martes, 22 de agosto de 2023

Excritor fracasad@: sobre el enfrentamiento contra la Máquina


*Publicado originalmente en Pan Magaín, Número 4, noviembre de 2022


Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. 

                                ROBERTO ARLT




1. Estamos en una mala época para crear, estamos en una época en que los textos, las obras de arte, poco valen, y lo que cobra más valor que el texto es la signatura, la firma y la selfie del autor con su pedazo de cartón de hojas cosidas y las redes de contactos que nacerán a partir del gesto de publicar y, si tiene suerte, las ponencias y las charlas o talleres que surgirán en su entorno, lo que a su vez redundará en un séquito o una masa de lectores incondicionales que se postrarán ante el autor, leerán sus entrevistas y celebrarán sus ocurrencias, seguirán su vida en Redes Sociales y le pondrán like porque querrán ser cómo ellos, los elegidos. He aquí, señoras y señores, el destino manifiesto de un escritor triunfador. Pero a nosotros, que fracasamos a diario, queremos indagar en el otro lado, en el de los caballos que llegan a placé o que se rompen las patas antes de comenzar la carrera: los excritores fracasad@s.


2. «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor». La conocida frase de Beckett, quien por cierto sí supo de éxitos —ahí tenemos en su vitrina deslumbrante sus premios Nobel y Formentor, y sus ediciones en más de quince lenguas que se suceden año a año—, sumado a un éxito arrollador entre la crítica y el público. Predicar con la panza llena no cuesta, invitar a vivir en el espejismo, mientras se está parado en el oasis, ¿qué merito puede tener?


3. La literatura es la continuación de la guerra por otros métodos, pero a diferencia de las guerras reales, con muertos, heridos y hospitales de campaña, la guerra literaria se da como juego, es decir, se da en el plano simbólico. Dentro de este marco existirían dos tipos de combatientes: los que abandonan su proyecto literario en pos de una vida mejor, y los que abandonan una vida mejor por seguir un proyecto literario. ¿Vale la pena? La cruda verdad es que ni los Estados están dispuestos a expropiar toda la literatura para preservarla (sería imposible, los recursos no son infinitos), ni los privados financiarán proyectos que no traigan consigo ventas aseguradas.


4. Los amigos al interior de la literatura deberían buscarse como amigos antes que como literatos. La literatura es un campo de batalla con sus generales y sus ejércitos. No existe nada menos colaborativo que la literatura: adentro abundan las traiciones y puñaladas, envidias y resquemores. No en vano existe una larga tradición de escritores soldados (Cervantes, Ercilla, Musil), que a su vez tienen como antecedente literario a Homero, que no sabemos si fue soldado, pero que, en dos sendos poemas, cantó a la guerra y fijó las bases de una escritura «de hechos imaginarios», que fermentó durante siglos un sedimento poético y de historias hasta germinar en la actual literatura moderna, que como concepto y objeto de estudio formal ni siquiera llega a los tres siglos.


5. Con el arribo de microeditoriales y el abaratamiento de los costes, se ha conseguido democratizar la publicación de autores, pero, sospechosamente, los índices de lectoría no aumentan. Habría que preguntarse por las condiciones materiales en que estas empresas desarrollan su actividad: ¿cobran a los autores?, ¿cuánto?, ¿pagan por tener premios o por aparecer en medios publicitarios?, ¿publican lo primero que le ponen en la mesa o eligen con pinzas sus proyectos? Pero estas preguntas deberían generar otras, más acuciosas y temibles pues apuntan al trabajo escritural del mismo autor. ¿Qué valor tiene mi escritura frente a la tradición?, ¿mi obra entrega un punto de vista novedoso o diferente respecto a todo lo publicado?, ¿escribo francamente para entretener, para aleccionar, o por mera vanidad?, ¿voy a hacer talar un árbol porque creo que bajo mis parámetros lo que voy a publicar merece ser leído?


6. Hasta antes de la invención de la imprenta, e incluso durante su primer siglo de funcionamiento, los autores copiaban sus obras a mano; incluso durante las representaciones teatrales existían escribas que anotaban rápidamente lo que sucedía para luego transcribirlas en pliegos y venderlas para su representación. El caso de Luis de Góngora fue excepcional: en vida, apenas vio publicado sus versos, y en papel impreso, apenas en ediciones conocidas como selvas poéticas, una suerte de libros colectivos o compendios en los que muchos poetas dejaban impresas partes de sus obras. El resto de su obra circuló de mano en mano, en copias manuscritas, y la impresión, que le fue muy esquiva, apenas se materializó en la etapa final de su vida.


7. ¿Cómo fue posible que un escritor casi sin publicaciones siguiese impactando cuatro siglos después?, ¿dónde está la cuestión numérica?, ¿dónde está el fracaso?, ¿cuál fue la receta de Luis de Góngora?, ¿fueron más amigos de Góngora Sor Juana Inés de la Cruz o Lezama Lima, que sus propios contemporáneos?


8. A los futuros excritores fracasades en los talleres de excriture, nunca les dicen que la literatura está llena de mártires, pero también de prisioneros, muertos y locos, sobre todo de locos suicidas. No vaya a ser que la clientela se espante.


9. Se avizora un futuro posestatal (que es el verdadero posapocalipsis) en que los Estados nacionales se fragmentarán en colonias o quedarán sujetos al capricho de corporaciones. El excritxr, además de hacer gala de su ignorancia adoptando modas ortográficas e ideológicas, tendrá que adoptar nuevas estrategias para su supervivencia: asistir a ferias, dictar talleres, convertirse en youtuber, y usar tácticamente las Redes Sociales, es algo que ya se estila. En un futuro sin Estados, la única soberanía recaerá en el poder del dinero, y la mercantilización de la obra dependerá exclusivamente de las redes de contactos y de la imagen que transmita el excritor: tener cuentas en PornHub y Onlyfans son interesantes nichos a los que podrá abocarse.


10. Y. Dónde. Están. Los. Textos. Dónde están. Dónde Están los. Textos. Párrafos cortos, nada de frases subordinadas y barroquismos, hay que escribir plano y rápido, en fácil, que la experiencia sea homologable a un videoclip, no vaya a ser que los lectores se aburran. Fácil, y con escenarios reconocibles y periodos históricos: si se excribe desde Chile hay que hacer un repaso a la Dictadura, la Transición y la literatura de los hijos.


11. Nichos. Todos son nichos. Y nicho huele a yeso, a hoyo. Nicho es una palabra blanca y olorosa que remite a cementerios. Un ejemplo de nicho: un excritor irá al pueblo más desconocido del mundo, y podrá escribir una obra ambientada ahí mismo, por lo que asegurar el 10 % en ventas del total de la población de ese hipotético pueblo, no es descabellado. Si ahí viven diez mil habitantes, un tiraje de mil copias podría acabarse en un año, o inclusive podría llegar a una segunda o tercera o cuarta edición, si edita de a 200 o 300 ejemplares.


12. Con el tiempo, incluso antes de muerto, puede que el excritxr sea declarado hijo ilustre o termine bautizando el nombre de alguna callejuela o plazoleta.


13. ¿Y dónde están los textos? Naufragando, debatiéndose contra los monstruos marinos colosales en una contienda desigual; a Moby Dick le bastará con un solo movimiento de su cola para quebrar cualquier librito pretencioso, y el gran Cthulhu, con un solo chapoteo y un batir de olas, arrojará cientos de textitos contra un arrecife repleto de joyas y animales milenarios.


14. El tiempo corroe a la escritura, al grado tal de volverla ininteligible, apolillada y muerta. Y no habrá monjes encerrados en monasterios rescatando la memoria de la tribu. El pobre texto fracturado, enmohecido, aleteando con dificultad frente a la isla del Diablo, recibirá desde un ángulo desconocido el certero golpe de la crítica, arpón macilento o poderoso, pero golpe al final, que será la demolición certera proyectada desde las sombras más gélidas y terroríficas del Señor Inexistente, ese ente capaz de mover su capa y su sombrero para borrar al texto de la faz de este mundo y condenarlo a las mazmorras de los libros de saldo que nadie quiere o busca, a los nichos donde vegetarán acumulando moho y polvo, o que se rematan o se regalan porque se presume (y no siempre sin equivocación) que se trata de los desechos tóxicos e inservibles que acumula la indestructible máquina literaria.


lunes, 12 de junio de 2023

NOTAS SOBRE LA LITERATURA FANTÁSTICA ESPAÑOLA *

 *Publicada originamente en Revista Ciudad de los Césares N°135



“Estas robustas matriarcales encinas castellanas, de secular medro, que van siendo sustituidas -¡lástima!-por esos pinos quejumbrosos

Miguel de Unamuno

1.

La literatura española no se desarrolla ni deja sus mejores frutos hasta el fin de la reconquista y el proceso de unificación de los reinos, con la expulsión de los moros y la consiguiente expansión imperial en América. Hay un paralelismo, entre apogeo y decadencia histórica que se trasluce en las letras: es en el Siglo de Oro donde la literatura española esplende con su máxima originalidad, y es sabido que después del oro viene el crepúsculo con la consiguiente oxidación de metales menos nobles. ¿Cómo y en qué medida penetró lo fantástico en el ámbito español y cuál fue su legado?

2.

Existe una gran distancia entre las primeras ideaciones de lo fantástico (con Nodier y Poe a la cabeza) y los primeros escritos de corte fantástico, que ya aparece en estado avanzado con Homero y su mundo de héroes, dioses y semidioses agónicos. La definición genérica de lo fantástico es conocida: se trata de la irrupción de un elemento sobrenatural en la realidad que representa la ficción, pero junto a Ignacio Valente decimos “no confundir fantástico con maravilloso”, pues como remarca el padre chileno, donde lo fantástico implica una transgresión de los límites de una realidad, tornándola extraña y asombrosa, en lo maravilloso es normal volar, transformarse en conejo o respirar bajo el agua; clarificamos, porque el fin de estas notas es pensar en torno a lo fantástico —y no en lo maravilloso—, en un tiempo acotado, desde la formación de los primeros reinos castellanos, hasta el fin del Antiguo Régimen, coronado con la Revolución Francesa y la posterior disolución del imperio español.

3.

Cabe preguntarse: ¿qué era para el hombre medieval (o del Antiguo Régimen) lo fantástico y la realidad? No es casualidad que la teorización de lo fantástico tenga pocos siglos de desarrollo, pues sus matrices se configuran con el auge del iluminismo ilustrado del siglo XVIII, momento en que surge una nueva razón que expulsa a Dios del paraíso de la filosofía natural, ya sea por vía protestante (la teología de la cruz luterana que impide cualquier conocimiento fuera de Dios), o por la vía atea e iluminista, donde lo irracional se convierte en un enemigo, en una amenaza que impide comprender a la naturaleza y al cosmos, ya no más como emanaciones o manifestaciones divinas, sino que ahora como máquina o mecanismo de relojería que solo la ciencia puede desentrañar. Contrario a lo que afirmaban los ilustrados—con altas cuotas de desprecio—, el hombre del Antiguo Régimen sí tenía una razón definida, sabía diferenciar claramente entre historias que eran pura entretención y los hechos reales, con la salvedad de que no dudaba de la divinidad de Jesucristo y su ascensión a los cielos, y tendrá por verdaderos los milagros de los santos. El hombre (pos) moderno destierra a la religión del campo del saber por considerarla oscurantista, y en su lugar pondrá a la ciencia, la única vía posible de conocimiento, junto a la democracia (de todo pelaje) como único método de ordenación política en el mundo.

4.

“Sin límite real”, fue el eslogan del Congreso Futuro celebrado en Chile durante enero de 2023, que más que una asamblea de sabios para discutir el presente y el futuro de la humanidad, se trató de una maquinaria política financiada por ONGS y empresas privadas para imponer sus agendas y sus métodos de ingeniería social para amoldar y direccionar el trabajo científico, en consonancia con los intereses de una élites globalistas. Cabe preguntarse: si no hay límites (de lo real) entonces, ¿todo está permitido?

5.

El mundo del Antiguo Régimen no operaba “sin límite real”, sino que a la inversa, funcionaba “sin límite fantástico”: la razón se limitaba a los espacios observables, demarcados por un avance acumulativo que dominaban las gentes doctas, y los descubrimientos se instalaban en un horizonte que tardaba décadas en ser admitidos como verdades por el pueblo llano. Lo que no se podía cuantificar y observar no era desechado, como lo hace el hombre moderno, sino que al revés, era reinterpretado de manera simbólica, ya sea a través del pensamiento religioso (mítico) o poético (alegórico): fuera de la realidad observable podían existir islas voladoras y monstruos, o Dios se podía manifestar violando las leyes de la realidad, no porque la realidad careciera de límites (al contario, estaba muy demarcada), sino porque la imaginación y lo fantástico convivían con la realidad y se introducía en ella: los fenómenos eran susceptibles de ser explicados, pero a nadie se le ocurría que mediante la sola razón todo podía ser explicado.

6.

¿Qué duda cabe que a fines de la Edad Media no operaba la razón, si fue la época en que se desarrolló la navegación como nunca antes, sumado a otros inventos como el astrolabio, el cuadrante, el cristal o los relojes mecánicos? Los errores de cálculos —que los había, los hay y habrá—podían terminar en naufragios, por lo que el navegante además de encomendarse a un santo patrono, también debía encomendarse a su ingeniero. La imprenta, otro invento a mitad de caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna, posibilitó dotar de un nuevo estatuto a la literatura, que saltó de la oralidad y del púlpito con los exemplum de los sacerdotes (historias fantásticas aleccionadoras que se relataban a los fieles en misa), a la confección en serie en formato mayor de los Libros de caballerías, esos mismos que enloquecieron a Don Quijote, no sólo por sus historias desbocadas de inmenso heroísmo religioso, sino también por su hechura en tapas de cuero y sus bellas ilustraciones interiores y letras capitales.

7.

Ya con la entronización de Alfonso el Sabio  (1221-1284) existía en la Península una gran afluencia de culturas, principalmente judíos, moros y cristianos, aportando desde sus diversas tradiciones saberes y relatos orales que serían el sedimento del posterior desarrollo artístico y científico. Obras castellanas del siglo XIII como el Barlaam y Josafat, o Calila e Dimna van más allá, pues se trata de reelaboraciones de textos de la India y del Lejano Oriente que se remontan a la aparición de Buda, cristianizados para adaptarlos al gusto local de la época, con relatos donde asistimos a la transfiguración de un ratón en mujer, fábulas de animales parlantes (en la mejor tradición de Esopo) o la historia[1] que prefigura en un milenio a Kafka en la cual existe un reino donde todos los años coronan a un rey plenipotenciariamente, para luego despojarlo y lanzarlo desnudo a una isla, donde van a caer todos los otros reyes desechados. Esta conjunción de tradiciones y saberes fue única en su tiempo y en el mundo, lo que posibilitaría en gran medida que siglos más tardes se desarrollara la literatura más poderosa y original de la historia con el Siglo de Oro, que más que una confluencia de genios de manera espontánea, se trató de un largo proyecto político y de conformación de un imperio, junto a otros sedimentos artísticos y científicos que fermentaron, dando su savia.

8.

Otro afluente importante es la religión católica, especialmente con las vidas de santos y los Libros de caballerías ya mencionados. “Libros” y no “novelas” porque conceptualmente aún no aparecía la novela moderna; se trataba de creaciones renacentistas que se desarrollaron con la imprenta y que estaban escritos con un lenguaje arcaizante para recrear una Edad Media idealizada; se estructuraban de manera similar a las crónicas, como se les conocía a las historias verídicas frente a las narraciones inventadas, y por supuesto, estaban salpimentadas con hechos fantásticos que relataban con lujo de detalles la oposición entre el bien y el mal, en la que el demonio y sus huestes se enfrentan contra los representantes de la luz, y en la que el andante caballero, a imitación de Cristo, debía liberar o destruir algún mal que aquejaba a alguna viuda, a un pueblo o a un reino entero.

9.

Jardín de Flores curiosas, de Antonio de Torquemada (1507-1569), amplía el mundo de la fantasmagoría y de los espíritus. Se trata de un libro misceláneo, una suerte de repositorio de fantasías. En el relato Visiones o fantasmas que vio el hidalgo Costilla patentiza que la existencia de seres de ultratumba no era creído a pie juntillas: ante las apariciones en la bruma de un jinete misterioso, el narrador nos explica que fantasma deriva de la palabra “fantasía”, y que la explicación de aquellos fenómenos podrían remitirse por algún humor melancólico, un eufemismo para llamar a la locura.  Otra narración, El oficio de un difunto es una auténtica obra maestra en la que se nos relata los amoríos de una monja con un noble—y nótese que fue escrito en pleno apogeo de la Santa Inquisición– quienes consuman su amor en el mismo monasterio a altas horas de la noche; en uno de sus tantos escarceos, el noble no encuentra a su amante y en su lugar se topa con un grupo de frailes con las candelas encendidas y en actitud piadosa, afirmando que velan a un difunto: el muerto es el mismo noble, quien como atrapado en una pesadilla, asiste a su propio entierro.

 

10.

La fe católica, tan presente en los autores del Antiguo Régimen, y con los tribunales de la Inquisición encima, no fueron impedimentos para ilustrar en toda su magnitud al pecado. Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), contemporáneo de Cervantes, no tuvo ningún problema en narrar el incesto de una madre con su hijo en La mayor confusión, en plan realista. Pero la moral y el vicio, no le fueron ajeno al mundo fantástico, como ocurre con La peregrina historia de Ludovico, del mismo autor. Trata de un hombre ocioso, adicto al juego y a la buena vida, quien secuestra del convento a una monja, prima suya para colmo de males, a quien enamora tras galanteos y requiebros, escapando con ella para luego obligarla a la prostitución con tal de conseguir algún dinero. La abyección de Ludovico no tiene límites: de jugador, vicioso y vividor de mujeres, pasa a asesino a sueldo, pero la aparición de una figura de ultratumba le carcome la conciencia de tal modo, que opta por desandar su camino criminal buscando refugio y perdón en un convento, historia que transmite de manera ejemplar el don de la redención, aunque se haya tenido una vida obscena y descarriada.

11.

Los grandes del siglo de Oro, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Quevedo o Góngora, introdujeron elementos fantásticos en sus obras, aunque por supuesto, son estudiados y reconocidos como clásicos, y a muy pocos se les ocurriría ubicarlos como antecesores del fantástico moderno. Pero hay otros nombres: ¿quién recuerda a María de Zayas Sotomayor (1590-1647), autora de novelas truculentas con aparecidos, ritos satánicos y locura vesánica que habrían querido escribir un E.T.A. Hoffmann o un Maupassant? ¿O Fray Pedro Simón (1574-1628), quien imaginó monstruos devoradores de hombres en Las Amazonas y otras fantasías? La misma literatura caballeresca ha sido desahuciada  —salvo honrosas excepciones—del estudio de los clásicos[2], y ni qué decir de reediciones, esporádicas y aisladas, obras que perfectamente podrían rivalizar en cuanto invectiva e ingenio con otros autores anglosajones, que en la actualidad abarrotan las librerías y lideran las ventas.

12.

El desarrollo de la literatura fantástica anglosajona tiene sus raíces fantásticas ya desde Shakespeare, con sus sombras, brujas y fantasmagorías, imbricación que sin duda potenció e inspiró a otros autores determinantes en las letras universales. ¿Y España? A vuelo de pájaro podríamos decir que no produjo una literatura fantástica importante, desarrollando con más potencia otras expresiones, como la picaresca o la pastoril, desembocando en los últimos siglos en un realismo de corte naturalista que ha proyectado su sombra hasta entonces: estas notas lo desmienten, pero el camino es arduo. No fue el caso de Hispanoamérica, más receptiva a influencias francesas e inglesas, la cual sí desarrolló una literatura fantástica reconocida, que como estrategia de marketing fue bautizada de manera insulsa como realismo mágico, literatura que tuvo como máximos exponentes en el siglo XX a Rulfo, Borges, García Márquez o Lezama Lima, por nombrar a algunos, pero que en términos generales, se trata de una literatura que aún no termina por germinar ni de ofrecer sus mejores frutos, acaso porque todavía, como hispanoamericanos mal conceptuados como latinoamericanos, seguimos admirando los pinos foráneos sin ver la exuberancia y el frescor de la sombra que producen las encinas castellanas.

 

Bibliografía básica recomendada:

Alvar. C y Lucía Megías. J.M. (2016). Libros de caballerías castellanos. Una antología. España: Penguin Clásicos.

Ariza, M. y Criado N. (1998) Antología de la prosa medieval. España: Biblioteca Nueva.

González de Vega. G. (2015) El Demonio Meridano. Cuentos fantásticos y de terror en la España del Antiguo Régimen. España: Miraguano Ediciones.

González de Vega. G. (2017). Doncellas y dragones. Antología de cuentos de los libros de caballerías. España: Miraguano Ediciones.

Rodríguez de Montalvo. G. (2008). Amadís de Gaula. España: Cátedra

Lacarra, M.J. (2012). Cuentos de la Edad Media. España: Castalia Ediciones.

Viña Liste, J.M. (2001). Textos medievales de caballerías. España: Cátedra.



[1] La historia aparece en español moderno con el título “El rey por un año” en Cuentos de la Edad Media, Castalia Ediciones (2012) al cuidado de María Jesús Lacarra.

[2] El sitio www.cervantesvirtual.com cifra en 75 los libros pertenecientes al género, de los cuales apenas un puñado, como Amadís de Gaula, Tirante el Blanco o El caballero Zifar cuentan con ediciones regulares. Hace al menos una década, el Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares ha emprendido la hazaña editorial de reeditar otras obras, pero su alcance y difusión ha sido limitado, sobre todo para esta parte del mundo.


lunes, 6 de febrero de 2023

Kafka y El Lejano Oeste*

*Una versión más breve apareció impresa en la revista La Gata de Colette Nº33, diciembre de 2022.



¿Qué tiene que ver Kafka con el western?

1. La literatura se parece a los caballos, en el sentido de que se desplaza, se transmite, y con cada cultura en la que entra en contacto surge una nueva especificidad en su uso. El caballo más famoso de la literatura es el caballo de Troya: ingresó al mundo griego de la mano de Homero, pero su mención en la Odisea es casi una elipsis. Con Virgilio, la historia del caballo de Troya toma mayor cuerpo y se entiende mejor dentro de su contexto trágico.

2. Antes de la revolución de los transportes terrestres, por más dos mil años el caballo se plasmó a lo largo de la historia literaria desde los antiguas unidades militares, pasando por la caballería andante, hasta las modernas carrozas, rústicas o pomposas, según el ámbito.  La irrupción del tren en el siglo XIX y del automóvil en el XX señala un corte en los usos, pero curiosamente fue el género del western, escrito principalmente en el siglo pasado, el que rescata la figura del hombre a caballo. 

3. El cowboy, enaltecido primero por los escritores realistas estadounidenses y más tarde definido por la literatura popular, representa un corte vertical respecto a los arquetipos de origen anglosajón que definieron la gestación de la nación estadounidense: el banquero o el negociante son sus figuras centrales, y eso lo calibraron muy bien los escritores ¿a quién le va a importar la vida de un banquero o de un negociante? El mundo hispano tenía ejemplos abundantes de aventureros y buscavidas con el caballero, el misionero o el santo, y es en esa comparativa es que se erige el cowboy, quien tiene un poco de caballero, de misionero y de santo. El cowboy  ejemplifica lo mejor del american dream y el ethos promovido por sus padres fundadores: es libre, se rige por el honor, y es valiente.

4. Prestaciones, movilizaciones, desplazamientos: sin el Ciclo Artúrico y las leyendas reescritas por Chrétien de Troyes, la literatura caballeresca española estaría incompleta, y sin ella, no habría sido concebido jamás Don Quijote. Por lo mismo, sin la figura del caballero hispano en la época de la expansión del imperio, no se hubiese fraguado el cowboy, la figura mítica que, como un caballo, saltó de las páginas folletinescas al cine (Ford, Rowland, Walsh), llegando a la cúspide y crepúsculo con los maestros italianos (Leone, Fulci, Borbone). No es una casualidad tampoco, que durante la época franquista, el género del oeste fuese escrito por hispanos, como los americanizados nom de plume Silver Kane o Lafuente Estefanía, escritores populares que trabajaron en formato de bolsillo. Le duela a quien le duela, los vaqueros son tan gringos como hispanos, más aún si consideramos que históricamente fueron los conquistadores españoles quienes introdujeron al caballo, y sí, incluyendo los territorios de las colonias británicas en América.

5. Y ahí, entre gringos e hispanos, tenemos a Kafka. ¿Existe alguien menos caballuno y del Lejano Oeste que Kafka? Pero cuidado, no siempre recordamos con nitidez a los autores. Un texto muy breve del escritor checo: “El deseo de ser un indio” (publicado en 1913 y tomado de Cuentos Completos de Valdemar) dice así:

Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.

¿Un retorno a la infancia? ¿La extinción de los indios que solo pueden cabalgar imaginariamente? ¿La extinción del caballo real que se sobrepone al imaginario?

6. En los relatos de Kafka abundan los caballos. A veces como decorado del paisaje (carretas o caballos pastando), otras, como parte central del relato. En El estudiante con ambiciones, el núcleo del cuento se centra en el caso verídico de Los caballos de Elferbeld, y que ocurrió así: el alemán Wilhem von Osten, a comienzos del siglo XIX, llevó al extremo el adiestramiento equino, al punto de enseñar a su caballo llamado Hans a realizar operaciones básicas que el equino marcaba con el golpeteo de sus cascos. La fama del caballo se extendió por toda Europa, que redundó en que una serie de sabios se reunieran para analizar el caso. ¿Era superchería o el caballo realmente sabía resolver operaciones matemáticas? Un ricachón llamado Krall compró el caballo de von Osten y se propuso enseñarle nuevas operaciones, esta vez el alfabeto y a calcular la raíz cuadrada. En el relato kafkiano, todo ocurre de manera paradojal y calculada: un joven de provincias elabora un plan para determinar qué ocurrió realmente con los caballos de Elferbeld, pero el primer escollo que debe sortear es que los recursos que necesita para su investigación no le permitirán continuar con sus estudios. Sus pobres padres, quienes financian sus estudios, son engañados por el joven, engaño que considera como “un sacrificio”, en pos de la investigación científica. El agujero se abre al final del breve relato cuando la investigación ya se está casi consumada: ¿podrá un joven inexperto –que ha dilapido sus recursos en una investigación— y sin contactos, probar ante una comisión de expertos sus resultados?

7. ¿Kafka habrá leído novelas de vaqueros? Eso tendría que responderlo algún especialista. Lo que sí sabemos es que Kafka fue un cinéfilo de toda la vida, como lo demuestran sus diarios; incluso existe el libro Kafka va al cine de Hans Zischler publicado en español por Minúscula, donde se realiza un estudio profundo por la pasión cinéfila del padre de La Metamorfosis. ¿Habrá visto películas ambientadas en el Lejano Oeste? Es posible, entre la década del 10 y del veinte del siglo pasado, se produjeron al menos unas 200 películas, muchas de las cuales una vez exhibidas eran quemadas o abandonadas, sin conservarse las copias originales, situación kafkiana por donde se le mire.

miércoles, 25 de enero de 2023

Claro de arena, de Paul Lion

Publicado originalmente en El Ciudadano, septiembre de 2022


Claro de arena (
Ediciones Altazor, 2022) tiene el gran mérito de estar escrita a contrapelo de lo que se enseñaría en cualquier curso de escritura, eliminando la elaboración de una trama o arco argumental, prescindiendo incluso de los personajes: el orden de la ficción es atravesada por un Valparaíso soterrado, que no puede figurar en ninguna postal ni guía turística..."

Si hay algo en que la literatura supera ampliamente al best-seller, es en que puede permitirse el lujo de crear objetos perfectamente inútiles, que pueden transitar fuera de los grandes mercados y eventos feriales: la literatura no tiene más sello y marca que la propia tradición cuando se enmarca en una corriente clasicista, o de la experimentación, cuando dialoga con la vanguardia. El best-seller está atado al buen gusto y, como producto comercial, sus consumidores tienen todo el derecho a reclamar cuando el producto les parece defectuoso o mal escrito, y entiéndase por «buena escritura» cuando una obra, como en los eventos deportivos, cumple las reglas y funciones que el mercado mismo ha fijado: trama coherente, arcos argumentales delineados, personajes creíbles, etcétera.

La literatura (siempre a secas, porque cuando es literatura, implica en su enunciado riesgo y oficio), siempre se desentiende de la urgencia que proclaman los libros del momento, esa urgencia que solo pueden asimilar bien los individuos que necesitan sentirse incluidos, «informados», arrastrados por el fárrago de las mesas de saldos y de novedades, para tener un tema de conversación y lucirlo frente a las amistades. Pero el lector que ha escogido, de entre todas las posibilidades existentes que ofrece el marketing, acogerse al calor de la literatura, es porque busca erigirse en soledad y trazar su propio camino; es como dijera Pessoa, un solitario que justifica su manera de estar solo.

Pablo León Acevedo (1977), como el escritor lisboeta, es autor de una obra múltiple con múltiples nombres. ¿Busca emular una heteronomía pessoana o ensaya eliminar la noción de autor como Juan Luis Martínez? No es este el lugar para discutirlo. Lo fundamental es que su nueva novela Claro de arena (Ediciones Altazor, 2022) tiene el gran mérito de estar escrita a contrapelo de lo que se enseñaría en cualquier curso de escritura, eliminando la elaboración de una trama o arco argumental, prescindiendo incluso de los personajes: el orden de la ficción es atravesada por un Valparaíso soterrado, que no puede figurar en ninguna postal ni guía turística, sencillamente porque el lenguaje poético choca de plano contra los lugares comunes que elabora el periodismo y la publicidad: «Valparaíso, lugar de encanto, Valparaíso, lugar maravilloso», y toda esa retahíla de exabruptos concebidos para mentes superficiales y poco entrenadas en la lectura. Pablo León, o Paul Lion, en esta encarnación, por supuesto que huye como la peste de aquellos lugares.

El autor, o mejor dicho, el narrador de esta obra, se enfrenta a Valparaíso desde una perspectiva materialista impregnando su visión poética de la ciudad hasta sus últimas consecuencias: lo que impresiona no es la mirada que tendría un turista sobre su patrimonio (una noción nematólogica made in Unesco), sino, al contrario, planea sobre las páginas del libro una mirada abarcadora y abstracta, a ratos arquitectónica, donde las líneas imaginarias se superponen sobre el plano oblicuo de la ciudad real. Persiste la idea de una «borradura» o «palimpsesto», en la que Valparaíso se escribe y se reescribe a sí misma, muchas veces desechando parte de su antigua fisionomía que posteriormente es ignorada por sus nuevos ocupantes al borrar vestigios.

No obstante, siempre quedan marcas, indicios; el narrador establece un núcleo desde el cual entender a la ciudad, destacándose el hecho de la edificación actual de un Valparaíso abandonado a su suerte se emplaza sobre un borde playero desaparecido, que fue eliminado de la ecuación por medio de arterias y edificaciones rígidas que minaron lo que durante milenos prevaleció: un Valparaíso arcaico que no era una costra de cemento escupida sobre sus bordes, sino que era una bahía que se abría al océano (al mundo) como un espectáculo vibrante de la naturaleza, un anfiteatro donde transitaba por su escenario marino el fulgor de las antiguas embarcaciones.

En Claro de arena importan tanto los órdenes que la ciudad ha generado, como sus elementos naturales: el viento, la arena y las olas, desaparecidas bajo capas de asfalto:

«La playa era un lugar solitario, expuesto a una Naturaleza inhóspita y salvaje. A la ciudad no había más que figurársela vacía de construcciones y de calles para comprender que sin ellas todo sería una pesadilla deshabitada», nos dice el narrador, refrendando lo que dijera el maestro argentino Carlos Catania como consejo a todo aspirante a escritor: si no conoces tu ciudad, abandona cualquier proyecto literario serio. Y vaya que sí conoce bien Pablo León su ciudad, al grado tal de encauzarla en una escritura que colinda muy de cerca con el tratado urbanístico.

Pero acá se trata de una ficción, de un habitante que busca descubrir, si la hay, una ciudad real. Hay momentos donde campea la melancolía, signada en la pérdida de una mujer, de una compañera que se juzgó vital para sobrellevar el tedio del día a día, pero no hay atisbos de una nostalgia por un pasado mejor: no existe un alegato sostenido contra la modernidad, hay más bien una constatación, una mirada como la que haría un entomólogo sobre un insectario, para deducir que antes, mucho antes de los mil tambores del progreso y sus construcciones espurias, los lazos entre las personas, entre los habitantes de un puerto, se organizaban por sus idas al balneario, lazos que se iban potenciando con el tiempo, cristalizándose en la playa, en los claros de arena, generando una noción de comunidad, de pertenencia a un orden mayor y sacro, ya disuelto en los tiempos actuales de liberación para la esclavitud del individualismo volátil.

Pruebe usted a recorrer las calles de Valparaíso para comprobar in situ cómo la gente que ocupa el mismo espacio no solo es incapaz de saludarse, sino que, de mirarse, es invisible una a otra, van a trompicones, se chochan unos con otros, y cualquier configuración identitaria es reemplazada por tribus urbanas y modas imperantes desarraigadas de un territorio y, por ende, de una tradición. No hay espacio ni para el cortejo ni para la amistad.

La ciudad como organismo viviente, la descripción de una suerte de laberinto creciente, la postulación de que antes, debajo del pavimento, existía una playa, son las claves que plantea este hermoso y único libro en el panorama actual de las letras nacionales. 

jueves, 29 de diciembre de 2022

El buhó ciego de Philip K. Dick (una indagación)


Hay una imagen, la imagen de un ave, que la tercera esposa de Philip K. Dick (1928-1982), Anne R. Dick, retrató con gran lirismo en su contundente y seminal biografía En busca de Philip K. Dick, en la que un hecho aparentemente baladí se convirtió años más tarde en una clave que podría dilucidar el contenido de la última novela que no alcanzó a trabajar el «escritor proletario», como así se autodenominaba el oriundo de Illinois.

La biografía antes señalada, un texto que combina el dietario, la anécdota, la entrevista y, por supuesto, los detalles de la relación Anne-Dick, constituye un documento fundamental para conocer a fondo su etapa más fructífera (El hombre en el castillo, Tiempos de Marte, Dr. Bloodmoney, por nombrar algunas de las obras que escribió entre 1959 y 1965), pero, además, es una visión microscópica de la vida de un escritor casado, de cómo lidió ante las estrechez económica para levantar una obra y, en suma, cómo era el día a día de una de las mentes más prodigiosas que nos legó el mundo anglosajón del siglo XX, inteligencia objetivada en una literatura que se encargó de responder las preguntas de siempre —«¿quién soy?», «¿a dónde voy?»—, pero enfrentadas a la hostilidad de un mundo amenazado por la Guerra Fría, la bomba atómica, y la irrupción de nuevas tecnologías que pondrían a la humanidad en una paradoja: mayor confort a cambio de libertad.

 

Es en ese tráfago de anécdotas que nos narra la exmujer de Dick —el cual incluye peleas, el abuso de estupefacientes de Phil y la internación psiquiátrica de Anne, momentos emotivos, como los paseos a la playa, las incursiones en el campo o el avistamiento de estrellas— en las que hace aparición un inusual ave: una mañana lluviosa de invierno, ambos contemplan a una lechuza grande y blanca que se posa en los cipreses del jardín matrimonial, la cual antes de emprender vuelo, se sacude las alas de manera enérgica. Dick, que no era ajeno a las sincronías, pudo haber pensado que aquella aparición atravesaba su existencia. ¿Pero en qué sentido pudo marcarlo?

PKD y los animales

No existen muchas fotografías de PKD, y es entendible, porque falleció mucho antes de la irrupción masiva de las cámaras que vendrían a democratizar las pulsiones narcisistas, pero de las pocas que existen, en muchas sale posando con alguno de sus gatos, e incluso con una oveja. En sus últimas obras —y acá pondremos con mayor atención nuestro foco— asistimos a una maduración en la narrativa philipdickiana; sus escritos ya no solo plantean las problemáticas de la ciencia ficción que durante los años sesenta había escenificado, como la simulación de la realidad o las inteligencias artificiales, hay ahora una búsqueda trascendental en la que el universo completo se juega su continuidad espacio-temporal, y en su ficción, las señales son evidentes: la Divinidad se ha manifestado como un rayo rosa creando un vasto sistema de inteligencia, e incluso con una nueva encarnación física, un retorno de Cristo. La divinidad de Dick no es el Dios de los filósofos, ni siquiera es el Dios de los teólogos, está mucho más cerca del catarismo, de los gnósticos, de la cábala judía y, cómo no, de la creación de tecnologías que pueden servir como dispositivos carcelarios (el imperio nunca terminó) o imitadores de realidad (cuerpos criogenizados viviendo segundas vidas).

 

En sus últimos años, PKD llevaba pergeñando un largo mamotreto, síntesis entre diario de vida y religión, titulado Exegesis, del cual existe una publicación en su idioma original en 2012, y que para los especialistas se ha convertido en un reto difícil de interpretar, por ser contradictorio y hermético. En su etapa final, entre 1979 y 1982, publicó en orden cronológico La invasión divinaLa transmigración de Timothy Archer y Valis. En la primera de las obras señaladas, se nos describe el encuentro entre Dios, que está amnésico, y un perro agónico. Dios, al tocar la cola del perro, entiende perfectamente lo que este dice: sufre no solo por su lamentable estado, sino porque no «comprende» por qué está muriendo, aunque sí entiende que él es parte de un juego en el que mata con sus mandíbulas para atacar a otras criaturas. ¿Lo hace por placer? No. Lo hace porque es parte del juego, lo hace porque fue diseñado con esa anatomía mandibular. Como contraparte de este perro, en Valis nos encontramos con un gato que muere, de igual manera, aplastado por un coche en la carretera. ¿Qué significado encierra su muerte? El gato muere por imbécil, dice un niño sabio de la novela, no porque estuviera predestinado o porque Dios lo hubiese querido, muere simplemente por no prever que atravesar una carretera podía costarle la vida. 

De regreso al búho diurno

No sabemos muy bien en qué creía PKD, pero sí sabemos que en sus últimos años estuvo interesado por las religiones, probablemente porque —como sugiere su exmujer Anne—, veía en ellas una posibilidad de experimentar diferentes ángulos de la realidad como si fueran drogas; el budismo, el misticismo oriental, así como otras creencias, representaban nuevas formas de asediar a la realidad, así como la cábala o el psicoanálisis de Jung. Poco antes de morir, Dick le confiesa a su amigo Gwen Lee que estaba trabajando en la novela The Owl in Daylight (que podríamos traducir como El búho del amanecer), obra que sería su propia versión del Finnegans Wake (sí, una obra experimental delirante) y que tendría al menos tres fuentes principales: Beethoven que representaría la cumbre de la humanidad, una relectura de la historia clásica del Fausto de Goethe, y la relación de la Divina Comedia de Dante con la teofanía.

 

[*Nota al margen: La última esposa de PKD, Tessa Dick, publicó una novela con el mismo nombre, The Owl in Daylight en 2009, pero ella misma aclara que no utilizó ningún concepto ni personaje ideado por su difunto esposo, sino que más bien fue una inspiración, un intento de recrear el espíritu que podría haber tenido esta novela inconclusa. Respecto al título, la viuda aclaró que surgió luego de que el escritor sostuviera una conversación con una mujer sureña, la cual le habría dicho: «Si no le entendía lo que quería decir, entonces estaba ciego como un búho a plena luz del día».]

 

Sobre la trama de esta novela inconclusa, la primera versión señala que pudo haber tratado de un diseñador de parque de diversiones que buscaba emular al mundo de los años cincuenta, quedando atrapado en un estado alucinatorio; la otra versión, que en realidad trataría sobre un compositor de música sordo (y de ahí la reminiscencia a Beethoven) que, gracias a la implantación de un chip en su oído, lograba comunicarse por azar con una civilización extraterrestre. Probablemente la novela habría integrado ambas tramas, como era común en los escritos de PKD.


Para muchas culturas el búho simboliza la tristeza y la soledad al ser un animal que rehúye la luz y que se refugia en la noche. Los griegos representaban a Atenea con un mochuelo en su hombro, ave similar al búho, de ahí que en cuentos infantiles aparezca el animal ligado a la sabiduría. No podemos decir que PKD haya sido una persona completamente infeliz o completamente sombría; como lo describe su exesposa Anne, sus estados mentales se intercalaban, pasando por periodos de bonanza y mucha actividad, y periodos catatónicos que lo sumían en una actitud contemplativa. 

 

¿Podríamos recrear esta novela?


Y si en vez de imaginar esta novela alimentásemos a una Inteligencia Artificial con lo que hemos recabado ¿qué pasaría? El resultado dependería de la capacidad de la Inteligencia de asimilar los datos, de los humanos que están detrás alimentándola y por supuesto de la información entregada.  Junto a lo que hemos mencionado, podría ser útil sugerir dos obras que PKD pudo haber leído, las cuales comparten además de la palabra "búho", una cierta familiaridad por las temáticas. 


La primera es una novela muy muy rara, titulada El búho ciego, escrita en 1936 por el también sombrío y misterioso iraní Sadeq Hedayat (1903-1951), obra que pudo haber leído PKD pues fue traducida al inglés en 1957; se trataba de una novela onírica y decadente que perfectamente se enmarca en la poética del escritor estadounidense, la cual narra el delirio de un pintor en una habitación cerrada —y que estaría viviendo en una realidad repetitiva y alucinatoria—, para quien la muerte es la única salida posible de aquel infierno circular, en el cual es incapaz de distinguir la realidad de la ilusión. ¿Habría sido esta novela un material de inicio para la obra dickiana? 


La segunda, El incidente del Puente del Búho, de Ambrose Bierce, es una obra maestra del relato breve que resume la alucinación de una persona condenada a la horca y su posterior escape. El Puente del Búho es el lugar donde se decantan los hechos, y si hemos seguido la significación del búho como una entidad que está entre la realidad y la alucinación, la vida y la muerte, podría haber servido como referencia para Dick.


 ¿Hay más ejemplos de obras con búhos que pudo haber leído Dick? Sin duda, pero esto es una indagación primera, un hilo mucho mayor que alguien más podría tomar, y con Baudelaire, y su poema Los búhos (les hiboux), bien podemos decir:

Sous les ifs noirs qui les abritent, Les hiboux se tiennent rangés, Ainsi que des dieux étrangers, Dardant leur œil rouge. Ils méditent.

o en español:

Debajo de las oscuras tejas que los guardan, los búhos se mantienen en filas, y al igual que los extraños dioses, asoman sus ojos rojos: meditan.

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