*Publicado originalmente en Lector.cl el 15 de julio de 2024
La idea del infierno se pierde en los albores de los tiempos: egipcios, griegos, romanos, hinduistas, aztecas, todos, desde las más remotas y desconocidas culturas, hasta las más preponderantes, han designado al infierno como un lugar subterráneo, una suerte de inframundo donde moran los muertos, bien como un espacio de tormentos infinitos; o con mayor espectacularidad, si pensamos en el famoso submundo imaginado por Dante, poblado de círculos infernales donde morarían los pecadores según sus faltas en círculos regentados por demonios y entidades del averno.
De una cultura a otra, el infierno dista de ser un espacio placentero, símbolo o alegoría de un espacio maligno, la contracara del beatus ille horaciano, el infierno como esa cárcel mental diseñada por uno mismo para atormentarse, infiernos como cavernas que horadan nuestra psique, infiernos como el lento y placentero suicidio de la droga, la delación, la mentira, y cómo no, el del crimen. Porque de morir nos vamos a morir todos, pero nadie en su sano juicio quisiera morir acuchillado o de un disparo fugaz en la noche. No obstante, la idea de imaginarlo, ¿no es también un breve paso por el infierno?
«De la sartén al fuego», pero también «De un infierno a otro» de Julia Guzmán Watine (1975, Viña del Mar), es un descenso al mundo del crimen, al mundo negro poblado de traiciones, paranoias y terrores. A través de diez cuentos, número cabalístico que remite al orden, a la unidad y al todo, la autora nos entrega su propia visión de estos «infiernos personales».
En «Anatomía adversa», asistimos de lleno al despliegue imaginativo de la autora, en una historia que nos presenta someramente al detective privado, y vendedor de libros de viejo, Mario Cancino (detective-eje- en la narrativa de Julia), en la cual una clienta lo conmina a que determine si es posible, si de verdad puede ser, que ella cada vez que interactúa con un ser humano cualquiera, ocurre una desgracia, desde accidentes sin repercusiones hasta muertes. ¿La mujer está loca o dice la verdad?
La apuesta del relato es alta: bien sabemos que de todos los géneros narrativos, el policial siempre pide un férreo apego a la realidad, exigiendo un despliegue lógico en el cual el arma homicida o el criminal culmina en la pieza faltante que explicita al crimen; no siempre, si consideramos al hardboiled, que a diferencia del clásico whodunit, lo que le interesa es retratar los bajos fondos e incluso la brutalidad policial; no obstante se ancla en la realidad y delimita el campo narrativo a hechos posibles, aunque sean inverosímiles.
Julia, desde la publicación de su novela La conjura de los neuróticos obsesivos (Editorial Espora, 2021), ya busca inscribirse en esa difusa línea entre lo natural y lo sobrenatural, y ahora vuelve a la carga con elementos oníricos y surreales que desbordan los presupuestos de las reglas escritas, que no tablas de la ley, del género policial.
¿Dónde está el límite?
Siguiendo la línea de «Anatomía adversa», los relatos «Los elegidos», «De un infierno a otro», y «Silencio en la noche», juegan en ese difuso terreno de la invasión onírica en la vigilia. Al mixturar una hibridación, el foco no se pierde, entregando historias que juegan con el elemento sorpresa, y que además describen situaciones al límite del terreno de lo desconocido, pero que con algún giro en la trama nos reconduce al enigma.
En «Los elegidos», ambientado en plena pandemia, el objetivo del detective Cancino es dar con el paradero de un hombre, Iván, quien al encontrar una máscara y unos guantes quirúrgicos en un contenedor de basura, decide deshacerse de aquellos «tóxicos elementos». El ambiente es un Santiago afectado por los toques de queda, y una simple acción, como es el de botar basura, presagia la desgracia: Iván no regresa y despierta la preocupación de su familia. Como en un Santiago sitiado por elementos góticos y macabros, la narración describe a la espectral ciudad con estas palabras:
«Se imponía una neblina mortífera, una distancia entre la ciudad y él. Como si algo acechara y el peligro se acompañara de una soledad blanquecina».
El contexto narrado, de un Chile resentido tras los hechos registrados durante el estallido social, más la pandemia en ciernes, una dictadura sanitaria disfrazada de salubridad autocontenida, aportan los elementos de una trama que prefigura la barbarie, esta vez en un grupúsculo de individuos dispuestos a todo con tal de recuperar el orden y la normalidad. ¿Quiénes son, de dónde salieron?
«De un infierno a otro», se centra en la temerosa decisión de una mujer que teniendo familia y trabajo estable, lo abandona todo por un amor fulgurante —de esos que solo pasan una o dos veces en la vida— para marcharse a Chiloé, a una cabaña perdida en el bosque, para toparse de frente con una historia marginal de desarraigo que tiene como víctima a una menor. El insomnio de Valeria (así se llama la protagonista), se superpone con un enrarecimiento progresivo de sus días, acompasada por la oscuridad y las lluvias reinantes del sur chileno, más las quejas de la niña enferma y un desfile de extraños que viven en un mutismo permanente. ¿Abandonarlo todo por un loco amor de temporada? La historia no moraliza ni dilucida los últimos mecanismos de la psique de la protagonista (¿por qué marcharse, por qué ir tras un hombre?), pero en su núcleo narrativo descansa una crítica velada a la manida idea de que «abandonar nuestra zona de confort», muchas veces no conduce a un premio ni a una experiencia que atesorar, sino que las más de las veces a una mazmorra plagada de locos.
«Silencio en la noche», que también tiene como protagonista a una mujer, soslaya muy en la línea henryjamesiana que muchas veces el principal enemigo es la imaginación. Con Bioy Casares (que aparece citado en el libro), podemos aseverar que «los que sufren no son ni los tontos, ni los inteligentes, sino los que tienen mucha imaginación», o como dijera Santa Teresa de Ávila, la imaginación «es la loca de la casaK. Lorena, el personaje del cuento, es una escritora que decidida a terminar su tarea de narrar un cuento, decide marcharse de casa y arrendar la pieza de un hotel a pocas cuadras, y muy henryjamesianamente, el foco del relato cambia de la historia que está escribiendo, al macabro acontecimiento que le toca vivir en aquel lugar: encontrar el cadáver en estricto rigor mortis, de alguien que conoce. Y no diremos más.
Los relatos breves «Rutinas indelebles» y «Toda la carne a la parrilla», son los más disparejos del conjunto. Pareciera ser que al trabajar en un formato demasiado breve, la autora no logra desarrollar las imágenes y las tramas que se propone, principalmente porque la anécdota no alcanza a desplegarse en un escenario vívido que lo envuelva: nuestra autora trabaja con detalle los paisajes y las motivaciones, y en tramos tan breves las historias terminan ahogadas, sin lograr despegar con soltura, lo que a sus vez nos recuerda para los que también escribimos, lo condenadamente difícil que es capturar, como en una fotografía, una historia memorable que se deje contar sola.
Tiro al blanco y una conclusión
Pero dejando de lado estos textos flojos, es necesario recalcar el que a mi juicio, es el relato que mejor brilla en el conjunto: se trata de «Tiro al blanco». Lo que lo pone por sobre el resto no es que cuente con una alta pericia técnica en su desarrollo; la mayor parte de los relatos están bien ejecutados, de manera sobria, creando realidades atmosféricas que se matrimonian con las reflexiones de sus protagonistas; el valor de «Tiro al blanco» va por otro lado, y radica en la progresión de la trama, abriendo diversos caminos como «soluciones» a un enigma no muy claro, que se va desplegando párrafo a párrafo hasta su espectacular —y macabro final—. El cuento es protagonizado una vez más por el detective Cancino, esta vez acompañado de la detective Ester Molina, quien le cuenta que una ex pareja suya lésbica suya, le pide un trabajo delicado: investigar a su actual pareja, un tal Sebastián. El cuento se desarrolla a través de breves escenas, hay acción, diálogos punzantes, brumas existenciales, dilemas morales, y por supuesto, adrenalina. No destriparemos la historia que, como todo relato clásico, depende del giro final, pero ¡vaya qué giro! Y mejor aún: lo logra con un estilo impecable, límpido y seguro.
Julia Guzmán Watine, en De un infierno a otro, nos recuerda que no es necesario emular al caballero del relato medieval, quien viajó al infierno para traer de vuelta un cofre que, al ser abierto, desencadenó un incendio de siete días. No. El infierno no es un lugar distante ni son los otros. El infierno reside dentro de nosotros mismos, y basta con auscultar con atención para descubrirlo. A veces, incluso, solo hace falta imaginarlo.
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