miércoles, 3 de diciembre de 2025

Vision Divine: entre la fuerza del power y el delirio progresivo

 

“Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes son ustedes.”

Rainer Maria Rilke

Publicado originalmente en Sonidos Ocultos, noviembre de 2025


Con una narrativa emotiva, rozando entre el pesimismo, la nostalgia y la incertidumbre, Vision Divine es una de las bandas más importantes del power metal italiano, no de la primera camada, pero sí la que recogió los mejores frutos y lo llevó a lo más alto de la escena mundial, con un disco debut inigualable. Vision Divine, musicalmente hablando, recoge por un lado la velocidad, los coros emotivos y la fuerza del power metal, y por otro lado la técnica, la ambición conceptual y la polirritmia del progresivo. Por lo demás, los italianos siempre se han caracterizado por un sonido balanceado, ni con demasiados arreglos ni orquestras, ni tampoco han abusado de la agresividad y la crudeza rítmica por sobre otras variables que siempre ha manejado muy bien, como la potencia vocal, los coros y las guitarras melódicas.

DE LO PEOR A LO MEJOR

No hay disco malo de Vision Divine. Escuchar cualquiera, incluso el primero de esta lista (que representa el más débil) es sinónimo de buena música. Probablemente se trate de una banda que al tener dos alas, una powermetalera y otra progresiva, no termine de cuajar del todo entre los seguidores de una corriente o de otra. No obstante, hemos elaborado una lista de peor a mejor basándonos en tres criterios: la valoración de los fans, la originalidad de cada propuesta, y subjetivamente el gusto de quien escribe, intentando justificar la elección para intentar una mínima objetividad que pueda ser compartida, más o menos, por quien lea. Póngase cómodo, sírvase un café o su bebida de preferencia y prepárese para este viaje.

9 Degrees West of the Moon (2009)

Un reseteo, una vuelta atrás, un revival, mirando hacia adelante. Es el regreso de Fabio Lione. Técnicamente tenía todo para ser un gran disco, incluso oímos a Lione cantando con raspados bordeando lo gutural en «The Killing Speed of Time», un temazo veloz con elementos speed, pero aún así el disco no despega. Las canciones abusan demasiado de power chords y el tono general del disco es neutro, con muchas canciones de desarrollo lento que nunca arrancan. La mezcla final es buena, hay un par de ideas interesantes, pero a modo global le falta ángel. Un disco que parte con una canción que bordea los 9 minutos no la hace necesariamente más progresivo o conceptual. A Lione le faltó mayor dirección en las vocales: hace muy bien las partes melancólicas, pero casi nunca explota y salvo la canción citada se mantiene muy contenido. Muy atrás había quedado la edad dorada del power y este disco resiente aquella falta de creatividad y de rumbo en general de las bandas. Ni power ni progresivo, es el álbum más flojo de la banda, y aún así, acá presentamos temas que pueden tener más de una escucha.

Canciones memorables:

«Letter to My Child Never Born», «The Killing Speed of Time», «The Streets of Laudomia».

The 25th Hour (2007)

Este disco se debe oír con mucha atención, al ser un disco bisagra que termina con la era de Michele Luppi, quien regresaría recién este 2025, y que también cierra un ciclo compositivo inaugurado por el Stream of Consciousness: de hecho este disco es una suerte de continuación del Stream, donde se narra la historia de un hombre que atormentado por la culpa y la locura dialoga con su ángel dentro de su cabeza. Hay más elementos pop, con coros melódicos, teclados neoprog y una base metalera menos ruda. La voz de Luppi suena mucho más pulida que en los discos anteriores, y si bien hay un par de temas veloces, el tono general del disco es melancólico, dramático, con predominancia de las secciones más lentas y retraídas. Sigue siendo un gran disco dentro de la discografía de Vision Divine, pero no es el más fértil en cuánto a ideas, y más podemos decir que sigue el impulso y el empuje de la era Luppi, un reciclaje de ideas anteriores, que un disco memorable de comienzo a fin.

Canciones memorables:

«Alpha & Omega», «Essence of Time», «A Perfect Suicide», «Ascension»

Send me an Angel (2002)

Tras el insuperable disco debut, llegó este disco, fresco, que significaría la salida de Lione. Mantiene un nivel compositivo similar al anterior, pero no es un disco que despegue con mucha personalidad, es más plano, quizá el menos progresivo de la banda, con teclados menos protagónicos y con una dirección vocal que no convence del todo. Está el famoso cover de los A-ha, «Take on Me» que a mi juicio es una tremenda versión, incluyendo un efecto Cher en las vocales, pero que no terminó de convencer del todo, ni a los fans de A-ha ni a los de Divine. De manera global podemos decir que es un disco con menos ornamentos, pero que gana bastante con la presencia de las guitarras, con buenos solos y armónicos, y una base bajo-batería que se consolidaría con los años como un sonido rítmico usual de la banda, doble bombo alternado velocidades con un medido uso de platillos

Canciones memorables:

«Pain», «Away From You», «Apocalypse Coming», «Nemesis»

The Perfect Machine (2005)

Con una formación estable, y que trajo consigo la inclusión de un segundo guitarrista, Federico Puleri, este disco sigue por la misma senda progresiva que Stream of Consciousness. Compositivamente no se aprecia la inclusión de una segunda guitarra, pues en las anteriores todas están hechas por Thörsen, y probablemente su inclusión se debió para potenciar los shows en directo.  Estamos pues, ante un disco calmo, que juega más con las velocidades de medio tiempo y con temas que en promedio superan los cinco minutos. Las líneas de bajo adquieren mayor protagonismo, así como las secciones sinfónicas aportadas por los teclados. En la portada vemos un ángel robotizado, y es que Vision Divine se decanta por visiones futuristas y postapocalípticas, narrando la historia de un científico que busca revertir la muerte a través de una sofisticada máquina, un tema prometeico que pone al hombre jugando a ser Dios. Es un disco eminentemente progresivo, rompiendo el equilibrio de su antecesor, que aún jugaba con elementos power, quedando acá diluidos casi al cero (casi no oímos ráfagas de doble bombo ni largas secciones palmuteadas), y sí más quiebres y cambios en las velocidades, con un control percusivo mayor.

Temas memorables:

«1st of a never-ending day song»,  «The Ancestor's Blood», «God Is Dead»,  «Here in 6048» , «Now That You've Gone»

Nota: en ediciones posteriores incluye un cover muy bien logrado, «The Needle Lies» de Queensrÿche del Operation Mindcrime, banda que sin lugar a dudas fue un referente para Vision que también mutó desde un heavy clásico a un sonido netamente progresivo. También se reinterpreta New Eden por Luppi: si se oye en contraste con la original grabada por Lione, se comprende bien por qué Luppi es un gran intérprete, pero carece de esa calidez en los tonos medios del gran Fabio.

Stream of Consciousness (2004)

Tras Send Me Angel, que sin ser un mal disco significó un estancamiento en la banda y la salida de Fabio Lione, la banda se reforma con un nuevo baterista Matteo Amoroso y Oleg Smirnoff a los teclados, ambos con pasado en la escena power, Athena y Eldricht respectivamente: a las vocales llega Michele Luppi, con un estilo operístico, aunque menos teatral que Lione, y con más fuerza en los tonos altos, aunque sin esa calidez que es un sello personal del rapsoda.

El cambio de vocalista se siente, pero no impacta, pues ambos son versátiles. Este álbum representa el salto más claro desde el heavy power al progresivo: no es un salto al vacío, pero sí un cambio de marcha, siendo el primer disco conceptual dividido en capítulos, y como una novela, nos cuenta la historia de un enfermo mental que dialoga con su ángel de la guarda mientras está bajo cuatro paredes.

La percusión está mucho más trabajada, con secciones polirrítmicas y quiebres típicos del prog, hay mayor inclusión de guitarras neoclásicas y acústicas, y al ser conceptual posee varias piezas de dos minutos que sirven como interludio o instrumental (de hecho hay tres) entre las canciones que desarrollan cada temática. Esto puedo llegar a molestar a los fans más clásicos, que buscan pasar un buen rato, porque al estructurarse como una obra conceptual, se debe oír de comienzo a fin, como fue concebida, para su mayor disfrute.

Temas memorables:

«The Secret of Life», «Colours of my World», «La Vitta Fugge», «Shades», «Out of the Maze»

Este disco debería ser el número uno para los fans de Vision que disfrutan más de su costado progresivo, pero acá ya hemos dado el veredicto y hemos reservado tan honorable puesto para…. (sigue leyendo).

Destination Set to Nowhere (2012)

Fabio Lione se despide una vez más, eso sí, estaría junto a la banda hasta el 2018, pero esta es la última ocasión en que entran al estudio. Como mención especial, debemos mencionar el regreso de Andrea "Tower" Torricini en las cuatro cuerdas, con quien había compartido militancia en los dos primeros discos de il catenaccio italiano, el cerrojo dorado que creó lo mejor de la banda, y que por lo demás dejaría a Torricini hasta la actualidad ¿quién dijo que se no se podía volver con la ex? ¿Ah?

Hablando en serio, este disco hace bien todo lo que se pudo haber hecho mejor en el disco anterior, 9 Degrees West of the Moon, y no solo lo hace bien, sino que lo mejora a niveles superlativos. Musicalmente es lo más cercano al disco homónimo debut. La portada, una nave voladora random, con un logotipo de Vision Divine horrible (plano y sin gracia), hacían presagiar lo peor, y qué equivocados estábamos. Volvemos a oír esos solos aerodinámicos de escalas ultrarrápidas, teclados inspiradísimos que no se limitan solo a amoldar los acordes, sino que tienen mayor protagonismo. Vision Divine llevaba mucho tiempo debajo del agua del pesimismo, y a riesgo de empantanarse entre tanta negatividad, logra con este álbum despegar sus alas y volar, una vez más, con temazos que logran dosificar a la perfección la emotividad del power con la velocidad y la técnica del prog. Fabio Lione, que parecía medio muerto en el disco anterior ya citado, ahora parece que cobra más vida y vuelve en gloria y majestad, mejor dirigido y con su potencia vocal al máximo, lo que hace sospechar que el bueno de Lione logra su mejor performance cuando es bien dirigido. Discazo, desde el arranque con los versos recitados de Cecco Angioleri, contemporáneo y enemigo de Dante, pasando por las power ballads que no se limitan a un par de acordes lentos, sino que suman quiebres inesperados, solos maravillosos; hasta las canciones más rápidas, que siempre mutan entre mini-secciones atmosféricas, con secciones a pura batería y líneas de bajo ¿qué decir de los arreglos?, perfectos, para encumbrar el disco en lo más alto: solo queda al debe la horrible portada.

Canciones memorables:

«The Dream Maker», «The Ark», «Message to Home», «The House of Angels», «The Sins is You»

Blood and Angels' Tears (2024)

Segundo disco que tuvo como frontman a Ivan Giannini. Es un disco que sigue la senda compositiva del anterior, un trabajo musical que se reconecta con la primera etapa, más cargada al power, con un estilo definido y bien balanceado. En primer lugar, no hay canciones que superan los seis minutos ni prólogos interminables, con una producción que va directo al ataque, con temas ultra bangers, sin dejar de lado las secciones de teclado de guiño ochentero, las ráfagas poderosas a puro doble bombo, y una voz de Gianini en estado de gracia, mucho mejor acoplada a la propuesta: ya no están esos ramalazos heavy metaleros de su disco debut, reemplazados ahora por parajes cálidos muy bien vocalizados, y tonos altos y sostenidos que van más aparejados con la línea power prog que Vision Divine ha ido desarrollando: su dirección vocal recuerda mucho al Lione del primer disco, y eso ya es dejar la vara demasiado arriba.

Blood and Angels' Tears" de Vision Divine es el primer disco de una saga conceptual de dos partes que narra la historia de tres ángeles desterrados del cielo por su indecisión durante la guerra entre Lucifer y el Arcángel Miguel. Si hay una canción en la que la técnica y el desarrollo vocal se aprecia totalmente distinto de Giannini es en «Lost», una power ballad en la que además recita nada más y nada menos que a Dante de la Divina Comedia, siendo un broche de oro pues conecta la tradición power con lo más selecto de su literatura, Il Sommo Poeta, o el Poeta Supremo de las letras universales.

Canciones memorables:

«Once Invincible», «Drink Our Blood», «Go East», «The Broken Past», «Dice And Dancers», «Lost».

When All The Heroes Are Dead (2019)

Si Luppi y Lione componen la columna vertebral, los pilares vocales de la banda, con Ivan Giannini se inaugura la última era. No debemos olvidar que en 2025 se cumple un año de su salida con el regreso al micrófono de Luppi, pero sí es importante considerarlo como el frontman que inauguró una nueva etapa en Vision Divine, con una visión de evidente retorno a sus raíces power metaleras, que ya habíamos visto en el Destination, pero en este trabajo lo progresivo queda en un segundo plano y lo que prima es un disco poderoso, quedando en lo más alto y selecto de la discografía de la banda y que prácticamente no tiene ningún punto bajo.

Destacamos la cañera y poderosa «The King of The Sky», la épica y esplendorosa «300», la movida y atmosférica «Were I God». Sí, señoras y señores, este disco es un retorno a esos interminables duelos de solos, de teclados más afilados que la cuchilla de Isaac, de guitarras pesadas en afinaciones bajas, de secciones melódicas con líneas de bajo que se abren como las alas de un ángel, todo adosado con la voz de Giannini, otro prodigio de los tonos altos, superior a Luppi y solo igualado por Lione, aunque los tres componen un tridente que gustosamente cualquier banda del mundo quisiera tenerlos entre sus filas. En definitiva, es un disco que tiene velocidad, patrones progresivos, coros maravillosos y una producción de primer nivel.

Canciones memorables:

Todas, en especial las mencionadas y la que cierra el disco «The Nihil Propaganda», que termina con tremendos versos de Dante declamados en italiano.

Vision Divine (1999)

Si se escuchan los primeros segundos de su tema de arranque «New Eden», oímos un eco de una batería lejana junto a unos synths, es muy breve, pero tiene toda la impronta de “lo nuevo”, de un sonido que se avecinaba en un lejano 1999, época dorada del power metal donde Stratovarius estaba on fire, Rhapsody había publicado acaso los mejores discos del género, Hammerfall venía en alza con su sonido más crudo, Helloween arrasaba junto con Andi Deris iniciando una fase más potente y con esteroides, y Blind Guardian había publicado su insuperable homenaje a Tolkien con Nightfall in Middle-Earth.

En ese contexto, con un Olaf Thörsen que venía pisando fuerte ya con Labÿrinth y un Fabio Lione cabalgando en la cresta de la escama del dragón con sus rapsodas, eras y tormentas se conjugaron en un pedazo de disco que aún se debe agarrar con guante de cuero y tenazas, pues aún resplandece por el calor y genialidad con el que fue concebido, y quema, cómo quema, pero no con el fuego de la destrucción, sino con el fuego de la imaginación.

«On the Wings of the Storm» es una clase de power metal, con duelos solistas y trallazos de guitarra ultrarápidos, adosados con suaves camas de teclados y sonidos de truenos que le dan más epicidad a la cuestión. «Black Mask of Fear» es otra obra maestra (todas las canciones lo son), que enseña cómo estructurar un tema a partir de un teclado espiralado que van in crescendo, sumado a pausas dramáticas y barridos de guitarra que solo potencian la gloria. «Exodus», un temazo que es pura NWOTHM mixturado con patrones entrecortados y un control de la batería alucinante. «The Whisper» nos enseña que la grandiosidad no necesita de cincuenta mil violines, trombones y contrabajos, solo un buen synth y unas afiladas notas de teclado, con un buen galope de guitarra. «Forgotten Worlds» es la vena más mística de los Divine, con órganos tipo iglesia de entrada, y luego un ritmo de velocidades medias, un instrumental de pura cepa. «Vision Divine» es otro prodigio, más calmo, jugando con las velocidades y las texturas, excelente control baterístico. «The Miracle» es la hermosura pura hecha canción, con una intro inolvidable, un equilibrio perfecto entre fuerza y técnica sin caer en la exageración y la brutalidad. «Forever Young» ¡hay qué oír esos coros! Y cómo la batería se despacha excelentes arranques entre cada sección. «Of Light and Darkness» es la balada perfecta, suave, con unos teclados que te acarician en cada nota, con un Lione que canta como si estuviera a punto de morir, ¿y la lírica? Léanla, que es para llorar.

Canciones memorables:

Por supuesto que todas, aunque me guardo bajo la manga el cover de Europe «The Final Countdown», gran interpretación, pero demasiado similar a la original, y la idea es hacer algo diferente ¿no?

Conclusión:

Entres por donde entres, al escuchar a Vision Divine encontrarás talento y riesgo. Hay eras menos esplendorosas, como la de Luppi, con mayor desarrollo del prog, y la de Lione es ambivalente, no todos los discos están en el top tres. La etapa de Giannini duró demasiado poco, y como dice el dicho “de lo bueno, poco”. Lo importante es que compositivamente Vision Divine viene en alza, y ya con la cantidad de buenos discos que tiene en su discografía, es una banda que perfectamente puede competir por ser la mejor en el mundo del power metal.

 

 https://open.spotify.com/intl-es/album/0iTPRVMgqOBlEdPdMfqi6o?si=imPOJUePQkCubN0TjbgO8w

viernes, 17 de octubre de 2025

Narrar desde el pliegue: memoria y fotografía en «El sol en la escalera» de Juan Ignacio Colil

Publicado originalmente el 24 de julio de 2025 en Lector.Cl

Relatar una historia, la más nimia, requiere espacio, el físico que se despliega en la página o entre los bytes de un ordenador; y el tiempo, desde inmensos novelones hasta el haikú, esas curiosas miniaturas japonesas que concentran en pequeños fragmentos el paso de los días, las estaciones o incluso una vida entera. 

Como una hoja plegada sobre sí misma, El Sol en la escalera, de Juan Ignacio Colil, es la historia de cómo se construye una historia: la de Santiago, un narrador intimista de prosa sencilla y cuidada, que abre las páginas del libro hablándonos de su despido. Es un hombre cercano a la jubilación, que contempla las escasas posibilidades que la vida le ofrece a esa edad. 

En esta novela de Colil nada es estentóreo, ni exagerado, ni dramático. Hay una contención en su escritura, muy medida, y que en vez de irse por vericuetos y digresiones atolondradas, exprime al máximo la anécdota y la termina convirtiendo en arte, arte en el sentido último: hay una técnica, un saber hacer, que minimiza al máximo el impacto del relato, entregándonos esta suerte de nouvelle que comprime una vida completa en menos de cien páginas. 

Hay un personaje principal, que es el narrador, y una realidad circundante, histórica, que coincide ficcionalmente con los hechos ocurridos durante el estallido social en Chile durante el 2019. Más allá de que el narrador se sienta identificado con una postura y una situación concreta, no hay una deriva que exprima sociológicamente el hecho histórico, como lo haría un historiador o un filósofo, y que sin embargo, contiene en sus bordes, en sus capas ocultas, una manifestación patente de algo que pasó y que colectivamente nos atravesó a todos: Colil sabe que esos campos minados los recorrerán otros; los señala, arriesga alguna explicación, pero no se detiene, no hay tiempo, el flujo del relato narrativo puede descansar en hechos reales o inventados, pero detenerse a examinar con lupa sería salirse del molde literario, y que no se mal entienda, no es seguir una ruta específica repitiendo clichés y lugares comunes, ahogando cualquier rasgo de originalidad, sino de encarar la trama desde un ángulo minimalista, que para disfrute del lector, nunca es un ángulo muerto o vacío, está repleto, es denso y ligero a la vez. 

 Como en el arte del haikú, se necesita concentrar una vida entera para contemplar el abismo de una flor desfallecida. El sol en la escalera comprime veinte años del narrador, quien es desvinculado de su empresa, lo conecta con los hechos del 2019, pero lo sigue introyectando a los años de la dictadura: nunca llegamos a saber muy bien quién es Santiago, el que cuenta la historia; sabemos su gusto por la fotografía, hay retazos de la historia de la fotografía en Chile, que se conecta a su vez con el gran terremoto que asoló a Valparaíso en 1906, pero el valor de esta novela no descansa en la sociología o en la propia anécdota, sino que vuelvo a la palabra que puse más arriba, “introyección”, que en psicología, es un mecanismo de defensa inconsciente donde una persona incorpora aspectos del entorno (como valores, creencias, o rasgos de personalidad) a su propia estructura psíquica. 

 El narrador, la historia misma, condensa hechos comunes que nos atraviesan a todos, la desmemoria (algo que se asoma al comienzo, luego cobra más importancia), el arte de la fotografía (todos las hacemos, sin excepción, en este siglo XXI), la cesantía (le va a llegar a cualquier trabajador, tarde o temprano) y por supuesto, el tiempo, incluso como una posibilidad de revertirlo o viajar hacia atrás, destruyendo la metáfora y abriéndose al campo de la especulación o de la locura. Así Santiago expresa convencido, casi al final de la obra: 

 He visitado nuevamente a mi madre. Le cuento algunas de las cosas que me han sucedido, sé que ella no me va a entender. Le cuento la historia de don Ricardo y doña Hortensia, pero me percato que la historia se escucha aún más absurda. Mi madre me oye, pero no me entiende. (…) se aferra al lenguaje. A veces le vuelven palabras que hace tiempo no le oía. Expresiones muy propias que no sé dónde se almacenan. (Pág. 86) 

La historia de Ricardo, un hombre aficionado a la caza deportiva, y su mujer Hortensia, están ahí como prueba palpable de otro tiempo: son ancianos, conocieron al protagonista durante su adolescencia, y por algún motivo profundo, éste se acercó a ellos porque busca comprender un trozo de su propia vida que ha quedado sin explicar. Y como las palabras, las personas, los hechos, también a veces regresan, quedan encapsulados en algún recoveco del mundo y sin que lo pidamos, suelen regresar, no como los fantasmas, sino como fuerzas reales que nos suelen remover por dentro. El sol en la escalera es una obra breve y modesta pero que logra una resonancia profunda: su narrador, en apariencia anodino, logra una conexión íntima con lo histórico, lo personal y lo colectivo, sin sermonear ni teorizar, sino dejando que la propia cadencia del relato —como un haikú extendido— revele los estratos que conforman nuestra memoria compartida. Colil propone que narrar no es iluminar con reflectores sino encender pequeñas luces en la oscuridad, que no se trata de explicar el mundo sino de hacerlo presente, con sus capas, sus olvidos y sus retornos. La novela condensa, introyecta y devuelve: una historia mínima, como una fotografía desvaída, que sin embargo nos mira de vuelta.

martes, 6 de mayo de 2025

Hombres que escriben sobre mujeres


Ya desde la Ilíada, ese mítico friso donde se despliega el choque heroico entre aqueos y troyanos, la figura femenina cobra un rol preponderante, pues fue el secuestro de Helena el disparador del conflicto; y fue una diosa —y no un dios— la que cantó la cólera de Aquiles, así como fueron musas las que inspiraron a los poetas. 


En la misma pléyade de seres míticos, así donde hubo un Zeus conspirando en favor de los hombres, no menor es el peso narrativo de una Atenea o una Hera. En el teatro griego tenemos otro tanto, con las Yocastas, Electras o Medeas, que pueblan el imaginario trágico literario, y si nos movemos un poco más acá (o mejor dicho, al más allá), fue en los relatos cosmogónicos y religiosos donde la mujer abandonó sus simples ropajes mortales y cobró dimensión de diosa, de mensajera, o de creadora, en las más distintas y distantes culturas. 


Martín de Riquer, en su Vidas y amores de los trovadores y sus damas, compendia biográficamente los momentos estelares de los cantores medievales y la relación que tuvieron con sus musas. Casados, la mayoría, no hacían de sus esposas los motivos de sus líricas, como fue el caso de Elias de Barjols, protegido por el conde Alfonso de Provenza quien le dio tierras y una mujer, pero su amor auténtico fue la esposa de ese conde, la señora Garsenda, y a ella le consagró el canto. Incluso hubo clérigos, como el castellano Gui D'Ussel, que no vaciló en elevar sus canciones amorosas a sus amigas, de quienes, en efecto se enamoró de más de una, porque era condición del trovador estar enamorado, y si no, debía fingirlo.


Con Dante, heredero de la tradición trovadoresca y propulsor del dolce stil novo (el dulce estilo nuevo), la mujer se transforma en una totalidad, en una suma gentil de bondades. Sobre Beatriz, Beatrice, la beata, nos dice: 


«Amor me guiaba a hablar con sus palabras; / tan dulce era su voz que el canto / parece desdeñar la belleza de su rostro.» (Canto XXX, Purgatorio)


Guía en el infierno, madre absoluta, amante esplendorosa, reflejo de la belleza del buen Dios en el mundo, nos recuerda lo tardío que es el realismo como enfoque en la literatura, pues es recién con el Siglo de oro español, donde las mujeres se transfiguran en una amplia gama de colores, que para bien o para mal, se retratan en toda su desnudez: ya no son todas hermosas y cantarinas; hay feas, cojas, brujas y malolientes. Quevedo, que se burló de todos (y de todas), compara en sus Sueños a las mujeres con el dinero, pues andan de mano en mano, son enemigas de que las guarden y van detrás de los que no lo merecen. En El mundo por de dentro, no se queda chico y dispara:


«Si las besas, te embarras los labios; si las abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si las acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines; si las pretendes, te cansas; si las alcanzas, te embarazas; si las sustentas, te empobreces; si la dejas, te persigue; si las quieres, te deja.»


Por supuesto que en el Siglo de oro español no son todos pullas. Las ponemos con el afán de contrastar con el estilo clásico medieval, mucho más benévolo con ellas; no obstante, no podemos olvidarnos de Cervantes y sus mujeres, más que objeto de suspiros y galanteos, destacan por su determinación y su manera de moverse por el mundo, como Dorotea, quien se disfraza de princesa para pedir ayuda, o Marcela, la que rechazando las convenciones de su tiempo opta por no casarse (¿no suena actual?) y se va a vivir como pastora, en soledad.


Nabokov decía en su Curso de literatura rusa, que es el arte de la microscopía, aplicado al lente literario, el que puede explicar muy bien su evolución. Ahí donde las mujeres fueron seres tutelares, divinos, para ser objeto de cantos y amores (y de burlas), el lente literario horada en la superficialidad hasta llegar a la interioridad de ellas. ¿Psicologismo? Sí, aunque este concepto aplicado a la literatura ha tomado muchas veces ribetes negativos, por su connotación extraliteraria, la verdad es que narrar un mundo interno —con sus cuitas y desvelos y ensoñaciones— no tiene por qué ser de suyo inadmisible. De hecho, en el siglo XIX existen grandes cumbres de mujeres siendo narradas por hombres, y el caso más paradigmático es Madame Bovary, novela que originó el concepto de «bovarismo», que es la insatisfacción permanente que experimenta una fémina—un estado general de abatimiento—, por la distancia entre la realidad y las aspiraciones materiales y espirituales, una suerte de quijotismo amoroso, porque el plano ideal de las relaciones amorosas los encontraba Bovary en los libros, y no en la realidad. Celebrada por la crítica, catalogada de publicación inmoral, la muy liberal Francia citó a tribunales al bueno de Gustave por considerar que atentaba contra la libertad, al narrar con pelos y señas, y con la interioridad psíquica que ello conllevaba, la vida de una adúltera y sus consecuencias: es casi sintomático que la irrupción del realismo afectara a la realidad del mismo autor, quien, para defenderse de las acusaciones, habría enarbolado su atribuida frase: Je suis Madame Bovary.


Ahora, si se trata de llevar hasta el paroxismo la idea de narrar la interioridad de la mujer, tenemos a La regenta, de Leopoldo Alas Clarín, que escribió una suerte de Madame Bovary, pero con esteroides. A lo largo de mil páginas, despliega su pluma con maestría absoluta, modelo y espejo dónde debe mirarse un autor que aspire a la totalidad, narra la historia de Ana Ozores, casada con un exregente (de ahí su nombre, La Regenta), quien sostiene una relación compleja con el clérigo Fermín de Pas, subiendo mucho más la vara propuesta por Flaubert, pues acá el amorío es detallado con dimes y diretes, y la interioridad de su personaje femenino, Ana Ozores, se contrasta con la descripción completa de la ciudad ficticia de Vetusta (en la que se esconde la real Oviedo): la apuesta es elevada, porque donde Flaubert se contentó con trazar la vida íntima de una mujer, Alas Clarín nos pinta un mundo completo, con sus dinastías, filosofías, intrigas y una multitud de personajes secundarios ¡vaya qué secundarios! Como el galán donjuanesco de Álvaro Mesía que elabora estrategias de seducción para con la regenta, cuál de todas más ridículas, o Paula Raíces, la maquiavélica madre del canónigo quien es capaz de lo que sea con tal de preservar su vid en la Santa Iglesia, o el ridículo Trifón Cármenes (su nombre lo prefigura), un poeta patético (de esos que abundan) que vive pendiente de la publicación de los periódicos, pues siempre le rechazan sus versos y anhela que algún día lo tomen en cuenta.


Podríamos seguir enumerando ejemplos, pero nos detenemos acá, pues nuestra intención es vertebrar una breve relación literaria de hombres que escribieron sobre mujeres (nos queda afuera el género testimonial y las biografías), recalcando que si bien las obras maestras son limitadas, las posibilidades, para nosotros, pobres hombres, de referirnos a ellas, siempre nos conducirán a castillos empantanados y encantados con espejos reflectantes, y esperamos que la más auténtica manera de asediarlas y referirlas no sea como en aquel relato de Mauricio Wácquez en Excesos, donde el narrador se trasviste frente a un espejo para recuperar, aunque sea de manera artificiosa y por una sola vez, a su desaparecida Irene.

martes, 29 de abril de 2025

Hombres que escriben sobre hombres


25 de noviembre de 1970. Kimitake Hiraoka, mejor conocido como Yukio Mishima, asalta el cuartel de las Fuerzas de Autodefensa de Japón junto a cuatro miembros de la Sociedad del Escudo; maniatan firmemente al general y, en un acto desesperado, Mishima sube a la azotea del edificio y arenga (o intenta hacerlo) a los militares presentes con un solo objetivo: dar un golpe de Estado para salvaguardar el legado y la tradición de la nación.


Ríos de tinta se han escrito sobre aquel episodio. Desde una perspectiva psicoanalítica, como lo despliega de manera dicotómica y antropológica el psiquiatra español Juan Antonio Vállejo-Nájera (Mishima, o el placer de morir) con amplios tintes de cultura japonesa y sadomasoquismo, hasta una visión filosófica, como la que expone Marguerite Yourcenar en su Mishima o la visión del vacío


Surge la pregunta: ¿qué mueve a un hombre escribir sobre otro hombre? Al parecer se trata del poder. Y lo que conlleva el poder: fama, riqueza, prestigio. Sin embargo, el poder de los grandes emperadores o monarcas no es igual al poder que despliega un escritor, un poder metafórico, que es la máscara del poder político, el que es más directo, porque provoca partos y muertes. 


¿Murieron más personas por sus ideales o por su pluma que por sus acciones? La frase, si se examina a fondo, es ridícula. Bien lo supieron los romanos. Plutarco y Suetonio, entre los iniciadores del género específico de las biografías, escribieron sobre hombres poderosos que poco y nada tenían que hacer con la pluma, o lo hicieron en función de sus intereses, como Julio César. ¿A quién se le habría ocurrido en aquella época escribir sobre un jardinero o un vagabundo? A Platón se le ocurrió, con Sócrates, aunque no fue una biografía, y Sócrates tampoco era un vagabundo, pero lo parecía. Sócrates el loco, Sócrates descalzo y mal vestido. Sócrates ditirámbico, condenado a beber la cicuta por corromper a las juventudes. Su poder no era simbólico, su poder era filosófico. Ejercía un poder real, aunque fuera desde su trinchera. Así lo consignó Platón en sus Diálogos socráticos, una forma de preservar su conocimiento. Un homenaje.


Hay biografías legendarias, como la Vida de Samuel Johnson de Boswell. O tremebundas, con hechos fantásticos, como la Vida de Alejandro Magno por Pseudo Calístenes, que incluye milagros, maravillas y hasta una lucha del legendario Alejandro contra un dragón. 

Un hombre llega a escribir sobre otro hombre, principalmente por admiración. Pero entre la admiración y la envidia hay un solo paso. El alma de Napoleón, de Leon Bloy, es una biografía rabiosa, en la que exalta a Napoleón como un semidiós y a veces lo deja caer como un vil estropajo. Bloy no se anda con chicas: es capaz de comparar el casamiento de Napoleón con la de un putero bíblico. Admira en él su frialdad, su eficacia, su grandeza (y bajeza) en el actuar, y lo extrapola a la sociedad de su tiempo, a su época, al mundo. Un mundo de almas napoleónicas paseándose con altivez por la vida. 


Existen biografías que son un conjunto de biografías y se llaman hagiografías: relatan la vida de los santos, vidas plagadas de plegarias y de martirios. La leyenda dorada, de Jacobo de Vorágine, es un libro proverbial y modélico, con una lista de santos, y de santas, cómo no, que como buen martirologio, aprietan el corazón de quienes leen estas vidas. Existen biografías que son procesos, juicios a biógrafos pasados, como por ejemplo El Hitler de la historia: juicio a los biógrafos de Hitler, de John Lukacs. Sí, apellido Lukacs, judío. Un judío que enjuicia a los que escribieron sobre el Führer: no se comía guaguas y no hizo pactos con el diablo para tener poderes psicotrónicos. El historiador mesura, mira en perspectiva, no sataniza ni diviniza. Le otorga al hombre el lugar que ocupó en la historia, sin histeria ni mentiras. No es una historia secreta. De la legión de los biógrafos, los historiadores suelen ser los más imparciales, comedidos, con escaso vuelo poético, pero mucho más certeros. Saben que un personaje de poder no nace como un accidente, sino como el efecto de un síntoma, o como el síntoma de una causa. 


Volvamos a ese nefasto 25 de noviembre de 1970. Entre el barullo y el escándalo, hay alguien que mira con reprobación los desesperados actos de Mishima. Se trata de Shintaro Ishihara. Escritor y amigo íntimo de Mishima. Antes, mucho antes de la intentona de golpe de Estado que terminará con un brutal sepukku, Shintaro recibe la bendición del héroe nipón, un galardón que cualquier novato colgaría con orgullo en su solapa: el reconocimiento de un escritor consagrado, candidato incluso al Nobel, ¿quién no lo querría? De la experiencia traumática por el suicidio ritual de Mishima, y de una amistad de largos años, es que Shintaro Ishihara escribe el elocuente El eclipse de Yukio Mishima. 

Shintaro es japonés y nacionalista, una suerte de liberal de derechas, pero no comparte la visión de su amigo respecto al emperador y a la tradición. Va un paso más allá: no es que no comparta estas ideas, es que no las comprende, menos que alguien llegue a inmolarse por ellas. Al revés de los extranjeros, que suelen romantizar e idealizar a las culturas ajenas que observan, para Shintaro los actos de Mishima reflejaban un narcisismo demoledor que no junta ni pega con su sacrificio ritual, no engrandecen ni explican su obra literaria, ni tampoco lo dignifican como persona. Shintaro es crudo. Piensa que lo que hizo Mishima esa tarde, fue un fraude, un acto fallido, una estupidez. 


La historia es conocida. Mishima preparó el ritual del seppuku durante al menos cinco años. Ejercitó su cuerpo a través del culturismo y se entrenó en distintas artes marciales. Incluso protagonizó un cortometraje basado en un cuento suyo, Patriotismo, donde se escenificaba con lujo de detalles el suicidio de los antiguos samuráis. Para Shintaro, que no diviniza a su amigo, no hay filosofías del vacío, ni complejos sadomasoquistas, ni retornos heroicos a la tradición. Shintaro es realista, y en contraposición a los idealistas, ve las cosas como son. Podríamos decir que ahí donde Mishima es un trágico don Quijote que muere en pos de sus ideales, Shintaro es su Sancho Panza, que observa las cosas sin los lentes deformantes del idealismo. Y sufre por su amigo.


«Si hay algo en esta vida que no valen un céntimo, son los ideales», cita en un momento. El tono de El eclipse de Yukio Mishima es parco. A momentos, pareciera que Shintaro es un enemigo disfrazado de amigo, porque sus opiniones respecto a Mishima son demoledoras: además de su narcisismo, cuestiona sus performances en diversos estilos marciales. Para él, eran prácticamente una mentira: un gesto vacío de alguien que movía la espada o la katana sin la habilidad de un maestro, pero posando como maestro. Shintaro sabía de lo que hablaba. Él practicaba de manera amateur fútbol, y su juicio es que el deporte, a diferencia del culturismo y las artes marciales, sí requieren de superación y trabajo en equipo, pues su espíritu es más competitivo, siendo el cuerpo funcional a estas metas; no así el culturismo, que tiene como fin el mismo cuerpo, belleza que está puesta ahí para ser admirada por otros, un puro acto de autismo y autocontemplación. 


Otro tanto nos habla de las incursiones del escritor nipón en el cine y en la actuación. Para Shintaro, no eran más que intentos desbocados de egocentrismo con escaso talento. Para su amigo, Mishima no era un renacentista; escribía bien, terriblemente bien, y ese escribir bien y el reconocimiento y adulación temprana por parte de un público, fueron los que detonaron la afloración de ese lado oculto de Mishima, quien pasó de ser un flaquito tímido, oculto entre libros y gatos, a un fornido samurái que llegó a liderar una organización paramilitar. Pero ¿cuál era real? ¿Clark Kent o Superman?

No obstante, ni la escritura de Mishima se salva. Shintaro reconoce que en el núcleo de su obra existe una inherente mascarada, en el sentido de que sus textos carecen de vida auténtica, y para ello menciona su ensayo El sol y el acero, libro al que condena por utilizar un lenguaje engolado carente de profundidad, lleno de nebulosas y sin ideas claras; la condena también se extiende a El color prohibido, en la que el tratamiento de la homosexualidad no sería más que otra mascarada del autor para concertar el apoyo de la crítica.


El eclipse de Yukio Mishima, además de una biografía de los últimos años del escritor, es un tratado sobre la intimidad y los efectos del deporte en el cuerpo. Es, cómo no, un ajuste de cuentas que no pudo hacer en vida su autor para con su amigo. Es una confesión de una máscara respecto a la corrupción de un ángel, a quien le llegó la fama muy pronto y no supo cómo lidiar con ella. Es también una lección para el tratamiento de la amistad entre escritores, que seguramente en estas latitudes nos costaría entender, porque allá se ejerce la sinceridad de manera franca y abierta, rozando la brutalidad y el desparpajo. 


Casi al cierre del libro, Shintaro evoca un sueño que tuvo con Mishima, y ya a esas alturas no sabemos si se lo inventó para apaciguar los anónimos, o si realmente lo vivenció en el plano onírico. Poco importa: la sombra de Mishima se ha vuelto frágil y escurridiza, y sobre su tumba el enigma persiste. Una vez cerramos las páginas del libro es cuando la esfinge abre sus ojos. Y nos mira.

martes, 22 de abril de 2025

Escritor: si quieres ser famoso, dedícate a cantar*

Publicado el 2 de marzo de 2023|006 (Revista Nº 6), Autor: Pablo Rumel Espinoza, Más literatura

                                                                          *António Lobo Antunes


¿La soberbia o la humildad? Sin reducir a falso dilema, tarde o temprano, quien escribe y ve rendir sus frutos, llámense publicación en una multinacional, galardón literario, entrevista en un medio prestigioso, contratación de un agente, traducciones a otras lenguas, se ve preso de la (im)postura que casi siempre le resulta fatal: o es soberbio o es humilde.


Y ahí está el quid del asunto. Es fácil detectar a un fanfarrón que quiere pasar por humilde: en lo íntimo no considerará a nadie, salvo a él mismo como el Elegido Único por el Azar o el Destino, agasajará con cumplidos a los que correspondan —siempre con mucha estrategia—, no insultará ni menospreciará la obra de alguien que está más arriba y que pueda abrirle las puertas, golpeará como a un mono porfiado al más débil, evitará entrar en controversias que no le reporten ningún beneficio; en suma, asumirá la mascarada de lo políticamente correcto, porque sabe que la tiranía del pensamiento único podrá aplastarlo ante el menor movimiento, así es que nada de ir en contra del feminismo o de los valores democráticos, no vaya a ser que le abran un expediente y le arruinen la carrera del escritor.


Miramos con más simpatía al escritor desfachatado quien, soberbiamente, no le interesa dejar títere con cabeza ni quedar bien con nadie, respondiendo las preguntas más insólitas con frases que en otro lugar del mundo podrían costarle la cabeza o, por lo bajo, una buena temporada en la cárcel. Pero no nos engañemos: aquella postura solo la toleramos en alguien que ha sido campeón del mundo, o que estando muy cerca, ya ha sonado varias veces como candidato al Nobel y no hay premio de medio pelo que no le hayan entregado. Así, vemos a este asesino quien, sin despeinarse, acribilla desde su pedestal de manera inmisericorde, y nosotros nos quedamos alelados ante tal despliegue de insolencia. Pero ver a alguien que recién se está abriendo al mundo, y toma una actitud así, provoca el efecto contrario; es como asistir a la ridícula rabieta de un caniche de treinta centímetros ladrando y enseñando los dientes. Más que temor, despierta la risa. O en el peor de los casos, ternura.


Pero ya sabemos cómo terminan los engreídos, como bien se ilustra en el Amadís de Gaula con Dardán El Soberbio: ahogados en su propia cizaña. Y cómo no recordar uno de los pocos discursos que brindó Faulkner, cuando dijo que un joven en su país podía conseguir el éxito con demasiado poco esfuerzo, pero que la falta de experiencia y de humildad le dificultaban gestionar este éxito, redundando en que ese joven exitoso terminaba naufragando en sus propias aguas de la victoria.

Y es que es así: la distancia que separa a un fracasado de un exitoso no son sus premios ni sus reconocimientos, sino la humildad y la entereza con la cual tiene cada uno —el fracasado y el exitoso— para gestionar su éxito o su fracaso, por lo cual no es raro encontrarnos por la vida lleno de exitosos fracasados, y fracasados que han sabido gestionar sus derrotas, convirtiéndolos en unos exitosos. Y probablemente la fuerza motriz que permite al fracasado sobreponerse y no hundirse para siempre en el fango de la derrota, sea la humildad.


Pero no crea el desatinado lector que vindicar a la humildad quiere decir que estemos propugnando un estilo de vida rayano con la indigencia pues ,como bien distingue el monje Benito Jerónimo Feijoo, donde hay una Fortuna Soberana, que se ejemplifica en el que lo tiene de todo a raudales y le sobra, también hay una Alta y Humilde Fortuna, para quien los manjares no le sobran, pero tiene para sí todo lo necesario para desarrollarse, y lo que se necesita para crear una obra que resuene, además de un cuarto propio y una inteligencia despierta, es la paciencia, y ya sabemos que el soberbio quiere todas las cosas ahora y para sí, en cambio el humilde sabe esperar, sin la necesidad de tener que convertirse en una víctima de la espera ni en el centro perpetuo del universo.


Una nota adicional: ¿qué puede hacer la escritora argentina más top del momento o el escritor más inteligente y guapo del mundo como influencer frente al cantante de trap más humilde de la historia? Nada. Es cosa de mirar las redes sociales. Donde los campeones de la escritura no suelen superar a lo sumo los 3.000 likes entre todos juntos, cualquier mocoso en ropas menores con un micrófono supera ampliamente los 100.000. Así es que, querido escritor, si estás leyendo esto y quieres ser famoso y ganar plata, ya sabes por dónde empezar.


viernes, 3 de enero de 2025

El demonio meridiano, Varios autores: La España fantástica y terrorífica del Antiguo Régimen

 


El demonio meridiano, de Miraguano Ediciones, redescubre con lujo de detalles una tradición oculta en la vieja literatura escrita en español, en la que abundan historias truculentas con torturas infames, ritos demoníacos, profanaciones de cadáveres, sueños que se confunden con la vigilia, pero también historias con aparecidos, asistentes a sus propios funerales, viajes a tierras imposibles, monjas enloquecidas o caballeros batallando contra criaturas fantásticas.

Es indesmentible que en el centro del canon anglosajón yace Shakespeare, así como en el mundo hispano tenemos a Cervantes; ambos autores, que al igual que dos árboles centenarios, han arrojado luces y sombras sobre dos tradiciones, que vistas en retrospectiva, nos ayudan a entender por qué desde un lado se desarrolló con más potencia una literatura fantástica, y por el otro, campeó con mayor holgura una literatura de corte realista. Si en el inglés la fantasmagoría y la pesadilla inundan a la realidad, en el español lo que prima es la realidad, en constante fricción con el mundo de la imaginación.

Pero el principal motivo de por qué se desarrolló con más potencia la literatura fantástica y de terror en el mundo anglosajón sobre el mundo hispano (y con el mundo hispano incluimos la herencia en América), es porque Inglaterra —hija predilecta de la reforma protestante y de la Ilustración—, desarrolló con fuerza el Romanticismo, movimiento que traería consigo el redescubrimiento de lo antiguo, actitud que no se explica sin la influencia de la Ilustración (que en España fue menor y tardía), con su racionalismo científico y positivista que buscaba comprenderlo todo, y que a modo de rechazo, los románticos volvieron a refugiarse en lo desconocido para combatir esa luz como si fuera una lepra: Ilustración y Romanticismo son, pues, dos caras de la misma moneda.

El Romanticismo postuló que era imperioso indagar en la oscuridad y en el pasado, fortaleciéndose mitos olvidados de la antigüedad y revitalizándose figuras folclóricas medievales que sirvieron como sedimento para la creación de nuevos horrores: ahí tenemos al Drácula, de Bram Stoker (1847-1912), que tomó la figura del vampiro necrófilo saqueador de tumbas para convertirlo en una suerte de noble, de figura explotadora que podría equipararse a la del capitalista que vampiriza a sus trabajadores, o el Frankenstein de Mary Shelley (1797-1851), como un ataque nada velado a la prepotencia de algunos científicos que soñaban con recrear la vida humana sin ninguna clase de miramientos, aun fuera pervirtiendo a la Naturaleza.

Y la literatura española, ¿qué?

Que el mundo hispano no tenga obras maestras reconocidas de la literatura de terror y fantástica, no quiere decir que en un futuro próximo o ahora mismo no pueda producirlas, y tampoco quiere decir que como sedimento de una tradición literaria, no existan obras en el plano fantástico dignas de interés: no en vano la imagen de la lanza quijotesca contra los molinos representa, además del impulso del paladín para batirse contra gigantes, el hecho de que Alonso Quijano fuera un lector de “libros de entretenimiento” en el que pululaban no sólo caballeros furiosos y damas en apuros, sino también enanos, gigantes incestuosos, aparecidos, monstruos alados y antediluvianos, y poderosos hechiceros que animaban figuras mecánicas a distancia para el deleite, para el combate o para resguardar sitios prohibidos.

El demonio meridiano: de regreso al arcón hispano de lo fantástico

Con el fin de demostrar que en España sí hubo una pujante literatura fantástica y de terror, El demonio meridiano (Miraguano Ediciones, 2015) –El demonio, de acá en adelante- presenta cincuenta y siete textos extraídos de diversas fuentes escritos por treinta y siete autores, que además de tomar la pluma, ejercieron los más diversos oficios: canónigos, frailes, soldados, viajeros y abogados. La obra posee una considerable cantidad de material gráfico distribuido a lo largo de sus casi 500 páginas en formato mayor, que van desde grabados, ilustraciones de portadas, detalles de manuscritos, retratos de algunos autores, imágenes de cubiertas y fotografías, lo que realza más aún su valor como pieza de colección.

El estudio que antecede a los textos reunidos merece aparte un comentario aparte. El trabajo que realiza Gerardo González de Vega (1952) es encomiable, pues sin el ánimo del erudito filólogo, ni la ramplonería de quien antóloga por capricho, entrega una cuidadosa selección tanto para el lector común, el cual podrá deleitarse con fragmentos de obras casi desaparecidas de las bibliotecas actuales, como para el estudioso, que encontrará un completo estudio de casi 150 páginas, en el que se contextualiza a la literatura fantástica, hablándonos de sus orígenes, los espacios fantásticos, los soportes escriturales, los primeros géneros y todo el imaginario fantástico que salpicó a la realidad, abarcando desde los fines de la Edad Media hasta la invasión napoleónica.

En esta genealogía de obras que luchan por salir de su letargo —cual cadáveres llamados de nuevo a la vida— encontraremos a clásicos del Siglo de Oro español como Cervantes, Quevedo y Lope de Vega, pero también a autores de obras caballerescas como Beatriz Bernal, Martorell o Garci Rodríguez de Montalvo, e incluso a pensadores como el padre Feijóo, la deslumbrante María de Zayas y Sotomayor, y los infaltables anónimos, que por temor o desconocimiento de origen, pasaron a engrosar el nombre de pluma más famoso del mundo.


Cuentos caballerescos y fantasmales

En el primer tramo, que consiste en diez piezas, nos encontramos con títulos (que engloban muy bien su contenido) tales como «El dragón doncella», «La prueba del cuerno», «La venganza de la sierpe» o «El caballero del sepulcro negro», historias que relatan con lujo de detalles la oposición excelsa entre el bien y el mal, concepción sin lugar a dudas de raigambre cristiana, donde el demonio y sus huestes se enfrentan contra los representantes de la luz, y en la que el andante caballero, a imitación de Cristo, debe liberar o destruir algún mal que aqueja a alguna viuda, a un huérfano, a un pueblo o a un reino entero. El relato mejor ejecutado, por sus resonancias bíblicas preñadas de moralidad, es «Una bestia fiera llamada Endriago», extraído de Amadís de Gaula (1508), obra maestra de la literatura caballeresca. Se nos cuenta el nacimiento de un monstruo surgido del incesto entre un gigante con su hija, y que físicamente, además de poseer gran estatura, y forma entre dragón y serpiente al poseer escamas y largas garras y alas, expele desde dentro de sí un fuego del infierno que explicita sin lugar a dudas su origen luciferino. Amadís, el caballero valeroso, le hace frente en un singular combate, que como era común en estas historias, se nos relata con pelos y señales: se describirán con mucho detalle las magulladuras, hematomas, fracturas, contusiones, y mutilaciones que sufren los combatientes.

Pero no todo en El demonio es combates ni caballeros, hay un porcentaje bien alto de historias que hacen referencia al mundo fantasmagórico de los espíritus y de los aparecidos. Visiones o fantasmas que vio el hidalgo Costilla de Antonio de Torquemada (1507-1569), patentiza que la existencia de seres de ultratumba, en aquellos años de la vieja España, no era creído a pie juntillas: ante las apariciones sin sentido en la bruma de un jinete misterioso, el narrador intenta explicar que fantasma deriva de la palabra “fantasía”, y que la explicación de aquellos fenómenos podrían remitirse por algún humor melancólico, un eufemismo para llamar a la locura. «El oficio de un difunto», del mismo autor, es una auténtica obra maestra, en la que se nos relata el amorío de una monja con un noble—y nótese que fue escrito en pleno apogeo de la Santa Inquisición– quien acostumbrado a verse con ella en el mismo monasterio a altas horas de la noche, en uno de sus tantos escarceos, en vez de encontrar a su solícita amante, en su lugar se topa con un grupo de frailes con las candelas encendidas y en actitud piadosa, afirmando que están velando a un difunto: es el mismo noble, quien como atrapado en una pesadilla, asiste a su propio entierro.

Narraciones políticamente incorrectas

Otra variante que encontramos en El demonio es la de encerrar en estereotipos a pueblos o naciones enteras, que sin embargo se comprenden en su contexto histórico, debido a las guerras y conflictos territoriales. Es el caso de «El corazón de la puerca», de Sebastián de Horozco (1510-1581), donde nos encontramos ante una historia abiertamente antisemita, en la que un grupo de judíos busca vengarse contra cristianos por medio de una estratagema diabólica: deben sacrificar a un recién nacido arrancándole al corazón, para luego quemarlo y con las cenizas esparcirlo en las aguas, que al ser bebidas liquidarán al cristiano en el acto. Para cometer tal ardid, ofrecen altas sumas de dinero a una mujer embarazada, sin medir consecuencias con tal de vengarse. En «Conquistas monstruosas», de Fray Pedro Simón (1574-1628), se nos cuenta el descubrimiento de conquistadores en la ciudad del Cuzco (o de la Plata, el narrador no está seguro), en la que los habitantes de tierras ignotas son descritos como poco humanos al ser enanos, casi pigmeos, aparición que será antesala de un ser monstruoso que devora lo que encuentra al interior de los bosques, lo que evidencia que el trato de los conquistadores con los aborígenes de América no fue uniforme: hubo cooperación, pero también conflicto, según la zona y los intereses contrapuestos que chocaron.

Dentro del mismo arco, hay una corriente de escritos conocidos como mirabilia, narraciones que buscaban recrear la imaginación en tierras lejanas, exóticas por lo general, que servían para describir sociedades imaginarias, monstruos y hechos inexplicables: la distancia geográfica permitía a los creadores estas licencias, y ocurría que muchas veces los lectores creían las cosas que leían. Así, tenemos un cuento que guarda mucha concomitancia con los descubrimientos de Magallanes, «Viaje a la isla inaccesible», de Vicente Espinel (1550-1624), una historia singular repleta de ecos mitológicos e históricos, en las que unos navegantes descubren casi por azar una extraña tierra dominada por gigantes, un posible trasunto homérico a los cíclopes de La Odisea, pero también al de los patagones de tierras australes.

Asesinos macabros, asesinatos truculentos

El terror materialista, con gente torturada y muertes crueles, con asesinos despiadados y arrepentidos, es un condimento que no podía faltar en este festín macabro, siendo uno de los puntos más altos de la antología, en primer lugar porque técnicamente rompen la oralidad clásica del “me contaron que”, y tienen una unidad mayor que los relatos caballerescos, que si bien son auto-conclusivos y episódicos, fueron concebidos para integrar corpus mayores, como ocurre con los libros de aventuras.

«La peregrina historia de Ludovico», del doctor Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), es un ejemplo modélico de relato moralista: un hombre ocioso, adicto al juego y a la buena vida, en su decadencia arrastra a gente inocente, en este caso a una monja prima suya, a quien enamora tras galanteos y requiebros, escapando con ella del monasterio para luego obligarla a la prostitución con tal de conseguir algún dinero. La abyección de Ludovico no tiene límites: de jugador, vicioso y vividor de mujeres, pasa a asesino a sueldo, pero un hecho crucial (¿una alucinación? ¿un fantasma? ¿intervención divina?), en último minuto le ayudan a desandar su camino para ir en busca de la expiación, lo que trasmite muy bien la concepción católica del perdón y el arrepentimiento, aunque se haya tenido una vida obscena y descarriada.

«La cruel aragonesa», de Alonso Castillo Solórzano (1584-1648), es un ejemplo de novela amorosa breve, pero teñida de locura vesánica y venganza inhumana, encarnadas en la figura de una de sus protagonistas, doña Clara, quien valiéndose de truculencias y chismes, destruye amoríos, empuja a hombres a batirse a duelos, y en su interminable lista de tropelías, llega a cometer actos sacrílegos y necrófilos al profanar una tumba. Cualquier otra versión de femme fatale se queda corta con esta mujer malvada.

«La inocencia castigada», de María de Zayas Sotomayor (1590-1647) narrada con pulcritud y gran técnica, es un imposible cruce entre las novelas rosas de Corín Tellado (1927-2009) y las narraciones tenebrosas de Edgar Allan Poe (1809-1849). Escrita y descrita con una gran tensión, hace gala de elementos espiritistas y de brujería, que ya lo habría querido tener dos siglos más tarde un E.T.A. Hoffmann (1776-1822) o un Maupassant (1850-1893), escritores que sin duda debieron haber estudiado su obra, pues la escritora se adelanta a su tiempo a la hora de describir la Maldad Humana, en mayúsculas, y los efectos traumáticos que ésta deja en personas que no pueden defenderse por cuenta propia.

Un balance, una conclusión

Fuera de las figuras prominentes del Siglo de Oro, muchos de estos autores le sonarán a chino al lector contemporáneo, pero El demonio, a sabiendas de estas lagunas, incluye una pequeña biografía de cada autor; algunas son tan buenas y curiosas que parecen sacadas de Vidas imaginarias de Marcel Schwob (1867-1905), o de la Historia Universal de la infamia de Borges (1899-1986).

A Borges, precisamente, no podemos dejar de mencionarlo, pues editó junto a Bioy Casares y Ocampo la conocida Antología del cuento fantástico (1940), guardando una estrecha relación con El demonio, al poseer ambas obras elementos exóticos que recuerda a la fábula oriental de Las mil y una noches, o a las historias orales chinas, lo que demuestra lo interconectado que estaba el mundo de aquel entonces en cuanto a influencias.

A modo de continuidad en el terreno estrictamente hispano, podemos recomendar dos antologías más, que pueden servir como un buen compendio de letras hispanas fantásticas para nuestras bibliotecas. La primera es el El cuento fantástico hispanoamericano en el siglo XIX, con notas y selección del poeta chileno Óscar Hahn (1938): el segundo es La realidad oculta: cuentos fantásticos españoles del siglo XX (Menos cuarto, 2008), de los españoles David Roas (1965) y Ana Casas, lo que en resumidas cuentas da una perspectiva (o mejor dicho, retrospectiva) mucho más amplia de lo que se ha escrito en nuestra lengua, permitiendo acceder a muchos autores que siguen sepultados en el polvo, muchos, injustamente olvidados.

El castellano antiguo, que puede ser un impedimento para un lector no avezado en las obras de factura medieval y renacentista, no representa un escollo en El demonio, pues además de estar actualizado (aunque conservando cierta ampulosidad característica de la vieja retórica), cada relato incluye notas al pie explicativas que ayudan al lector a situarse con más facilidad en el texto.

Como colofón, reproducimos el epígrafe con el cual abre esta obra, que desde ya, tiene credenciales de sobra para ser una piedra fundamental para el lector de literatura fantástica:

No temerás a terror nocturno

ni a saeta que vuela de día,

a la peste que deambula entre tinieblas

ni el asalto del demonio meridiano.

Salmos 91, 5-6
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