tal como hacían los espartanos con los ilotas), esto por una estrambótica orden del dueño de la imprenta quien no podía conciliar el sueño por el maullido de éstos, hecho que recoge profusamente Robert Darnton en su libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. Con el advenimiento de la revolución industrial, Poe recoge esta antigua herencia negativa y escribe su magistral El Gato Negro, un relato sobre locura y venganza, pero el gato también adopta otras formas, como la invisibilidad y la omnipotencia en el gato Cheshire de Lewis Carroll o un aire mágico y hasta erótico en el poema El gato de Baudelaire. En el siglo XX abundan las historias sobre gatos, como la novela En las nubes de Ian McEwan sobre un niño soñador que se pone en los ropajes de un gato, o en el cuento El idioma de los gatos, de Spencer Holst, en la que un hombre descubre la gran y única verdad sobre los gatos al conectarse con ellos telepáticamente: “no le temen a la muerte”.

viernes, 31 de enero de 2020

La rebelión en la granja de George Orwell




La mala administración, de cualquier organismo, cuerpo o entidad, siempre generan como corolario una herida en su tejido y entramado, y todo tejido dañado busca restablecer su normalidad, aún cuando necesite pasar por desórdenes o turbulencias para recuperarse de los daños. La revolución francesa, los cismas religiosos, los movimientos guerrilleros en Centroamérica, los golpes de Estado propiciados por derechas o por izquierdas, son una muestra rápida de situaciones de quiebre, de momentos donde la atmósfera se ha vuelto irrespirable, de momentos históricos donde se evidencian que un ethos ha llegado hasta su culmen y se pide una nueva representatividad, una nueva sensibilidad que dé cuenta de los hechos. No hay dos procesos revolucionarios idénticos: se pueden esquematizar o agrupar según grados de semejanzas, pero fuera de los manuales de sociología y política, la ficción tiene una voz diferente para intentar explicar los conflictos: no reduce la realidad a un relato basado en frías cifras, sino que al contrario, lo humaniza.

Así como el concepto del mito se ha trastocado hasta la borradura de equipararlo con la mentira, la ficción muchas veces ha sido desdeñada como algo accesorio, fútil, evasivo. Nada más impreciso. Existe una característica oracular en la literatura que es evidente: cifra uno de los posibles futuros y recrea mundos que pueden ser observados y analizados. El trabajo literario de Orwell es elocuente, si en 1984 la sociedad vive bajo un sistema opresivo y totalitario amparado en las mentiras, en Rebelión en la granja somos espectadores de cómo las buenas intenciones —parafraseando el antiguo adagio— son capaces de pavimentar el camino directo al infierno.

George Orwell
Recordemos que en Rebelión en la Granja se nos presenta una sociedad agraria compuesta por animales, quienes generan una revuelta para sacar a los granjeros humanos bajo consignas revolucionarias. La gesta se ancla al pasado con un hecho específico: un viejo cerdo, respetable por sus canas y experiencia, hace un llamado, un discurso sentido en el que hace hincapié de las graves desigualdades que sufren los animales en la granja. Su mera función de orador transmuta a la de los antiguos predicadores pero a la inversa; sus palabras no hablan del cielo o del paraíso prometido, sino de una sociedad más justa acá en la Tierra: la Idea ya existe, y sabemos que las ideas no se pueden acallar, ni aún quemando todos los libros o reprimiendo a sus difusores. En el contexto de la novela, la rebelión la encabezan los cerdos, los más astutos del grupo heterogéneo compuesto por ratones, gallinas, patos, perros, entre otros. Los animales tienen un planteamiento irrebatible sobre su condición: como animales llevan siglos de maltrato y sufrimiento, atados a la tierra y explotados por una clase inepta que los desprecia. Es así, y aquello suena aterradoramente actual. Pero sigamos con la trama: por ineptitud de los granjeros, por una administración ineficiente e irregular, sumada a la fuerte organización de los animales, se lleva a cabo una revuelta que resulta victoriosa: los granjeros se ven superados en la rebelión y huyen despavoridos, quedando la granja en manos de los propios animales, quienes establecen nuevas normas de convivencia, disminuyendo las horas de trabajo, y repartiendo de forma más equitativa los bienes, instaurando un tipo de socialismo que en un primer instante nos parece benévolo y justo por donde se examine. No obstante en aquella sociedad ha eclosionado una nueva organización, y una nueva organización requiere además de instituciones, una política y una economía, y es en ese instante de puro idilio y felicidad, donde se incuba lo que vendrá después.

Y lo que vendrá después es el horror



El grupo de los cerdos, luego de establecer un nuevo orden, comienza lentamente a llevarse más privilegios que el resto de la granja, argumentando que ellos, al ser los iniciadores e intelectuales de la rebelión, y ser por ende los administradores de este nuevo proceso, por derecho propio tienen más obligaciones que el resto. Los primeros símbolos que erigen es un himno (Bestias de Inglaterra) y una serie de normas de convivencia, que devienen casi en mandamientos bíblicos, sobresaliendo el de rechazar el daño de un animal sobre otro animal, recalcándose que existe un enemigo al que se debe rechazar siempre: la Humanidad:
 “Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que camine sobre cuatro patas o tenga alas, un amigo. Y recuerden también que en la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él.”

Los días idílicos y de bonanza duran poco en esta nueva granja. Las ansias de poder provoca una lucha intestina entre los mismos cerdos, agregándose una serie de componentes que terminan por socavar la utopía: purgas, traiciones, creación de un enemigo externo, abandono de la agricultura en pos de la industrialización, vejaciones, crímenes, procesos injustos y ejecuciones crueles. ¿Exageraba Max Weber cuando afirmaba que quien entra en política hace pacto con el diablo? El sociólogo alemán utilizaba esta frase para dejar en claro que los caminos de la política no son los caminos del alma ni del espíritu, más bien son los caminos del consenso, del pactar con fuerzas opuestas en pos de una colectividad siempre variada y cambiante. Pero la política, bien sabemos, puede trocar el diálogo y la palabra por las armas y la guerra.

¿Qué ocurre entonces al interior de la granja, si ya liberados del yugo de los humanos, los animales se han organizado, y pese a todo no pueden establecer un sistema de paz y fraternidad? ¿Cómo es posible que las mismas leyes, rígidas en su aplicación se desvirtúen al grado de convertir la utopía en una sanguinaria distopía? Ricardo Piglia afirmaba que todo poder político es siempre criminal, y aquella afirmación la realizaba por medio de uno de sus personajes en Respiración Artificial, novela que también reflexiona en torno a los estados corruptos que, como los mundos orwellianos, han abandonado el camino de la solidaridad y el respeto para adentrarse en los inexpugnables pantanos de la paranoia y la venganza. Y no hay sociedad que tarde o temprano se vea en aquella encrucijada.  

viernes, 20 de diciembre de 2019

El mundo de los durmientes según Siruela

Ilustración rusa del siglo XVIII sobre Los siete durmientes de Éfeso

Editorial Atalanta
El mundo bajo los párpados. Jacobo Siruela.
352 páginas. 2da Edición 2016.

“Los sueños son en realidad recuerdos de un futuro ya sucedido” Juan Rodolfo Wilcock

Si existe un libro tan específico sobre la imaginación (como el que comentamos sobre Patrick Harpur y que se puede pasar a leer acá) ¿cómo no iba existir alguno respecto a los sueños? Sí, es cierto, existen un centenar, miles de libros que abordan la temática, desde La interpretación de los sueños de Sigmund Freud, pasando por De la esencia de los sueños de C.G Jung, el A theory of dreams de Kasatkin hasta los más recientes tratados enfocados en la neurociencia, la psiquiatría o los fenómenos de los sueños lúcidos. No obstante El mundo bajo los párpados de Jacobo Siruela es único, no sólo porque analiza a los sueños desde una múltiple perspectiva histórica, poética y fenomenológica de los sueños, sino porque abre senderos, puertas, perspectivas inimaginables de qué podría ser realmente el alucinante mundo onírico.

Dormir y soñar  

Hay una anécdota de Jorge Luis Borges muy ilustrativa respecto al mundo de los sueños: trata sobre el relato que le hace su sobrino pequeño respecto a un sueño donde él aparece, experiencia que el pequeño describe con lujo de detalles. Cuando termina, el chico le preguntó extrañado a Borges: «Tío, pero ¿qué estabas haciendo dentro de mi sueño?». La pregunta dejó atónito al escritor argentino, porque implicaba que un doble o una parte de sí mismo era capaz de habitar otro espacio, el espacio mental de su sobrino, de forma simultánea con el mundo real, como si la realidad del sueño fuera un universo alterno. ¿Meros juegos ficcionales? Quizá no. Otra historia (que tampoco recoge el libro, pero que las usamos a modo de introducción) la relata Jung en una de sus conferencias sobre la existencia del alma y los sueños, y tiene que ver con la característica premonitoria del mundo onírico. Un paciente del siquiatra suizo, practicante de alpinismo, le relata un sueño en el que se ve ascendiendo por un enorme monte nevado, y a medida que escala va sintiendo mayor calma y armonía, e incluso cuando en la cima escucha algo similar a un dulce coro angelical. ¿Sueño beatífico? Nada de eso, Jung al oírlo queda horrorizado, y sin pensarlo mucho, le pide a su paciente que siempre suba acompañado en su práctica deportiva. El paciente se ríe y la conversación queda olvidada. Meses más tarde, el hombre escala una cima, sin compañía, y cuando ya estaba descendiendo el monte, una avalancha lo agarra violentamente y lo deja sepultado. Jung, triste por el hecho, explica que los componentes de aquel sueño empujaban a interpretarlo como una muerte (el ascenso al monte es siempre una elevación al cielo para el pensamiento místico o religioso), lo que se confirmaba además por la paz que sentía y el coro angelical que oía el paciente. 

¿Son todos los sueños interpretables o premonitorios?

Jacobo Siruela
No, ni todos tienen una fuerte carga simbólica, ni nada a priori nos haría pensar que pueden predecir el futuro o indicar algún peligro. El mundo bajo los párpados va más allá y nos muestra cómo los antiguos hasta la posmodernos han entendido este fenómeno. Para el mundo helenístico los sueños no se tenían, sino que se veían, en el sentido de que estos eran considerados visiones que enviaban los dioses. Para el mundo cristiano de la Alta Edad Media,  la actividad onírica podía corresponder a revelaciones doctrinales, las cuales, en efecto, eran revisadas por autoridades eclesiásticas, pero además la realidad onírica era considerada como una segunda vida. Así por ejemplo, Natalio El Confesor se salvó de cometer herejía tras afirmar que Cristo no tenía naturaleza divina, luego de soñar que los ángeles lo azotaban durante toda la noche en castigo por su atrevimiento. En la Baja Edad Media estas creencias se desprestigiaron, insinuándose que los sueños podían ser cosa del diablo. No obstante, el origen de estas creencias cristianas se remontan al Antiguo Testamento, en las que los sueños eran considerados como indiscutibles mensajes celestiales (el sueño de Jacob con la escalera y los ángeles en Gn. 28,12, o el sueño del rey Salomón con Dios donde le pide sabiduría en 1 R. 3); ni siquiera para el Siglo de las luces, en las que se asentarían las bases del pensamiento racional y materialista, los sueños dejan de ser misteriosos. En El mundo Se examina con detalle una triada de sueños determinantes para el pensamiento filosófico de René Descartes, quien tras salir de estos letargos, los examinaba de manera exhaustiva, llegando a concluir que “la razón de los filósofos” corría con menor ventaja que la capacidad imaginativa que tenían los poetas o los creadores, pues sin desarrollar sistemas de pensamiento, eran capaces de ilustrar, a través de fragmentos, verdades que rebosaban el tiempo y el espacio. En esta línea, la obra de Siruela deja de manifiesto que los sueños a lo largo del último milenio jamás han hecho entrar en crisis ningún modelo o concepción de la realidad,  puesto que cumplen una función inspiradora, en el sentido tácito de que muchos pensadores e inventores han recibido influjos desde el mundo onírico para sus ideas, como son los casos documentados de Kepler (1517-1630) y las órbitas elípticas de los planetas, o el premio Nobel de Medicina Otto Loewie (1873-1961) inventor de la teoría química de la transmisión nerviosa. No sin justicia, Voltaire en su Diccionario filosófico, afirmaba que: «he conocido abogados que han hecho alegatos en sueños, matemáticos que han resuelto problemas, y poetas que han compuesto versos».

Los sueños y la música

Así como el sueño puede ser una especie de mundo simulado, no es menos cierto que la percepción de los sueños poseen diversas distorsiones si se examinan los colores (no todos sueñan a colores o con colores vívidos), los olores y sabores (que pueden ser muy reales pero no siempre certeros), o la misma noción de espacialidad, violándose muchas veces la lógica del mundo real (escaleras que no llevan a ningún lado, callejones que se quiebran y van a dar a una habitación en un lugar abierto, sótanos que en vez de conducir a un subterráneo te llevan hasta la cima de una montaña). Con la música no ocurriría ninguna clase de distorsión. La música permanecería inalterada en el mundo onírico, por lo que soñar con una tonada o una melodía siempre es sinónimo de alta fidelidad. ¿Por qué ocurre esto? No lo sabemos, pero El mundo nos narra la historia del compositor italiano Giuseppe Tartini (1692-1770), quien afirma haber soñado con el diablo, y dentro de este sueño haber realizado un pacto, estando el maligno a su servicio. En este trance, el músico le entrega su violín al Maligno para ponerlo a prueba, resultando una sugerente y misteriosa melodía que lo deja pasmado por su virtuosismo. Tartini, al despertar toma su violín, pero no puede evocar aquella misma melodía, no obstante compuso La sonata del Diavolo, la cual estaría inspirada en la tonada oída, que según sus propias palabras, ni siquiera se acercaba un ápice al virtuosismo escuchado. Recordemos que el oído de un músico prodigioso, altamente entrenado, está a muchos pisos y peldaños sobre el oído común de cualquier ciudadano a pie o aficionado a la música. Un músico con una disposición genética y un alto entrenamiento es capaz de identificar notas no sólo en composiciones, sino que en los mismos ruidos que emergen de la naturaleza. Así se cuenta que el mismo Wagner, en una noche del mes de julio de 1853, cayó en una especie de estado catatónico de duermevela, donde oyó una incesante corriente de agua que repetía el acorde de Mi bemol mayor,  lo cual lo llevó a reconstruir mentalmente que aquel sonido debía provenir de una fuente que se encontraba dentro de un frondoso bosque milenario perdido en el tiempo. Un bosque melodioso que pudo aprehender desde aquel extraño trance hipnótico, le sirvió de base para componer su monumental ópera El oro del Rin (Das Rheingold), llegando además a la siguiente conclusión:
De pronto comprendí lo que siempre me había pasado: que la corriente de la vida debía venir de mi interior, no del exterior.
His only friend, de Briton Riviere, 1871

¿Por qué no le hemos dado suficiente importancia a lo sueños?

La pregunta si bien gana en actualidad, como bien documenta Siruela, se pierde hasta lo incomprensible en los tiempos remotos, donde existieron aplicaciones curativas inimaginables para nuestra cosmovisión actual, como la creación de templos exclusivos a dioses del sueño, lugares de peregrinajes donde no sólo se iba a orar, sino que también a dormir, pues los soñadores buscaban que algún dios (como el dios Mamu con su templo erigido en Balawat en la actual Irak) les entregara un sueño propicio que les diera sentido a sus vidas. Los griegos también tenían un particular rito que servía para fortalecer el alma y el espíritu, para así perder el miedo a la muerte, y éste consistía en internarse en cuevas oscuras y húmedas en las entrañas de la misma tierra, para conocer de primera fuente cómo era una existencia privada de luz, lugar en el cual dormían, teniendo sueños y visiones a lo menos alucinantes. El valiente que superaba esta prueba era más tarde escuchado por los sacerdotes de Mnemosine (la diosa que engendraría a las nueve musas inspiradoras) quienes consideraban que esta prueba era un auténtico renacimiento. En la  Grecia antigua por cierto, abundaron templos dedicados al sueño, principalmente porque los griegos consideraban que éstos eran mensajes divinos que entregaban la verdad o la inspiración para quien los recibiese, pero también que tenían una característica terapéutica, estableciéndose así incubatorios de sueños, tal como lo respaldó en su época Hipócrates o Galeno, los connotados médicos que analizaban por analogía las características de un sueño: si el soñador veía parajes desolados o ríos secos, éstos eran equiparados a problemas sanguíneos (el río representaba la sangre) o a la piel (las tierras yermas), por lo cual los sueños eran indicadores de cuando había buena o mala salud.

En la actualidad a los sueños no se les da ni remotamente el interés de antaño. Una explicación puede residir en que nuestra visión del mundo, fuertemente anclada en paradigmas racionalistas y todas las variantes del mito del progreso, no nos entregan un marco o herramientas para ver a los sueños como realidades tangibles, más aún cuando las únicas vías de desarrollo posible se entroncan en discursos materialistas, y cuando no, en una espiritualidad de cartón fomentada por el auge del New Age y sus profetas, personas por lo general con escasa instrucción y lectura, más ávidos de llenarse los bolsillos a cuesta de incrédulos que de analizar a fondo el fenómeno onírico. Siruela nos indica que esta fractura puede rastrearse en el inicio del Siglo de las luces, con sus corrientes de pensamiento que abolieron cualquier tentativa profética que pudieran tener los sueños; la misma Iglesia los trató como diabólicos o heréticos, incluso con persecución por parte de la Inquisición, para luego venir el mazazo de la Ilustración al tratarlo como meras supercherías oscurantistas, calzando al dedo el aforismo citado de Lichtenberg:
No es que los oráculos hayan dejado de hablar: los hombres han dejado de escucharlos
El futuro y los sueños

Los egipcios consideraban al mundo de los sueños con su propia espacialidad, por ende cuando soñamos en estaríamos despertando a otro mundo con sus propias leyes. Es lo que han intuido sacerdotes, magos, alquimistas, poetas, médicos filósofos y científicos de todas las épocas, algunos en minoría absoluta, resistiendo de pie frente a la oleada positivista engullidora de la realidad con sus cárceles de acero, o desarrollando su visión en armonía, con sociedades abiertas al misterio y a lo desconocido, erigiendo templos y sanatorios dedicados a desentrañar las realidades del sueño, estudiando la precognición, los símbolos que nos llevan al inconsciente colectivo o la potencia curativa onírica; son los denominados onironautas, los capaces de ver y atravesar las barreras, los que vigilan las puertas del tiempo, y que mirando de soslayo, buscan robarle algunos cuantos secretos. No obstante Siruela es decidor cuando afirma:
La historia de los sueños no ha sido escrita, y probablemente nunca lo será. No deja de ser sorprendente que, después de tanta experiencia onírica acumulada a lo largo del tiempo, tan digna de recuerdo, el ser humano todavía no haya asumido la importancia que tiene el onirismo en la historia humana. (…)
Empeñados en tener una visión superficial de las cosas, en una época en que se manejan como nunca antes datos e información a velocidad impensada, y pese a estar atados más que nunca antes al escepticismo, el ser humano se aferra a cualquier ideología o política de moda, creyendo lo que fuere si estas tienen visos de realidad, salvo en la realidad de los sueños. Mientras no busquemos entender que cada noche los sueños nos atraviesan como cometas, iluminando los parajes más oscuros de nuestra mente, seguiremos convencidos de que la única realidad individual y colectiva es la que nos llega de primera fuente en la vigilia, que más allá no hay más, que todo está acá, empobreciendo nuestra realidad, muriendo con tesoros sellados e intactos que nunca quisimos abrir.

viernes, 25 de octubre de 2019

Utopía, rebelión y estados policíacos en la ficción


Últimamente han circulado, con mayor o menor adherencia, dos teorías contrapuestas y paranoicas sobre la verdadera situación en Chile. Es interesante que ambas, como en toda explicación racional y plausible, desarrolla sus argumentos de forma limpia, pero anclada en una serie de supuestos que sólo podrían ser contrastados y evidenciados  bajo un acucioso trabajo de inteligencia, más por la gravedad que por la originalidad de lo que sugieren. Desde la derecha se enarbola la tesis del Comité de Insurrección, arguyendo la existencia de infiltrados en el tejido social, células o grupúsculos con ideas filomarxistas (como los revolucionarios bolivarianos) y terroristas (como Individuos tendiendo a lo Salvaje), que apoyados por el narcotráfico, han ejecutado de forma encadenada un colapso a puntos vitales para provocar el caos y agudizar la crisis, apoyándose, cómo no, en el innegable descontento social por todas las precariedades manifiestas de nuestro sistema. La izquierda no unifica ninguna conspiración, pero se repite constantemente la idea de los montajes y del auto-sabotaje, como robos en los supermercados, obstrucción de calles y quemas de estaciones de Metro, todo con la finalidad de atemorizar a la población, y que ésta, viendo el desabastecimiento, viendo que se está viviendo en la ley de la calle, pedirán la salida de los militares, lo que desencadenará un eventual golpe o relevo con el Gobierno para caer en una nueva dictadura castrense. Así se afianzará un sistema y la oligarquía no perderá sus privilegios.

Pero la realidad no puede sustraerse a explicaciones, menos esquemáticas. Las ficciones, que leemos con tanta atención, están ahí no sólo porque son fábulas morales, mecanismos retóricos y orgánicos que se instalan en nuestras mentes para desconectarnos y reconectarnos con realidades simuladas, sino que también articulan espejos que nos reflejan. Pero además se puede leer (en las mejores obras literarias) el porvenir, casi como cartas de amor encriptadas que intentan captar un espíritu, un Zeitgeist que intenta describir el mundo de ahora o el que se desatará en los próximos minutos.

A continuación un breve repaso, una selección de las muchas obras universales que describen situaciones límites, revoluciones, universos cerrados y estados policíacos.

Nosotros, de Yevgueni Ziamiatin (1924)

¿De qué se trata? La despersonalización avanza hasta los límites en que los nombres propios no existen y han sido reemplazados por un número (¿les suena conocido?). Los habitantes de esta sociedad, albergados en la Ciudad de Cristal manejada por el Estado Único, han llevado hasta las últimas consecuencias los ideales de higiene, transparencia y efectividad social. Sus habitantes intercambian de pareja de forma aleatoria según una fórmula azarosa, evitando de esta forma lazos emocionales fuertes, las viviendas son transparentes, y todos los horarios, tanto de ocio, placer y trabajo, están estrictamente regulados.
¿Qué pasa? D-503, el narrador de esta distopía cuestiona las bondades de esta sociedad, regidas por un solo hombre representante del Estado, pues la felicidad ha sido delimitada a un conjunto de reglas inviolables: para frenar el descontento de los que se oponen al sistema, se les practica una lobotomía para erradicar para siempre la imaginación y la fantasía, consideradas como armas letales contra un sistema único que no da espacio para la individualidad y menos para las expresiones de amor o compromiso.

Rebelión en la granja, de George Orwell (1945)

¿De qué se trata? Se nos presenta una sociedad agraria compuesta por animales, quienes generan una revuelta para sacar a los granjeros humanos, bajo consignas de revolucionarias. La rebelión la encabezan los cerdos, los más astutos del grupo heterogéneo compuesto por ratones, gallinas, patos, perros, entre otros. Este grupúsculo, de forma muy honesta, plantea que como animales llevan siglos de sufrimiento, atados a la tierra y explotados por una clase inepta que los desprecia. Por ineptitud de los granjeros y la fuerte organización de los animales, se lleva a cabo una revuelta victoriosa: los granjeros se ven superados en la revuelta y huyen, quedando la granja en manos de los animales, quienes establecen nuevas normas de convivencia, disminuyen las horas de trabajo, y reparten de forma más equitativa los bienes.

¿Qué pasa? El grupo de los cerdos, luego de establecer un orden, comienzan lentamente a llevarse más privilegios que el resto de animales, considerando que ellos tienen más derechos al tener más obligaciones en la nueva sociedad que componen. Las ansias de poder y de tener más provoca una lucha intestina entre los mismos cerdos, agregándose una serie de componentes que terminan por socavar la graja idílica y convertirá en un lugar de muerte y horror: purgas, traiciones, creación de un enemigo externo, abandono de la agricultura en pos de la industrialización, vejaciones, crímenes, procesos injustos y ejecuciones crueles.

El eternauta, de Oesterheld y Solano López (1957)

¿De qué se trata? La historia parte en la casa de un guionista de historietas en un tranquilo barrio, el cual es visitado por un personaje llamado Juan Salva, quien se materializa ante sus ojos ¿qué busca aquel ser desconocido surgido de la nada? Afirma que viene del futuro y que está ahí para referirle sucesos de crisis que vendrán muy pronto, sucesos en el que la raza humana se encuentra en una lucha encarnizada contra fuerzas alienígenas.

¿Qué pasa? Durante la noche —todo esto lo relata Juan Salva al perplejo guionista— en la que se encontraba reunido con un grupo de amigos jugando truco, un corte de luz y una noticia radial los sumerge en una siniestra realidad: una intensa nevada ha recubierto toda la ciudad, nevada mortal que asesina en segundos a cualquier persona que la respire. Desde la casa del protagonista, los hombres comprueban que no sólo el silencio domina las calles: autos chocados reposan inmóviles entremedio de la calzada y un centenar de cadáveres recubren las avenidas.  En un punto crucial de la historieta, los protagonistas, atrincherados en su hogar con alimentos y bebidas para vivir tranquilamente, son asediados por los militares, quienes andan a la búsqueda de hombres sanos y fuertes para repeler el ataque. ¿Qué hacer? ¿Quedarse refugiado junto a su familia o dejarlos y embarcarse en la guerra? En ese dilema se desata toda la historia.

Memorias encontradas en una bañera, de Stanislaw Lem (1961)

¿De qué se trata? En un futuro sin libros debido a una catástrofe científica que aniquiló todo rastro de tejido vegetal, se intenta reconstruir la historia reciente de la humanidad, no sólo de la edad antigua o moderna, sino que de los últimos siglos. Para ello, se ha encontrado el diario de vida que relata cómo era la existencia en un mundo cerrado bajo tierra, un mundo controlado por militares y con una burocratización desquiciada bautizado como El Nuevo Pentágono, ubicado en algún lugar de las montañas

¿Qué pasa? En efecto, la obra del polaco bebe muy directamente de El Proceso de Kafka, el cual es el paradigma de las injusticias sociales son generadas no siempre por una mala voluntad en expreso, sino porque el sistema legal es incapaz, incompetente, que tienda a ser totalitario porque busca abarcarlo todo, pero se llena de trabas, se burocratiza hasta el hartazgo. En memorias, el protagonista del diario recibe una misión en la cual tiene que llegar hasta determinado lugar para investigar algo o alguien indeterminado, no sabe qué, sólo que debe avanzar entre el complejo laberíntico para atravesarse con hombres ocupados en tareas que desconocen. Nadie sabe qué está haciendo realmente, nadie entiende cuáles son sus reales propósitos, sólo la cárcel laberíntica es la realidad.

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick (1974)

¿De qué se trata? Un EE.UU de 1988 invadido por policías y militares, producto de una segunda guerra civil,  es descrito con perplejidad desde la perspectiva de un cantante famoso, que de la noche a la mañana parece ser que todo el mundo lo ha olvidado: siendo un don nadie, sin contactos, ni identidad, ni dinero, debe sobrevivir en los márgenes de la ciudad donde conviven las clases más bajas, compuesta principalmente por estudiantes universitarios y otros sobrevivientes que intentan eludir desesperadamente los constantes controles policiacos, moviéndose en estrechos edificios grises y tratando de llegar vivos al final del día. Además del control policial, se han llevado a cabo diversos experimentos, en especial la eliminación constante de la población negra, esterilizando a la población para que nazcan menos individuos de piel oscura, a cambio, claro está, de que no se pueda ejercer ninguna clase de violencia criminal hacia ellos, resultando en un paradojal retiro no violento programado de un grupo étnico completo.

¿Qué pasa? La novela deja entrever que el alto consumo de drogas, en especial las que tenía acceso el protagonista cuando era un famoso presentador y cantante (al estilo Luis Jara), además de provocar pérdida de identidad y brotes psicóticos, pueden alterar la realidad, pero también pone de manifiesto los privilegios de los que goza una elite, contrastado con la vida de semi-proscritos que llevan los marginados por un sistema policiaco y de hipervigilancia.

Respiración artificial, de Ricardo Piglia (1992)

¿De qué se trata? Junior, un periodista que se mueve en una misteriosa Buenos Aires, casi opresiva debido a una dictadura militar invisible, que no obstante se percibe bajo señales pero sin signos de violencias explícitos. La trama se inicia cuando Junior recibe un llamado acusando que existe una máquina capaz de generar ficciones que pueden suplantar la realidad o de generar relatos que no se pueden distinguir si son reales o simple ficción. Uno de esos relatos, grabados en un casete, son reproducidos: se relata con horror una matanza que podría ser humana o animal de forma muy ambigua.

¿Qué pasa?  Lo más difícil de precisar es realmente qué pasa. La trama principal se diluye y se va contaminando por relatos que parecen tener correlatos con la historia argentina de los años 20, una mención al escritor Macedonio Fernández quien parece ser central como ideólogo de La Máquina: tras la muerte de su esposa ha decidido crear una realidad paralela en la que tanto él como ella siguen vivos. ¿Pero qué hace la Máquina? La peligrosidad de ella radica en que, al igual que en la enciclopedia borgeana de Tlön, ésta podría terminar destruyendo el discurso oficial. “Todo poder político es criminal”, dice en una parte”, “el presidente está loco y sus ministros unos psicóticos.”

Bonus Track

Oink, el carnicero del cielo, de John Mueller (1997)

¿De qué se trata? Cómic que lleva hasta las últimas consecuencias la narración de una vida en una sociedad esclavista y controlada por una Iglesia degenerada y un grupúsculo de  tecnócratas con ambiciones ilimitadas. Para sostener este sistema, podrido hasta los cimentos, se ha creado al “obrero perfecto”, genéticamente y en laboratorios,  mezclando el ADN de cerdos y humanos, naciendo así una raza porcina con alta resistencia muscular y una inteligencia limitada, perfecta para la explotación capitalista.

¿Qué pasa? Oink, uno de los tantos obreros esclavizados, descubre la sarta de mentiras con la que ha crecido no sólo como invididuo, sino que su clase completa. El cielo, lugar en el cual se desarrolla la acción de la novela gráfica, es un lugar atestado de industrias, contaminación y hacinamiento absolutos, lugar que además está protegido por los ángeles, una especie de policía secreta represiva dispuesta a matar a cualquier que se oponga a cuestionar el sistema.
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