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viernes, 13 de noviembre de 2020

La ballena de Aldo Berríos: sombras y espectros del Japón

Wayward whale in the city de Maggie Hurley

Editorial Áurea. La Balena. Aldo Berríos. 
1era edición Octubre de 2020. 127 páginas.

En su Tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia resume una anotación de Chéjov que contiene el núcleo de un relato que nunca desarrolló:

Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida.

La anotación, que puede servir perfectamente como una ficción breve (hay un personaje, hay una trama y un final), tiene la peculiaridad de que puede abrirse como un abismo infinito de interpretaciones. ¿Quién se suicida teniendo dinero? Pero lo cierto es que todo suicidio tiene un fondo de enigma: no son más enigmáticos los que dejan notas, como el polémico suicidio ritual japonés (seppuku) que cometió el italiano Emilo Salgari, dejando más preguntas que respuestas con sus hipotéticas razones para llegar a tan drástica situación.  

Porque quizás, como plantea la magnífica novela japonesa El grito silencioso de Kenzaburo Oé, probablemente lo más macabro de terminar con la vida no sea el acto en sí mismo, sino el descubrimiento que puede llegar a hacer un suicida para tomar tan drástica situación. En Japón hay una tradición ilustre de escritores que se auto-eliminaron, Mishima, Kawabata, Akutawaga, todos de distintas maneras y es muy sabido que además de ser una cultura de fuerte raigambre guerrera, con un pasado imperialista y militar, el suicidio en Japón es un pozo de nunca cavar.

Una novela chilena ambientada en Japón

El gesto de Aldo Berríos, de utilizar como telón de fondo a una realidad más lejana a la nuestra, recuerda la actitud de otros artistas para escenificar sus ficciones, como el chileno Paulo de Jolly, que le cantó a los jardines de Louis XIV, o el español Jesús Ferrero con su Bélver Yin ambientada en los puertos de Shanghái. La ballena tiene como narrador y protagonista a un mestizo mitad chileno, mitad japonés, quien viaja hasta el país del sol naciente con una tarea muy clara: investigar al bosque de Aokigahara para escribir un reportaje sobre la zona, lugar que en la realidad es tristemente célebre por albergar a una gran cantidad de suicidas, quienes año a año eligen a esta zona boscosa como tumba para acabar con sus vidas.

Aldo Berríos,
autor de La Ballena
El estilo que despliega Aldo es sutil, como bien se emplearía aquel adjetivo para describir las formas que mejor conocemos de la literatura japonesa: trazos delicados para introducirnos a cada escena, descripción breve y poética, una utilización constante de la figura de la sinestesia, esto es amalgamar sonidos, sensaciones o sabores con recuerdos, y diversos recursos propios de la literatura parenética y proverbial oriental, con pequeños consejos morales propios de la sabiduría universal. En La Ballena no hay juegos de perspectivas, ni fracturas en el tiempo, recursos que la obra no necesita, pero sí constantes monólogos internos con superposiciones a la voz narrativa de otra voz, como si la mente de quien nos narra estuviera invadida por un fantasma. La trama que nos relata Aldo es introspectiva y se relaciona con tratar de entender por qué el hijo del protagonista decidió suicidarse.

El hijo del protagonista es menor de edad

Y ahí radica el quid de la búsqueda, ¿por qué un niño decide acabar con sus días? Los motivos para que un adulto decida morir descansan en factores innumerables, pero por lo general se trata de una decisión tomada racionalmente porque la vida se ha convertido en una carga: sí, no suelen estar locos ni bajo efectos de una droga los que deciden partir, de hecho estadísticas elaboradas respecto al momento del día en que se comete el acto, lo ubica entre mediodía y antes de la noche, horas en que el sujeto en cuestión está más lúcido, libre de sicotrópicos o de cualquier sustancia. Las razones son tan infinitas como seres humanos existen, por deudas, debido a una enfermedad catastrófica,  cuestiones políticas o remordimientos tras cometer un hecho delictivo o reprobable.

El mundo de los niños es distinto. El narrador intenta esbozar alguna explicación, porque sin duda lo que experimenta un suicida, no es otra cosa que una ruptura entre su yo y el mundo:

El mayor defecto de nuestro sistema está en ocultar el sufrimiento. En tapar el sol con un dedo insensible. Hoy por hoy, la mayoría padece alguna enfermedad mental no tratada, pero la ocultamos con nuestras fuerzas, porque es más sencillo callar que dar explicaciones.

Una observación similar realiza Carl Gustav Jung, al diagnosticar que vivimos en un mundo esquizofrénico haciendo una dura crítica a nuestra modernidad, la cual ha edificado un mundo con gruesas bases ancladas en la ciencia, pero que ha perdido el contacto natural con sus fenómenos, y así hemos dejado de oír la voz de los dioses en los truenos o de asimilar la belleza y la sabiduría en el símbolo del árbol: descreídos totalmente de los dioses, depositamos nuestras esperanzas en sistemas políticos y económicos manejados por hombres, que con todo el progreso de la técnica han facilitado, en efecto, nuestras vidas, pero no la han profundizado, quedando una superficie costrosa y deslizante en la cual es muy fácil resbalar y caer, y muchas veces para siempre.

Una guía de espectros de bolsillo


El marco realista de la novela se desborda en las primeras páginas, una vez que su protagonista hace contacto con el guía que lo conducirá hasta los bosques de Aokigahara. El trayecto que realizan ambos se asemeja mucho al recorrido de Dante por el infierno en la Comedia, y así como una vez se traspasa el umbral, es mejor abandonar toda esperanza. El viaje hacia los bosques queda deslindado con la impactante descripción del actuar de un extranjero, que haciendo caso omiso a cualquier gala de cortesía, marcará el decurso del libro con un hecho extraordinario y cruel. A lo largo de la novela, constataremos que el paisaje interior se funde con el paisaje exterior, y la relación entre iniciado e guía se mixturan, dando paso a un mundo fantasmal donde los espectros y seres del mundo espiritual de Japón hacen su aparición: todo habla y se comunica, los meandros del camino, la neblina que cae entre los árboles, los mismos personajes fantasmales, que repiten ininterrumpidamente su sufrimiento, muchas veces de manera sadomasoquista, y en efecto, eso los liga con los círculos dantescos. 

En un diálogo entre el padre del hijo muerto y su guía, éste le relata la historia, a modo de acertijo, de un hombre que recibe una llamada telefónica muy de noche, y le cuentan que en un accidente fallecen muchas personas. Tras escuchar esto, el hombre se levanta, prende la luz, y se suicida. Ese pequeño relato condensa en gran medida la relación del yo con el resto: no estamos tan solos como podríamos creer, y si llegásemos a estarlo, seríamos como los dioses, acaso los más soberbios, pues ellos tienen la autodeterminación de saber cómo y cuándo abandonarán este mundo.  Y probablemente aquella imagen del hombre que se levanta y prende la luz resuma todo esto, pues como dice el narrador de La Ballena, cuando se enciende una luz en algún lugar, hay una que se apaga en otro.

viernes, 23 de octubre de 2020

Sobre la libertad a propósito de El jardín de los suplicios

Editorial Impedimenta. El jardín de los suplicios, Octave Mirbeau. Traducción Lluís Ma Todó. Edición original 1899.

Los libros mordaces que ponen en el centro a la decadencia y a la perversidad humana no son una constante en la historia literaria: a veces asumen la forma de la fantasmagoría y la locura vesánica, como Los cantos de Maldoror de Lautréamont, otras, la miseria humana vistas desde los ojos de un niño como El lazarillo de Tormes, o ya en nuestro siglo pasado, el monumento a la violencia pornográfica y fetichista con Crush, de J.G. Ballard, obra en la cual se nos relata sin empacho la adicción de un hombre a los automóviles y al sexo duro.

El caso de El jardín de los suplicios es emblemático; publicada en 1899, fue una obra que impactó en su época, pero no siguió un curso de influencias como otros de sus contemporáneos, como fue el caso El corazón de las tinieblas de Conrad (publicada el mismo año), y otras obras del decadentismo, en especial el francés, como la influencia irrefrenable de Charles Baudelaire con Las flores del mal o Joris Karl Huysmans con su A contrapelo. El jardín, en efecto, bebe de los mismos afluentes de sus contemporáneos: está la visión descarnada hacia la sociedad y a la civilización occidental, aparece el desprecio por las instituciones, se presenta la muerte de forma sublime y poética, y la objetivación de sus ideas filosóficas, en especial el tema de la libertad, encarna una paradoja y una advertencia: ¿hacia dónde nos puede llevar la libertad absoluta?

Pero ¿Libertad de qué y para quién?

El escritor francés y anarquista 
Octave Mirbeau
El concepto de libertad suele discutirse de forma ligera o muy amplia, y es que en los tiempos posmodernos su concepto se ha maltratado a tal punto que no existen nociones claras ni cercos establecidos: es la lepra inoculada por pensadores sofistas que dotan a la realidad de psicologismo, juego de (pos)verdades, o el mero capricho infantil de “si soy libre hago lo que me da la gana”.  Lo cierto, es que como afirma el filósofo colombiano Nicolás Gómez-Dávila, “la verdad no es un objeto que se pueda entregar de mano en mano”, y en este caso, el concepto de libertad no es algo que se pueda dar como dado; por su propia borradura genealógica y de aplicación práctica, merece más que nunca una interpretación crítica. Muy a grandes rasgos, la libertad corresponde a momentos históricos que pueden ser determinados según la sociedad en que se vive, y la distinción que haré calza como anillo al dedo a la novela examinada. En la oposición civilización/barbarie (que ya demarqué a grandes rasgos en mi análisis a la obra de Robert Howard) la libertad en los pueblos sin Estado, en las tribus o en los clanes, se refleja por la lucha del más fuerte: la libertad de hacer y deshacer es patrimonio de los individuos o los grupos más fuertes, con mejor armamento, técnica o inteligencia, siendo el control de los demás la única forma de asegurarse la libertad para hacer lo que se quiera. Con la llegada de la civilización y la formación de los Estados esto cambia: la libertad toma un tenor muy distinto, pues desde ese momento la fuerza pública y el poder de coacción son detentados por las diversas instituciones ancladas en el seno estatal, por lo cual el decurso de la libertad toma una normativa jurídica y política, lo que a su vez se traduce en que los individuos con mayor manejo de recursos, logísticos o partidistas, pueden asegurarse un mayor grado de libertad. En esta línea de pensamiento, es irrisorio que los Estados pretendan asegurar la libertad a todos los individuos que lo conforman, puesto que los mismos desniveles existentes en todas las sociedades prueba que es imposible confirmar esa premisa, y en los casos históricos en que los Estados han conseguido un grado superior de igualdad entre sus habitantes fue bajo regímenes totalitarios como el comunismo, donde ni siquiera se garantizó el derecho a libertad de expresión (en la esfera soviética son emblemáticos los casos de Boris Pilniak, Isaac Babel, Mijail Bulgákov o Boris Pasternak, escritores que no sólo se les negó el derecho a publicar, sino que fueron hostigados e incluso asesinados en algunos casos). No sin razón, Bertrand Russell afirma que los gobiernos y las leyes existen precisamente para restringir la libertad. Para ahondar más en torno a la temática recomiendo El sentido de la vida del filósofo español Gustavo Bueno, donde analiza retrospectivamente el concepto de libertad en todas sus implicancias.

Un salón de caballeros y una discusión en torno al asesinato

La novela parte con la reunión en la casa de un famoso escritor del cual no se dice más, dentro de un salón repleto de hombres sin nombre que encarnan diversos arquetipos; ahí discuten en torno al asesinato. Apenas bosquejados, lo único que importa son sus opiniones: ¿es el asesinato la mayor preocupación humana?  Todos están de acuerdo en ello, aunque desde diferentes ópticas. El filósofo, el literato, el médico, van entregando sus impresiones, y la respuesta de cada uno remite a la naturaleza del hombre. Para unos, el asesinato es más que una de las tantas bellas artes, es una pulsión innata que se ve sofrenada por las instituciones; para otros, el asesinato puede ser cometido a mansalva, si el individuo que los comete tiene asegurados los medios para expresar su libertad de matar impunemente. En un punto de equilibrio, se considera al asesinato desde la perspectiva de la ciencia como una curiosidad: una voz explica que su padre, de profesión médico, asesinó a un paciente durante una operación sólo porque pensó que un órgano estaba en mal estado, abriéndole y provocando su muerte. Pero en esta perspectiva macabra, que recorre las prácticas políticas más en boga en aquel siglo, como el antisemitismo o el colonialismo, uno entrega una perspectiva muy curiosa sobre el hecho de matar, y que en efecto servirá como principal núcleo que se desarrollará a lo largo de libro: tanto el placer sensual y el goce, se unifican con el deseo de asesinar o de morir, ejemplificándolo por la gran excitación sexual que sentiría un sujeto cualquiera al estrangular a su víctima, postulado que recuerda indefectiblemente al de Freud respecto a las pulsiones de vida y muerte relacionadas con Eros y Tanatos (y en efecto, Freud tuvo que haber leído al decadentista francés, principalmente por la proximidad espacial y temporal entre ambos, relación para un análisis que excede a este escrito).

La historia se abre a las tinieblas

Como en los antiguos relatos enmarcados, en el clásico tópico del manuscrito (en la que una historia se inserta dentro de otra ya sea por el descubrimiento de un manuscrito o por la exposición de un narrador), es acá el narrador protagonista de los hechos, quien presenta ante el grupo de distinguidos caballeros su obra escrita en un papel enrollado, advirtiendo que no se ha atrevido a publicarlo y menos a dar su nombre. Una mujer y un viaje, marcarán su derrotero, y ante la búsqueda de una explicación a los hechos que relatará, muy en la línea del romanticismo oscuro, afirma (apelando a una esfera ligada a lo irracional) que las cosas no necesitan ser demostradas sino sentidas.

El protagonista es un político, y según sus propias palabras, es un político que se está abriendo en el mundo electoral; todas las relaciones que establece con otros personajes son de un cinismo puro y galopante. En un inicio, afirma que llegó a postularse a una circunscripción en la que nunca había estado, pues era aquello, o simplemente arrojarse al Sena. Suicidio o vida política, o recordando más bien la frase de Max Weber “quien entra en política hace un pacto con el diablo”, pero ¿qué clase de política? O mejor preguntarse: ¿qué clase de diablo? El flamante candidato es apoyado financieramente por el mismísimo Gobierno, y una de las primeras recomendaciones que recibe no puede ser más contundentes:

La honradez (en el mundo de la política) es inerte y estéril, ignora la explotación de apetitos y ambiciones, las únicas energías con las que puede fundarse algo verdadero.

Lo verdadero es, como en el tópico del mundo al revés, la falsedad absoluta, ejemplificado por su candidato rival, que sin ningún miramiento se ufana ante las multitudes gritando a viva voz: “yo robo, yo robo”, no obteniendo un rechazo por su actitud, sino que es coreado y aprobado por sus seguidores: “sí, él roba, él roba”. El narrador explica que su oponente ha ganado las elecciones, suponiendo un fuerte golpe a su integridad, pero que no lo saca del entramado en el que se mueve, y es que una vez iniciado un camino cuesta tanto desandarlo. Condes, barones, comerciantes, políticos, toda la élite es descrita por Mirbeau como un estrecho maridaje entre ambición y corrupción. Se percibe en varios pasajes de esta primera parte del libro aquello de la estrecha unión entre las identidades que se mueven en este teatro: la caída de uno por una traición o habladuría puede suponer la ruina de muchos, y ante el amago de una delación, basta poner una buena bolsa de oro por delante para comprar complicidades, y como se puede inferir por la actitud de quien nos narra todo esto, se suele preferir la libertad al dinero.

Porque la mejor forma de encerrar a alguien es haciéndole creer que es libre

Sin talento, sin un camino forjado por su propia voluntad, el protagonista es “quitado” de la escena local política por su rival de manera astuta, quien lo embarca en una misión a la China con el supuesto título de entomólogo. El protagonista duda del ofrecimiento, y con razón, pues ¿cómo va a actuar como un entomólogo si no tiene ninguna noción de aquella ciencia? Pero la caridad para el político no suele tener límites, si sus “actos de bondad” los hace con la plata de los contribuyentes, jamás con su fortuna. Se le ofrece dinero, una posición, un destino, a cambio de que se retire de la vida pública por dos años. ¿Qué mejor manera de anular a alguien si no es diseñándole una cárcel a medida? El protagonista, que como ya sabemos no tiene nombre, acepta el billete y la misión y se embarca en su supuesta misión de entomólogo; como ocurre con las mejores novelas, cada escena va prefigurando a la siguiente, o las sugiere a grosso modo.

Durante su viaje en mar hacia las lejanas costas orientales, traba amistad con un oficial inglés, un hombre de pasado militar que representa lo más cruento y vil que pude encarnar alguien del mundo de las armas: el gusto por exterminar a poblaciones humanas y el afán sádico por crear un arma que pueda aniquilar a gran cantidad de enemigos. Nótese que en el año que se publicó la novela aún no ocurrían las guerras mundiales, pero la carrera armamentista y la cantidad de conflictos bélicos tanto en América como en Europa afloraban desde causas independistas, hasta conflictos civiles y territoriales: nada nuevo bajo el sol, porque la guerra es una constante. Otro personaje que destaca es un cazador furtivo, uno de aquellos individuos muy en boga en aquellos años, sujetos capaces de cruzar continentes enteros en busca de especies y tesoros preciados, y que en uno de sus tantos viajes se ve obligado a comer carne humana, pero no de negros, sino de blanco, por considerarla de mejor calidad. Nótese que son hombres blancos de países civilizados los que cuentan sus historias, y en sus relatos aflora el canibalismo, la guerra y el exterminio.

Vivimos bajo la ley de la guerra. ¿Y en qué consiste la guerra? Consiste en masacrar al mayor número de hombres que se pueda en el menor tiempo posible. Para hacerla más mortífera y expeditiva, se tratar de hallar máquinas de destrucción cada vez más formidables… Es una cuestión de humanidad, y se trata también del progreso moderno.

Y la bella Clara irrumpe

Así como Dante tuvo a la Beatriz que lo condujo y lo sacó del Infierno, el protagonista tiene a su Clara, que es la que lo lleva al Paraíso, pero lo lleva a un Edén que es el reverso de la utopía: El Jardín de los suplicios. Clara es descrita como una pelirroja hermosa, audaz, y altamente inteligente. En temas amorosos y sexuales los vive sin ningún pudor, y es ese desenfado, lo que enamora al hombre que nos irá a narrar muy de cerca el horror que habrá de contemplar. Clara representa el refinamiento, la exquisitez, el derroche y la agudeza, es una hija de la élite, y como tal, no tiene problemas para expresar lo que desea y en colmar sus deseos con creces: no conoce más que privilegios y desconoce el rigor y la escasez. En un muy poco tiempo seduce al joven, y ya durante el mismo viaje en la embarcación, éste se reconoce totalmente subyugado por la mujer, al grado tal de reconocerse como esclavo de la misma. La signatura de la libertad una vez más cobra sentido: si primero era prisionero de un sistema político y de unas ideas, luego de una misión hacia un país que desconoce con una profesión de la que no tiene ningún conocimiento (entomólogo), el nuevo nivel de degradación es el amor. Para el poeta latino Ovidio, el amor es un campo de batalla: Militat omnis amans, et habet sua castra Cupidus, o en español, que todos los amantes son soldados, y Cupido tiene su propio campamento (Libro I-IX, Amores). Pero si el amor es un campo de batalla, y sitiar y conquistar a la figura amada es el triunfo de esa guerra que sólo los valientes pueden librar, una vez más El jardín de los suplicios nos enseña que una vida no se compone de victorias o derrotas, sino que la principal dialéctica que nos forja en tanto individuos es la antinomia esclavitud-libertad.

La colonia penal

La descripción del puerto chino y su mercado nos remite a imágenes recientes sobre la pandemia: en esos mercados se venden murciélagos clavados en estacas, carne putrefacta, y toda clase de animales, todo narrado con lujo de detalles. Pero el espacio final de esa pesadilla es un bello jardín colorido, en el cual se tortura a hombres entre medio de aquellos paisajes de ensueño.

El Jardín de los Suplicios ocupa en el centro de la Prisión un inmenso espacio en cuadrilátero, cerrado por unos muros cuya piedra, cubierta por un tupido revestimiento de sarmentosos arbustos y plantas trepadoras, ya no se ve. Fue trazado hacia mediados del siglo pasado por Li-Pé-Hang, el botánico más sabio que haya tenido China.

La mayor cantidad de textos en torno a El jardín de los suplicios se centra en los diversos tormentos y ejecuciones brutales de los penados chinos. Es probable que las poderosas imágenes necróticas de sadismo y sangre hayan abierto el camino para otras manifestaciones artísticas, como el ero-guro japonés (del que Rampo Edogawa sería su principal cultor, en los años 20); o el grand guignol francés, que comenzó dos años antes de la publicación de esta novela, pero que su refinamiento y desarrollo se llevaría durante los primeros años del siglo XX.

En este caso, la novela traslada todo el horror por la destrucción surgida de la civilización occidental hacia una lejana, oriental, en la cual la muerte es tratada de forma estética anclada en una arquitectura del mal. Pero aquella no es una mascarada ni una teatralización de los verdugos con sus víctimas, sino que es la demostración palpable de que su escenificación no es cuestionada por sus espectadores, individuos refinados y de la elite, sino que es aplaudida e incluso alentada. En el último trecho la novela se convierte en un festival de la exquisita refinación para exterminar vidas humanas, y su protagonista narrador, extasiado y asqueado a partes iguales, identifica al jardín de las torturas con el universo.

Las pasiones, los apetitos, los intereses, los odios, la mentira; y las leyes, y las instituciones sociales, y la justicia, el amor, la gloria, el heroísmo, la religión, son las flores monstruosas y los repulsivos instrumentos del eterno sufrimiento humano.

Y no se pueda esperar mayor hondura de alguien que reflexiona desde su propio infierno construido a medida, en su perpetua esclavitud.

viernes, 9 de octubre de 2020

La mujer escarlata: un folletín hirviendo en su máximo grado de ebullición

Whore of Babylon, ilustrada por William Blake
Whore of Babylon, por William Blake

Editorial Áurea
La mujer escarlata: el rito de Bábabol. 
Sergio Alejandro Amira y Martín M. Kaiser. 
1era edición, abril de 2020. 

Por alguna curiosa disposición, las obras escritas a cuatro manos tienden a la sátira, a lo policial y al pastiche. Es como si esta disposición autoral se decantara mejor por obras en un tono burlesco, aún cuando los hechos que se narran sean tan terribles como la violación, el asesinato o el incesto. Sabemos que Borges y Bioy Casares hicieron lo suyo con Honorio Bustos Domecq, autor inventado para dar rienda suelta a relatos detectivescos que homenajeaban y ridiculizaban a partes iguales al género tributado, poniendo delante de estas ficciones a Isidro Parodi, que desde su nombre mostraba su clara intención: Parodi, parodiar, que como sabemos, lo paródico no es otra cosa que copiar un modelo (precisamente Modelo para la muerte es otra novela del par) pero desfigurándolo con una intención satírica, evidenciando sus flaquezas y pretensiones.

En Chile no tenemos una tradición de escritura a cuatro manos, pero vale la pena mencionar a la dupla hispano-chilena compuesta por Bolaño y A.G. Porta con su Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, que desde el título mismo se evidencia el homenaje y el pastiche, poniendo como protagonistas a una pareja compuesta por un narrador catalán y su novia sudamericana en plan Bonnie y Clyde: violencia, delincuencia y muerte corren como la sangre por sus páginas. Otro caso digno de mencionar es La dupla compuesta por Bartolomé Leal y Eugenio Díaz, quienes han inventado al autor Mauro Yberra, creador de los hermanos Juan y Jorge Menie, protagonistas de una trilogía compuesta por La que murió en Papudo, ¡Mataron al don juan de Cachagua! Y Ahumada Blues, las que tratan sobre diversos crímenes escabrosos donde no faltan las brujas, los donjuanes, temibles sectas satánicas, políticos fanáticos y vueltas de tuerca en cada página, muy propias de las clásicas novelas de misterio.

En esta misma línea paródica, con elementos más cargado al kitsch, se inscribe La mujer escarlata,  de los escritores chilenos Sergio Alejandro Amira y Martín Muñoz Kaiser. De entrada hay que aclarar que la novela ya había sido publicada, en 2014 por Editorial Forja bajo el nombre de WBK (siglas de Warm Blooded Killers), y en los años que circuló no tuvo gran repercusión mediática (como suele pasar con las obras singulares), pero que urgía actualizar y poner nuevamente al alcance de los lectores con una segunda vida.
Al fondo, Sergio Alejandro Amira.
En primer plano, Martín Muñoz Kaiser
.

La mujer escarlata se trata de una edición remozada y actualizada de esa WBK, y que si bien gana en algunos aspectos, pierde cierto equilibrio en otros. Por fortuna los puntos débiles son menores: cierto atolondramiento en apresurar las escenas sexuales, extensión de algunos diálogos baladíes, sobre todo entre los personajes femeninos del libro, y un snobismo a veces innecesario al poner en boca de los personajes frases completas en francés, alemán, inglés o hasta ruso (con caracteres cirílicos), lo que si bien podría considerarse como un gesto de vanguardia, esta obra no pretende lo mismo que una obra como La montaña mágica de Thomas Mann, sino que pone en primer plano el hecho de entretener y en un segundo más retirado, crear un entramado de referencias ficticias apoyadas en la magia, la religión, la ciencia y como no, la literatura. 

Uno de los cambios favorables que compensan estos lastres señalados, es que el armazón de la novela se siente más destilado, las transiciones entre las escenas están mejor logradas, los personajes mejor caracterizados y las claves iniciales se entregan desde el comienzo, con alusiones a la magia thelemita y el rito de Bábalon, las cuales guiarán al lector en una historia en quinta y a toda velocidad.

Una trama disparatada llena de disparos

La novela sitúa la acción en un Chile aparentemente aburrido donde no pasa nada, pero que tras su cartografía se esconde una ambiciosa historia de asesinos protagonizada por Andrés Kassler y Jamal Amirov, hombretones que responden al prototipo de macho alfa, no solo por ser musculados y violentos, sino también porque manejan muchas lenguas, una cultura universal que cualquier enciclopedista querría, y vamos hilando fino, el sueño húmedo de toda mujer (y hombre) que valore por sobre cualquier cosa la inteligencia y la testosterona. La bella pelirroja Sofía actúa como contrapunto entre ambos personajes masculinos, y como toda femme fatale, no pierde su tiempo en seducir y lanzar sus calzones ante la menor insinuación de Andrés, el galán de turno que sin ninguna clase de complejos volteará y pondrá patas para arriba a la bella en maratónicas jornadas de sexo, goces verbales que cualquier lector del Kamasutra agradecerá a rabiar.  



Comparativa de ambas portadas. En la primera se resaltaba más el protagonismo de Sophie, mientras que la segunda se decanta más por el vínculo peligroso entre Andrés y la pelirroja. 


Una de las claves esotéricas del libro, es que la peligrosa atracción entre la pelirroja y uno de los agentes, Andrés, puede provocar una suerte de rotura en la realidad, idea que se sustenta en la antigua creencia del Orgón, una unidad energética espiritual que dota de vida a todos los organismos, algo así como el éter, el ki, o el élan vital de Bergson. Esta poderosa atracción hormonal entre Sophie y Andrés es el conflicto inicial que desencadenará una oleada de muertes, irrupción de asesinos inspirados en procesos alquímicos y hasta la referencia a una misteriosa Compañía que opera en los márgenes del tiempo y del espacio para intentar reunir los fragmentos de múltiples universos que estallaron en miles de pedazos tras la Segunda Guerra Multiversal (sí, bien leyó), y preservar a la gran Trama, algo así como el mecanismo que permite el continuo espacio-temporal, o sea el funcionamiento del todo.  

Por otro lado, La mujer escarlata se apropia de una violencia muy al estilo de la fantasía heroica post Tolkien (Michael Moorcock, R.A Salvatore, George R.R Martin), una violencia descarnada y detallista, con muchos aderezos modernos, como armas de fuego, persecuciones de automóvil y diálogos punzantes:
–Estás muy confiado, ¿no crees que vas a morir?
No, pero en esta línea de trabajo uno aprende a vivir cada minuto como si fuese el último.
O en esta descripción que concentra todo el fulgor de un combate:

Andrés da tres pasos y salta con potencia, sostiene la nuca del agente y le revienta el rostro de un rodillazo; la sangre salta a chorros de la cara del hombre que se desploma con convulsiones por el trauma encéfalo craneal.
Dentro de este tinglado no puede faltar lo monstruoso, con personajes que deslindan la verosimilitud, herederos de la tradición del manga japonés, pero también del grand guignol y el circo freak, presentándonos lo impresentable: gigantes con piel de acero, vampiros  con habilidades psiónicas, osos polares transformados en ciborgs con poderosas garras de acero,  comunidades de locos que creen vivir en el mundo de Alicia en el País de las Maravillas, o un agente que es capaz de materializarse y desmaterializarse a voluntad.

La mujer escarlata se puede leer perfectamente como un sinóptico que reúne en un todo a las artes marciales, las historias de espías, las tramas de ciencia-ficción interdimensionales, las paradojas espacio-temporales, las conspiraciones mágicas y un mixturado variopinto de disciplinas y seudociencias estrafalarias: sí, puede que su composición y las temáticas no tengan nada que ver con lectores de perfil más serio, pero así como los antiguos libros de caballería gozaron de mucho éxito y fueron desdeñados por la academia (y tras 400 años recién recuperados), La mujer escarlata es una obra que exuda músculos, impensados giros de tuerca, y muchas veces elementos de la mejor y más aguerrida literatura. 

viernes, 31 de enero de 2020

La rebelión en la granja de George Orwell




La mala administración, de cualquier organismo, cuerpo o entidad, siempre generan como corolario una herida en su tejido y entramado, y todo tejido dañado busca restablecer su normalidad, aún cuando necesite pasar por desórdenes o turbulencias para recuperarse de los daños. La revolución francesa, los cismas religiosos, los movimientos guerrilleros en Centroamérica, los golpes de Estado propiciados por derechas o por izquierdas, son una muestra rápida de situaciones de quiebre, de momentos donde la atmósfera se ha vuelto irrespirable, de momentos históricos donde se evidencian que un ethos ha llegado hasta su culmen y se pide una nueva representatividad, una nueva sensibilidad que dé cuenta de los hechos. No hay dos procesos revolucionarios idénticos: se pueden esquematizar o agrupar según grados de semejanzas, pero fuera de los manuales de sociología y política, la ficción tiene una voz diferente para intentar explicar los conflictos: no reduce la realidad a un relato basado en frías cifras, sino que al contrario, lo humaniza.

Así como el concepto del mito se ha trastocado hasta la borradura de equipararlo con la mentira, la ficción muchas veces ha sido desdeñada como algo accesorio, fútil, evasivo. Nada más impreciso. Existe una característica oracular en la literatura que es evidente: cifra uno de los posibles futuros y recrea mundos que pueden ser observados y analizados. El trabajo literario de Orwell es elocuente, si en 1984 la sociedad vive bajo un sistema opresivo y totalitario amparado en las mentiras, en Rebelión en la granja somos espectadores de cómo las buenas intenciones —parafraseando el antiguo adagio— son capaces de pavimentar el camino directo al infierno.

George Orwell
Recordemos que en Rebelión en la Granja se nos presenta una sociedad agraria compuesta por animales, quienes generan una revuelta para sacar a los granjeros humanos bajo consignas revolucionarias. La gesta se ancla al pasado con un hecho específico: un viejo cerdo, respetable por sus canas y experiencia, hace un llamado, un discurso sentido en el que hace hincapié de las graves desigualdades que sufren los animales en la granja. Su mera función de orador transmuta a la de los antiguos predicadores pero a la inversa; sus palabras no hablan del cielo o del paraíso prometido, sino de una sociedad más justa acá en la Tierra: la Idea ya existe, y sabemos que las ideas no se pueden acallar, ni aún quemando todos los libros o reprimiendo a sus difusores. En el contexto de la novela, la rebelión la encabezan los cerdos, los más astutos del grupo heterogéneo compuesto por ratones, gallinas, patos, perros, entre otros. Los animales tienen un planteamiento irrebatible sobre su condición: como animales llevan siglos de maltrato y sufrimiento, atados a la tierra y explotados por una clase inepta que los desprecia. Es así, y aquello suena aterradoramente actual. Pero sigamos con la trama: por ineptitud de los granjeros, por una administración ineficiente e irregular, sumada a la fuerte organización de los animales, se lleva a cabo una revuelta que resulta victoriosa: los granjeros se ven superados en la rebelión y huyen despavoridos, quedando la granja en manos de los propios animales, quienes establecen nuevas normas de convivencia, disminuyendo las horas de trabajo, y repartiendo de forma más equitativa los bienes, instaurando un tipo de socialismo que en un primer instante nos parece benévolo y justo por donde se examine. No obstante en aquella sociedad ha eclosionado una nueva organización, y una nueva organización requiere además de instituciones, una política y una economía, y es en ese instante de puro idilio y felicidad, donde se incuba lo que vendrá después.

Y lo que vendrá después es el horror



El grupo de los cerdos, luego de establecer un nuevo orden, comienza lentamente a llevarse más privilegios que el resto de la granja, argumentando que ellos, al ser los iniciadores e intelectuales de la rebelión, y ser por ende los administradores de este nuevo proceso, por derecho propio tienen más obligaciones que el resto. Los primeros símbolos que erigen es un himno (Bestias de Inglaterra) y una serie de normas de convivencia, que devienen casi en mandamientos bíblicos, sobresaliendo el de rechazar el daño de un animal sobre otro animal, recalcándose que existe un enemigo al que se debe rechazar siempre: la Humanidad:
 “Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que camine sobre cuatro patas o tenga alas, un amigo. Y recuerden también que en la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él.”

Los días idílicos y de bonanza duran poco en esta nueva granja. Las ansias de poder provoca una lucha intestina entre los mismos cerdos, agregándose una serie de componentes que terminan por socavar la utopía: purgas, traiciones, creación de un enemigo externo, abandono de la agricultura en pos de la industrialización, vejaciones, crímenes, procesos injustos y ejecuciones crueles. ¿Exageraba Max Weber cuando afirmaba que quien entra en política hace pacto con el diablo? El sociólogo alemán utilizaba esta frase para dejar en claro que los caminos de la política no son los caminos del alma ni del espíritu, más bien son los caminos del consenso, del pactar con fuerzas opuestas en pos de una colectividad siempre variada y cambiante. Pero la política, bien sabemos, puede trocar el diálogo y la palabra por las armas y la guerra.

¿Qué ocurre entonces al interior de la granja, si ya liberados del yugo de los humanos, los animales se han organizado, y pese a todo no pueden establecer un sistema de paz y fraternidad? ¿Cómo es posible que las mismas leyes, rígidas en su aplicación se desvirtúen al grado de convertir la utopía en una sanguinaria distopía? Ricardo Piglia afirmaba que todo poder político es siempre criminal, y aquella afirmación la realizaba por medio de uno de sus personajes en Respiración Artificial, novela que también reflexiona en torno a los estados corruptos que, como los mundos orwellianos, han abandonado el camino de la solidaridad y el respeto para adentrarse en los inexpugnables pantanos de la paranoia y la venganza. Y no hay sociedad que tarde o temprano se vea en aquella encrucijada.  

viernes, 25 de octubre de 2019

Utopía, rebelión y estados policíacos en la ficción


Últimamente han circulado, con mayor o menor adherencia, dos teorías contrapuestas y paranoicas sobre la verdadera situación en Chile. Es interesante que ambas, como en toda explicación racional y plausible, desarrolla sus argumentos de forma limpia, pero anclada en una serie de supuestos que sólo podrían ser contrastados y evidenciados  bajo un acucioso trabajo de inteligencia, más por la gravedad que por la originalidad de lo que sugieren. Desde la derecha se enarbola la tesis del Comité de Insurrección, arguyendo la existencia de infiltrados en el tejido social, células o grupúsculos con ideas filomarxistas (como los revolucionarios bolivarianos) y terroristas (como Individuos tendiendo a lo Salvaje), que apoyados por el narcotráfico, han ejecutado de forma encadenada un colapso a puntos vitales para provocar el caos y agudizar la crisis, apoyándose, cómo no, en el innegable descontento social por todas las precariedades manifiestas de nuestro sistema. La izquierda no unifica ninguna conspiración, pero se repite constantemente la idea de los montajes y del auto-sabotaje, como robos en los supermercados, obstrucción de calles y quemas de estaciones de Metro, todo con la finalidad de atemorizar a la población, y que ésta, viendo el desabastecimiento, viendo que se está viviendo en la ley de la calle, pedirán la salida de los militares, lo que desencadenará un eventual golpe o relevo con el Gobierno para caer en una nueva dictadura castrense. Así se afianzará un sistema y la oligarquía no perderá sus privilegios.

Pero la realidad no puede sustraerse a explicaciones, menos esquemáticas. Las ficciones, que leemos con tanta atención, están ahí no sólo porque son fábulas morales, mecanismos retóricos y orgánicos que se instalan en nuestras mentes para desconectarnos y reconectarnos con realidades simuladas, sino que también articulan espejos que nos reflejan. Pero además se puede leer (en las mejores obras literarias) el porvenir, casi como cartas de amor encriptadas que intentan captar un espíritu, un Zeitgeist que intenta describir el mundo de ahora o el que se desatará en los próximos minutos.

A continuación un breve repaso, una selección de las muchas obras universales que describen situaciones límites, revoluciones, universos cerrados y estados policíacos.

Nosotros, de Yevgueni Ziamiatin (1924)

¿De qué se trata? La despersonalización avanza hasta los límites en que los nombres propios no existen y han sido reemplazados por un número (¿les suena conocido?). Los habitantes de esta sociedad, albergados en la Ciudad de Cristal manejada por el Estado Único, han llevado hasta las últimas consecuencias los ideales de higiene, transparencia y efectividad social. Sus habitantes intercambian de pareja de forma aleatoria según una fórmula azarosa, evitando de esta forma lazos emocionales fuertes, las viviendas son transparentes, y todos los horarios, tanto de ocio, placer y trabajo, están estrictamente regulados.
¿Qué pasa? D-503, el narrador de esta distopía cuestiona las bondades de esta sociedad, regidas por un solo hombre representante del Estado, pues la felicidad ha sido delimitada a un conjunto de reglas inviolables: para frenar el descontento de los que se oponen al sistema, se les practica una lobotomía para erradicar para siempre la imaginación y la fantasía, consideradas como armas letales contra un sistema único que no da espacio para la individualidad y menos para las expresiones de amor o compromiso.

Rebelión en la granja, de George Orwell (1945)

¿De qué se trata? Se nos presenta una sociedad agraria compuesta por animales, quienes generan una revuelta para sacar a los granjeros humanos, bajo consignas de revolucionarias. La rebelión la encabezan los cerdos, los más astutos del grupo heterogéneo compuesto por ratones, gallinas, patos, perros, entre otros. Este grupúsculo, de forma muy honesta, plantea que como animales llevan siglos de sufrimiento, atados a la tierra y explotados por una clase inepta que los desprecia. Por ineptitud de los granjeros y la fuerte organización de los animales, se lleva a cabo una revuelta victoriosa: los granjeros se ven superados en la revuelta y huyen, quedando la granja en manos de los animales, quienes establecen nuevas normas de convivencia, disminuyen las horas de trabajo, y reparten de forma más equitativa los bienes.

¿Qué pasa? El grupo de los cerdos, luego de establecer un orden, comienzan lentamente a llevarse más privilegios que el resto de animales, considerando que ellos tienen más derechos al tener más obligaciones en la nueva sociedad que componen. Las ansias de poder y de tener más provoca una lucha intestina entre los mismos cerdos, agregándose una serie de componentes que terminan por socavar la graja idílica y convertirá en un lugar de muerte y horror: purgas, traiciones, creación de un enemigo externo, abandono de la agricultura en pos de la industrialización, vejaciones, crímenes, procesos injustos y ejecuciones crueles.

El eternauta, de Oesterheld y Solano López (1957)

¿De qué se trata? La historia parte en la casa de un guionista de historietas en un tranquilo barrio, el cual es visitado por un personaje llamado Juan Salva, quien se materializa ante sus ojos ¿qué busca aquel ser desconocido surgido de la nada? Afirma que viene del futuro y que está ahí para referirle sucesos de crisis que vendrán muy pronto, sucesos en el que la raza humana se encuentra en una lucha encarnizada contra fuerzas alienígenas.

¿Qué pasa? Durante la noche —todo esto lo relata Juan Salva al perplejo guionista— en la que se encontraba reunido con un grupo de amigos jugando truco, un corte de luz y una noticia radial los sumerge en una siniestra realidad: una intensa nevada ha recubierto toda la ciudad, nevada mortal que asesina en segundos a cualquier persona que la respire. Desde la casa del protagonista, los hombres comprueban que no sólo el silencio domina las calles: autos chocados reposan inmóviles entremedio de la calzada y un centenar de cadáveres recubren las avenidas.  En un punto crucial de la historieta, los protagonistas, atrincherados en su hogar con alimentos y bebidas para vivir tranquilamente, son asediados por los militares, quienes andan a la búsqueda de hombres sanos y fuertes para repeler el ataque. ¿Qué hacer? ¿Quedarse refugiado junto a su familia o dejarlos y embarcarse en la guerra? En ese dilema se desata toda la historia.

Memorias encontradas en una bañera, de Stanislaw Lem (1961)

¿De qué se trata? En un futuro sin libros debido a una catástrofe científica que aniquiló todo rastro de tejido vegetal, se intenta reconstruir la historia reciente de la humanidad, no sólo de la edad antigua o moderna, sino que de los últimos siglos. Para ello, se ha encontrado el diario de vida que relata cómo era la existencia en un mundo cerrado bajo tierra, un mundo controlado por militares y con una burocratización desquiciada bautizado como El Nuevo Pentágono, ubicado en algún lugar de las montañas

¿Qué pasa? En efecto, la obra del polaco bebe muy directamente de El Proceso de Kafka, el cual es el paradigma de las injusticias sociales son generadas no siempre por una mala voluntad en expreso, sino porque el sistema legal es incapaz, incompetente, que tienda a ser totalitario porque busca abarcarlo todo, pero se llena de trabas, se burocratiza hasta el hartazgo. En memorias, el protagonista del diario recibe una misión en la cual tiene que llegar hasta determinado lugar para investigar algo o alguien indeterminado, no sabe qué, sólo que debe avanzar entre el complejo laberíntico para atravesarse con hombres ocupados en tareas que desconocen. Nadie sabe qué está haciendo realmente, nadie entiende cuáles son sus reales propósitos, sólo la cárcel laberíntica es la realidad.

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick (1974)

¿De qué se trata? Un EE.UU de 1988 invadido por policías y militares, producto de una segunda guerra civil,  es descrito con perplejidad desde la perspectiva de un cantante famoso, que de la noche a la mañana parece ser que todo el mundo lo ha olvidado: siendo un don nadie, sin contactos, ni identidad, ni dinero, debe sobrevivir en los márgenes de la ciudad donde conviven las clases más bajas, compuesta principalmente por estudiantes universitarios y otros sobrevivientes que intentan eludir desesperadamente los constantes controles policiacos, moviéndose en estrechos edificios grises y tratando de llegar vivos al final del día. Además del control policial, se han llevado a cabo diversos experimentos, en especial la eliminación constante de la población negra, esterilizando a la población para que nazcan menos individuos de piel oscura, a cambio, claro está, de que no se pueda ejercer ninguna clase de violencia criminal hacia ellos, resultando en un paradojal retiro no violento programado de un grupo étnico completo.

¿Qué pasa? La novela deja entrever que el alto consumo de drogas, en especial las que tenía acceso el protagonista cuando era un famoso presentador y cantante (al estilo Luis Jara), además de provocar pérdida de identidad y brotes psicóticos, pueden alterar la realidad, pero también pone de manifiesto los privilegios de los que goza una elite, contrastado con la vida de semi-proscritos que llevan los marginados por un sistema policiaco y de hipervigilancia.

Respiración artificial, de Ricardo Piglia (1992)

¿De qué se trata? Junior, un periodista que se mueve en una misteriosa Buenos Aires, casi opresiva debido a una dictadura militar invisible, que no obstante se percibe bajo señales pero sin signos de violencias explícitos. La trama se inicia cuando Junior recibe un llamado acusando que existe una máquina capaz de generar ficciones que pueden suplantar la realidad o de generar relatos que no se pueden distinguir si son reales o simple ficción. Uno de esos relatos, grabados en un casete, son reproducidos: se relata con horror una matanza que podría ser humana o animal de forma muy ambigua.

¿Qué pasa?  Lo más difícil de precisar es realmente qué pasa. La trama principal se diluye y se va contaminando por relatos que parecen tener correlatos con la historia argentina de los años 20, una mención al escritor Macedonio Fernández quien parece ser central como ideólogo de La Máquina: tras la muerte de su esposa ha decidido crear una realidad paralela en la que tanto él como ella siguen vivos. ¿Pero qué hace la Máquina? La peligrosidad de ella radica en que, al igual que en la enciclopedia borgeana de Tlön, ésta podría terminar destruyendo el discurso oficial. “Todo poder político es criminal”, dice en una parte”, “el presidente está loco y sus ministros unos psicóticos.”

Bonus Track

Oink, el carnicero del cielo, de John Mueller (1997)

¿De qué se trata? Cómic que lleva hasta las últimas consecuencias la narración de una vida en una sociedad esclavista y controlada por una Iglesia degenerada y un grupúsculo de  tecnócratas con ambiciones ilimitadas. Para sostener este sistema, podrido hasta los cimentos, se ha creado al “obrero perfecto”, genéticamente y en laboratorios,  mezclando el ADN de cerdos y humanos, naciendo así una raza porcina con alta resistencia muscular y una inteligencia limitada, perfecta para la explotación capitalista.

¿Qué pasa? Oink, uno de los tantos obreros esclavizados, descubre la sarta de mentiras con la que ha crecido no sólo como invididuo, sino que su clase completa. El cielo, lugar en el cual se desarrolla la acción de la novela gráfica, es un lugar atestado de industrias, contaminación y hacinamiento absolutos, lugar que además está protegido por los ángeles, una especie de policía secreta represiva dispuesta a matar a cualquier que se oponga a cuestionar el sistema.

viernes, 18 de octubre de 2019

Mijaíl Bulgákov: ciencia y ficción en “Corazón de perro”

Editorial LOM
Corazón de Perro. Mijaíl Bulgákov
Traducción de Cristina Varas Lorenzo. 155 páginas.

Hubo una época legendaria en que las obras de los escritores eran revisadas con lupa por la censura: el peso gravitacional de una pluma reconocida era capaz de activar los servicios de inteligencia, y es conocido y sabido que muchos creadores sufrieron persecución, prisión, tortura e incluso la muerte, no sólo por el contenido de sus obras, sino por sus aproximaciones (y lejanías) a la política o al régimen de turno.

En efecto, se creía (y los hechos lo confirmaban) que un escritor o un artista podía abrir conciencias, sacar del letargo, mover masas, y ello podía redundar en que una figura se transformáse en enemigo público. En la actualidad cuesta encontrar a escritores que sacudan o impulsen movimientos; esa figura del artista como intelectual y agitador, de señores o señoras dispuestos a fulminar las buenas consciencias con sus libros, es más parte del imaginario cultural y del pasado que del presente mismo. “Que escriban y que publiquen lo que quieran”, parece decir la consigna neoliberal de los tiempos actuales, pues ¿quién los va a tomar en serio?, si al noventa y nueve por cierto de la población mundial no le interesa ni el arte ni los libros, y menos el pensamiento. ¿Es un tema de valentía? ¿De falta de canales para que un artista logre transmitir un mensaje incendiario?

Pero no hay que engañarse ¿por qué un artista o un escritor, tendría que transformarse necesariamente en el activista político de alguna causa? Ahí existe una trampa mortífera: Kafka no le mandó un garrotazo a nadie (aunque existen biografías que lo han querido unir con movimientos anárquicos o libertarios), y revolucionó para siempre la literatura. Pero en el caso de que un escritor busque apoyar o desautorizar regímenes políticos, no es dable preguntar también: ¿quién en su sano juicio querría que lo llevasen preso o a juicio por escribir alguna obra que atente contra el Estado o la moral? Ricardo Piglia lo miraba desde una perspectiva interesante. En sus múltiples entrevistas y discursos, alguna vez deslizó la idea de que soñaba con crear un libro para que lo metieran preso; ello sería la prueba irrefutable de que se trataba de una obra explosiva, una obra, como dijera el mismo citado Kafka, que fuera como un hacha que rompiese el mar helado interno que nos aturde. De ahí que la tipología arbitraria del escritor argentino cobra mucho sentido: si la obra es el crimen, el escritor el asesino (porque perpetra el crimen y esconde las huellas), la crítica por excelencia sería la policía, porque delimita, confisca, aísla, pasa por examen. 

Otros tiempos, otros crímenes, otras policías
   
El hostigamiento de gobiernos de derecha hacia escritores de izquierda, y de gobierno de izquierda a escritores de derecha, no fue una idea patentada por las dictaduras castrenses o soviéticas. Probablemente se inicia en los tiempos de la Inquisición, con los autores de libros de brujería o tratados heréticos, aunque ya nos alerta la historia que el emperador chino Shi Huangdi (260 a.C-210 a.C), mandó a quemar libros que contradijesen la grandiosidad de su imperio, y ello también implicó la muerte de intelectuales y artistas. La Unión Soviética fue, tristemente, un periodo de la historia rico en ejemplos de persecución contra artistas e intelectuales.

El caso de la URSS fue un caso especial: fue una época que coincidió con un despliegue y una inversión sin precedentes de los experimentos científicos, probablemente surgiendo como un nuevo ethos, un nuevo zeitgeist, o paradigma, que buscaba reemplazar a la religión por la ciencia, transformando ésta última en el dogma que edificaría al nuevo hombre, adoctrinado en las nuevas creencias que suplantarían toda “esa tontera religiosa” para dotar a sus ciudadanos con nuevos horizontes. No en vano, libros como la Biblia, El Corán o la Comedia de Dante, fueron prohibidos, requisados y sacados de circulación.

Corazón de Perro (1925) de Mijaíl Bulgakov, siendo una obra menor (¡pero vaya qué obra menor!), captó con mucho cinismo y agudeza aquel momento, retratando por medio de la sátira un culmen de acontecimientos históricos que se desarrollaban con inusitada velocidad en la URSS, y que recaían en la creación de un nuevo Estado con el revolucionario socialista a la cabeza.

El ideal científico de la revolución 
Como en la farsa teatral, los personajes de Corazón de perro atraviesan el libro a tropezones, hay confusiones de géneros (una mujer es vista como hombre) , hay amenazas veladas y explícitas contra cualquier gesto contrarrevolucionario, hay momentos carnavalescos que muestran las diferencias entre los socialistas, la gente de la calle y los intelectuales, e incluso hay una escena muy peculiar en la que un comité comunista busca expropiar algunos cuartos de una consulta médica, por considerar exagerado que un médico tuviese mucho espacio para tratar a sus pacientes. ¿Suena conocido? Todo, en nombre de la igualdad y del programa revolucionario.

Corazón de perro fue efectivamente censurada en su época (1925), pero logró sortear la censura gracias al método del Samizdat, como se le denominaba a toda la literatura requisada por el régimen, circulando de forma clandestina en formatos alternativos, como mecanografías artesanales o incluso copiadas de puño y letra.  La novela fue considerada como peligrosa, no sólo porque satiriza un momento político, no sólo porque tenga una fuerte vocación de documentar una época, sino también porque recurre a la especulación científica con fuertes reminiscencias del moderno Prometeo de Frankestein, vaticinando lo que ocurriría años más tardes en los laboratorios soviéticos: el experimento con animales y la reanimación de organismos muertos. Los experimentos reales del doctor Sergei Bryukhonenko salieron a la luz pública en los años 40 a través de un documental donde se mostraba, de forma orgullosa (porque se trataba de un avance de la ciencia), cómo hacían latir el corazón aislado de un perro a través de válvulas, o cómo mantenían una cabeza canina viva conectada a una máquina. 

En los años 50, otro médico ruso,  Vladimir Demikhov, llevó a cabo la cruel amputación de un perro pequeño para adosarlo sobre los lomos de otro, creando así un “supuesto” perro de dos cabezas. La perra Laika fue otro ejemplo de crueldad en nombre de la ciencia: fue enviada sin retorno en el año 57 en un transbordador al espacio donde habría muerto asfixiada o envenenada, según las versiones circulantes. Todos estos hechos fueron amparados financiados y premiados por las autoridades de la URSS, evidenciando que para ellos el sufrimiento animal se justificaba plenamente si se trataba de alcanzar el progreso científico.

Pero volvamos al libro. Corazón de perro parte como un cuadro costumbrista, donde el perro Bolita, en su propia voz, nos relata sus miserias y malquerencias por vivir en la calle, descritas como sucias, con seres humanos apáticos y deprimidos. Su suerte cambia cuando un hombre le ofrece una suculenta comida y se lo lleva hasta un consultorio médico, donde conviven varios científicos y criados que lo acogen con mucho cariño. Un cariño que no sería gratuito: la vida de Bolita cambia drásticamente: de ser un perro desarraigado, se convierte en un animal bien alimentado. No sin sorna, leemos sus pensamientos reflexionando sobre su nueva condición:
“Soy un perro señorial, un ser intelectual, que ha probado lo mejor de la vida. Además ¿qué es la libertad? Humo, espejismo, ficción…Delirio de esos demócratas desgraciados”.
Mijaíl Bulgákov
Líneas así, sumado a los abiertos ataques y ridiculización contra los bolcheviques, habrían provocado el fusilamiento inmediato del autor ruso (como ocurrió con sus contemporáneos Boris Pilniak e Isaak Bábel), pero la simpatía que profesaba Stalin con el autor ruso lo salvó del paredón, aunque sus últimos años fue víctima de un hostigamiento sistemático. De hecho, la novela que comentamos fue censurada y sólo circuló de forma clandestina entre las amistades del escritor (no se publicaría oficialmente hasta 1987).

Siguiendo con la trama, las verdaderas intenciones de los dueños de Bolita (a los que el perro los identifica como dioses), quedan descubiertas cuando lo someten a una brutal operación en la que le trepanan la cabeza y le injertan testículos humanos, con el fin de comprobar si las hormonas secretadas por las gónadas pueden convertir a un perro en un ser humano. ¿Ese lavado de cerebro, esa transformación bestial no hace referencia a la creación de un nuevo hombre por el mismo hombre? No nos olvidemos que Bulgákov era de profesión médico, por lo cual los detalles de la intervención quirúrgica con el perro Bolita es muy gráfico. Uno de los científicos, al ver que su experimento ha tenido éxito, reflexiona de forma casi mefistofélica:

"La hipófisis adaptada abrió el centro del habla en el cerebro del perruno y las palabras brotaron a chorros. Creo que tenemos un cerebro resucitado y desarrollado (...) ¡Oh, divina confirmación de la teoría evolutiva! ¡Oh, gran cadena desde el perro hasta el químico mandeleev!"
Bolita, tras varias semanas de cuidado, comienza a mutar en humano; su forma cambia y comienza su lento aprendizaje para insertarse en la sociedad. Su desarrollo tiene muchas escenas cómicas, como por ejemplo su afán por tragarse la pasta dental o tratar con palabrotas e insolencias a los científicos que han trabajado con su organismo. Naturalmente, el punto de vista de la novela cambia, ya no es el tierno Bolita que mira con cariño o temor a sus semejantes o a sus amos, ahora, como el niño que abandona la infancia o el adolescente que se sumerge en la adultez, la transformación implica abandonar esa mirada prístina. En efecto, el humano Bolita adopta rápidamente todas las taras de los hombres, y que nos hace recordar el proverbio que dice:
"Dale de comer a un perro tres días y te recordará por siempre. Dale de comer a un humano por tres días, y en tres días te olvidará."
Corazón de perro no sólo demuestra la engorrosa burocracia de los nuevos estamentos creados en la sociedad rusa, sino que además escenificó el afán enfermizo que se tuvo por crear a un nuevo hombre revolucionario, además de evidenciar la atracción mórbida de realizar experimentos con animales, todo en nombre de la revolución y de la ciencia. 
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