ORIENTE
El símbolo del gato es tan misterioso y contradictorio como la misma naturaleza del gato. Para el Budismo el animal representa la dimensión espiritual, por lo cual se promovía en antiguos ritos que los difuntos fuesen enterrados con un gato vivo pero con un ingrediente extra: a la tumba se le añadía un agujero para que pudiesen escapar; así, cuando el felino emergía del sepulcro, se consideraba que el alma del muerto ya estaba fusionada con la del gato. No obstante, en el mismo mundo budista se considera al gato como un ser insolente, pues junto a la serpiente, fueron los únicos del reino animal que no se conmovieron ante la muerte de Buddha, aunque aquello también se podría considerar como sabiduría superior.
Todo esto nos conecta con una de
las novelas más celebradas y magistrales de Yukio Mishima, El Pabellón de oro, la cual narra el desenlace
trágico de un templo quemado por un monje budista, libro que de forma muy
poética y visceral discurre sobre el significado de la fealdad y la belleza. La
novela reproduce un famoso Koan (forma breve similar a la parábola que sintetiza
una paradoja y una moraleja) el cual es considerado en el mundo búdico como una
de los más complejos: se trata de Nansen
mata a un gatito, y es tan breve que podemos citarlo completamente:
Un día un gatito entró a un templo. Provocó tal interés entre los monjes que, de inmediato, comenzaron a pelear. El maestro Nansen decidió arreglar la cuestión, separó a los monjes, tomó al gato y le acercó una hoz. «Si alguno de ustedes da una buena respuesta, pueden salvar al gato» —les dijo. Como ninguno de los monjes habló, Nansen mató al gato. Más tarde Joshu —el primer alumno— volvió y Nansen le contó lo que había pasado. Joshu se quitó las sandalias, las puso en su cabeza y se fue. Nansen se quedó pensando en que, de haber estado ahí en el momento del juicio, Joshu hubiera salvado al gato.
Ponerse las sandalias en la
cabeza, ¿invertir la mirada para resolver un problema? ¿Intentar demostrar que
el ego dificulta la percepción real de las cosas? Los comentarios al texto son
incontables, pero ahí está el fragmento, para que lo leamos y releamos hasta
intentar desentrañar algo. ¿No pasa lo mismo con los gatos? Entre más los
miramos menos parecemos entender quiénes son, y el enigma que representan en sí
mismos, menos consigue velarse. A propósito de las guías y enciclopedias sobre
gatos tan en boga en la actualidad para los catlovers, quizá los primeros documentos
del mundo con esas características aparecieron en el siglo XIV en Ayutthaya,
ciudad tailandesa con pasado esplendoroso por su comercio y desarrollo cultural.
Estos escritos —que desafortunadamente sólo se han rescatado copias desde 1782
en adelante—, se llamaban tamra maew, que
se podría traducir como “tratado de gatos” (y la forma fonética maew es el
equivalente al miau), los cuales
describían físicamente a cada especie de gato, y cuáles eran los beneficios que
entregaban a su portador, como salud, prosperidad, etc, pues se creía que eran
seres dotados de propiedades fantásticas. En la China Clásica los gatos eran
respetados producto de las constantes plagas de ratones: ellos los mantenían a
raya, y no sólo mantenían las ciudades y las comidas limpias, sino también las
bibliotecas, pues el tipo de papel que se fabricaba en ese entonces era
apetecido por estos roedores, por lo cual era costumbre que los hombres letrados
contratasen gatos para mantener sus bibliotecas, y por supuesto que se
establecía su correspondiente paga: le regalaban peces frescos a la madre
gatuna, estableciendo así una fuerte conexión entre minino y cultura.
OCCIDENTE
No existe ninguna referencia de
los gatos en la Biblia. Ni una, ni siquiera como metáfora, versus las cuarenta
menciones del perro o la simbólica serpiente del perdido paraíso. Tampoco los
griegos tuvieron mucha simpatía por el felino, surgiendo la hipótesis lingüística
en la que “comadreja” y “gato” eran designados con la misma palabra. Esto se
puede explicar porque los gatos eran animales exóticos para el mundo heleno,
teniendo fuerte presencia en Egipto y culturas adyacentes al Nilo, por lo que
no sería irrisorio que un griego del pasado confundiese al gato con una
comadreja. ¿Esopo escribió sobre gatos? Al parecer no, escribió sobre
comadrejas, al igual que Galantis, sirvienta de Alcmena, que como relata la
leyenda no fue convertida en gato por la diosa Ilitía, sino que en comadreja,
pero que por errores en su traducción nos han llegado metamorfoseados en gatos.
Los romanos tampoco le dieron mucha importancia en sus escritos, siendo una
cultura cargada a los canes (no olvidemos que la fundación mítica de Roma parte
con una loba, y los perros eran altamente estimados y elogiados por oradores y
hombres comunes) y así saltamos hasta la Edad Media, donde la figura felina entraría
en la ambivalencia. Existe un antiguo relato de origen celta que narra la
historia del héroe Máel Dúin —fechado a fines del siglo X— en la que un gato
mágico castiga a uno de los ladrones de la historia mediante llamas que lanza
por los ojos, todo porque el malogrado personaje intenta robar oro en un
castillo abandonado.
En la España del siglo XIII se
tradujeron fábulas y narraciones bajo el nombre El libro de los gatos. El nombre no tenía nada que ver con el texto
original, titulado como Fabulae,
Narrationes o Parabolae y que fue redactado por el predicador inglés Odo de
Cheriton, pero se cree que quedó así porque estas fábulas morales con animales,
muy al estilo Esopo, encerraba varias historias de gatos, historias que velaban
comportamientos reprochables de monjes en los monasterios, y no era casualidad
que a los monjes de vida licenciosa les denominasen “gatos”. Otro libro
medieval que habla de los gatos es El
evangelio de las ruecas, data del siglo XV y se centra en los comentarios
que hacen seis mujeres sobre la vida cotidiana: acá el gato es visto como parte
de recetas, dichos o consejos de corte mágico, como la interpretación de que si
se le ve en una ventana mirando al sol y pasando su pata sobre la oreja, ese
día no lloverá bajo ningún motivo. Pero esto es una excepción, pues el gato no
gozaba de mucho aprecio en estas sociedades, que lo consideraban bajo una
mirada supersticiosa como diabólicos o cercanos al mal; de hecho abundaron en
esta época grimorios, bestiarios y recetarios que ponían al gato como enemigo o
como ingredientes para preparar pócimas y brebajes. Toda esta mirada abstrusa e
injusta hacia los felinos parece concentrarse en un episodio ocurrido en
Francia a comienzos del siglo XVIII, en la cual unos imprenteros salieron a
matar y perseguir a cuánto gato se topasen (tal como hacían los espartanos con
los ilotas), esto por una estrambótica orden del dueño de la imprenta quien no
podía conciliar el sueño por el maullido de éstos, hecho que recoge profusamente
Robert Darnton en su libro La gran
matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa.
Con el advenimiento de la revolución industrial, Poe recoge esta antigua herencia
negativa y escribe su magistral El Gato
Negro, un relato sobre locura y venganza, pero el gato también adopta otras
formas, como la invisibilidad y la omnipotencia en el gato Cheshire de Lewis
Carroll o un aire mágico y hasta erótico en el poema El gato de Baudelaire. En el siglo XX abundan las historias sobre
gatos, como la novela En las nubes de
Ian McEwan sobre un niño soñador que se pone en los ropajes de un gato, o en el
cuento El idioma de los gatos, de
Spencer Holst, en la que un hombre descubre la gran y única verdad sobre los
gatos al conectarse con ellos telepáticamente: “no le temen a la muerte”.
Me ha gustado muchísimo la entrada. Le tengo un gran cariño a estos animales y no me esperaba un trasfondo histórico como este. Un saludo.
ResponderEliminarGracias Lucas, un placer también leerte, gratitud por mantener vivo tu blog, el principal medio que utilizo para recordar una lectura o que me sugieran nuevas (y a los suplementos tradicionales les hago la cruz, porque están condicionados ya sea por un editor, o por la cantidad de palabras, o por la temática de moda.. huyo como de la peste de esas fuentes). Saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu palabras, Pablo. Me enorgullece que alguien como tú se pase por la Esquina. A mí los suplementos tradicionales tampoco me agradan por lo que comentas, prefiero mil veces mis blogs de confianza.
EliminarMe ha interesado mucho tu entrada, ya que me gustan mucho los gatos.
ResponderEliminarMe ha encantado tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que aparecen dos en el perfil).
Un abrazo.
Gracias Rocío, también te sigo de vuelta. Un abrazo!
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