viernes, 6 de septiembre de 2019

El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur



Editorial Atalanta
El fuego secreto de los filósofos. Patrick Harpur
Traducción de Fernando Almansa Salomó. 462 páginas.


Existen obras que establecen puentes entre conceptos o campos de estudio que hasta antes de su materialización no estaban ideados o habían sido vagamente murmurados; hay otros, como bisagras, que abren corrientes completas de  conocimientos que anticipan a sus futuros detractores y exégetas, y otros pocos, muy señeros, que no sólo pasan a ser parte del acervo cultural de la humanidad, sino que rescatan tradiciones o conocimientos olvidados, mal entendidos, o rechazados de plano por las academias. Hay libros que son las bases de una filosofía, ideología o religión,  hay otros que intentan explicar y dar luz a lo evidente, y hay otros, muy pocos, que no buscan fundar ni una escuela ni un sistema, sino que volver a los viejos conceptos, enriqueciéndolos a través de un examen a las fuentes que se han perdido en las kilométricas montañas de obras que ha legado el pensamiento universal.

Patrick Harpur tiene la rara virtud de manejar con soltura conceptos que puedan ser intrincados para el lector común, sin dejar de lado la erudición profunda, a través de un lenguaje prístino y directo. La prosa de Harpur está en las antípodas de toda esa fraseología hueca deconstruccionista que con tanto orgullo exhiben algunos “pensadores”, y si tuviéramos que buscarle símiles podríamos mencionar a Al Álvarez por el tratamiento de temas a través de un prisma filosófico y poético, con la mirada centrada en el simbolismo y en los arquetipos como lo hizo Carl Gustav Jung, sumado a la valentía de Schopenhauer a la hora de emitir juicios y separar aguas entre lo que le parece valioso de lo meramente decorativo.

El título de libro de Patrick Harpur es precioso: El fuego secreto de los filósofos. Una historia de la imaginación. Mixtura la figura del filósofo, lo que para nuestra cultura representa el culmen de la sapiencia, junto al fuego, que nos remite al mito de Prometeo, pero también a las divinidades antiguas de la India, es decir asciende desde el hombre hasta el mito y lo sagrado, y lo encumbra dentro del territorio que más ha cautivado a la humanidad: la imaginación, fuente suprema de todo acto, palabra y creación.

La realidad daimónica

Patrick Harpur
La principal contribución al pensamiento de Patrick Harpur es intentar explicar qué son los seres imaginarios, cómo se originan, qué representan y cuál es el lugar del cual proceden, denominado de distintas formas según cada cultura: El Otro Mundo, el Paraíso, el Infierno, los multiversos, el espacio exterior, etc.  En este esquema, tanto un yeti, como un alien, o un duende son manifestaciones de un mismo fenómeno, que por su imposibilidad material para la mente racional, no son más que falsedades, alucinaciones o meros cuentos de hadas. Para Harpur un duende o un dragón sí son reales, precisamente porque su entendimiento de la realidad traspasa los límites impuestos por la filosofía objetivista, derribando la concepción dualista impuesta desde el materialismo y el cientificismo a través de la lógica, en la que algo si cumple determinadas condiciones sólo puede ser falso o verdadero, y no ambas a la vez; esta manera limitada de entender a la realidad también es muy deudora de la religión monoteísta que hemos heredado del cristianismo, donde los mitos se han sacado de sus fuentes primitivas en las que oscilaba el rito, la iniciación y el peregrinaje de manera simbólica, para ser encarnadas directamente en una sola versión de la historia, esto es en el Cristo, el Dios encarnado en un hombre que muere por nuestros pecados para resucitar al tercer día, literalizando el mito, es decir, trayéndolo al plano de la realidad como algo unívoco y bidimensional.

“Cuando se mantuvo que la historia de Cristo era histórica, y sus acontecimientos, literalmente verdaderos, el mito sufrió un golpe. Empezó a adquirir su sentido moderno de algo irreal, imaginario (como contrario a imaginativo) y meramente ficticio. Al mismo tiempo, verdad y realidad empezaron a ser medidas por su verdad y realidad literales. La literalidad comenzó con el cristianismo.”

La literalidad y la doble visión

La visión literalista comenzó con el cristianismo, pero se perfeccionó con el racionalismo y el materialismo. Recordemos que el romanticismo surgió como una reacción a la visión científica (otra versión del literalismo) que veía al mundo bajo parámetros observables y cuantificables. El romanticismo estuvo ahí para actualizar los antiguos misterios, desarrollando una visión de la realidad que apostaba por lo etéreo, lo inclasificable y lo inasible, siendo Samuel Taylor Colerdige y William Blake, según Harpur, los principales profetas de esta corriente. 

La visión literalista tiene la particularidad de despojar a cada cosa del mito y de su dimensión simbólica, equiparando –por ejemplo- a la Madre Naturaleza como una extensión territorial que se debe mensurar y conquistar para explotar a voluntad, o considerar a las galaxias ya no como un firmamento sagrado, sino por sus números de estrellas o por su posición en el espacio y no como divinidades que yacen en lo desconocido. 


Ilustración de William Blake

La visión literalista es la visión que ha vencido y prevalecido, pero no siempre fue así. El libro analiza casos concretos, como por ejemplo la aversión que sintió Charles Darwin por la naturaleza (y de paso destruye su evolucionismo con contundentes argumentos), quien renegó de su trasfondo mítico para domeñarla en un aspecto cientificista, y aquello terminó generándole un trauma muy peculiar. Otro hito importante analizado es la invención del reloj, la brújula y el telescopio, inventos que abolieron la concepción mágica que se tenía del universo, abriendo una nueva dimensión en la que el tiempo era cuantificable con los relojes, la imposibilidad de perderse ampliaba los límites del espacio y disminuía las fronteras del Otro mundo con la brújula, y finalmente el telescopio, el cual fracturaba para siempre la sensación de estar bajo un carrusel místico y colorido de ese lejano mundo celestial.
“La visión simple ve al sol simplemente como el sol; la doble visión lo ve también como una hueste celestial. Necesitamos la doble visión para ver a los dáimones, para ver que son reales, pero no literalmente.”
Como la visión literal se ha vuelto omnipresente, ya no somos capaces de ver a los dáimones, a menos que desarrollemos la doble visión, que sería la capacidad de ver en cada cosa el símbolo y el mito que la sustenta, y a la vez su dimensión racional.  Esta habilidad, que se fundamenta en el reino de la imaginación, sobrepasa a la mera percepción sensorial de la realidad. Tiene, además, una larga tradición que parte con Hermes Trismegisto, y avanza por una línea hereditaria que recibe los aportes de los gnósticos, los cabalistas, los magos, los alquimistas, los neoplatónicos, los poetas y los filósofos herméticos, todos apuntando a una misma certeza: lo que une al mundo es el alma, el anima mundi, un ente colectivo olvidado por mucho tiempo y redescubierto hace pocos decenios por Jung, a lo que bautizó como el inconsciente colectivo.

“La naturaleza de la imaginación es muy poco conocida” (William Blake)

Harpur analiza el carácter y la costumbre de las sociedades primitivas, las cuales poseen algunas características comunes, como lo es su visión cosmológica, el uso de chamanes como mediadores, o el tajante rechazo a la tecnología. ¿Por qué ocurre esto último?, porque los pueblos primitivos, anclados a los mitos ancestrales, desconfían del cambio y del progreso, al vivir en una realidad que se sustenta en la inmutabilidad y la eternidad de sus espíritus y fuerzas que los gobiernan. Los mitos de la creación que transitan en estas sociedades tienen un carácter involutivo, coincidiendo el pasado remoto o legendario con una edad dorada de dioses, espíritus o fuerzas, las cuales han ido mermando hasta llegar a un estado regresivo, el cual debe ser reencauzado por medio de diversas prácticas, como los rituales de iniciación o las celebraciones dionisiacas, las cuales derivaron históricamente en la aparición de la música, la danza o el teatro, artes que buscaban expurgar lo negativo de presente y aspirar a un equilibrio armónico que restableciera la unidad de los contrarios.

Precisamente, la cosmovisión de los primitivos no vivía con el conflicto perpetuo de tener que aceptar o rechazar algo para permitir que sobresaliera su opuesto, como ocurre en nuestra lógica binaria y excluyente, sino que aceptaban la unión de la diversidad de estados, sin imponer una visión nefasta o negativa de la existencia. Ellos buscaban la unidad y el equilibrio por sobre el cambio, estaban libres de ese constante progreso y mutación que tanto propugnan movimientos, partidos políticos e ideologías.

Esto lo podemos ver con mucha claridad con la actual corriente que impulsa "el vivir sanos", una manera de comprender fragmentariamente al cuerpo, pues sólo se acepta lo saludable, lo fitness, la alimentación sana, por sobre el vicio, la enfermedad o la misma muerte, cada vez más temida en occidente debido a la caída de los relatos cósmicos o religiosos que integraban la enfermedad, la corrupción de los cuerpos, la vejez y la muerte, estados que contenían a su opuestos, como la niñez, la sanidad o la vida. El primitivo, consciente de que existía una realidad oculta, jamás se sentía solo, pues “veía” que cada ser se manifestaba como parte de la creación, otorgándole a cada ser orgánico y cosa de este mundo un ánima, un alma que pertenecía a la totalidad; de ahí que esta manera de ver al mundo esté obliterada en la actualidad, lo que redunda en seres humanos que cada vez se sienten más solos, vanos, incomprendidos, lo que muchas veces se manifiesta con depresión, anorexia nerviosa, tristeza o el suicidio, los grandes males de nuestro tiempo.

La relación espíritu-alma

En la actualidad no existe una distinción clara entre espíritu y alma. Es algo que ya sabían los gnósticos y los alquimistas, y en especial los griegos, y esta no distinción o claridad de conceptos es totalmente atendible si pensamos que en los últimos trescientos años se ha venerado el éxito material, los triunfos sociales y la vacuidad que generan los medios masivos, precisamente porque son realidades tangenciales y medibles. Hablamos del espíritu de una época, o de lo espiritual, para referirnos a un estado de cosas inmateriales, como las ideas, las doctrinas o las ideologías. Ciertamente, el espíritu vendría a ser la conexión que permite la unidad entre alma y cuerpo; espíritu correspondería entonces a nuestro ego, el yo que nos empuja o nos hace avanzar en pos de concretar nuestras individualidades. El espíritu se acaba una vez nuestros cuerpos fallecen, pero el alma, que es inmortal, según el mito cultural que adopte, se reintegra de nuevo a la totalidad o transmigra a otros cuerpos. Por eso que el viaje del alma es el que hacen los peregrinos del la gran ansia, de los visionarios, de los que sedientos por buscar algo que no se puede dar en este mundo, luchan para traer hasta acá ese prisma infinito de luz inexistente. El alma entonces es el reflejo de todo lo que existe, es algo que posee tanto un individuo como un ser ajeno a él, pero también lo posee el cosmos, regido por un alma colectiva, pudiendo manifestarse de forma física, de forma espiritual o a veces de forma simultánea, esto es daimónicamente.

¿Qué son entonces los seres daimónicos?

Son para nuestra cultura popular todo lo que corresponde a seres feéricos, espíritus o entes imaginarios, pero más concretamente son manifestaciones o seres de naturaleza doble, materiales y espirituales a la vez, y su importancia radicaría en que están entre nosotros (veámoslo o no) como mediadores con el Otro Mundo. Seres daimónicos son los vampiros, la Virgen, los duendes o los extraterrestres, los cuales escapan a la lógica de falso/verdadero, son reales en el mundo de la imaginación, pero, y acá viene el golpe de tuerca que establece Patrick Harpur con su obra, el mundo de la imaginación puede ser mucho más real que el mundo palpable que podemos ver a través de nuestros sentidos, y para poder verlo debemos iniciarnos en la doble visión, lo que conlleva a que tengamos que romper la caja de cuatro paredes y comenzar a entrenar una nueva forma de comprender el mundo. Ello correspondería al fuego secreto de los filósofos, búsqueda que se puede sugerir a través de ejemplos (abundan las historias en el libro sobre chamanes, místicos, ascetas y visionarios), pero cuyo camino no puede revelarse abiertamente, porque si un secreto sale a la luz, éste pierde su fuerza primigenia y termina por diluirse en la nada, pues como afirmaba Blake:
"Todo lo que puede ser creído, es una imagen de la verdad"

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