viernes, 16 de marzo de 2018

El Eternauta: mito y ciencia ficción en la Argentina de los años 50



Editorial RM
El Eternauta: Héctor G. Oesterlheld y Francisco Solano López
Reedición año 2010. 366 páginas

Es común que lectores poco experimentados en la lectura de historietas —o los que lo son, pero que les gusta darse de ínfulas— les guste esgrimir el concepto de “novela gráfica” cuando se refieren a un tipo de historieta que tendría dos cualidades: la primera (que no reviste casi discusión), es que son auto-conclusivas, historias editadas en un libro o en pocos tomos, las cuales abrirían un arco y cerrarían la historia, sin tener la necesidad de acudir a otros libros o material suplementario para saber más. El segundo concepto esgrimido para definir qué es una novela gráfica, es que se tratan de obras “serias”, “adultas”, a la misma altura de una novela literaria: por un lado estarían las historietas pasatistas, juveniles o para niños, y por otro las historietas de mayor espesor y contenido.  ¿Pero necesita realmente la historieta de la literatura como para validarse y hacerla pasar por algo serio y culto, algo que no es sólo para chicos? Aquella postura menosprecia la virtud y la potencialidad que puede tener dentro de sí el llamado noveno arte. Otros podrían argüir que como la historieta no tiene el mismo tiempo de desarrollo que otras artes, como la pintura o la escultura, deberíamos recurrir entonces a otras nociones, como la ficción literaria para subirle el peso a los pobres y alicaídos cómics. Aquello es tan absurdo como postular que existen “novelas tipo cómics”, cuando queremos afirmar que están llenas de estereotipos, o que existiría un “cine pictórico”, para referirnos a una película que cuida con mayor mimo la estética por sobre el guión. La historieta hace muchos años que mudó los pañales, creció, y actualmente vive una plena adultez, con un vigoroso presente confirmado por los cómics americanos, los tebeos españoles, el manga japonés, o el Bande dessinée franco-belga.

Todo esto lo saco a colación para hablar del eterno y memorable El Eternauta, obra argentina de ciencia-ficción de fines de los años 50, concebida en el antiguo formato folletinesco por entregas semanales, sin más pretensiones artísticas que las de contar una historia como las que habían en boga: narrar desde una perspectiva argentina cómo sería una invasión extraterrestre en Buenos Aires, y esto incluía uso de tecnología sofisticada e incomprensible,  atacantes extraños y despiadados, dilemas morales respecto a qué decisión tomar, sumado a los infaltables cuadros sinópticos al comienzo de cada capítulo, con el fin de resumir en breve qué había ocurrido en el capítulo interior, pues no fuera a ser que en cada semana de entrega el lector olvidara lo sucedido hasta entonces.

Un mero análisis al dibujo del Eternauta, trabajo de Solano López, tampoco refleja el valor artístico de esta historia, en el sentido de que no se trata de un dibujante magistral que interpretase el guión de forma eximia: sus encuadres son conservadores, las divisiones de las viñetas son al uso de aquella época, con figuras humanas difusas y gran profusión de sombras, algunas escenas lucen emborronadas, con trazos cargados al negro, probablemente porque los dibujos originales triplicaban o cuadruplicaban el formato en el que se imprimía la historieta en los 50. En el fondo, el trabajo de Solano López es correcto y discreto: encauza con precisión lo que la historia transmitirá a lo largo de las páginas, una sensación de desolación en progresivo aumento, con personajes que luchan en un medio hostil en busca de la supervivencia, ilustrando con mucha eficacia el horror y la sorpresa en los rostros de los protagonistas que serán cada vez mayores, sumado a la persistente desolación de una ciudad en ruinas.

Precisamente, es el guión el que le da todo el alma a El Eternauta, la variedad de reflexiones y situaciones terribles que se van describiendo. La historia parte en la casa de un guionista de historietas en un tranquilo barrio, el cual es visitado por un personaje que se materializará ante sus ojos ¿qué busca aquel ser desconocido surgido de la nada? Afirma que viene del futuro y que está ahí para referirle sucesos de un futuro no muy lejano, en el que la raza humana se encuentra en una lucha encarnizada contra fuerzas ocultas. Así es como Juan Salvo, el hombre que viene a entregar un mensaje, pone al cómic dentro del cómic, juego metaficcional que no se veía por aquellos años en las historietas, pensadas principalmente para tener circulación masiva y ser éxitos de ventas.

De ahí en adelante es Juan Salvo quien toma la voz cantante. Cuenta, con el estupor del guionista que lo escucha, que durante la noche, en la que se encontraba reunido con un grupo de amigos jugando truco, un corte de luz y una noticia radial los sumerge en una siniestra realidad: una intensa nevada ha recubierto toda la ciudad, nevada mortal que asesina en segundos a cualquier persona que la respire. Desde la casa del protagonista, los hombres comprueban que no sólo el silencio domina las calles: autos chocados reposan inmóviles entremedio de la calzada y un centenar de cadáveres recubren las avenidas. Deciden entonces, por medio de los consejos de Favalli, quien se revela rápidamente como el hombre más inteligente y preparado del grupo (no en vano es profesor de física), crear una ropa protectora a partir de los restos de un traje de buceo. 

A partir de ahí, la obra se va estructurando como en los clásicos westerns o las series televisivas de los últimos 70 años, de forma episódica y saltando de callejón sin salida en callejón sin salida, sin dejar casi ningún momento de respiro para los protagonistas.  El Eternauta, en efecto bebe de clásicos como La guerra de los Mundos de H.G Wells, o El Día de los Trífidos de John Wyndampero también prefigura el mundo conceptual de los zombis con el arquetipo de la guerra, no porque en El Eternauta aparezcan zombis (pero sí seres cercanos al automatismo y a la destrucción como los “cascarudos” o los” robots-hombre”) sino porque la obra se cimienta bajo la lógica de “hombres avanzan y toman decisiones para llegar a un lugar mejor”, para luego abandonar ese lugar mejor y partir en búsqueda de uno nuevo, a través de muchas fases de exploración y batallas. 

Como en otras obras en que los personajes van muriendo y se van sumando nuevos (tamiz que han aplicado con mucho éxito series televisivas actuales como Game of Thrones y The Walking Dead), el peso de la historia suele recaer en pocos personajes que van sobreviviendo capítulo a capítulo, y en este caso el contrapunto del protagonista, Juan Salvo, el hombre de familia que se ve arrastrado en una guerra total contra fuerzas desconocidas, es Favalli, hombre bonachón y de gruesas gafas parecidas a las de Salvador Allende, siendo la intelectualidad y muchas veces la fría razón lógica sus mejores armas para resolver los problemas que van surgiendo, porque no todo es táctica o fuerza bruta... 

En un punto crucial de la historieta, Juan Salvo, junto a su familia y sus pocos amigos que le quedan, atrincherados en su hogar con alimentos y bebidas para vivir tranquilamente, son asediados por los militares, quienes andan precisamente a la búsqueda de hombres sanos y fuertes para repeler el ataque. ¿Qué hacer? ¿Quedarse refugiado junto a su familia o dejarlos y embarcarse en la guerra? Toda esta suerte de dilemas morales son discutidos entre Salva y Favalli, el hombre que como hemos dicho, es el mejor preparado intelectualmente para resolver estas interrogantes.


Por estas razones esgrimidas, El Eternauta contiene mucha acción y belicismo, pero está muy lejos de ser un videojuego interactivo de guerra que se despliega ante los ojos. Tiene elementos propios del folletín, como hemos mencionado, pero las reflexiones del protagonista Juan Salvo, que va viendo la aniquilación total de la raza humana y el contacto con otras criaturas, sumado al tono oscuro que recorre sus páginas, convierten este trabajo en una obra maestra y total del género; por un lado, es depositaria de una larga tradición radiofónica y literaria sobre invasiones extraterrestres, jugando con esas reglas pero elevándose siempre en calidad y originalidad; y por otro, inaugurando una nueva apertura de temas más adultos y arriesgados en la historieta latinoamericana, época en que al menos en Chile y Argentina, las revistas vivieron un apogeo, una edad de oro que comenzó a difuminarse lentamente hacia mediados de los años 70, tiempos duros para ambos países (y para gran parte del Cono Sur de Latinoamérica), en que los militares se tomaron el poder a la fuerza y las dictaduras proliferaron.

Este Eternatua fue el inicio de muchas adaptaciones que vinieron más adelante. Existe una segunda parte guionizada por Oesterlheld y dibujada por el maestro Alberto Breccia, hay otras adaptaciones hechas por fans en las que las historias del protagonista continúan, incluso en otros mundos paralelos, pero aquellos son los trabajos posteriores al mito, a la leyenda que forjarían juntos Solano López, y el guionista Oesterlheld, hostigado y perseguido por los militares argentinos décadas más tardes, a tal punto, que terminaría siendo asesinado y toda su familia destruida. Pero aquella es otra historia; quizás, como muchas grandes obras de ciencia-ficción,  El Eternauta prefigurara el horror que vendría después. 




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