viernes, 20 de diciembre de 2019

El mundo de los durmientes según Siruela

Ilustración rusa del siglo XVIII sobre Los siete durmientes de Éfeso

Editorial Atalanta
El mundo bajo los párpados. Jacobo Siruela.
352 páginas. 2da Edición 2016.

“Los sueños son en realidad recuerdos de un futuro ya sucedido” Juan Rodolfo Wilcock

Si existe un libro tan específico sobre la imaginación (como el que comentamos sobre Patrick Harpur y que se puede pasar a leer acá) ¿cómo no iba existir alguno respecto a los sueños? Sí, es cierto, existen un centenar, miles de libros que abordan la temática, desde La interpretación de los sueños de Sigmund Freud, pasando por De la esencia de los sueños de C.G Jung, el A theory of dreams de Kasatkin hasta los más recientes tratados enfocados en la neurociencia, la psiquiatría o los fenómenos de los sueños lúcidos. No obstante El mundo bajo los párpados de Jacobo Siruela es único, no sólo porque analiza a los sueños desde una múltiple perspectiva histórica, poética y fenomenológica de los sueños, sino porque abre senderos, puertas, perspectivas inimaginables de qué podría ser realmente el alucinante mundo onírico.

Dormir y soñar  

Hay una anécdota de Jorge Luis Borges muy ilustrativa respecto al mundo de los sueños: trata sobre el relato que le hace su sobrino pequeño respecto a un sueño donde él aparece, experiencia que el pequeño describe con lujo de detalles. Cuando termina, el chico le preguntó extrañado a Borges: «Tío, pero ¿qué estabas haciendo dentro de mi sueño?». La pregunta dejó atónito al escritor argentino, porque implicaba que un doble o una parte de sí mismo era capaz de habitar otro espacio, el espacio mental de su sobrino, de forma simultánea con el mundo real, como si la realidad del sueño fuera un universo alterno. ¿Meros juegos ficcionales? Quizá no. Otra historia (que tampoco recoge el libro, pero que las usamos a modo de introducción) la relata Jung en una de sus conferencias sobre la existencia del alma y los sueños, y tiene que ver con la característica premonitoria del mundo onírico. Un paciente del siquiatra suizo, practicante de alpinismo, le relata un sueño en el que se ve ascendiendo por un enorme monte nevado, y a medida que escala va sintiendo mayor calma y armonía, e incluso cuando en la cima escucha algo similar a un dulce coro angelical. ¿Sueño beatífico? Nada de eso, Jung al oírlo queda horrorizado, y sin pensarlo mucho, le pide a su paciente que siempre suba acompañado en su práctica deportiva. El paciente se ríe y la conversación queda olvidada. Meses más tarde, el hombre escala una cima, sin compañía, y cuando ya estaba descendiendo el monte, una avalancha lo agarra violentamente y lo deja sepultado. Jung, triste por el hecho, explica que los componentes de aquel sueño empujaban a interpretarlo como una muerte (el ascenso al monte es siempre una elevación al cielo para el pensamiento místico o religioso), lo que se confirmaba además por la paz que sentía y el coro angelical que oía el paciente. 

¿Son todos los sueños interpretables o premonitorios?

Jacobo Siruela
No, ni todos tienen una fuerte carga simbólica, ni nada a priori nos haría pensar que pueden predecir el futuro o indicar algún peligro. El mundo bajo los párpados va más allá y nos muestra cómo los antiguos hasta la posmodernos han entendido este fenómeno. Para el mundo helenístico los sueños no se tenían, sino que se veían, en el sentido de que estos eran considerados visiones que enviaban los dioses. Para el mundo cristiano de la Alta Edad Media,  la actividad onírica podía corresponder a revelaciones doctrinales, las cuales, en efecto, eran revisadas por autoridades eclesiásticas, pero además la realidad onírica era considerada como una segunda vida. Así por ejemplo, Natalio El Confesor se salvó de cometer herejía tras afirmar que Cristo no tenía naturaleza divina, luego de soñar que los ángeles lo azotaban durante toda la noche en castigo por su atrevimiento. En la Baja Edad Media estas creencias se desprestigiaron, insinuándose que los sueños podían ser cosa del diablo. No obstante, el origen de estas creencias cristianas se remontan al Antiguo Testamento, en las que los sueños eran considerados como indiscutibles mensajes celestiales (el sueño de Jacob con la escalera y los ángeles en Gn. 28,12, o el sueño del rey Salomón con Dios donde le pide sabiduría en 1 R. 3); ni siquiera para el Siglo de las luces, en las que se asentarían las bases del pensamiento racional y materialista, los sueños dejan de ser misteriosos. En El mundo Se examina con detalle una triada de sueños determinantes para el pensamiento filosófico de René Descartes, quien tras salir de estos letargos, los examinaba de manera exhaustiva, llegando a concluir que “la razón de los filósofos” corría con menor ventaja que la capacidad imaginativa que tenían los poetas o los creadores, pues sin desarrollar sistemas de pensamiento, eran capaces de ilustrar, a través de fragmentos, verdades que rebosaban el tiempo y el espacio. En esta línea, la obra de Siruela deja de manifiesto que los sueños a lo largo del último milenio jamás han hecho entrar en crisis ningún modelo o concepción de la realidad,  puesto que cumplen una función inspiradora, en el sentido tácito de que muchos pensadores e inventores han recibido influjos desde el mundo onírico para sus ideas, como son los casos documentados de Kepler (1517-1630) y las órbitas elípticas de los planetas, o el premio Nobel de Medicina Otto Loewie (1873-1961) inventor de la teoría química de la transmisión nerviosa. No sin justicia, Voltaire en su Diccionario filosófico, afirmaba que: «he conocido abogados que han hecho alegatos en sueños, matemáticos que han resuelto problemas, y poetas que han compuesto versos».

Los sueños y la música

Así como el sueño puede ser una especie de mundo simulado, no es menos cierto que la percepción de los sueños poseen diversas distorsiones si se examinan los colores (no todos sueñan a colores o con colores vívidos), los olores y sabores (que pueden ser muy reales pero no siempre certeros), o la misma noción de espacialidad, violándose muchas veces la lógica del mundo real (escaleras que no llevan a ningún lado, callejones que se quiebran y van a dar a una habitación en un lugar abierto, sótanos que en vez de conducir a un subterráneo te llevan hasta la cima de una montaña). Con la música no ocurriría ninguna clase de distorsión. La música permanecería inalterada en el mundo onírico, por lo que soñar con una tonada o una melodía siempre es sinónimo de alta fidelidad. ¿Por qué ocurre esto? No lo sabemos, pero El mundo nos narra la historia del compositor italiano Giuseppe Tartini (1692-1770), quien afirma haber soñado con el diablo, y dentro de este sueño haber realizado un pacto, estando el maligno a su servicio. En este trance, el músico le entrega su violín al Maligno para ponerlo a prueba, resultando una sugerente y misteriosa melodía que lo deja pasmado por su virtuosismo. Tartini, al despertar toma su violín, pero no puede evocar aquella misma melodía, no obstante compuso La sonata del Diavolo, la cual estaría inspirada en la tonada oída, que según sus propias palabras, ni siquiera se acercaba un ápice al virtuosismo escuchado. Recordemos que el oído de un músico prodigioso, altamente entrenado, está a muchos pisos y peldaños sobre el oído común de cualquier ciudadano a pie o aficionado a la música. Un músico con una disposición genética y un alto entrenamiento es capaz de identificar notas no sólo en composiciones, sino que en los mismos ruidos que emergen de la naturaleza. Así se cuenta que el mismo Wagner, en una noche del mes de julio de 1853, cayó en una especie de estado catatónico de duermevela, donde oyó una incesante corriente de agua que repetía el acorde de Mi bemol mayor,  lo cual lo llevó a reconstruir mentalmente que aquel sonido debía provenir de una fuente que se encontraba dentro de un frondoso bosque milenario perdido en el tiempo. Un bosque melodioso que pudo aprehender desde aquel extraño trance hipnótico, le sirvió de base para componer su monumental ópera El oro del Rin (Das Rheingold), llegando además a la siguiente conclusión:
De pronto comprendí lo que siempre me había pasado: que la corriente de la vida debía venir de mi interior, no del exterior.
His only friend, de Briton Riviere, 1871

¿Por qué no le hemos dado suficiente importancia a lo sueños?

La pregunta si bien gana en actualidad, como bien documenta Siruela, se pierde hasta lo incomprensible en los tiempos remotos, donde existieron aplicaciones curativas inimaginables para nuestra cosmovisión actual, como la creación de templos exclusivos a dioses del sueño, lugares de peregrinajes donde no sólo se iba a orar, sino que también a dormir, pues los soñadores buscaban que algún dios (como el dios Mamu con su templo erigido en Balawat en la actual Irak) les entregara un sueño propicio que les diera sentido a sus vidas. Los griegos también tenían un particular rito que servía para fortalecer el alma y el espíritu, para así perder el miedo a la muerte, y éste consistía en internarse en cuevas oscuras y húmedas en las entrañas de la misma tierra, para conocer de primera fuente cómo era una existencia privada de luz, lugar en el cual dormían, teniendo sueños y visiones a lo menos alucinantes. El valiente que superaba esta prueba era más tarde escuchado por los sacerdotes de Mnemosine (la diosa que engendraría a las nueve musas inspiradoras) quienes consideraban que esta prueba era un auténtico renacimiento. En la  Grecia antigua por cierto, abundaron templos dedicados al sueño, principalmente porque los griegos consideraban que éstos eran mensajes divinos que entregaban la verdad o la inspiración para quien los recibiese, pero también que tenían una característica terapéutica, estableciéndose así incubatorios de sueños, tal como lo respaldó en su época Hipócrates o Galeno, los connotados médicos que analizaban por analogía las características de un sueño: si el soñador veía parajes desolados o ríos secos, éstos eran equiparados a problemas sanguíneos (el río representaba la sangre) o a la piel (las tierras yermas), por lo cual los sueños eran indicadores de cuando había buena o mala salud.

En la actualidad a los sueños no se les da ni remotamente el interés de antaño. Una explicación puede residir en que nuestra visión del mundo, fuertemente anclada en paradigmas racionalistas y todas las variantes del mito del progreso, no nos entregan un marco o herramientas para ver a los sueños como realidades tangibles, más aún cuando las únicas vías de desarrollo posible se entroncan en discursos materialistas, y cuando no, en una espiritualidad de cartón fomentada por el auge del New Age y sus profetas, personas por lo general con escasa instrucción y lectura, más ávidos de llenarse los bolsillos a cuesta de incrédulos que de analizar a fondo el fenómeno onírico. Siruela nos indica que esta fractura puede rastrearse en el inicio del Siglo de las luces, con sus corrientes de pensamiento que abolieron cualquier tentativa profética que pudieran tener los sueños; la misma Iglesia los trató como diabólicos o heréticos, incluso con persecución por parte de la Inquisición, para luego venir el mazazo de la Ilustración al tratarlo como meras supercherías oscurantistas, calzando al dedo el aforismo citado de Lichtenberg:
No es que los oráculos hayan dejado de hablar: los hombres han dejado de escucharlos
El futuro y los sueños

Los egipcios consideraban al mundo de los sueños con su propia espacialidad, por ende cuando soñamos en estaríamos despertando a otro mundo con sus propias leyes. Es lo que han intuido sacerdotes, magos, alquimistas, poetas, médicos filósofos y científicos de todas las épocas, algunos en minoría absoluta, resistiendo de pie frente a la oleada positivista engullidora de la realidad con sus cárceles de acero, o desarrollando su visión en armonía, con sociedades abiertas al misterio y a lo desconocido, erigiendo templos y sanatorios dedicados a desentrañar las realidades del sueño, estudiando la precognición, los símbolos que nos llevan al inconsciente colectivo o la potencia curativa onírica; son los denominados onironautas, los capaces de ver y atravesar las barreras, los que vigilan las puertas del tiempo, y que mirando de soslayo, buscan robarle algunos cuantos secretos. No obstante Siruela es decidor cuando afirma:
La historia de los sueños no ha sido escrita, y probablemente nunca lo será. No deja de ser sorprendente que, después de tanta experiencia onírica acumulada a lo largo del tiempo, tan digna de recuerdo, el ser humano todavía no haya asumido la importancia que tiene el onirismo en la historia humana. (…)
Empeñados en tener una visión superficial de las cosas, en una época en que se manejan como nunca antes datos e información a velocidad impensada, y pese a estar atados más que nunca antes al escepticismo, el ser humano se aferra a cualquier ideología o política de moda, creyendo lo que fuere si estas tienen visos de realidad, salvo en la realidad de los sueños. Mientras no busquemos entender que cada noche los sueños nos atraviesan como cometas, iluminando los parajes más oscuros de nuestra mente, seguiremos convencidos de que la única realidad individual y colectiva es la que nos llega de primera fuente en la vigilia, que más allá no hay más, que todo está acá, empobreciendo nuestra realidad, muriendo con tesoros sellados e intactos que nunca quisimos abrir.

viernes, 25 de octubre de 2019

Utopía, rebelión y estados policíacos en la ficción


Últimamente han circulado, con mayor o menor adherencia, dos teorías contrapuestas y paranoicas sobre la verdadera situación en Chile. Es interesante que ambas, como en toda explicación racional y plausible, desarrolla sus argumentos de forma limpia, pero anclada en una serie de supuestos que sólo podrían ser contrastados y evidenciados  bajo un acucioso trabajo de inteligencia, más por la gravedad que por la originalidad de lo que sugieren. Desde la derecha se enarbola la tesis del Comité de Insurrección, arguyendo la existencia de infiltrados en el tejido social, células o grupúsculos con ideas filomarxistas (como los revolucionarios bolivarianos) y terroristas (como Individuos tendiendo a lo Salvaje), que apoyados por el narcotráfico, han ejecutado de forma encadenada un colapso a puntos vitales para provocar el caos y agudizar la crisis, apoyándose, cómo no, en el innegable descontento social por todas las precariedades manifiestas de nuestro sistema. La izquierda no unifica ninguna conspiración, pero se repite constantemente la idea de los montajes y del auto-sabotaje, como robos en los supermercados, obstrucción de calles y quemas de estaciones de Metro, todo con la finalidad de atemorizar a la población, y que ésta, viendo el desabastecimiento, viendo que se está viviendo en la ley de la calle, pedirán la salida de los militares, lo que desencadenará un eventual golpe o relevo con el Gobierno para caer en una nueva dictadura castrense. Así se afianzará un sistema y la oligarquía no perderá sus privilegios.

Pero la realidad no puede sustraerse a explicaciones, menos esquemáticas. Las ficciones, que leemos con tanta atención, están ahí no sólo porque son fábulas morales, mecanismos retóricos y orgánicos que se instalan en nuestras mentes para desconectarnos y reconectarnos con realidades simuladas, sino que también articulan espejos que nos reflejan. Pero además se puede leer (en las mejores obras literarias) el porvenir, casi como cartas de amor encriptadas que intentan captar un espíritu, un Zeitgeist que intenta describir el mundo de ahora o el que se desatará en los próximos minutos.

A continuación un breve repaso, una selección de las muchas obras universales que describen situaciones límites, revoluciones, universos cerrados y estados policíacos.

Nosotros, de Yevgueni Ziamiatin (1924)

¿De qué se trata? La despersonalización avanza hasta los límites en que los nombres propios no existen y han sido reemplazados por un número (¿les suena conocido?). Los habitantes de esta sociedad, albergados en la Ciudad de Cristal manejada por el Estado Único, han llevado hasta las últimas consecuencias los ideales de higiene, transparencia y efectividad social. Sus habitantes intercambian de pareja de forma aleatoria según una fórmula azarosa, evitando de esta forma lazos emocionales fuertes, las viviendas son transparentes, y todos los horarios, tanto de ocio, placer y trabajo, están estrictamente regulados.
¿Qué pasa? D-503, el narrador de esta distopía cuestiona las bondades de esta sociedad, regidas por un solo hombre representante del Estado, pues la felicidad ha sido delimitada a un conjunto de reglas inviolables: para frenar el descontento de los que se oponen al sistema, se les practica una lobotomía para erradicar para siempre la imaginación y la fantasía, consideradas como armas letales contra un sistema único que no da espacio para la individualidad y menos para las expresiones de amor o compromiso.

Rebelión en la granja, de George Orwell (1945)

¿De qué se trata? Se nos presenta una sociedad agraria compuesta por animales, quienes generan una revuelta para sacar a los granjeros humanos, bajo consignas de revolucionarias. La rebelión la encabezan los cerdos, los más astutos del grupo heterogéneo compuesto por ratones, gallinas, patos, perros, entre otros. Este grupúsculo, de forma muy honesta, plantea que como animales llevan siglos de sufrimiento, atados a la tierra y explotados por una clase inepta que los desprecia. Por ineptitud de los granjeros y la fuerte organización de los animales, se lleva a cabo una revuelta victoriosa: los granjeros se ven superados en la revuelta y huyen, quedando la granja en manos de los animales, quienes establecen nuevas normas de convivencia, disminuyen las horas de trabajo, y reparten de forma más equitativa los bienes.

¿Qué pasa? El grupo de los cerdos, luego de establecer un orden, comienzan lentamente a llevarse más privilegios que el resto de animales, considerando que ellos tienen más derechos al tener más obligaciones en la nueva sociedad que componen. Las ansias de poder y de tener más provoca una lucha intestina entre los mismos cerdos, agregándose una serie de componentes que terminan por socavar la graja idílica y convertirá en un lugar de muerte y horror: purgas, traiciones, creación de un enemigo externo, abandono de la agricultura en pos de la industrialización, vejaciones, crímenes, procesos injustos y ejecuciones crueles.

El eternauta, de Oesterheld y Solano López (1957)

¿De qué se trata? La historia parte en la casa de un guionista de historietas en un tranquilo barrio, el cual es visitado por un personaje llamado Juan Salva, quien se materializa ante sus ojos ¿qué busca aquel ser desconocido surgido de la nada? Afirma que viene del futuro y que está ahí para referirle sucesos de crisis que vendrán muy pronto, sucesos en el que la raza humana se encuentra en una lucha encarnizada contra fuerzas alienígenas.

¿Qué pasa? Durante la noche —todo esto lo relata Juan Salva al perplejo guionista— en la que se encontraba reunido con un grupo de amigos jugando truco, un corte de luz y una noticia radial los sumerge en una siniestra realidad: una intensa nevada ha recubierto toda la ciudad, nevada mortal que asesina en segundos a cualquier persona que la respire. Desde la casa del protagonista, los hombres comprueban que no sólo el silencio domina las calles: autos chocados reposan inmóviles entremedio de la calzada y un centenar de cadáveres recubren las avenidas.  En un punto crucial de la historieta, los protagonistas, atrincherados en su hogar con alimentos y bebidas para vivir tranquilamente, son asediados por los militares, quienes andan a la búsqueda de hombres sanos y fuertes para repeler el ataque. ¿Qué hacer? ¿Quedarse refugiado junto a su familia o dejarlos y embarcarse en la guerra? En ese dilema se desata toda la historia.

Memorias encontradas en una bañera, de Stanislaw Lem (1961)

¿De qué se trata? En un futuro sin libros debido a una catástrofe científica que aniquiló todo rastro de tejido vegetal, se intenta reconstruir la historia reciente de la humanidad, no sólo de la edad antigua o moderna, sino que de los últimos siglos. Para ello, se ha encontrado el diario de vida que relata cómo era la existencia en un mundo cerrado bajo tierra, un mundo controlado por militares y con una burocratización desquiciada bautizado como El Nuevo Pentágono, ubicado en algún lugar de las montañas

¿Qué pasa? En efecto, la obra del polaco bebe muy directamente de El Proceso de Kafka, el cual es el paradigma de las injusticias sociales son generadas no siempre por una mala voluntad en expreso, sino porque el sistema legal es incapaz, incompetente, que tienda a ser totalitario porque busca abarcarlo todo, pero se llena de trabas, se burocratiza hasta el hartazgo. En memorias, el protagonista del diario recibe una misión en la cual tiene que llegar hasta determinado lugar para investigar algo o alguien indeterminado, no sabe qué, sólo que debe avanzar entre el complejo laberíntico para atravesarse con hombres ocupados en tareas que desconocen. Nadie sabe qué está haciendo realmente, nadie entiende cuáles son sus reales propósitos, sólo la cárcel laberíntica es la realidad.

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick (1974)

¿De qué se trata? Un EE.UU de 1988 invadido por policías y militares, producto de una segunda guerra civil,  es descrito con perplejidad desde la perspectiva de un cantante famoso, que de la noche a la mañana parece ser que todo el mundo lo ha olvidado: siendo un don nadie, sin contactos, ni identidad, ni dinero, debe sobrevivir en los márgenes de la ciudad donde conviven las clases más bajas, compuesta principalmente por estudiantes universitarios y otros sobrevivientes que intentan eludir desesperadamente los constantes controles policiacos, moviéndose en estrechos edificios grises y tratando de llegar vivos al final del día. Además del control policial, se han llevado a cabo diversos experimentos, en especial la eliminación constante de la población negra, esterilizando a la población para que nazcan menos individuos de piel oscura, a cambio, claro está, de que no se pueda ejercer ninguna clase de violencia criminal hacia ellos, resultando en un paradojal retiro no violento programado de un grupo étnico completo.

¿Qué pasa? La novela deja entrever que el alto consumo de drogas, en especial las que tenía acceso el protagonista cuando era un famoso presentador y cantante (al estilo Luis Jara), además de provocar pérdida de identidad y brotes psicóticos, pueden alterar la realidad, pero también pone de manifiesto los privilegios de los que goza una elite, contrastado con la vida de semi-proscritos que llevan los marginados por un sistema policiaco y de hipervigilancia.

Respiración artificial, de Ricardo Piglia (1992)

¿De qué se trata? Junior, un periodista que se mueve en una misteriosa Buenos Aires, casi opresiva debido a una dictadura militar invisible, que no obstante se percibe bajo señales pero sin signos de violencias explícitos. La trama se inicia cuando Junior recibe un llamado acusando que existe una máquina capaz de generar ficciones que pueden suplantar la realidad o de generar relatos que no se pueden distinguir si son reales o simple ficción. Uno de esos relatos, grabados en un casete, son reproducidos: se relata con horror una matanza que podría ser humana o animal de forma muy ambigua.

¿Qué pasa?  Lo más difícil de precisar es realmente qué pasa. La trama principal se diluye y se va contaminando por relatos que parecen tener correlatos con la historia argentina de los años 20, una mención al escritor Macedonio Fernández quien parece ser central como ideólogo de La Máquina: tras la muerte de su esposa ha decidido crear una realidad paralela en la que tanto él como ella siguen vivos. ¿Pero qué hace la Máquina? La peligrosidad de ella radica en que, al igual que en la enciclopedia borgeana de Tlön, ésta podría terminar destruyendo el discurso oficial. “Todo poder político es criminal”, dice en una parte”, “el presidente está loco y sus ministros unos psicóticos.”

Bonus Track

Oink, el carnicero del cielo, de John Mueller (1997)

¿De qué se trata? Cómic que lleva hasta las últimas consecuencias la narración de una vida en una sociedad esclavista y controlada por una Iglesia degenerada y un grupúsculo de  tecnócratas con ambiciones ilimitadas. Para sostener este sistema, podrido hasta los cimentos, se ha creado al “obrero perfecto”, genéticamente y en laboratorios,  mezclando el ADN de cerdos y humanos, naciendo así una raza porcina con alta resistencia muscular y una inteligencia limitada, perfecta para la explotación capitalista.

¿Qué pasa? Oink, uno de los tantos obreros esclavizados, descubre la sarta de mentiras con la que ha crecido no sólo como invididuo, sino que su clase completa. El cielo, lugar en el cual se desarrolla la acción de la novela gráfica, es un lugar atestado de industrias, contaminación y hacinamiento absolutos, lugar que además está protegido por los ángeles, una especie de policía secreta represiva dispuesta a matar a cualquier que se oponga a cuestionar el sistema.

viernes, 18 de octubre de 2019

Mijaíl Bulgákov: ciencia y ficción en “Corazón de perro”

Editorial LOM
Corazón de Perro. Mijaíl Bulgákov
Traducción de Cristina Varas Lorenzo. 155 páginas.

Hubo una época legendaria en que las obras de los escritores eran revisadas con lupa por la censura: el peso gravitacional de una pluma reconocida era capaz de activar los servicios de inteligencia, y es conocido y sabido que muchos creadores sufrieron persecución, prisión, tortura e incluso la muerte, no sólo por el contenido de sus obras, sino por sus aproximaciones (y lejanías) a la política o al régimen de turno.

En efecto, se creía (y los hechos lo confirmaban) que un escritor o un artista podía abrir conciencias, sacar del letargo, mover masas, y ello podía redundar en que una figura se transformáse en enemigo público. En la actualidad cuesta encontrar a escritores que sacudan o impulsen movimientos; esa figura del artista como intelectual y agitador, de señores o señoras dispuestos a fulminar las buenas consciencias con sus libros, es más parte del imaginario cultural y del pasado que del presente mismo. “Que escriban y que publiquen lo que quieran”, parece decir la consigna neoliberal de los tiempos actuales, pues ¿quién los va a tomar en serio?, si al noventa y nueve por cierto de la población mundial no le interesa ni el arte ni los libros, y menos el pensamiento. ¿Es un tema de valentía? ¿De falta de canales para que un artista logre transmitir un mensaje incendiario?

Pero no hay que engañarse ¿por qué un artista o un escritor, tendría que transformarse necesariamente en el activista político de alguna causa? Ahí existe una trampa mortífera: Kafka no le mandó un garrotazo a nadie (aunque existen biografías que lo han querido unir con movimientos anárquicos o libertarios), y revolucionó para siempre la literatura. Pero en el caso de que un escritor busque apoyar o desautorizar regímenes políticos, no es dable preguntar también: ¿quién en su sano juicio querría que lo llevasen preso o a juicio por escribir alguna obra que atente contra el Estado o la moral? Ricardo Piglia lo miraba desde una perspectiva interesante. En sus múltiples entrevistas y discursos, alguna vez deslizó la idea de que soñaba con crear un libro para que lo metieran preso; ello sería la prueba irrefutable de que se trataba de una obra explosiva, una obra, como dijera el mismo citado Kafka, que fuera como un hacha que rompiese el mar helado interno que nos aturde. De ahí que la tipología arbitraria del escritor argentino cobra mucho sentido: si la obra es el crimen, el escritor el asesino (porque perpetra el crimen y esconde las huellas), la crítica por excelencia sería la policía, porque delimita, confisca, aísla, pasa por examen. 

Otros tiempos, otros crímenes, otras policías
   
El hostigamiento de gobiernos de derecha hacia escritores de izquierda, y de gobierno de izquierda a escritores de derecha, no fue una idea patentada por las dictaduras castrenses o soviéticas. Probablemente se inicia en los tiempos de la Inquisición, con los autores de libros de brujería o tratados heréticos, aunque ya nos alerta la historia que el emperador chino Shi Huangdi (260 a.C-210 a.C), mandó a quemar libros que contradijesen la grandiosidad de su imperio, y ello también implicó la muerte de intelectuales y artistas. La Unión Soviética fue, tristemente, un periodo de la historia rico en ejemplos de persecución contra artistas e intelectuales.

El caso de la URSS fue un caso especial: fue una época que coincidió con un despliegue y una inversión sin precedentes de los experimentos científicos, probablemente surgiendo como un nuevo ethos, un nuevo zeitgeist, o paradigma, que buscaba reemplazar a la religión por la ciencia, transformando ésta última en el dogma que edificaría al nuevo hombre, adoctrinado en las nuevas creencias que suplantarían toda “esa tontera religiosa” para dotar a sus ciudadanos con nuevos horizontes. No en vano, libros como la Biblia, El Corán o la Comedia de Dante, fueron prohibidos, requisados y sacados de circulación.

Corazón de Perro (1925) de Mijaíl Bulgakov, siendo una obra menor (¡pero vaya qué obra menor!), captó con mucho cinismo y agudeza aquel momento, retratando por medio de la sátira un culmen de acontecimientos históricos que se desarrollaban con inusitada velocidad en la URSS, y que recaían en la creación de un nuevo Estado con el revolucionario socialista a la cabeza.

El ideal científico de la revolución 
Como en la farsa teatral, los personajes de Corazón de perro atraviesan el libro a tropezones, hay confusiones de géneros (una mujer es vista como hombre) , hay amenazas veladas y explícitas contra cualquier gesto contrarrevolucionario, hay momentos carnavalescos que muestran las diferencias entre los socialistas, la gente de la calle y los intelectuales, e incluso hay una escena muy peculiar en la que un comité comunista busca expropiar algunos cuartos de una consulta médica, por considerar exagerado que un médico tuviese mucho espacio para tratar a sus pacientes. ¿Suena conocido? Todo, en nombre de la igualdad y del programa revolucionario.

Corazón de perro fue efectivamente censurada en su época (1925), pero logró sortear la censura gracias al método del Samizdat, como se le denominaba a toda la literatura requisada por el régimen, circulando de forma clandestina en formatos alternativos, como mecanografías artesanales o incluso copiadas de puño y letra.  La novela fue considerada como peligrosa, no sólo porque satiriza un momento político, no sólo porque tenga una fuerte vocación de documentar una época, sino también porque recurre a la especulación científica con fuertes reminiscencias del moderno Prometeo de Frankestein, vaticinando lo que ocurriría años más tardes en los laboratorios soviéticos: el experimento con animales y la reanimación de organismos muertos. Los experimentos reales del doctor Sergei Bryukhonenko salieron a la luz pública en los años 40 a través de un documental donde se mostraba, de forma orgullosa (porque se trataba de un avance de la ciencia), cómo hacían latir el corazón aislado de un perro a través de válvulas, o cómo mantenían una cabeza canina viva conectada a una máquina. 

En los años 50, otro médico ruso,  Vladimir Demikhov, llevó a cabo la cruel amputación de un perro pequeño para adosarlo sobre los lomos de otro, creando así un “supuesto” perro de dos cabezas. La perra Laika fue otro ejemplo de crueldad en nombre de la ciencia: fue enviada sin retorno en el año 57 en un transbordador al espacio donde habría muerto asfixiada o envenenada, según las versiones circulantes. Todos estos hechos fueron amparados financiados y premiados por las autoridades de la URSS, evidenciando que para ellos el sufrimiento animal se justificaba plenamente si se trataba de alcanzar el progreso científico.

Pero volvamos al libro. Corazón de perro parte como un cuadro costumbrista, donde el perro Bolita, en su propia voz, nos relata sus miserias y malquerencias por vivir en la calle, descritas como sucias, con seres humanos apáticos y deprimidos. Su suerte cambia cuando un hombre le ofrece una suculenta comida y se lo lleva hasta un consultorio médico, donde conviven varios científicos y criados que lo acogen con mucho cariño. Un cariño que no sería gratuito: la vida de Bolita cambia drásticamente: de ser un perro desarraigado, se convierte en un animal bien alimentado. No sin sorna, leemos sus pensamientos reflexionando sobre su nueva condición:
“Soy un perro señorial, un ser intelectual, que ha probado lo mejor de la vida. Además ¿qué es la libertad? Humo, espejismo, ficción…Delirio de esos demócratas desgraciados”.
Mijaíl Bulgákov
Líneas así, sumado a los abiertos ataques y ridiculización contra los bolcheviques, habrían provocado el fusilamiento inmediato del autor ruso (como ocurrió con sus contemporáneos Boris Pilniak e Isaak Bábel), pero la simpatía que profesaba Stalin con el autor ruso lo salvó del paredón, aunque sus últimos años fue víctima de un hostigamiento sistemático. De hecho, la novela que comentamos fue censurada y sólo circuló de forma clandestina entre las amistades del escritor (no se publicaría oficialmente hasta 1987).

Siguiendo con la trama, las verdaderas intenciones de los dueños de Bolita (a los que el perro los identifica como dioses), quedan descubiertas cuando lo someten a una brutal operación en la que le trepanan la cabeza y le injertan testículos humanos, con el fin de comprobar si las hormonas secretadas por las gónadas pueden convertir a un perro en un ser humano. ¿Ese lavado de cerebro, esa transformación bestial no hace referencia a la creación de un nuevo hombre por el mismo hombre? No nos olvidemos que Bulgákov era de profesión médico, por lo cual los detalles de la intervención quirúrgica con el perro Bolita es muy gráfico. Uno de los científicos, al ver que su experimento ha tenido éxito, reflexiona de forma casi mefistofélica:

"La hipófisis adaptada abrió el centro del habla en el cerebro del perruno y las palabras brotaron a chorros. Creo que tenemos un cerebro resucitado y desarrollado (...) ¡Oh, divina confirmación de la teoría evolutiva! ¡Oh, gran cadena desde el perro hasta el químico mandeleev!"
Bolita, tras varias semanas de cuidado, comienza a mutar en humano; su forma cambia y comienza su lento aprendizaje para insertarse en la sociedad. Su desarrollo tiene muchas escenas cómicas, como por ejemplo su afán por tragarse la pasta dental o tratar con palabrotas e insolencias a los científicos que han trabajado con su organismo. Naturalmente, el punto de vista de la novela cambia, ya no es el tierno Bolita que mira con cariño o temor a sus semejantes o a sus amos, ahora, como el niño que abandona la infancia o el adolescente que se sumerge en la adultez, la transformación implica abandonar esa mirada prístina. En efecto, el humano Bolita adopta rápidamente todas las taras de los hombres, y que nos hace recordar el proverbio que dice:
"Dale de comer a un perro tres días y te recordará por siempre. Dale de comer a un humano por tres días, y en tres días te olvidará."
Corazón de perro no sólo demuestra la engorrosa burocracia de los nuevos estamentos creados en la sociedad rusa, sino que además escenificó el afán enfermizo que se tuvo por crear a un nuevo hombre revolucionario, además de evidenciar la atracción mórbida de realizar experimentos con animales, todo en nombre de la revolución y de la ciencia. 

viernes, 6 de septiembre de 2019

El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur



Editorial Atalanta
El fuego secreto de los filósofos. Patrick Harpur
Traducción de Fernando Almansa Salomó. 462 páginas.


Existen obras que establecen puentes entre conceptos o campos de estudio que hasta antes de su materialización no estaban ideados o habían sido vagamente murmurados; hay otros, como bisagras, que abren corrientes completas de  conocimientos que anticipan a sus futuros detractores y exégetas, y otros pocos, muy señeros, que no sólo pasan a ser parte del acervo cultural de la humanidad, sino que rescatan tradiciones o conocimientos olvidados, mal entendidos, o rechazados de plano por las academias. Hay libros que son las bases de una filosofía, ideología o religión,  hay otros que intentan explicar y dar luz a lo evidente, y hay otros, muy pocos, que no buscan fundar ni una escuela ni un sistema, sino que volver a los viejos conceptos, enriqueciéndolos a través de un examen a las fuentes que se han perdido en las kilométricas montañas de obras que ha legado el pensamiento universal.

Patrick Harpur tiene la rara virtud de manejar con soltura conceptos que puedan ser intrincados para el lector común, sin dejar de lado la erudición profunda, a través de un lenguaje prístino y directo. La prosa de Harpur está en las antípodas de toda esa fraseología hueca deconstruccionista que con tanto orgullo exhiben algunos “pensadores”, y si tuviéramos que buscarle símiles podríamos mencionar a Al Álvarez por el tratamiento de temas a través de un prisma filosófico y poético, con la mirada centrada en el simbolismo y en los arquetipos como lo hizo Carl Gustav Jung, sumado a la valentía de Schopenhauer a la hora de emitir juicios y separar aguas entre lo que le parece valioso de lo meramente decorativo.

El título de libro de Patrick Harpur es precioso: El fuego secreto de los filósofos. Una historia de la imaginación. Mixtura la figura del filósofo, lo que para nuestra cultura representa el culmen de la sapiencia, junto al fuego, que nos remite al mito de Prometeo, pero también a las divinidades antiguas de la India, es decir asciende desde el hombre hasta el mito y lo sagrado, y lo encumbra dentro del territorio que más ha cautivado a la humanidad: la imaginación, fuente suprema de todo acto, palabra y creación.

La realidad daimónica

Patrick Harpur
La principal contribución al pensamiento de Patrick Harpur es intentar explicar qué son los seres imaginarios, cómo se originan, qué representan y cuál es el lugar del cual proceden, denominado de distintas formas según cada cultura: El Otro Mundo, el Paraíso, el Infierno, los multiversos, el espacio exterior, etc.  En este esquema, tanto un yeti, como un alien, o un duende son manifestaciones de un mismo fenómeno, que por su imposibilidad material para la mente racional, no son más que falsedades, alucinaciones o meros cuentos de hadas. Para Harpur un duende o un dragón sí son reales, precisamente porque su entendimiento de la realidad traspasa los límites impuestos por la filosofía objetivista, derribando la concepción dualista impuesta desde el materialismo y el cientificismo a través de la lógica, en la que algo si cumple determinadas condiciones sólo puede ser falso o verdadero, y no ambas a la vez; esta manera limitada de entender a la realidad también es muy deudora de la religión monoteísta que hemos heredado del cristianismo, donde los mitos se han sacado de sus fuentes primitivas en las que oscilaba el rito, la iniciación y el peregrinaje de manera simbólica, para ser encarnadas directamente en una sola versión de la historia, esto es en el Cristo, el Dios encarnado en un hombre que muere por nuestros pecados para resucitar al tercer día, literalizando el mito, es decir, trayéndolo al plano de la realidad como algo unívoco y bidimensional.

“Cuando se mantuvo que la historia de Cristo era histórica, y sus acontecimientos, literalmente verdaderos, el mito sufrió un golpe. Empezó a adquirir su sentido moderno de algo irreal, imaginario (como contrario a imaginativo) y meramente ficticio. Al mismo tiempo, verdad y realidad empezaron a ser medidas por su verdad y realidad literales. La literalidad comenzó con el cristianismo.”

La literalidad y la doble visión

La visión literalista comenzó con el cristianismo, pero se perfeccionó con el racionalismo y el materialismo. Recordemos que el romanticismo surgió como una reacción a la visión científica (otra versión del literalismo) que veía al mundo bajo parámetros observables y cuantificables. El romanticismo estuvo ahí para actualizar los antiguos misterios, desarrollando una visión de la realidad que apostaba por lo etéreo, lo inclasificable y lo inasible, siendo Samuel Taylor Colerdige y William Blake, según Harpur, los principales profetas de esta corriente. 

La visión literalista tiene la particularidad de despojar a cada cosa del mito y de su dimensión simbólica, equiparando –por ejemplo- a la Madre Naturaleza como una extensión territorial que se debe mensurar y conquistar para explotar a voluntad, o considerar a las galaxias ya no como un firmamento sagrado, sino por sus números de estrellas o por su posición en el espacio y no como divinidades que yacen en lo desconocido. 


Ilustración de William Blake

La visión literalista es la visión que ha vencido y prevalecido, pero no siempre fue así. El libro analiza casos concretos, como por ejemplo la aversión que sintió Charles Darwin por la naturaleza (y de paso destruye su evolucionismo con contundentes argumentos), quien renegó de su trasfondo mítico para domeñarla en un aspecto cientificista, y aquello terminó generándole un trauma muy peculiar. Otro hito importante analizado es la invención del reloj, la brújula y el telescopio, inventos que abolieron la concepción mágica que se tenía del universo, abriendo una nueva dimensión en la que el tiempo era cuantificable con los relojes, la imposibilidad de perderse ampliaba los límites del espacio y disminuía las fronteras del Otro mundo con la brújula, y finalmente el telescopio, el cual fracturaba para siempre la sensación de estar bajo un carrusel místico y colorido de ese lejano mundo celestial.
“La visión simple ve al sol simplemente como el sol; la doble visión lo ve también como una hueste celestial. Necesitamos la doble visión para ver a los dáimones, para ver que son reales, pero no literalmente.”
Como la visión literal se ha vuelto omnipresente, ya no somos capaces de ver a los dáimones, a menos que desarrollemos la doble visión, que sería la capacidad de ver en cada cosa el símbolo y el mito que la sustenta, y a la vez su dimensión racional.  Esta habilidad, que se fundamenta en el reino de la imaginación, sobrepasa a la mera percepción sensorial de la realidad. Tiene, además, una larga tradición que parte con Hermes Trismegisto, y avanza por una línea hereditaria que recibe los aportes de los gnósticos, los cabalistas, los magos, los alquimistas, los neoplatónicos, los poetas y los filósofos herméticos, todos apuntando a una misma certeza: lo que une al mundo es el alma, el anima mundi, un ente colectivo olvidado por mucho tiempo y redescubierto hace pocos decenios por Jung, a lo que bautizó como el inconsciente colectivo.

“La naturaleza de la imaginación es muy poco conocida” (William Blake)

Harpur analiza el carácter y la costumbre de las sociedades primitivas, las cuales poseen algunas características comunes, como lo es su visión cosmológica, el uso de chamanes como mediadores, o el tajante rechazo a la tecnología. ¿Por qué ocurre esto último?, porque los pueblos primitivos, anclados a los mitos ancestrales, desconfían del cambio y del progreso, al vivir en una realidad que se sustenta en la inmutabilidad y la eternidad de sus espíritus y fuerzas que los gobiernan. Los mitos de la creación que transitan en estas sociedades tienen un carácter involutivo, coincidiendo el pasado remoto o legendario con una edad dorada de dioses, espíritus o fuerzas, las cuales han ido mermando hasta llegar a un estado regresivo, el cual debe ser reencauzado por medio de diversas prácticas, como los rituales de iniciación o las celebraciones dionisiacas, las cuales derivaron históricamente en la aparición de la música, la danza o el teatro, artes que buscaban expurgar lo negativo de presente y aspirar a un equilibrio armónico que restableciera la unidad de los contrarios.

Precisamente, la cosmovisión de los primitivos no vivía con el conflicto perpetuo de tener que aceptar o rechazar algo para permitir que sobresaliera su opuesto, como ocurre en nuestra lógica binaria y excluyente, sino que aceptaban la unión de la diversidad de estados, sin imponer una visión nefasta o negativa de la existencia. Ellos buscaban la unidad y el equilibrio por sobre el cambio, estaban libres de ese constante progreso y mutación que tanto propugnan movimientos, partidos políticos e ideologías.

Esto lo podemos ver con mucha claridad con la actual corriente que impulsa "el vivir sanos", una manera de comprender fragmentariamente al cuerpo, pues sólo se acepta lo saludable, lo fitness, la alimentación sana, por sobre el vicio, la enfermedad o la misma muerte, cada vez más temida en occidente debido a la caída de los relatos cósmicos o religiosos que integraban la enfermedad, la corrupción de los cuerpos, la vejez y la muerte, estados que contenían a su opuestos, como la niñez, la sanidad o la vida. El primitivo, consciente de que existía una realidad oculta, jamás se sentía solo, pues “veía” que cada ser se manifestaba como parte de la creación, otorgándole a cada ser orgánico y cosa de este mundo un ánima, un alma que pertenecía a la totalidad; de ahí que esta manera de ver al mundo esté obliterada en la actualidad, lo que redunda en seres humanos que cada vez se sienten más solos, vanos, incomprendidos, lo que muchas veces se manifiesta con depresión, anorexia nerviosa, tristeza o el suicidio, los grandes males de nuestro tiempo.

La relación espíritu-alma

En la actualidad no existe una distinción clara entre espíritu y alma. Es algo que ya sabían los gnósticos y los alquimistas, y en especial los griegos, y esta no distinción o claridad de conceptos es totalmente atendible si pensamos que en los últimos trescientos años se ha venerado el éxito material, los triunfos sociales y la vacuidad que generan los medios masivos, precisamente porque son realidades tangenciales y medibles. Hablamos del espíritu de una época, o de lo espiritual, para referirnos a un estado de cosas inmateriales, como las ideas, las doctrinas o las ideologías. Ciertamente, el espíritu vendría a ser la conexión que permite la unidad entre alma y cuerpo; espíritu correspondería entonces a nuestro ego, el yo que nos empuja o nos hace avanzar en pos de concretar nuestras individualidades. El espíritu se acaba una vez nuestros cuerpos fallecen, pero el alma, que es inmortal, según el mito cultural que adopte, se reintegra de nuevo a la totalidad o transmigra a otros cuerpos. Por eso que el viaje del alma es el que hacen los peregrinos del la gran ansia, de los visionarios, de los que sedientos por buscar algo que no se puede dar en este mundo, luchan para traer hasta acá ese prisma infinito de luz inexistente. El alma entonces es el reflejo de todo lo que existe, es algo que posee tanto un individuo como un ser ajeno a él, pero también lo posee el cosmos, regido por un alma colectiva, pudiendo manifestarse de forma física, de forma espiritual o a veces de forma simultánea, esto es daimónicamente.

¿Qué son entonces los seres daimónicos?

Son para nuestra cultura popular todo lo que corresponde a seres feéricos, espíritus o entes imaginarios, pero más concretamente son manifestaciones o seres de naturaleza doble, materiales y espirituales a la vez, y su importancia radicaría en que están entre nosotros (veámoslo o no) como mediadores con el Otro Mundo. Seres daimónicos son los vampiros, la Virgen, los duendes o los extraterrestres, los cuales escapan a la lógica de falso/verdadero, son reales en el mundo de la imaginación, pero, y acá viene el golpe de tuerca que establece Patrick Harpur con su obra, el mundo de la imaginación puede ser mucho más real que el mundo palpable que podemos ver a través de nuestros sentidos, y para poder verlo debemos iniciarnos en la doble visión, lo que conlleva a que tengamos que romper la caja de cuatro paredes y comenzar a entrenar una nueva forma de comprender el mundo. Ello correspondería al fuego secreto de los filósofos, búsqueda que se puede sugerir a través de ejemplos (abundan las historias en el libro sobre chamanes, místicos, ascetas y visionarios), pero cuyo camino no puede revelarse abiertamente, porque si un secreto sale a la luz, éste pierde su fuerza primigenia y termina por diluirse en la nada, pues como afirmaba Blake:
"Todo lo que puede ser creído, es una imagen de la verdad"

viernes, 16 de agosto de 2019

Viaje al fin de la noche o la absoluta verdad del mundo


Editorial Edhasa
Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline. 576 páginas
Traducción de Carlos Manzano 


ensiones

Miguel de Unamuno parodiaba en Cómo se hace una novela el hecho de que muchos escritores se ceñían a un programa, o módulo, para escribir una novela, como si éstas fueran susceptibles a una receta para escribirlas. Lo cierto es que todo el tiempo se están escribiendo, filmando o pintando obras, las cuales siguen patrones o recetas predeterminadas, para quedar "redonditas" y "sin fisuras". Raúl Ruiz afirmaba en su Poética del cine, que el núcleo de una obra condensada en la premisa de la tesis del conflicto central, generaba películas clónicas que ahogaban el impulso imaginativo, lo que generaba a la larga que todas las películas se terminaran pareciendo, borrando cualquier marca de autor.  

En efecto, hay escrituras que sólo pueden existir gracias a las pautas que entrega el manual o el taller literario: son útiles dispensarios para quien desee explorar alguna forma de narrar que posea una tradición, asegurando coercitividad, claridad y expresionalidad. Historias que se pueden desmontar en piezas, como relojes, y que bien pulidas, pueden llegar muy lejos... al menos comercialmente hablando.  

Pero el lector exigente no se deja embaucar. ¿No estamos saturados de narradores que se adscriben a una corriente y que por lo tanto no crean literaturas ni obras de arte, sino chatarra hecha con despojos de fórmulas probadas?  Ciertamente, cuando nos topamos con un libro bien escrito, deberíamos decir “está muy bien fabricado”, o “el autor se esforzó en  la creación de su belleza”, pero cuando abrimos las páginas de un libro que no se ciñe a más caminos que la intuición y al placer de la pura invención, decimos otra cosa. En realidad no podemos decir ninguna frase que no suene a lugar común, por lo que estamos obligados a crearnos un propio lente para rozar la superficie del objeto admirado. Viaje al final de la noche de Louis-Ferdinand Céline busca ilustrar lo que apunté al comienzo: hay escrituras que son aprendidas y pulidas, y hay otras que brotan, nacen por una necesidad personal, señalando su propia coherencia interna.

La calle-La traducción-El legado

Bukowski ha sido elogiado por descorsetar la literatura y llevarla a cualquier parte. Ciertamente, el viejo borracho es descendiente directo de la antigua picaresca, y mucho más atrás del mordaz Apuleyo (con su desenfrenada Asno de oro), repitiendo lo viejo como si fuera nuevo, y así, sus libros transitan en los baños, en los prostíbulos, en la misma calle, sin olvidar que ya tiene un pariente muy cercano, el genial  John Fante, quien ilustró con cinismo y humor la vida de las clases obreras norteamericanas, en especial el mundo de las familias ítalo-americanas. Si el papá de Bukowski fue Fante, sin duda que el padre de ambos, o el abuelo, o el tío aventajado de aquel mítico par, fue el crepuscular y filonazi Louis-Ferdinand Céline, de profesión médico, y con pasado militar en la Primera Guerra Mundial, experiencias que quedaron retratadas en sus libros.  

Se ha exclamado que la grandeza de Céline estriba en sacar adelante una obra en el cual se funde el lenguaje vernáculo con palabras callejeras, creando una literatura grotesca con pasajes poéticos y reflexiones descarnadas sobre la condición humana. Y en efecto, es así. De hecho, en sus libros abundan interjecciones y argots propios de la milicia que no tienen equivalentes preclaros en nuestra lengua, palabras obscenas para referirse al culo, a las putas, a las enfermedades, al pene o a la mierda. De ahí que se diga que leer a Céline en su idioma original sea además de una experiencia, un real desafío. El traductor colombiano Montoya Campusano, afirma que para leer en francés a Céline es necesario conocer el idioma muy a fondo, de lo contrario no se entenderá ni la mitad de lo leído. Y como ocurre con otros grandes, como Proust o Huysmans, las dificultades en la traducción ya se inician desde el mismo título del libro. Para Montoya es más válido Viaje al fondo de la noche, que Viaje al fin de la noche, porque, entre otras razones, viajar hasta el final de la noche implica llegar hasta la amanecida, pero la obra de Céline explora la sordidez de la noche, no busca escapar de ella, porque no hay salida.

¿Sería mezquino suponer que existan escritores que puedan ser traducidos a cualquier idioma, y que otros se resisten a punta de pistoletazos? Sí y no. Quizá no estribe tanto en el contenido de una obra, o en un argot o en un lenguaje propio que le imprima un autor, sino que todo descanse en su estructura. Por eso es válido decir que un poema vertido de un idioma a otro, irremediablemente destruye el ritmo y la prosodia del original. O para ser más justos, el  traductor debe imponerle su propia mesura, reconstruirlo sin traicionar el espíritu original del poema, porque el poema desborda el contenido y el ojo lector, ya que también implica el oído y la noción espacial del poema dispuesto. Todo esto puede redundar en que la influencia de Cervantes sea mayor que la de Quevedo fuera del ámbito del español: los tesoros y los hallazgos que surgen de la pluma del madrileño se aprecian mejor en nuestra lengua, que vertidos al alemán o al inglés. Pero fuera de estas consideraciones, hablemos de lo que nos interesa, y entremos al libro que nos reúne.

El comienzo del viaje

Céline en su época militar
La novela parte con la guerra. Y como la narrativa de la guerra, los recuerdos son confusos, neblinosos, los pasos van y se esconden en la sombra, o sale a la luz una brinza de sangre o el grito de un moribundo mutilado. La voz narrativa será articulada por Ferdinand Bardamu, trasunto del mismo Céline, quien no teniendo nada mejor que hacer, se enrola en el ejército francés y parte a las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Era el rito de iniciación típico de un joven de aquellos años, era la manera de hacerse hombre, y para una época violenta como aquella, los jóvenes en vez de irse a un balneario y tostarse al sol y luego meterse alcohol, drogas o sexo desenfrenado, iban a la guerra, felices, extasiados, hasta que quedaban atrapados bajo el gas sarín, destruidos en mil pedazos por un bombardeo o acribillados por fuego amigo o enemigo, cuando no se moría de forma lenta y despiadada producto de infecciones causadas por traumatismos. Una de las escenas más violentas ocurren al comienzo, cuando el joven combatiente se encuentra con una familia con su casa destruida, y descubre cómo los soldados alemanes se ensañan con todo lo que se atraviesan, incluyendo niños. En un arrebato, Ferdinand recordando sus años de combate, le dicen a una de sus novias, Lola, que el valor de la guerra no estriba en nada, y anima a los desertores y a los cobardes que arrancaron de ella.

“Ya ves que murieron para nada, Lola! ¡Absolutamente para nada, aquellos cretinos! ¡Te lo aseguro! ¡Está demostrado! Lo único que cuenta es la vida. Te apuesto lo que quieras a que dentro de diez mil años esta guerra, por importante que nos parezca ahora, estará por completo olvidada…”

Lo único que cuenta es la vida, nos dice, pero Ferdinand tiene la idea fija de que el mundo nos abandona mucho antes de que nos vayamos para siempre.

África-Estados Unidos-Vuelta a Francia

La siguiente parada es África, lugar al cual se dirige para trabajar en una colonia francesa. Su estancia es narrada como una constante actividad febril y plagada de mosquitos y enfermedades. Ya desde el transatlántico que toma para embarcarse hasta las tierras africanas, describe con saña a los tripulantes de la narración, repleta de viejos a los que considera comatosos, asquerosos y al borde de la muerte (tramo que tiene episodios alucinantes y muy risibles como cuando intentan lincharlo), hasta su llegada a las colonias, exploración que tiene ese mismo aire inhóspito y de exotismo soterrado y sofocante que aparece en Corazón en tinieblas de Conrad. 

De Estados Unidos tampoco se lleva sus mejores impresiones. Le parece un país acelerado, lleno de muchachas hermosas y bien arregladas, para las cuales si no vistes bien y no representan un estatus, eres sinónimo de nada. El personaje va de bote en bote, tratando de concretar el american dream, pero sólo encuentra el vacío, la hostilidad e incluso la indiferencia de la ya mencionada Lola, a quien extorsiona para sacarle algún dinero con el cual sobrevivir. La experiencia capitalista en las tierras del tío Sam es marcada y parece señalar la experiencia que tendrá todo inmigrante sin contactos ni formación profesional: rechazo y miseria. Su paso por una fábrica donde los trabajadores son adiestrados por perros capataces para ser una pieza más del engranaje, es la gota que rebasa el vaso, el punto final que lo impulsa a volver definitivamente a sus tierras, desechando para siempre su veta aventurera. 

Vamos en la mitad de la novela y han pasado tantas cosas, que nos asombra que en casi 300 páginas fluya con una gran velocidad su pluma. Ferdinand regresa a Francia para convertirse en médico, y una vez más nos damos cuenta que la vida de alguien sin contactos, por muy doctor que sea, es como abrirse a machetazos por un espejo follaje. Su paso por la facultad es apenas resumida en unas líneas, y se entiende, pues a Céline no le interesa tanto retratar al mundo académico o acomodado como a la pequeña burguesía de la cual proviene. 

Lo que tiene que hacer un médico para conservar su clientela y llegar a fin de mes para  pagar un arriendo los resume con un centenar de malabares. Así como el éxito (y lo que se entiende por la vida de alguien exitoso, con lujos y dinero) atrae más éxito, la derrota atrae más derrota y miseria. Sus observaciones sobre sus enfermos son mordaces; personas sin recursos que no esperan más que la caridad, o que conspiran para internar a la más anciana de la casa y así ahorrarse plata, y cuando no, tratar de pedirle fiado al médico. Hay una mujer que se desangra tras practicarse un aborto, y él, como médico, debe exigir a la familia que la internen inmediatamente, so peligro de que la joven muera; la familia se asusta, se retuerce, y prefieren esconder la ignominia para que el barrio no se entere, aún cuando la vida de la joven peligre. Así piensan las viejas. La pura mezquindad humana. Y los hombres no lo hacen mejor, como cuando relata el reencuentro con un compañero de guerra, el cual es convencido por una familia para que le ponga una dinamita a una anciana y la mate, para así deshacerse de ella. 

Sus impresiones sobre la juventud están impregnadas de una cierta tristeza nihilista, pues ahí donde el joven inexperto se alza para descubrir al mundo, tratando de recibir lo mejor, éste se vuelve contra él y lo muele a golpes, llegando a la conclusión de que la verdad es una agonía interminable, pues…

La verdad de este mundo es la muerte

“Hay que escoger, morir o mentir. Yo nunca me he podido matar”.


Pero no crea el lector solitario que el libro es una agonía interminable de epítetos y pensamientos funestos. Es cierto que casi no hay momentos epifánicos, de felicidad pura, pero esa ausencia se suple con el humor cruel y a destajo que se despliega en sus páginas. La medida de la preocupación por el mundo para Ferdinand no se mide con la vara de la desesperanza o la depresión, sino con el sueño. El que puede llegar hasta su casa y de noche cerrar los ojos para despertar hasta el otro día, va viento en popa, por miles de cruces que cargue al hombro. Porque ahí yace la confianza primigenia en el mundo, la de dormir entre los hombres sin temer la cuchillada o la traición. 

El nomadismo del personaje, que viaja y que habita y que transita en múltiples ciudades, es finalmente explicitado cuando se marcha del pequeño barrio francés, dejando botada a toda su clientela, pues afirma que una vez que la gente te conoce lo suficiente, ya tiene para sí el potencial destructivo para dañarte, recomendando que una vez que ya te conocen, lo mejor que puedes hacer es marcharte, sin mirar atrás.

El periplo final de este médico errante es el manicomio, al cual llega por no tener más opciones de trabajo. Su ojo se posa en el de los locos, de los que afirma que son aguantables si te acostumbras a que te empapelen a groserías, pero también se fija en los que trabajan ahí, personas que han encauzado su alma a un lugar y que han terminado casi mimetizadas en ese ambiente donde el tiempo parece haber muerto, pues ni las brújulas ni los relojes funcionan correctamente.

Sabemos que lo bueno dura poco, y que las cosas buenas no suelen abundar. Viaje al final de la noche de Céline es una parada necesaria, no sólo porque es un fresco que ilustra el pesimismo superlativo que se respiraba en el periodo de Entreguerras, sino porque pone al lector en un primerísimo primer plano los pensamientos, más descarnados y honestos de alguien que ve la vida con el ojo de los cínicos y los pesimistas; tal como es y no como debiera.

Y como una carta, como una despedida, en un momento el narrador mira a la cara del autor, y sin cortapisas, lo mira al rostro, lo conmina, le muestra lo que es o lo que algún día será. Una calle solitaria.

Las cosas que más te interesan, un buen día decides comentarlas cada vez menos, y con esfuerzo, cuando no queda más remedio. Estás pero muy harto de oírte hablar siempre… Abrevias…Renuncias…llevas más de treinta años hablando….Ya no te molesta no tener razón. Te abandona hasta el deseo de conservar siquiera el huequecito que te habías reservado entre los placeres…Sientes hastío….(…)Ya no tienes fuerzas para cambiar de repertorio. Farfullas. Buscas aún trucos y excusas para quedarte ahí, con los amiguetes, pero la muerte está ahí también, hedionda, a tu lado, todo el tiempo ahora y menos misteriosa que una partida de brisca. Sólo conservas, preciosas, las pequeñas penas, la de no haber encontrado tiempo para ir a Bois-Colombes a ver, mientras aún vivía, a tu anciano tío, cuya cancioncilla se extinguió para siempre una noche de febrero. Eso es todo lo que has conservado de la vida. Esa pequeña pena tan atroz, el resto lo has vomitado más o menos a lo largo del camino, con muchos esfuerzos y pena. Ya no eres sino un viejo reverbero de recuerdos en la esquina de una calle por la que yo no pasa casi nadie.


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