*Publicada originamente en Revista Ciudad de los Césares N°135
“Estas robustas matriarcales encinas castellanas,
de secular medro, que van siendo sustituidas -¡lástima!-por esos pinos
quejumbrosos”
Miguel de Unamuno
1.
La literatura española no se desarrolla ni deja sus mejores frutos hasta el
fin de la reconquista y el proceso de unificación de los reinos, con la
expulsión de los moros y la consiguiente expansión imperial en América. Hay un
paralelismo, entre apogeo y decadencia histórica que se trasluce en las letras:
es en el Siglo de Oro donde la literatura española esplende con su máxima
originalidad, y es sabido que después del oro viene el crepúsculo con la
consiguiente oxidación de metales menos nobles. ¿Cómo y en qué medida penetró
lo fantástico en el ámbito español y cuál fue su legado?
2.
Existe una gran distancia entre las primeras ideaciones de lo fantástico (con Nodier y Poe a la
cabeza) y los primeros escritos de corte fantástico, que ya aparece en estado
avanzado con Homero y su mundo de héroes, dioses y semidioses agónicos. La
definición genérica de lo fantástico
es conocida: se trata de la irrupción de un elemento sobrenatural en la realidad
que representa la ficción, pero junto a Ignacio Valente decimos “no confundir
fantástico con maravilloso”, pues como remarca el padre chileno, donde lo
fantástico implica una transgresión de los límites de una realidad, tornándola
extraña y asombrosa, en lo maravilloso
es normal volar, transformarse en conejo o respirar bajo el agua; clarificamos,
porque el fin de estas notas es pensar en torno a lo fantástico —y no en lo
maravilloso—, en un tiempo acotado, desde la formación de los primeros reinos
castellanos, hasta el fin del Antiguo Régimen, coronado con la Revolución
Francesa y la posterior disolución del imperio español.
3.
Cabe preguntarse: ¿qué era para el hombre medieval (o del Antiguo Régimen)
lo fantástico y la realidad? No es casualidad que la teorización de lo
fantástico tenga pocos siglos de desarrollo, pues sus matrices se configuran
con el auge del iluminismo ilustrado del siglo XVIII, momento en que surge una
nueva razón que expulsa a Dios del paraíso de la filosofía natural, ya sea por
vía protestante (la teología de la cruz luterana que impide cualquier
conocimiento fuera de Dios), o por la vía atea e iluminista, donde lo
irracional se convierte en un enemigo, en una amenaza que impide comprender a
la naturaleza y al cosmos, ya no más como emanaciones o manifestaciones divinas,
sino que ahora como máquina o mecanismo de relojería que solo la ciencia puede
desentrañar. Contrario a lo que afirmaban los ilustrados—con altas cuotas de
desprecio—, el hombre del Antiguo Régimen sí tenía una razón definida, sabía
diferenciar claramente entre historias que eran pura entretención y los hechos
reales, con la salvedad de que no dudaba de la divinidad de Jesucristo y su
ascensión a los cielos, y tendrá por verdaderos los milagros de los santos. El
hombre (pos) moderno destierra a la religión del campo del saber por
considerarla oscurantista, y en su lugar pondrá a la ciencia, la única vía
posible de conocimiento, junto a la democracia (de todo pelaje) como único
método de ordenación política en el mundo.
4.
“Sin límite real”, fue el eslogan del Congreso Futuro celebrado en Chile
durante enero de 2023, que más que una asamblea de sabios para discutir el
presente y el futuro de la humanidad, se trató de una maquinaria política
financiada por ONGS y empresas privadas para imponer sus agendas y sus métodos
de ingeniería social para amoldar y direccionar el trabajo científico, en
consonancia con los intereses de una élites globalistas. Cabe preguntarse: si
no hay límites (de lo real) entonces, ¿todo está permitido?
5.
El mundo del Antiguo Régimen no operaba “sin límite real”, sino que a la
inversa, funcionaba “sin límite fantástico”: la razón se limitaba a los espacios
observables, demarcados por un avance acumulativo que dominaban las gentes doctas,
y los descubrimientos se instalaban en un horizonte que tardaba décadas en ser
admitidos como verdades por el pueblo llano. Lo que no se podía cuantificar y
observar no era desechado, como lo hace el hombre moderno, sino que al revés,
era reinterpretado de manera simbólica, ya sea a través del pensamiento
religioso (mítico) o poético (alegórico): fuera de la realidad observable
podían existir islas voladoras y monstruos, o Dios se podía manifestar violando
las leyes de la realidad, no porque la realidad careciera de límites (al
contario, estaba muy demarcada), sino porque la imaginación y lo fantástico
convivían con la realidad y se introducía en ella: los fenómenos eran
susceptibles de ser explicados, pero a nadie se le ocurría que mediante la sola
razón todo podía ser explicado.
6.
¿Qué duda cabe que a fines de la Edad Media no operaba la razón, si fue la
época en que se desarrolló la navegación como nunca antes, sumado a otros
inventos como el astrolabio, el cuadrante, el cristal o los relojes mecánicos?
Los errores de cálculos —que los había, los hay y habrá—podían terminar en
naufragios, por lo que el navegante además de encomendarse a un santo patrono,
también debía encomendarse a su ingeniero. La imprenta, otro invento a mitad de
caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna, posibilitó dotar de un nuevo
estatuto a la literatura, que saltó de la oralidad y del púlpito con los exemplum de los sacerdotes (historias
fantásticas aleccionadoras que se relataban a los fieles en misa), a la confección
en serie en formato mayor de los Libros de caballerías, esos mismos que
enloquecieron a Don Quijote, no sólo por sus historias desbocadas de inmenso
heroísmo religioso, sino también por su hechura en tapas de cuero y sus bellas
ilustraciones interiores y letras capitales.
7.
Ya con la entronización de Alfonso el Sabio
(1221-1284) existía en la Península una gran afluencia de culturas,
principalmente judíos, moros y cristianos, aportando desde sus diversas
tradiciones saberes y relatos orales que serían el sedimento del posterior
desarrollo artístico y científico. Obras castellanas del siglo XIII como el Barlaam y Josafat, o Calila e Dimna van más allá, pues se
trata de reelaboraciones de textos de la India y del Lejano Oriente que se
remontan a la aparición de Buda, cristianizados para adaptarlos al gusto local
de la época, con relatos donde asistimos a la transfiguración de un ratón en
mujer, fábulas de animales parlantes (en la mejor tradición de Esopo) o la
historia[1]
que prefigura en un milenio a Kafka en la cual existe un reino donde todos los
años coronan a un rey plenipotenciariamente, para luego despojarlo y lanzarlo
desnudo a una isla, donde van a caer todos los otros reyes desechados. Esta
conjunción de tradiciones y saberes fue única en su tiempo y en el mundo, lo
que posibilitaría en gran medida que siglos más tardes se desarrollara la
literatura más poderosa y original de la historia con el Siglo de Oro, que más
que una confluencia de genios de manera espontánea, se trató de un largo
proyecto político y de conformación de un imperio, junto a otros sedimentos
artísticos y científicos que fermentaron, dando su savia.
8.
Otro afluente importante es la religión católica, especialmente con las
vidas de santos y los Libros de caballerías ya mencionados. “Libros” y no
“novelas” porque conceptualmente aún no aparecía la novela moderna; se trataba
de creaciones renacentistas que se desarrollaron con la imprenta y que estaban
escritos con un lenguaje arcaizante para recrear una Edad Media idealizada; se
estructuraban de manera similar a las crónicas, como se les conocía a las
historias verídicas frente a las narraciones inventadas, y por supuesto,
estaban salpimentadas con hechos fantásticos que relataban con lujo de detalles
la oposición entre el bien y el mal, en la que el demonio y sus huestes se
enfrentan contra los representantes de la luz, y en la que el andante caballero,
a imitación de Cristo, debía liberar o destruir algún mal que aquejaba a alguna
viuda, a un pueblo o a un reino entero.
9.
Jardín de Flores curiosas, de Antonio de Torquemada (1507-1569), amplía
el mundo de la fantasmagoría y de los espíritus. Se trata de un libro
misceláneo, una suerte de repositorio de fantasías. En el relato Visiones o fantasmas que vio el hidalgo
Costilla patentiza que la existencia de seres de ultratumba no era creído a
pie juntillas: ante las apariciones en la bruma de un jinete misterioso, el
narrador nos explica que fantasma deriva de la palabra “fantasía”, y que
la explicación de aquellos fenómenos podrían remitirse por algún humor melancólico, un eufemismo para
llamar a la locura. Otra narración, El oficio de un difunto es una auténtica
obra maestra en la que se nos relata los amoríos de una monja con un noble—y nótese
que fue escrito en pleno apogeo de la Santa Inquisición– quienes
consuman su amor en el mismo monasterio a altas horas de la noche; en uno de sus tantos escarceos, el noble
no encuentra a su amante y en su lugar se topa con un grupo de frailes con las
candelas encendidas y en actitud piadosa, afirmando que velan a un difunto: el
muerto es el mismo noble, quien como atrapado en una pesadilla, asiste a su
propio entierro.
10.
La fe católica, tan presente en los autores del Antiguo Régimen, y con los
tribunales de la Inquisición encima, no fueron impedimentos para ilustrar en
toda su magnitud al pecado. Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), contemporáneo
de Cervantes, no tuvo ningún problema en narrar el incesto de una madre con su
hijo en La mayor confusión, en plan
realista. Pero la moral y el vicio, no le fueron ajeno al mundo fantástico,
como ocurre con La peregrina historia de
Ludovico, del mismo autor. Trata de un hombre ocioso, adicto al juego y a
la buena vida, quien secuestra del convento a una monja, prima suya para colmo
de males, a quien enamora tras galanteos y requiebros, escapando con ella para
luego obligarla a la prostitución con tal de conseguir algún dinero. La
abyección de Ludovico no tiene límites: de jugador, vicioso y vividor de
mujeres, pasa a asesino a sueldo, pero la aparición de una figura de ultratumba
le carcome la conciencia de tal modo, que opta por desandar su camino criminal
buscando refugio y perdón en un convento, historia que transmite de manera
ejemplar el don de la redención, aunque se haya tenido una vida obscena y
descarriada.
11.
Los grandes del siglo de Oro, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina,
Quevedo o Góngora, introdujeron elementos fantásticos en sus obras, aunque por
supuesto, son estudiados y reconocidos como clásicos, y a muy pocos se les
ocurriría ubicarlos como antecesores del fantástico moderno. Pero hay otros
nombres: ¿quién recuerda a María de Zayas Sotomayor (1590-1647), autora de
novelas truculentas con aparecidos, ritos satánicos y locura vesánica que
habrían querido escribir un E.T.A. Hoffmann o un Maupassant? ¿O Fray Pedro
Simón (1574-1628), quien imaginó monstruos devoradores de hombres en Las
Amazonas y otras fantasías? La misma literatura caballeresca ha sido
desahuciada —salvo honrosas excepciones—del
estudio de los clásicos[2],
y ni qué decir de reediciones, esporádicas y aisladas, obras que perfectamente
podrían rivalizar en cuanto invectiva e ingenio con otros autores anglosajones,
que en la actualidad abarrotan las librerías y lideran las ventas.
12.
El desarrollo de la literatura fantástica anglosajona tiene sus raíces
fantásticas ya desde Shakespeare, con sus sombras, brujas y fantasmagorías,
imbricación que sin duda potenció e inspiró a otros autores determinantes en
las letras universales. ¿Y España? A vuelo de pájaro podríamos decir que no
produjo una literatura fantástica importante, desarrollando con más potencia
otras expresiones, como la picaresca o la pastoril, desembocando en los últimos
siglos en un realismo de corte naturalista que ha proyectado su sombra hasta entonces:
estas notas lo desmienten, pero el camino es arduo. No fue el caso de Hispanoamérica,
más receptiva a influencias francesas e inglesas, la cual sí desarrolló una
literatura fantástica reconocida, que como estrategia de marketing fue
bautizada de manera insulsa como realismo mágico, literatura que tuvo como máximos
exponentes en el siglo XX a Rulfo, Borges, García Márquez o Lezama Lima, por
nombrar a algunos, pero que en términos generales, se trata de una literatura
que aún no termina por germinar ni de ofrecer sus mejores frutos, acaso porque
todavía, como hispanoamericanos mal conceptuados como latinoamericanos,
seguimos admirando los pinos foráneos sin ver la exuberancia y el frescor de la
sombra que producen las encinas castellanas.
Bibliografía básica recomendada:
Alvar. C y Lucía Megías. J.M. (2016). Libros de caballerías castellanos. Una antología. España: Penguin
Clásicos.
Ariza, M. y Criado N. (1998) Antología de la prosa medieval. España: Biblioteca Nueva.
González de Vega. G.
(2015) El Demonio Meridano. Cuentos fantásticos y de terror en la España del
Antiguo Régimen. España: Miraguano Ediciones.
González de Vega. G.
(2017). Doncellas y dragones. Antología de cuentos de los libros de
caballerías. España: Miraguano Ediciones.
Rodríguez de Montalvo. G. (2008). Amadís de Gaula. España: Cátedra
Lacarra, M.J. (2012).
Cuentos de la Edad Media. España: Castalia Ediciones.
Viña Liste, J.M. (2001). Textos medievales de caballerías. España: Cátedra.
[1] La historia aparece en español moderno con el título
“El rey por un año” en Cuentos de la Edad
Media, Castalia Ediciones (2012) al cuidado de María Jesús Lacarra.
[2] El sitio www.cervantesvirtual.com cifra en 75 los libros
pertenecientes al género, de los cuales apenas un puñado, como Amadís de Gaula, Tirante el Blanco o El
caballero Zifar cuentan con ediciones regulares. Hace al menos una década,
el Centro de Estudios Cervantinos de
Alcalá de Henares ha emprendido la hazaña editorial de reeditar otras
obras, pero su alcance y difusión ha sido limitado, sobre todo para esta parte
del mundo.
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