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God Blessed the Seventh Day and Sanctified It. William Blake |
Editorial José de Oñaleta
El científico y el Santo, de Avinash Chandra
1era. Ed. en español. 2016. 777 páginas.
Es común escuchar a muchos
científicos hablar en términos despectivos de la religión —cuando no de forma
hiriente o agresiva— para desmontar algunas ideas superadas por la evidencia,
como las que presuponen que la religión promueve, como lo es la creación del mundo en siete días, la datación errónea de los años de la
Tierra, o la existencia de un espíritu o
un alma. No siempre fue así. Grandes referentes de la ciencia como Kepler, Galileo o Newton, paralelamente a su
carrera científica se acercaron al misticismo, a la alquimia o a la astrología,
cultivando estos conocimientos que siglos más tardes serían anatemizados desde
la misma ciencia. Probablemente, como nunca antes en la historia, estamos
experimentado una concepción del mundo totalmente materialista y mecanicista, donde sólo
los fenómenos observables y cuantificables tienen validez, un momento en que
las iglesias del mundo se tambalean por diversos casos de corrupción y de
degeneración en su mismo seno, y paradojalmente, son las creencias New Age y
progresistas las que están llenando estos vacíos para reemplazar al pensamiento religioso con un conjunto
heteróclito de conocimientos dispersos, sin unidad y sacados de contexto, como lo son
el yoga empresarial, la alimentación sana o la adivinación por medio del
Tarot, experimentándose estas prácticas por medio de gurúes
autoproclamados, o a través de libros de
autoayuda disfrazados de conocimientos profundos y complejos
¿La ciencia tiene límites?
Avinash Chandra realiza un
trabajo titánico en El científico y el santo, al examinar el estado actual de
la ciencia y de la espiritualidad, no presentando ambas dimensiones como
contradictorias y excluyentes, sino que explicando por un lado las principales
bases de la ciencia moderna y sus paradojas, y por otro, repasando las
principales particularidades de las corrientes religiosas más extendidas por el
orbe, como lo son el cristianismo, el islamismo, el judaísmo, el budismo y el
hinduismo (con sus diferentes escuelas), para intentar comprender cómo, en qué
momento, el avance científico asedió dominios que antes no le pertenecían,
pasando de ser una herramienta para mejorar nuestras condiciones materiales,
hasta posicionarse de forma dogmática como la única visión del mundo válida,
intentando explicar el origen de la vida o del
universo, o peor aún, esgrimiéndose la idea de que la ciencia es la única fuente posible de conocimiento, omitiendo otras formas intuitivas y asentadas en la sabiduría, como las artes,
la filosofía o el misticismo.
La ciencia es la nueva religión, sus teorías los nuevos dogmas, sus
representantes la nueva clase sacerdotal
Los principales paradigmas que
son analizados y desmenuzados en el
libro son la concepción mecanicista del universo, la teoría de la evolución de
las especies con el darwinismo a la cabeza, pasando por el freudismo, el
neo-darwinismo y la consiguiente tecnificación del conocimiento lógico. El nexo
común de estos saberes es la interpretación de la realidad, la cual siempre
parte de “abajo hacia arriba”, de la molécula, del sexo o las condiciones
materiales para explicar el conjunto o el todo. Para los evolucionistas la vida se originó a través de organismos
pluricelulares que a partir de mutaciones generaron seres más complejos hasta
dar con el animal vertebrado y luego el hombre. Para el freudismo todas las
patologías radican en problemáticas sexuales no resueltas. Extrapolado al
marxismo (otra tesis materialista), el devenir de la historia y todos los
problemas económicos y sociales tendría su origen y resolución únicamente en la
administración y producción del capital.
Todo misticismo y pensamiento
religioso opera a la inversa: postula que venimos “de arriba hacia abajo”. En
vez de presuponer que somos originados por una partícula o que nuestra sexualidad nos determina como
seres humanos, más bien seríamos la creación o la manifestación de algo sagrado,
ahí donde se une el misterio y lo incognoscible. La concepción materialista y
mecanicista de universo (como un gran reloj compuesto de partes
interconectadas) se empeña en afirmar en que sólo la ciencia puede explicar nuestro origen en
una línea evolutiva que va de lo salvaje o lo rudimentario, hasta lo
sofisticado e intrincado, ideas que para los antiguos sonarían apócrifas, pues para ellos descendíamos de los héroes y de los Dioses, no de un mono o una molécula. De las concepciones mecanicistas, expone el
libro, se desprende un importante
corolario:
Si el materialismo fuera correcto, a lo sumo podrían producirse seres mecánicos. Pero, ¿cómo surgiría la mente y los pensamientos abstractos? ¿Cómo surgiría la consciencia, que permite la creación del conocedor? Y, paradójicamente, ¿por qué existiría la muerte? ¿Por qué estarían el envejecimiento y la muerte programados en todos los seres vivos?
La neurociencia avanza por el
mismo camino que ha señalado el materialismo científico, presuponiendo que la
mente es una especie de computador con complejos algoritmos que aún no se han
descifrado, pues sus redes neuronales están en proceso de estudio. Las
investigaciones en torno al genoma también han sido pretenciosamente
deterministas, al querer afirmar que en su contenido podría revelarse todo el
devenir de un organismo. Ni la una ni la otra consideran a la consciencia como un
fenómeno total, sino sólo de forma parcial y a posteriori, algo que surgió
exclusivamente en los seres humanos por un intrincado proceso de mutaciones y
adaptaciones, que de la noche a la mañana trajo consigo el fenómeno de la
consciencia.
Algo semejante ocurre con la
teoría de la evolución de las especies, y es que finalmente se rechazan las
tesis creacionistas, porque la creación implicaría un plan divino, y un plan
divino implicaría el diseño inteligente de un ser superior; más cómodo para los
evolucionistas es suponer que la vida surgió de una combinatoria azarosa, que
mixturada con condiciones de adaptaciones medioambientales y la lucha del más
fuerte, fueron los verdaderos agentes que trajeron consigo la aparición de la
vida y la diversidad de las especies. No es azaroso —para aplicar la misma
concepción darwinista— que esta tesis (esta bien llamada ideología darwinista,
puesto que implica una filosofía y una forma de entender que
excede a lo meramente biológico) haya surgido en una época de efervescencia de
la revolución industrial, en la que el tiempo mítico ha sido completamente
abolido para ser reemplazado por un tiempo lineal, en la que todo debe
encausarse hacia una finalidad, hacia un utilitarismo evidente y provechoso
para la sociedad y sus partes. Los antiguos no estaban encerrados en una
concepción del tiempo lineal; existía una era pérdida en las negruras del abismo
donde se desataban las cuitas y las vivencias de los dioses y los héroes en un
tiempo mítico, otro tiempo presente en el que un hombre nacía y moría en este
mundo, y otro, acaso el más real, donde la circularidad o el espiral se
imponían sobre otras formas, un tiempo donde nunca hay un comienzo o un fin,
sino que todo el universo reposa en una eternidad que nace, florece y se
marchita, en infinitos ciclos que se repiten sin cesar.
La física cuántica: el convidado de piedra
El Científico y el santo no es un
libro que se empeñe en negar los postulados de la ciencia, o peor aún, que
niegue la utilidad que ha servido para el hombre. Eso sí, se encarga de
subrayar con abundantes pruebas las contradicciones que han surgido en el
darwinismo, de cómo pasó a tener pretensiones totalitarias para explicar el
fenómeno de la diversidad, hasta quedar asentado en base a supuestos, con
escasas evidencias (el eslabón perdido, la escasez de fósiles), y su
transformación en un neodarwinismo agresivo que sólo se justifica en base a la fe que
las comunidades científicas han depositado en él, pues aún ni siquiera se han presentado pruebas contundentes para determinar el paso intermedio entre el homo sapiens y los
homínidos.
La física cuántica juega en otras
esferas. Con un explosivo desarrollo entre los años 20 y 30, sus avances se han
visto mermados, principalmente porque el paradigma de la física clásica/ newtoniana
funciona a la perfección en un mundo que podría prescindir de los
descubrimientos de la física cuántica para seguir progresando. Los
descubrimientos emanados de la investigación del mundo subatómico son difíciles
de explicar, pues contravienen toda lógica: estados que se superponen, protones
que se deslocalizan y se reagrupan una y otra vez, y todo basado en
experimentos que siempre llevan a suponer que es el observador quien determinan
los resultados del fenómeno (esto lo denominó Heisenberg como “el principio de
la indeterminación”), siendo en síntesis fenómenos sólo observables en el mundo
microscópico de las partículas, sin ninguna validez para el mundo de los
objetos visibles del mundo cotidiano.
Considero la consciencia como fundamental, considero que la materia deriva de la consciencia. Todo lo que hablamos, todo lo que consideramos existente presupone consciencia
La cita es de Max Planck, uno de
los padres de la física cuántica. Su línea de pensamiento es avalada por otros
físicos cuánticos, como Eugene Wigner, Arthur Eddington o Bernard d`Espagnat,
quienes ponen a la consciencia por delante, postulándola como una realidad
absoluta, y a la existencia de todo lo demás, como una realidad relativa. Ellos son la avanzada de un mundo científico
que persigue una noción menos abstracta y más real de la unidad, pero que
inevitablemente se ha visto relegada principalmente al poco financiamiento de su área
sobre otras más provechosas para un mundo consumista y materialista
(informática, robótica, medicina), sumado a ello, a que ha sido cuestionada desde la misma ciencia por suponer que se
basa en muchas hipótesis vagas que sus ecuaciones de forma antojadiza pretenden
demostrar, sin asideros reales.
La santidad y la religión
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Detalle de la portada del libro |
La concepción del santo no es
idéntica en oriente o en occidente, no obstante existen equivalencias, y el libro, considerando la gran
cantidad de tradiciones y de historia, establece lineamientos generales, muchos
que van más allá de alguien rodeado de un aura, o que realice milagros. En
rigor, las habilidades paranormales (siddhis
para la tradición védica) como la bilocación, levitación, adivinación o
sanación, no son ni siquiera un requisito para la santidad, sino algo más
cercano y mundanal como lo es la entrega de paz y sabiduría para quienes entren
en contacto con el santo. El libro no sólo recoge los testimonios y las
explicaciones de quiénes han vivido o presenciado la santidad, sino que también
describe los diversos estados mentales y espirituales, así como físicos, que
experimenta el santo, el cual es esencialmente el ideal de perfección al
interior de cualquier tradición religiosa. Los santos si bien no se pueden agrupar de
forma homogénea —pues abarcan todas las posibilidades: hombres o mujeres
infelices o dichosas, con buena posición social o viviendo en la miseria—, sí
existe una unidad que los identifica, y esa unidad descansa en que siguiendo
distintos caminos, todos parecen apuntar hacia un único punto, que es la
consagración y compenetración total con la Unidad, el Cosmos, Dios, o el equivalente
según el credo.
El santo, nos ejemplifica el
libro, no es necesariamente alguien que necesite vestir harapos o que viva
ayunando en solitario al interior de una cueva. Puede parecer un demente o
alguien que dé espanto, sin duda, pero también puede ser un hombre de casa, con
mujer e hijos, alguien que lleva una vida completamente normal en el exterior,
pero que por dentro se ha iniciado un proceso divino. No obstante, la santidad
no es algo que pueda darse de forma súbita, pues existe un trabajo previo, un
recorrido que suele asentarse en las religiones. El científico y el santo cuestiona a quienes busquen experiencias espirituales
tipo New Age sin asentarse en lo religioso, pues estas vías no son más que
remedos tomados de por acá o por allá, construyendo una espiritualidad difusa y
acomodaticia que se amolda a nuestra sociedad de consumo, ávida ya no sólo de
posesiones materiales, sino que también de experiencias, mejor aún si son
místicas.
Sin buscar experiencias, deberíamos concentrarnos en el crecimiento espiritual, el cual sólo se obtiene con un trabajo constante y paciente. Espiritualidad real es aquella que transforma a la persona, no la que le otorga breves experiencias por sublimes que sean.
Si bien Avinash Chandra es hindú
y está formado en esa cultura, su visión sobre la espiritualidad no sólo se
afirma en autores que para nosotros suelen ser totalmente desconocidos, como
Anandamayi Ma, Saradananda, o Swami Ramdas, sino que también se apoya en René
Guénon, Mircea Eliade, William James o Aldous Huxley, por sólo mencionar a los
más actuales, pues por los mares de este libro se acumulan una gran cantidad de
ríos y afluentes, siendo constantes las citas de Plotino, Nicolás de Cusa,
Meister Eckhart, o los principales adalides del mundo árabe, como Al-Jami, Rumi
o Ibn Arabí.
La religión también es desmenuzada en esta obra, y no está exenta de
contradicciones, partiendo por la base de que existen tantas, y casi todas se
erigen como la verdadera por sobre el resto, lo que puede parecer confuso para
el creyente, o no creyente, determinar qué fe es cierta y cuál no. El libro
propone que todas las religiones son finalmente planetas orbitando alrededor
del sol, es decir, todas son distintas y poseen diversos ritos y filosofías,
pero el sol, que vendría a simbolizar a Dios, son el centro y fin de todas
ellas.
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Cristo y Buda |
El mito es otro asunto pertinente, pues todas las religiones se asientan en él, no
entendido como una versión apócrifa o falsa de algo real, sino como algo verdadero
que ocurrió en un tiempo imposible de verificar. Y si la fuente de la religión
es el mito, el nutriente del mito es el símbolo (y por consiguiente la palabra),
expresado en fábulas, las que sirven para ilustrar a quienes oyen o leen estas
historias como formas de instruir en los dones que las religiones promueven, y que son verticales aunque en diversos grados:
conocimiento, amor, bondad y compasión. El libro no le hace el quite a la
cuestión de la religión devenida en organización; bien sabemos la enorme
diferencia que existió entre los primeros cristianos que vivieron en las
catacumbas, con la institucionalización de las muchas iglesias existentes que
trajo consigo el cristianismo. Así como la ciencia o la política pueden ayudar al
bienestar y a la organización, también pueden crear armas nocivas o regímenes
totalitarios. Lo mismo ocurre con la religión, que puede devenir en perversa,
trayendo consigo la persecución, la muerte y la barbarie. Avinash Chandra
entiende (y lo transmite con mucha sabiduría) el gran muro que separa oriente de occidente en temas espirituales,
pues en la India las religiones siempre han coexistido de forma armónica y
pacífica, sin promover guerras o asesinatos, muy diferente a occidente, que
para sus ojos, representa un espíritu marcado por la guerra, lo cual ha
redundado en la aparición de movimientos de odio y asesinato, como los abusos sexuales en la iglesia o las guerras santas, y más hacia medio oriente con los nacionalismos islámicos y terroristas,
siendo el fundamentalismo nada más que una interpretación antojadiza de cada
tradición, un recurso para movilizar tropas o promover versiones atractivas
para jóvenes que necesitan creer desesperadamente en algo. También analiza sus aspectos exotéricos y esotéricos, entendiendo esto último como una vía que necesita una iniciación, caminos que aparecen en todas las religiones, incluso en el cristianismo. Las reflexiones respecto a una religión creada para contener moralmente, asentada en el rito y en la congregación, son muy valiosas, pues finalmente muestran que los caminos espirituales se van adaptando según las vivencias y el desarrollo intelectual de cada creyente.
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Diosa Kali. Las divinidades orientales no excluyen de sus representaciones al mal |
El científico y el santo es un libro impresionante, no sólo por la abundante bibliografía que trae consigo de textos sagrados y profanos, místicos y científicos, sino porque también aborda temáticas actuales con maestría, como el impulso científico o la caída de la fe, y otros temas presentes desde los inicios de la humanidad, como el origen de la existencia, la aparición del mal, la muerte, o la creencias en fuerzas sobrenaturales. El estilo de Chandra es llano y directo, incluso para tratar temas enrevesados de la fe y de la ciencia, y la exposición de los diversos temas investigados aparecen tamizados con abundantes referencias y citas, dando la impresión de que Chandra ha ido seleccionado las mejores entradas de una biblioteca universal que muy pocos pueden tener a mano; ideas y anotaciones que han sido hiladas con un pulso fino pero firme a la vez, convirtiéndose esta obra en un ensayo-catálogo de temáticas universales, que permiten tanto al estudioso, como al divulgador o al lector común, interiorizarse en conocimientos contingentes y ancestrales.