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viernes, 25 de mayo de 2018

Arthur Machen y sus impostores: la verdadera pesadilla del mundo

Editorial Emecé
Los Tres Impostores, Arthur Machen
1era Ed. 1895. Versión revisada 1947.
Traducción: Benjamín Hopenhayn

En algún momento la novela realista se robusteció, a tal punto, que se convirtió en una suerte de horizonte para la industria del libro y su clientela, que ávida, comenzó a demandar en grandes cantidades libros que poseían tipos móviles seriados. Esto redundó en que se crearan reglas para contar una historia, lo que pudiendo ser una mera estrategia para encarar un texto, se convirtió en regla, y de la regla pasó rápidamente a la fórmula. Podían ser dramas sociales, aventuras fantásticas, romances lacrimógenos,  o lo que la imaginación del autor de turno quisiera narrar. La idea modular era contar una historia lineal, con una progresión in crescendo y ojalá con final cerrado, todo amarrado en una forma que fuera susceptible y aprehensible tanto para la crítica como para el lector. Novelas que se entendieran, que dentro de su caos, fueran siempre armónicas. 

En la imaginaria guerra de las maneras de escribir una historia, fue la novela del siglo XIX la que triunfó, y la que ha venido hincando con fuerzas las formas masivas de consumir (bórrese de adrede la palabra leer) un libro, siendo ésta la ramera más apetecida por la industria del libro, la cual ha intentado por todos los medios y fuerzas replicar hasta el hartazgo. Como en toda guerra, esta tuvo generales, y fueron generales grandes, de primera línea. Los grandes maestros del XIX, como Balzac, Dostoievski o Flaubert, imprimieron su sello a esta novela realista y decimonónica; tuvieron distintivos de alta originalidad (por algo son leídos después de una centuria), pero que de forma paradójica han sido clonados, repetidos y homenajeados hasta la saturación, no dejando ver otras obras de la misma época, como por ejemplo Los tres impostores, novela publicada en 1895 por el escritor galés Arthur Machen, trabajo que comentaré en estas líneas.

¿Qué hace que Los tres impostores, una novela que bordea las 200 páginas, sea postulada como una rara avis? Su innovación no está en su lenguaje —que por cierto es prístino y poético, pero sin las torceduras y giros que imprimirían más tarde un Joyce o un Proust— sino en su estructura: adopta una forma concéntrica y de muñecas rusas, que tampoco era imposible de imaginar en aquellos años, teniendo en cuenta que Los cuentos de Canterbury, o el mismísimo Quijote o Hamlet, llevaban siglos amontonando polvo con sus innovaciones en el relato. No obstante Machen, como un esteta y un buen observador de la realidad, supo imprimirle su propia rúbrica, y en vez de repetir una novela al uso, imaginó e inventó una literatura alterna, que aún leída hoy, luce más brillante y jovial que cualquier tocho o novelucha amontonada en la mesa de novedades.

En Los Tres Impostores hay de fondo un Londres que busca plasmar los barrios bajos, con casas destartaladas y callejones oscuros (sí, esa niebla flotante y esa decadencia ilustrada y revisada hasta el cansancio en la imaginería de las calles que recorrió el mítico Jack El Destripador), pero sobre ese fondo se urde la historia de dos caballeros y una dama (los tres impostores), que en un comienzo luce bastante confusa: empieza con un diálogo entre ellos repleto de sobreentendidos, pues se habla de un cuarto hombre, descrito como de enormes gafas y curiosas patillas, que por algún motivo ha sido perseguido y encontrado. ¿Ha cometido algún crimen? ¿Y quiénes son sus perseguidores? En un segundo plano, descrito de forma muy cinematográfica, dos paseantes que al parecer nada tienen que ver con esa conversación, atraviesan la escena y se apropian del foco narrativo;  rápidamente pasamos de los tres conspiradores celebrando algo que desconocemos, a saber más de los paseantes, saltos que serán la tónica en una novela de novelas, una suerte de Mil y una noche en miniaturas, porque antes que nadie, Machen pareció comprender algo decidor en el arte de la novela que vendría.

UNA NOVELA DEBE CONTAR MÁS DE UNA HISTORIA

Aquella idea la propuso Piglia cuando se le consultó por los múltiples laberintos tejidos en una de sus obras maestras, La Ciudad Ausente. Al revés de su Tesis sobre el cuento, donde elucubra que un relato literario efectivamente debe contarnos más de una historia, en su propuesta novelística subyace el contraataque a la manoseada y asfixiante novela decimonónica: es necesario contar varias historias y no sólo una, que se superpongan o se contradigan, que se completen o se fracturen, que se aíslen o se colonicen, con la finalidad de crear un disparador de historias condensadas que se van abriendo de cara al lector. Se trataría pues de una novela proteica, o multiforme, que bien pergeñada crearía un efecto unitario, y no como una mera acumulación de relatos cosidos a la fuerza. 

Esto lo entendió Machen antes que nadie, y es por eso que al seguir las páginas de Los Tres Impostores, descubrimos que la historia va cambiando su foco, para abrirse en cada capítulo a nuevas historias, disonantes y extrañas, todas con un tamiz de horror y de sobrenaturalidad evidente. El hilo conductor de esta imaginería no es otro que el de los dos caballeros ingleses señalados en el comienzo, Mister Dyson y Mister Phillips (los que nada tienen que ver con los impostores) ambos pintados como señores, que sin ser acomodados, pueden entregarse al ocio gracias a generosas herencias, una fantasía muy en boga y codiciada por los artistas de aquellos años, goce que albergó su forma en la figura del dandismo y en el flâneur.  

De entrada, ambos hilos conductores (habrá que resistirse a llamarlos como protagonistas) son presentados como opuestos complementarios:

"Había un agitar incesante de fórmulas literarias: Dyson exaltaba los derechos de la imaginación pura; en tanto que Phillipps, que era estudiante de ciencias físicas, insistía que toda literatura debía poseer una base científica."  

Imaginación y base científica serán los polos que se irán alternando en esta novela de novelas (en miniatura), con historias que van saliendo de la misma boca de los impostores para referirnos rituales y ahorcamientos en los valles del oeste estadounidense, la investigación de un científico obsesionado con las antiguas tradiciones sobre duendes que lo lleva a páramos antiguos y desolados de Inglaterra, o la renombrada Novela del polvo blanco, la que narra los trágicos sucesos de un estudiante de derecho, que por llevar un tratamiento médico para curar su “neurótico aislamiento del mundo”, termina sus días envuelto en una terrible pesadilla, que prefigura en décadas a las ficciones lovecraftianas.

“EL UNIVERSO ES MÁS ESPLENDIDO Y MÁS TERRIBLE DE LO QUE SOLÍAMOS SOÑAR”:

Dice en una parte de Los Tres Impostores uno de los atormentados personajes que narran su desdicha. La filiación de Lovecraft con Machen es reconocida por el mismo vate de Providence en su Ensayo El horror sobrenatural en la literatura, y no puede ser de otra forma. Machen, que frecuentó sociedades ocultistas (fue miembro de la Golden Dawn), no tuvo reparos para dar un paso al costado a estos grupúsculos, por considerarlos depositarios de falsarios y charlatanes. No obstante, en vez de abrazar un materialismo fanático, optó por un escepticismo moderado que se ve cristalizado en la novela comentada. Así, vemos como los caballeros ingleses ociosos se van topando con situaciones inusitadas, que hace pensar que detrás del entramado de aquel Londres, existen fuerzas ocultas y sociedades operando, tamizado por dos ideas centrales: la primera, es que existiría un ocultismo basado en supercherías y mesmerismos de opereta, y la otra, es que lo sobrenatural realmente existe, pero subyace oculto entre leyendas y mitos que podrían esconder, a través de la parodia, una verdad, un terrible conocimiento que es mejor que circule fuera de nuestras conciencias. 

Y así como existen malos libros que se borran rápidamente de nuestras memorias, hay otros que se quedan ahí, activando algunos sentidos abotagados. Lo que nos hace llevar a pensar, como dice una señorita muy perspicaz en Los tres impostores, que no siempre sabemos de dónde viene lo que nos aterra (y los que nos obsesiona):

"Si yo supiera a qué hay que temer, podría guardarme de ello: pero aquí, en esta casa solitaria, cercada por todos lados por antiguos bosques (...) el terror parece saltar absurdo, de todos los rincones, y la carne se encoge, despavorida ante los murmullos indistintos de cosas horribles".

Y esa casa solitaria probablemente nos siga a todas partes.
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