martes, 22 de agosto de 2023

Excritor fracasad@: sobre el enfrentamiento contra la Máquina


*Publicado originalmente en Pan Magaín, Número 4, noviembre de 2022


Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. 

                                ROBERTO ARLT




1. Estamos en una mala época para crear, estamos en una época en que los textos, las obras de arte, poco valen, y lo que cobra más valor que el texto es la signatura, la firma y la selfie del autor con su pedazo de cartón de hojas cosidas y las redes de contactos que nacerán a partir del gesto de publicar y, si tiene suerte, las ponencias y las charlas o talleres que surgirán en su entorno, lo que a su vez redundará en un séquito o una masa de lectores incondicionales que se postrarán ante el autor, leerán sus entrevistas y celebrarán sus ocurrencias, seguirán su vida en Redes Sociales y le pondrán like porque querrán ser cómo ellos, los elegidos. He aquí, señoras y señores, el destino manifiesto de un escritor triunfador. Pero a nosotros, que fracasamos a diario, queremos indagar en el otro lado, en el de los caballos que llegan a placé o que se rompen las patas antes de comenzar la carrera: los excritores fracasad@s.


2. «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor». La conocida frase de Beckett, quien por cierto sí supo de éxitos —ahí tenemos en su vitrina deslumbrante sus premios Nobel y Formentor, y sus ediciones en más de quince lenguas que se suceden año a año—, sumado a un éxito arrollador entre la crítica y el público. Predicar con la panza llena no cuesta, invitar a vivir en el espejismo, mientras se está parado en el oasis, ¿qué merito puede tener?


3. La literatura es la continuación de la guerra por otros métodos, pero a diferencia de las guerras reales, con muertos, heridos y hospitales de campaña, la guerra literaria se da como juego, es decir, se da en el plano simbólico. Dentro de este marco existirían dos tipos de combatientes: los que abandonan su proyecto literario en pos de una vida mejor, y los que abandonan una vida mejor por seguir un proyecto literario. ¿Vale la pena? La cruda verdad es que ni los Estados están dispuestos a expropiar toda la literatura para preservarla (sería imposible, los recursos no son infinitos), ni los privados financiarán proyectos que no traigan consigo ventas aseguradas.


4. Los amigos al interior de la literatura deberían buscarse como amigos antes que como literatos. La literatura es un campo de batalla con sus generales y sus ejércitos. No existe nada menos colaborativo que la literatura: adentro abundan las traiciones y puñaladas, envidias y resquemores. No en vano existe una larga tradición de escritores soldados (Cervantes, Ercilla, Musil), que a su vez tienen como antecedente literario a Homero, que no sabemos si fue soldado, pero que, en dos sendos poemas, cantó a la guerra y fijó las bases de una escritura «de hechos imaginarios», que fermentó durante siglos un sedimento poético y de historias hasta germinar en la actual literatura moderna, que como concepto y objeto de estudio formal ni siquiera llega a los tres siglos.


5. Con el arribo de microeditoriales y el abaratamiento de los costes, se ha conseguido democratizar la publicación de autores, pero, sospechosamente, los índices de lectoría no aumentan. Habría que preguntarse por las condiciones materiales en que estas empresas desarrollan su actividad: ¿cobran a los autores?, ¿cuánto?, ¿pagan por tener premios o por aparecer en medios publicitarios?, ¿publican lo primero que le ponen en la mesa o eligen con pinzas sus proyectos? Pero estas preguntas deberían generar otras, más acuciosas y temibles pues apuntan al trabajo escritural del mismo autor. ¿Qué valor tiene mi escritura frente a la tradición?, ¿mi obra entrega un punto de vista novedoso o diferente respecto a todo lo publicado?, ¿escribo francamente para entretener, para aleccionar, o por mera vanidad?, ¿voy a hacer talar un árbol porque creo que bajo mis parámetros lo que voy a publicar merece ser leído?


6. Hasta antes de la invención de la imprenta, e incluso durante su primer siglo de funcionamiento, los autores copiaban sus obras a mano; incluso durante las representaciones teatrales existían escribas que anotaban rápidamente lo que sucedía para luego transcribirlas en pliegos y venderlas para su representación. El caso de Luis de Góngora fue excepcional: en vida, apenas vio publicado sus versos, y en papel impreso, apenas en ediciones conocidas como selvas poéticas, una suerte de libros colectivos o compendios en los que muchos poetas dejaban impresas partes de sus obras. El resto de su obra circuló de mano en mano, en copias manuscritas, y la impresión, que le fue muy esquiva, apenas se materializó en la etapa final de su vida.


7. ¿Cómo fue posible que un escritor casi sin publicaciones siguiese impactando cuatro siglos después?, ¿dónde está la cuestión numérica?, ¿dónde está el fracaso?, ¿cuál fue la receta de Luis de Góngora?, ¿fueron más amigos de Góngora Sor Juana Inés de la Cruz o Lezama Lima, que sus propios contemporáneos?


8. A los futuros excritores fracasades en los talleres de excriture, nunca les dicen que la literatura está llena de mártires, pero también de prisioneros, muertos y locos, sobre todo de locos suicidas. No vaya a ser que la clientela se espante.


9. Se avizora un futuro posestatal (que es el verdadero posapocalipsis) en que los Estados nacionales se fragmentarán en colonias o quedarán sujetos al capricho de corporaciones. El excritxr, además de hacer gala de su ignorancia adoptando modas ortográficas e ideológicas, tendrá que adoptar nuevas estrategias para su supervivencia: asistir a ferias, dictar talleres, convertirse en youtuber, y usar tácticamente las Redes Sociales, es algo que ya se estila. En un futuro sin Estados, la única soberanía recaerá en el poder del dinero, y la mercantilización de la obra dependerá exclusivamente de las redes de contactos y de la imagen que transmita el excritor: tener cuentas en PornHub y Onlyfans son interesantes nichos a los que podrá abocarse.


10. Y. Dónde. Están. Los. Textos. Dónde están. Dónde Están los. Textos. Párrafos cortos, nada de frases subordinadas y barroquismos, hay que escribir plano y rápido, en fácil, que la experiencia sea homologable a un videoclip, no vaya a ser que los lectores se aburran. Fácil, y con escenarios reconocibles y periodos históricos: si se excribe desde Chile hay que hacer un repaso a la Dictadura, la Transición y la literatura de los hijos.


11. Nichos. Todos son nichos. Y nicho huele a yeso, a hoyo. Nicho es una palabra blanca y olorosa que remite a cementerios. Un ejemplo de nicho: un excritor irá al pueblo más desconocido del mundo, y podrá escribir una obra ambientada ahí mismo, por lo que asegurar el 10 % en ventas del total de la población de ese hipotético pueblo, no es descabellado. Si ahí viven diez mil habitantes, un tiraje de mil copias podría acabarse en un año, o inclusive podría llegar a una segunda o tercera o cuarta edición, si edita de a 200 o 300 ejemplares.


12. Con el tiempo, incluso antes de muerto, puede que el excritxr sea declarado hijo ilustre o termine bautizando el nombre de alguna callejuela o plazoleta.


13. ¿Y dónde están los textos? Naufragando, debatiéndose contra los monstruos marinos colosales en una contienda desigual; a Moby Dick le bastará con un solo movimiento de su cola para quebrar cualquier librito pretencioso, y el gran Cthulhu, con un solo chapoteo y un batir de olas, arrojará cientos de textitos contra un arrecife repleto de joyas y animales milenarios.


14. El tiempo corroe a la escritura, al grado tal de volverla ininteligible, apolillada y muerta. Y no habrá monjes encerrados en monasterios rescatando la memoria de la tribu. El pobre texto fracturado, enmohecido, aleteando con dificultad frente a la isla del Diablo, recibirá desde un ángulo desconocido el certero golpe de la crítica, arpón macilento o poderoso, pero golpe al final, que será la demolición certera proyectada desde las sombras más gélidas y terroríficas del Señor Inexistente, ese ente capaz de mover su capa y su sombrero para borrar al texto de la faz de este mundo y condenarlo a las mazmorras de los libros de saldo que nadie quiere o busca, a los nichos donde vegetarán acumulando moho y polvo, o que se rematan o se regalan porque se presume (y no siempre sin equivocación) que se trata de los desechos tóxicos e inservibles que acumula la indestructible máquina literaria.


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