*Una versión más breve apareció impresa en la revista La Gata de Colette Nº33, diciembre de 2022.
¿Qué tiene que ver Kafka con el western?
1. La literatura se parece a los
caballos, en el sentido de que se desplaza, se transmite, y con cada cultura en
la que entra en contacto surge una nueva especificidad en su uso. El caballo
más famoso de la literatura es el caballo de Troya: ingresó al mundo griego de
la mano de Homero, pero su mención en la Odisea es casi una elipsis. Con
Virgilio, la historia del caballo de Troya toma mayor cuerpo y se entiende
mejor dentro de su contexto trágico.
2. Antes de la revolución de los
transportes terrestres, por más dos mil años el caballo se plasmó a lo largo de
la historia literaria desde los antiguas unidades militares, pasando
por la caballería andante, hasta las modernas carrozas, rústicas o pomposas,
según el ámbito. La irrupción del tren
en el siglo XIX y del automóvil en el XX señala un corte en los usos, pero
curiosamente fue el género del western, escrito principalmente en el siglo pasado,
el que rescata la figura del hombre a caballo.
3. El cowboy, enaltecido
primero por los escritores realistas estadounidenses y más tarde definido por
la literatura popular, representa un corte vertical respecto a los arquetipos
de origen anglosajón que definieron la gestación de la nación estadounidense:
el banquero o el negociante son sus figuras centrales, y eso lo calibraron muy
bien los escritores ¿a quién le va a importar la vida de un banquero o de un negociante?
El mundo hispano tenía ejemplos abundantes de aventureros y buscavidas con el
caballero, el misionero o el santo, y es en esa comparativa es que se erige el cowboy,
quien tiene un poco de caballero, de misionero y de santo. El cowboy ejemplifica lo mejor del american dream y el ethos promovido por sus padres fundadores: es
libre, se rige por el honor, y es valiente.
4. Prestaciones, movilizaciones,
desplazamientos: sin el Ciclo Artúrico y las leyendas reescritas por Chrétien
de Troyes, la literatura caballeresca española estaría incompleta, y sin ella,
no habría sido concebido jamás Don Quijote. Por lo mismo, sin la figura
del caballero hispano en la época de la expansión del imperio, no se hubiese
fraguado el cowboy, la figura mítica que, como un caballo, saltó de las
páginas folletinescas al cine (Ford, Rowland, Walsh), llegando a la cúspide y
crepúsculo con los maestros italianos (Leone, Fulci, Borbone). No es una
casualidad tampoco, que durante la época franquista, el género del oeste fuese
escrito por hispanos, como los americanizados nom de plume Silver Kane o
Lafuente Estefanía, escritores populares que trabajaron en formato de bolsillo.
Le duela a quien le duela, los vaqueros son tan gringos como hispanos, más aún
si consideramos que históricamente fueron los conquistadores españoles quienes
introdujeron al caballo, y sí, incluyendo los territorios de las colonias
británicas en América.
5. Y ahí, entre gringos e
hispanos, tenemos a Kafka. ¿Existe alguien menos caballuno y del Lejano Oeste
que Kafka? Pero cuidado, no siempre recordamos con nitidez a los autores. Un
texto muy breve del escritor checo: “El deseo de ser un indio”
(publicado en 1913 y tomado de Cuentos Completos de Valdemar) dice así:
Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.
¿Un retorno a la infancia? ¿La
extinción de los indios que solo pueden cabalgar imaginariamente? ¿La extinción
del caballo real que se sobrepone al imaginario?
6. En los relatos de Kafka
abundan los caballos. A veces como decorado del paisaje (carretas o caballos
pastando), otras, como parte central del relato. En El estudiante con
ambiciones, el núcleo del cuento se centra en el caso verídico de Los
caballos de Elferbeld, y que ocurrió así: el alemán Wilhem von Osten, a
comienzos del siglo XIX, llevó al extremo el adiestramiento equino, al punto de
enseñar a su caballo llamado Hans a realizar operaciones básicas que el equino
marcaba con el golpeteo de sus cascos. La fama del caballo se extendió por toda
Europa, que redundó en que una serie de sabios se reunieran para analizar el
caso. ¿Era superchería o el caballo realmente sabía resolver operaciones
matemáticas? Un ricachón llamado Krall compró el caballo de von Osten y se
propuso enseñarle nuevas operaciones, esta vez el alfabeto y a calcular la raíz
cuadrada. En el relato kafkiano, todo ocurre de manera paradojal y calculada:
un joven de provincias elabora un plan para determinar qué ocurrió realmente
con los caballos de Elferbeld, pero el primer escollo que debe sortear es que
los recursos que necesita para su investigación no le permitirán continuar con sus
estudios. Sus pobres padres, quienes financian sus estudios, son engañados por
el joven, engaño que considera como “un sacrificio”, en pos de la investigación
científica. El agujero se abre al final del breve relato cuando la
investigación ya se está casi consumada: ¿podrá un joven inexperto –que ha
dilapido sus recursos en una investigación— y sin contactos, probar ante una
comisión de expertos sus resultados?
7. ¿Kafka habrá leído novelas de vaqueros? Eso tendría que responderlo algún especialista. Lo que sí sabemos es que Kafka fue un cinéfilo de toda la vida, como lo demuestran sus diarios; incluso existe el libro Kafka va al cine de Hans Zischler publicado en español por Minúscula, donde se realiza un estudio profundo por la pasión cinéfila del padre de La Metamorfosis. ¿Habrá visto películas ambientadas en el Lejano Oeste? Es posible, entre la década del 10 y del veinte del siglo pasado, se produjeron al menos unas 200 películas, muchas de las cuales una vez exhibidas eran quemadas o abandonadas, sin conservarse las copias originales, situación kafkiana por donde se le mire.
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