Ilustración rusa del siglo XVIII sobre Los siete durmientes de Éfeso |
Editorial Atalanta
El mundo bajo los párpados. Jacobo Siruela.
352 páginas. 2da Edición 2016.
“Los sueños son en realidad
recuerdos de un futuro ya sucedido” Juan Rodolfo Wilcock
Si existe un libro tan específico
sobre la imaginación (como el que comentamos sobre Patrick Harpur y que se puede
pasar a leer acá) ¿cómo no iba existir alguno respecto a los sueños? Sí, es cierto, existen un centenar, miles de libros que abordan la
temática, desde La interpretación de los
sueños de Sigmund Freud, pasando por De
la esencia de los sueños de C.G Jung, el A theory of dreams de Kasatkin hasta los más recientes tratados enfocados
en la neurociencia, la psiquiatría o los fenómenos de los sueños lúcidos. No
obstante El mundo bajo los párpados
de Jacobo Siruela es único, no sólo porque analiza a los sueños desde una múltiple perspectiva histórica, poética y fenomenológica de los sueños, sino porque abre
senderos, puertas, perspectivas inimaginables de qué podría ser realmente el
alucinante mundo onírico.
Dormir y soñar
Hay una anécdota de Jorge Luis Borges muy
ilustrativa respecto al mundo de los sueños: trata sobre el relato que le hace su sobrino pequeño respecto a un sueño donde él aparece, experiencia que el
pequeño describe con lujo de detalles. Cuando termina,
el chico le preguntó extrañado a Borges: «Tío, pero ¿qué estabas haciendo
dentro de mi sueño?». La pregunta dejó atónito al escritor argentino, porque
implicaba que un doble o una parte de sí mismo era capaz de habitar otro
espacio, el espacio mental de su sobrino, de forma simultánea con el mundo
real, como si la realidad del sueño fuera un universo alterno. ¿Meros juegos ficcionales? Quizá no. Otra historia
(que tampoco recoge el libro, pero que las usamos a modo de introducción) la
relata Jung en una de sus conferencias sobre la existencia del alma y los
sueños, y tiene que ver con la característica premonitoria del mundo onírico.
Un paciente del siquiatra suizo, practicante de alpinismo, le relata un sueño en
el que se ve ascendiendo por un enorme monte nevado, y a medida que escala va sintiendo mayor calma y armonía, e incluso cuando en la cima
escucha algo similar a un dulce coro angelical. ¿Sueño beatífico? Nada de eso, Jung al oírlo queda horrorizado, y sin pensarlo mucho, le pide a su paciente que siempre suba acompañado en su práctica deportiva. El paciente se ríe y la conversación queda olvidada. Meses más tarde, el hombre escala una cima, sin compañía, y cuando ya
estaba descendiendo el monte, una avalancha lo agarra violentamente y lo deja sepultado. Jung, triste por el hecho, explica que los componentes de aquel sueño empujaban
a interpretarlo como una muerte (el ascenso al monte es siempre una elevación
al cielo para el pensamiento místico o religioso), lo que se confirmaba además
por la paz que sentía y el coro angelical que oía el paciente.
¿Son todos los sueños interpretables o premonitorios?
Jacobo Siruela |
No, ni todos tienen una fuerte
carga simbólica, ni nada a priori nos haría pensar que pueden predecir el
futuro o indicar algún peligro. El mundo
bajo los párpados va más allá y nos muestra cómo los antiguos hasta la
posmodernos han entendido este fenómeno. Para el mundo helenístico los sueños
no se tenían, sino que se veían, en
el sentido de que estos eran considerados visiones que enviaban los dioses. Para
el mundo cristiano de la Alta Edad Media,
la actividad onírica podía corresponder a revelaciones doctrinales, las
cuales, en efecto, eran revisadas por autoridades eclesiásticas, pero además la
realidad onírica era considerada como una segunda vida. Así por ejemplo,
Natalio El Confesor se salvó de cometer herejía tras afirmar que Cristo no tenía naturaleza divina, luego de soñar que los ángeles lo
azotaban durante toda la noche en castigo por su atrevimiento. En la Baja Edad Media estas creencias se desprestigiaron, insinuándose que los sueños podían ser cosa del diablo. No obstante, el origen de
estas creencias cristianas se remontan al Antiguo Testamento, en las que los
sueños eran considerados como indiscutibles mensajes celestiales (el sueño de
Jacob con la escalera y los ángeles en Gn. 28,12, o el sueño del rey Salomón
con Dios donde le pide sabiduría en 1 R. 3); ni siquiera para el Siglo de las
luces, en las que se asentarían las bases del pensamiento racional y
materialista, los sueños dejan de ser misteriosos. En El mundo Se examina con detalle
una triada de sueños determinantes para el pensamiento filosófico de René
Descartes, quien tras salir de estos letargos, los examinaba de manera exhaustiva,
llegando a concluir que “la razón de los filósofos” corría con menor ventaja
que la capacidad imaginativa que tenían los poetas o los creadores, pues sin
desarrollar sistemas de pensamiento, eran capaces de ilustrar, a través de
fragmentos, verdades que rebosaban el tiempo y el espacio. En esta línea, la
obra de Siruela deja de manifiesto que los sueños a lo largo del último milenio jamás han hecho entrar en crisis ningún modelo o concepción de la realidad, puesto que cumplen una función inspiradora, en el sentido tácito de que muchos pensadores
e inventores han recibido influjos desde el mundo onírico para sus ideas, como
son los casos documentados de Kepler (1517-1630) y las órbitas elípticas de los
planetas, o el premio Nobel de Medicina Otto Loewie (1873-1961) inventor de la
teoría química de la transmisión nerviosa. No sin justicia, Voltaire en su Diccionario
filosófico, afirmaba que: «he conocido abogados que han hecho alegatos en
sueños, matemáticos que han resuelto problemas, y poetas que han compuesto
versos».
Los sueños y la música
Así como el sueño puede ser una
especie de mundo simulado, no es menos cierto que la percepción de los sueños
poseen diversas distorsiones si se examinan los colores (no todos sueñan a colores
o con colores vívidos), los olores y sabores (que pueden ser muy reales pero no
siempre certeros), o la misma noción de espacialidad,
violándose muchas veces la lógica del mundo real (escaleras que no llevan a
ningún lado, callejones que se quiebran y van a dar a una habitación en un
lugar abierto, sótanos que en vez de conducir a un subterráneo te llevan hasta
la cima de una montaña). Con la música no ocurriría ninguna clase de
distorsión. La música permanecería inalterada en el mundo onírico, por lo que
soñar con una tonada o una melodía siempre es sinónimo de alta fidelidad. ¿Por
qué ocurre esto? No lo sabemos, pero El mundo nos narra la historia del
compositor italiano Giuseppe Tartini (1692-1770), quien afirma haber soñado con
el diablo, y dentro de este sueño haber realizado un pacto, estando el maligno
a su servicio. En este trance, el músico le entrega su violín al Maligno para ponerlo a prueba,
resultando una sugerente y misteriosa melodía que lo deja pasmado por su
virtuosismo. Tartini, al despertar toma su violín, pero no puede evocar
aquella misma melodía, no obstante compuso La
sonata del Diavolo, la cual estaría inspirada en la tonada oída, que según
sus propias palabras, ni siquiera se acercaba un ápice al virtuosismo escuchado.
Recordemos que el oído de un músico prodigioso, altamente entrenado, está a
muchos pisos y peldaños sobre el oído común de cualquier ciudadano a pie o
aficionado a la música. Un músico con una disposición genética y un alto
entrenamiento es capaz de identificar notas no sólo en composiciones, sino que
en los mismos ruidos que emergen de la naturaleza. Así se cuenta que el
mismo Wagner, en una noche del mes de julio de 1853, cayó en una especie de
estado catatónico de duermevela, donde oyó una incesante corriente de agua que repetía
el acorde de Mi bemol mayor, lo cual lo
llevó a reconstruir mentalmente que aquel sonido debía provenir de una fuente que se
encontraba dentro de un frondoso bosque milenario perdido en el tiempo. Un bosque melodioso que pudo
aprehender desde aquel extraño trance hipnótico, le sirvió de base para
componer su monumental ópera El oro del
Rin (Das Rheingold), llegando además a la siguiente conclusión:
De pronto comprendí lo que siempre me había pasado: que la corriente de la vida debía venir de mi interior, no del exterior.
His only friend, de Briton Riviere, 1871 |
¿Por qué no le hemos dado suficiente importancia a lo sueños?
La pregunta si bien gana en actualidad,
como bien documenta Siruela, se pierde hasta lo incomprensible en los tiempos
remotos, donde existieron aplicaciones curativas inimaginables para nuestra
cosmovisión actual, como la creación de templos exclusivos a dioses del sueño,
lugares de peregrinajes donde no sólo se iba a orar, sino que también a dormir,
pues los soñadores buscaban que algún dios (como el dios Mamu con su templo
erigido en Balawat en la actual Irak) les entregara un sueño propicio que les
diera sentido a sus vidas. Los griegos también tenían un particular rito que
servía para fortalecer el alma y el espíritu, para así perder el miedo a la
muerte, y éste consistía en internarse en cuevas oscuras y húmedas en las
entrañas de la misma tierra, para conocer de primera fuente cómo era una
existencia privada de luz, lugar en el cual dormían, teniendo sueños y visiones
a lo menos alucinantes. El valiente que superaba esta prueba era más tarde
escuchado por los sacerdotes de Mnemosine (la diosa que engendraría a las nueve
musas inspiradoras) quienes consideraban que esta prueba era un auténtico
renacimiento. En la Grecia antigua por
cierto, abundaron templos dedicados al sueño, principalmente porque los griegos
consideraban que éstos eran mensajes divinos que entregaban la verdad o la
inspiración para quien los recibiese, pero también que tenían una
característica terapéutica, estableciéndose así incubatorios de sueños, tal
como lo respaldó en su época Hipócrates o Galeno, los connotados médicos que
analizaban por analogía las características de un sueño: si el
soñador veía parajes desolados o ríos secos, éstos eran equiparados a problemas
sanguíneos (el río representaba la sangre) o a la piel (las tierras yermas),
por lo cual los sueños eran indicadores de cuando había buena o mala salud.
En la actualidad a los sueños no
se les da ni remotamente el interés de antaño. Una explicación puede residir en
que nuestra visión del mundo, fuertemente anclada en paradigmas racionalistas y
todas las variantes del mito del progreso, no nos entregan un marco o herramientas
para ver a los sueños como realidades tangibles, más aún cuando las únicas vías
de desarrollo posible se entroncan en discursos materialistas, y cuando no, en
una espiritualidad de cartón fomentada por el auge del New Age y sus profetas,
personas por lo general con escasa instrucción y lectura, más ávidos de
llenarse los bolsillos a cuesta de incrédulos que de analizar a fondo el
fenómeno onírico. Siruela nos indica que esta fractura puede rastrearse en el inicio del Siglo de las
luces, con sus corrientes de pensamiento que abolieron cualquier tentativa
profética que pudieran tener los sueños; la misma Iglesia los trató como
diabólicos o heréticos, incluso con persecución por parte de la Inquisición,
para luego venir el mazazo de la Ilustración al tratarlo como meras
supercherías oscurantistas, calzando al dedo el aforismo citado de Lichtenberg:
No es que los oráculos hayan dejado de hablar: los hombres han dejado de escucharlos
El futuro y los sueños
Los egipcios consideraban al
mundo de los sueños con su propia espacialidad, por ende cuando soñamos en estaríamos despertando a otro mundo con sus propias leyes. Es lo que han
intuido sacerdotes, magos, alquimistas, poetas, médicos filósofos y científicos de todas
las épocas, algunos en minoría absoluta, resistiendo de pie frente a la oleada
positivista engullidora de la realidad con sus cárceles de acero, o
desarrollando su visión en armonía, con sociedades abiertas al misterio y a lo
desconocido, erigiendo templos y sanatorios dedicados a desentrañar las
realidades del sueño, estudiando la precognición, los símbolos que nos llevan
al inconsciente colectivo o la potencia curativa onírica; son los denominados
onironautas, los capaces de ver y atravesar las barreras, los que vigilan las
puertas del tiempo, y que mirando de soslayo, buscan robarle algunos cuantos
secretos. No obstante Siruela es decidor cuando afirma:
La historia de los sueños no ha sido escrita, y probablemente nunca lo será. No deja de ser sorprendente que, después de tanta experiencia onírica acumulada a lo largo del tiempo, tan digna de recuerdo, el ser humano todavía no haya asumido la importancia que tiene el onirismo en la historia humana. (…)
Empeñados en tener una visión
superficial de las cosas, en una época en que se manejan como nunca antes datos
e información a velocidad impensada, y pese a estar atados más que nunca antes
al escepticismo, el ser humano se aferra a cualquier ideología o política de
moda, creyendo lo que fuere si estas tienen visos de realidad, salvo en la
realidad de los sueños. Mientras no busquemos entender que cada noche los
sueños nos atraviesan como cometas, iluminando los parajes más oscuros de
nuestra mente, seguiremos convencidos de que la única realidad individual y
colectiva es la que nos llega de primera fuente en la vigilia, que más allá no hay más, que todo está acá, empobreciendo nuestra realidad, muriendo con tesoros sellados e intactos que nunca quisimos abrir.
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