lunes, 12 de junio de 2023

NOTAS SOBRE LA LITERATURA FANTÁSTICA ESPAÑOLA *

 *Publicada originamente en Revista Ciudad de los Césares N°135



“Estas robustas matriarcales encinas castellanas, de secular medro, que van siendo sustituidas -¡lástima!-por esos pinos quejumbrosos

Miguel de Unamuno

1.

La literatura española no se desarrolla ni deja sus mejores frutos hasta el fin de la reconquista y el proceso de unificación de los reinos, con la expulsión de los moros y la consiguiente expansión imperial en América. Hay un paralelismo, entre apogeo y decadencia histórica que se trasluce en las letras: es en el Siglo de Oro donde la literatura española esplende con su máxima originalidad, y es sabido que después del oro viene el crepúsculo con la consiguiente oxidación de metales menos nobles. ¿Cómo y en qué medida penetró lo fantástico en el ámbito español y cuál fue su legado?

2.

Existe una gran distancia entre las primeras ideaciones de lo fantástico (con Nodier y Poe a la cabeza) y los primeros escritos de corte fantástico, que ya aparece en estado avanzado con Homero y su mundo de héroes, dioses y semidioses agónicos. La definición genérica de lo fantástico es conocida: se trata de la irrupción de un elemento sobrenatural en la realidad que representa la ficción, pero junto a Ignacio Valente decimos “no confundir fantástico con maravilloso”, pues como remarca el padre chileno, donde lo fantástico implica una transgresión de los límites de una realidad, tornándola extraña y asombrosa, en lo maravilloso es normal volar, transformarse en conejo o respirar bajo el agua; clarificamos, porque el fin de estas notas es pensar en torno a lo fantástico —y no en lo maravilloso—, en un tiempo acotado, desde la formación de los primeros reinos castellanos, hasta el fin del Antiguo Régimen, coronado con la Revolución Francesa y la posterior disolución del imperio español.

3.

Cabe preguntarse: ¿qué era para el hombre medieval (o del Antiguo Régimen) lo fantástico y la realidad? No es casualidad que la teorización de lo fantástico tenga pocos siglos de desarrollo, pues sus matrices se configuran con el auge del iluminismo ilustrado del siglo XVIII, momento en que surge una nueva razón que expulsa a Dios del paraíso de la filosofía natural, ya sea por vía protestante (la teología de la cruz luterana que impide cualquier conocimiento fuera de Dios), o por la vía atea e iluminista, donde lo irracional se convierte en un enemigo, en una amenaza que impide comprender a la naturaleza y al cosmos, ya no más como emanaciones o manifestaciones divinas, sino que ahora como máquina o mecanismo de relojería que solo la ciencia puede desentrañar. Contrario a lo que afirmaban los ilustrados—con altas cuotas de desprecio—, el hombre del Antiguo Régimen sí tenía una razón definida, sabía diferenciar claramente entre historias que eran pura entretención y los hechos reales, con la salvedad de que no dudaba de la divinidad de Jesucristo y su ascensión a los cielos, y tendrá por verdaderos los milagros de los santos. El hombre (pos) moderno destierra a la religión del campo del saber por considerarla oscurantista, y en su lugar pondrá a la ciencia, la única vía posible de conocimiento, junto a la democracia (de todo pelaje) como único método de ordenación política en el mundo.

4.

“Sin límite real”, fue el eslogan del Congreso Futuro celebrado en Chile durante enero de 2023, que más que una asamblea de sabios para discutir el presente y el futuro de la humanidad, se trató de una maquinaria política financiada por ONGS y empresas privadas para imponer sus agendas y sus métodos de ingeniería social para amoldar y direccionar el trabajo científico, en consonancia con los intereses de una élites globalistas. Cabe preguntarse: si no hay límites (de lo real) entonces, ¿todo está permitido?

5.

El mundo del Antiguo Régimen no operaba “sin límite real”, sino que a la inversa, funcionaba “sin límite fantástico”: la razón se limitaba a los espacios observables, demarcados por un avance acumulativo que dominaban las gentes doctas, y los descubrimientos se instalaban en un horizonte que tardaba décadas en ser admitidos como verdades por el pueblo llano. Lo que no se podía cuantificar y observar no era desechado, como lo hace el hombre moderno, sino que al revés, era reinterpretado de manera simbólica, ya sea a través del pensamiento religioso (mítico) o poético (alegórico): fuera de la realidad observable podían existir islas voladoras y monstruos, o Dios se podía manifestar violando las leyes de la realidad, no porque la realidad careciera de límites (al contario, estaba muy demarcada), sino porque la imaginación y lo fantástico convivían con la realidad y se introducía en ella: los fenómenos eran susceptibles de ser explicados, pero a nadie se le ocurría que mediante la sola razón todo podía ser explicado.

6.

¿Qué duda cabe que a fines de la Edad Media no operaba la razón, si fue la época en que se desarrolló la navegación como nunca antes, sumado a otros inventos como el astrolabio, el cuadrante, el cristal o los relojes mecánicos? Los errores de cálculos —que los había, los hay y habrá—podían terminar en naufragios, por lo que el navegante además de encomendarse a un santo patrono, también debía encomendarse a su ingeniero. La imprenta, otro invento a mitad de caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna, posibilitó dotar de un nuevo estatuto a la literatura, que saltó de la oralidad y del púlpito con los exemplum de los sacerdotes (historias fantásticas aleccionadoras que se relataban a los fieles en misa), a la confección en serie en formato mayor de los Libros de caballerías, esos mismos que enloquecieron a Don Quijote, no sólo por sus historias desbocadas de inmenso heroísmo religioso, sino también por su hechura en tapas de cuero y sus bellas ilustraciones interiores y letras capitales.

7.

Ya con la entronización de Alfonso el Sabio  (1221-1284) existía en la Península una gran afluencia de culturas, principalmente judíos, moros y cristianos, aportando desde sus diversas tradiciones saberes y relatos orales que serían el sedimento del posterior desarrollo artístico y científico. Obras castellanas del siglo XIII como el Barlaam y Josafat, o Calila e Dimna van más allá, pues se trata de reelaboraciones de textos de la India y del Lejano Oriente que se remontan a la aparición de Buda, cristianizados para adaptarlos al gusto local de la época, con relatos donde asistimos a la transfiguración de un ratón en mujer, fábulas de animales parlantes (en la mejor tradición de Esopo) o la historia[1] que prefigura en un milenio a Kafka en la cual existe un reino donde todos los años coronan a un rey plenipotenciariamente, para luego despojarlo y lanzarlo desnudo a una isla, donde van a caer todos los otros reyes desechados. Esta conjunción de tradiciones y saberes fue única en su tiempo y en el mundo, lo que posibilitaría en gran medida que siglos más tardes se desarrollara la literatura más poderosa y original de la historia con el Siglo de Oro, que más que una confluencia de genios de manera espontánea, se trató de un largo proyecto político y de conformación de un imperio, junto a otros sedimentos artísticos y científicos que fermentaron, dando su savia.

8.

Otro afluente importante es la religión católica, especialmente con las vidas de santos y los Libros de caballerías ya mencionados. “Libros” y no “novelas” porque conceptualmente aún no aparecía la novela moderna; se trataba de creaciones renacentistas que se desarrollaron con la imprenta y que estaban escritos con un lenguaje arcaizante para recrear una Edad Media idealizada; se estructuraban de manera similar a las crónicas, como se les conocía a las historias verídicas frente a las narraciones inventadas, y por supuesto, estaban salpimentadas con hechos fantásticos que relataban con lujo de detalles la oposición entre el bien y el mal, en la que el demonio y sus huestes se enfrentan contra los representantes de la luz, y en la que el andante caballero, a imitación de Cristo, debía liberar o destruir algún mal que aquejaba a alguna viuda, a un pueblo o a un reino entero.

9.

Jardín de Flores curiosas, de Antonio de Torquemada (1507-1569), amplía el mundo de la fantasmagoría y de los espíritus. Se trata de un libro misceláneo, una suerte de repositorio de fantasías. En el relato Visiones o fantasmas que vio el hidalgo Costilla patentiza que la existencia de seres de ultratumba no era creído a pie juntillas: ante las apariciones en la bruma de un jinete misterioso, el narrador nos explica que fantasma deriva de la palabra “fantasía”, y que la explicación de aquellos fenómenos podrían remitirse por algún humor melancólico, un eufemismo para llamar a la locura.  Otra narración, El oficio de un difunto es una auténtica obra maestra en la que se nos relata los amoríos de una monja con un noble—y nótese que fue escrito en pleno apogeo de la Santa Inquisición– quienes consuman su amor en el mismo monasterio a altas horas de la noche; en uno de sus tantos escarceos, el noble no encuentra a su amante y en su lugar se topa con un grupo de frailes con las candelas encendidas y en actitud piadosa, afirmando que velan a un difunto: el muerto es el mismo noble, quien como atrapado en una pesadilla, asiste a su propio entierro.

 

10.

La fe católica, tan presente en los autores del Antiguo Régimen, y con los tribunales de la Inquisición encima, no fueron impedimentos para ilustrar en toda su magnitud al pecado. Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), contemporáneo de Cervantes, no tuvo ningún problema en narrar el incesto de una madre con su hijo en La mayor confusión, en plan realista. Pero la moral y el vicio, no le fueron ajeno al mundo fantástico, como ocurre con La peregrina historia de Ludovico, del mismo autor. Trata de un hombre ocioso, adicto al juego y a la buena vida, quien secuestra del convento a una monja, prima suya para colmo de males, a quien enamora tras galanteos y requiebros, escapando con ella para luego obligarla a la prostitución con tal de conseguir algún dinero. La abyección de Ludovico no tiene límites: de jugador, vicioso y vividor de mujeres, pasa a asesino a sueldo, pero la aparición de una figura de ultratumba le carcome la conciencia de tal modo, que opta por desandar su camino criminal buscando refugio y perdón en un convento, historia que transmite de manera ejemplar el don de la redención, aunque se haya tenido una vida obscena y descarriada.

11.

Los grandes del siglo de Oro, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Quevedo o Góngora, introdujeron elementos fantásticos en sus obras, aunque por supuesto, son estudiados y reconocidos como clásicos, y a muy pocos se les ocurriría ubicarlos como antecesores del fantástico moderno. Pero hay otros nombres: ¿quién recuerda a María de Zayas Sotomayor (1590-1647), autora de novelas truculentas con aparecidos, ritos satánicos y locura vesánica que habrían querido escribir un E.T.A. Hoffmann o un Maupassant? ¿O Fray Pedro Simón (1574-1628), quien imaginó monstruos devoradores de hombres en Las Amazonas y otras fantasías? La misma literatura caballeresca ha sido desahuciada  —salvo honrosas excepciones—del estudio de los clásicos[2], y ni qué decir de reediciones, esporádicas y aisladas, obras que perfectamente podrían rivalizar en cuanto invectiva e ingenio con otros autores anglosajones, que en la actualidad abarrotan las librerías y lideran las ventas.

12.

El desarrollo de la literatura fantástica anglosajona tiene sus raíces fantásticas ya desde Shakespeare, con sus sombras, brujas y fantasmagorías, imbricación que sin duda potenció e inspiró a otros autores determinantes en las letras universales. ¿Y España? A vuelo de pájaro podríamos decir que no produjo una literatura fantástica importante, desarrollando con más potencia otras expresiones, como la picaresca o la pastoril, desembocando en los últimos siglos en un realismo de corte naturalista que ha proyectado su sombra hasta entonces: estas notas lo desmienten, pero el camino es arduo. No fue el caso de Hispanoamérica, más receptiva a influencias francesas e inglesas, la cual sí desarrolló una literatura fantástica reconocida, que como estrategia de marketing fue bautizada de manera insulsa como realismo mágico, literatura que tuvo como máximos exponentes en el siglo XX a Rulfo, Borges, García Márquez o Lezama Lima, por nombrar a algunos, pero que en términos generales, se trata de una literatura que aún no termina por germinar ni de ofrecer sus mejores frutos, acaso porque todavía, como hispanoamericanos mal conceptuados como latinoamericanos, seguimos admirando los pinos foráneos sin ver la exuberancia y el frescor de la sombra que producen las encinas castellanas.

 

Bibliografía básica recomendada:

Alvar. C y Lucía Megías. J.M. (2016). Libros de caballerías castellanos. Una antología. España: Penguin Clásicos.

Ariza, M. y Criado N. (1998) Antología de la prosa medieval. España: Biblioteca Nueva.

González de Vega. G. (2015) El Demonio Meridano. Cuentos fantásticos y de terror en la España del Antiguo Régimen. España: Miraguano Ediciones.

González de Vega. G. (2017). Doncellas y dragones. Antología de cuentos de los libros de caballerías. España: Miraguano Ediciones.

Rodríguez de Montalvo. G. (2008). Amadís de Gaula. España: Cátedra

Lacarra, M.J. (2012). Cuentos de la Edad Media. España: Castalia Ediciones.

Viña Liste, J.M. (2001). Textos medievales de caballerías. España: Cátedra.



[1] La historia aparece en español moderno con el título “El rey por un año” en Cuentos de la Edad Media, Castalia Ediciones (2012) al cuidado de María Jesús Lacarra.

[2] El sitio www.cervantesvirtual.com cifra en 75 los libros pertenecientes al género, de los cuales apenas un puñado, como Amadís de Gaula, Tirante el Blanco o El caballero Zifar cuentan con ediciones regulares. Hace al menos una década, el Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares ha emprendido la hazaña editorial de reeditar otras obras, pero su alcance y difusión ha sido limitado, sobre todo para esta parte del mundo.


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