Huérfanos, de Nikolay Kasatkin |
1era edición en húngaro, 1985 1era edición al español, 2017. 304 páginas.
Traducción de Adan Kovacsics
Existen dos tipos de escritores.
La frase es manida, a veces pueden ser tres o cuatro tipos, o innumerables,
como el catálogo de poetas que hace Bolaño en Los Detectives Salvajes. Lo
cierto es que no existe un escritor igual a otro; la larga profusión de autores y corrientes lo demuestra, lista ante la cual sentimos perplejidad en cuanto a lectores,
puesto que el número de libros se acrecienta a diario y nuestra vida se acorta.
Fuera de jerarquías, las tipologías que más interesan son esas posibles de
rastrear, como la que hace Ricardo Piglia , arguyendo que hay escritores a) que entienden a las mujeres y b) escritores que
no entienden a las mujeres. Nietzsche decía algo similar: “la vida es
como una mujer, y los filósofos no tienen idea de mujeres”. Para el escritor
argentino, los escritores que entienden a las mujeres escriben libros
armoniosos, en las que cada parte encaja con otra, y la narrativa fluye
prístina. Los que no entienden a las mujeres tienden a volcarse
hacia una escritura hermética, enrevesada y caótica.
“Flaubert y James entienden a las mujeres y escriben libros de ordenada elegancia; Joyce y Lowry no las comprenden y escriben libros caóticos”.
En este siglo XX se puede
rastrear una línea de escritores caóticos que va desde James Joyce, pasando por
Faulkner, Juan Carlos Onetti, hasta llegar a László Krasznahorkai (que
desciende muy de cerca del último Kafka y de Thomas Bernhard), todos se
emparientan por intentar narrar al margen de las convenciones con una escritura
punzante y rítmica, tomando como escenarios los sectores rurales, la ciudad en
ruinas o laberíntica, y la vida salvaje. Sus personajes son seres contrahechos,
abundando los cojos, los tísicos, los tuertos o los retrasados mentales. Las
mujeres que aparecen en esta línea caótica suelen ser feas o putas o descerebradas
(o las tres cosas a la vez), y el alcoholismo o el excesivo consumo de tabaco
son marca de la casa. Los personajes inteligentes por lo general son seres
inútiles, divagadores o snobs que se han extraviado en sus pensamientos, no
pudiendo asirse a la realidad como la sociedad espera que actúe alguien con
inteligencia: de forma provechosa.
Mofa y desencanto contra el orden burgués
Tango Satánico del escritor húngaro László Krasznahorkai cumple con
todo lo antes mencionado. Lo primero que se puede captar de su escritura es su forma
abigarrada, prescindiendo de signos ortográficos convencionales como el guion
(—), o el punto aparte: toda su escritura cae como una avalancha pesada que va
arrastrando los sedimentos de cosas que se suceden, una tras otra, lo cual
confiere un desafío lograr desentrañar lo que está ocurriendo, porque
las voces se amontonan o los diálogos se entrecruzan, no logrando acertar quién
está diciendo qué cosa. Su escritura está en las antípodas de la amenidad, y esa tara hace relucir su literatura por sobre la obra de sus contemporáneos. Su escritura es una escritura esteparia, para lectores solitarios.
Lásló Krasznahorkai |
No obstante, la argamasa con la cual se edifica este
castillo que se derrumba que es el signo de su prosa, está finamente hilada, pudiéndose reconstruir los movimientos de cabeza
o los zapateos o los tics que van presentando los personajes o la descripción misma del ambiente, salpicada de observaciones del tipo: “espacio delimitado
por las hebras del tabaco en la mesa”, “convencida de haber encontrado el
término exacto que con su densidad intensificaría el efecto fascinante que el
hecho en sí necesariamente surtiría”, “Se quedó mirando lelo y vacuo esa
naturaleza implacable, mirando sin entender el mundo que se tambaleaba a su
alrededor”, ejemplos que demuestran cómo se va minando progresivamente lo poco que se logra entender en la novela,
como si efectivamente estuviésemos en una playa intentando descifrar el
castillo que construye un niño: para cuando ya tenemos descifrado una parte,
éste lo destruye y lo vuelve a construir.
¿Hay una historia? La hay. Y se puede reconstruir. Una cooperativa agrícola denominada “la explotación”
ha sucumbido a su suerte. Se trata de un poblado abandonado con seres
igualmente abandonados, principalmente viejos, sin fuerzas, que se la pasan
todo el día sentados en la cama mirando
las ventanas, y cuando no, metidos en un bar de mala muerte intentando
conversar de algo cuerdo, con escaso éxito. El paisaje es protagónico, pues así como el barro, las telarañas, los
caminos rotos, los barrotes oxidados o las puertas desvencijadas aparecen en toda la novela, esa misma ruindad invade a los habitantes del lugar, tan cubiertos
de polvo y musgo como las paredes y las calles donde el narrador hace discurrir
los hechos. La novela, que se estructura en capítulos ascendentes, (del I al
VI, y luego descendente, del VI al I) establece una especie de juego perverso
en el cual la esperanza se ha empantanado con la falta de miras, las ideologías
no cumplen ninguna función social, y el orden imperante se cae a pedazos, deviniendo
los personajes en marionetas trágicas que forzosamente quieren y pueden
representar su destino. El narrador nos dice:
“Saben que no queda ya nada en que confiar, nada en que depositar las esperanzas (…) lo cual los angustia cada día más, les oprime la garganta cada día más, hasta que ya apenas puedan respirar”.
La novela, a través de la
acumulación descriptiva de polvo, barro y telas de araña, pareciera sugerirnos
que ahí donde el hombre ha perdido la esperanza, cualquier movimiento o seña es
interpretada como fuente de salvación. Sus personajes parecen estar ahogándose,
y ya cualquier objeto que le lancen sería recibido como una bendición, aún les
lanzaran un cocodrilo o un fierro
caliente. Contrario a lo que se podría suponer, la narrativa de Tango Satánico no descansa ni
en alegorías ni en símbolos; de Kafka parece heredar su visión y regocijo ante
lo contrahecho o sinsentido, de Joyce su endiablado ritmo en que las cosas
suceden a tiempo frenético o se estancan, pero su prosa se carga hacia otros tópicos, hacia
lo destruido de sus personajes al borde de lo carnavalesco, hacia la inestabilidad del pensamiento, hacia lo vacuo de la acción.
Como toda caja de
Pandora, el libro encierra en sí lo paradojal de la esperanza: ésta surge
cuando se ha perdido el norte y el rumbo, por eso el consabido “lo último que
se pierde la esperanza”, debería ir a la inversa: “lo primero que deberíamos
perder es la esperanza”, pues la desolación y la incertidumbre convierten lo que sea en esperanzadora: cualquier cosa que fuese mejor al infierno en
que vivimos es considerada celestial, nos encara el libro.
La escritura tiene una avance lento; cada capítulo es un solo largo párrafo, costando entender lo que ocurre; es como
si avanzar por ella se tornase de pronto pantanoso, cuesta arriba, y ya
abotagados por el martilleo incesante de hechos encadenados, tenemos la
tentación de arrojar la novela contra un muro. Craso error. Hay que avanzar hasta el final. La experiencia de lectura es como meterse a
una montaña llena de zarzamoras y caminos falsos y tramposos, pero una vez que
llegamos hasta la cima y vemos hacia abajo, respiramos calmados y decimos, “por
fin, esto era lo que me quería mostrar el autor”. Pero lo que nos quería
mostrar el autor no es una imagen en la que cada pieza encaje con otra de forma
armoniosa. No.
Es la imagen del caos.
Fotograma de Tango Satánico, película de la novela dirigida por Béla Tarr |
Cualquier fuego es mejor que el infierno
El orden estático y monótono de
la novela se rompe con la llegada de Irimías y Petrina, dos inútiles y
charlatanes buscavidas sin mayor propósito que sobrevivir y seguir avanzando:
ocupan el lugar de la esperanza que tanto anhelan los personajes rotos de la
novela pero — y eso lo sabremos avanzando en sus páginas— el lugar marcado es una
trampa. Cada capítulo narra la interacción entre los distintos habitantes de “La
explotación”, principalmente agricultores desempleados, o el director de una escuela, o el dueño de una
fonda, o la mujer que se quiere acostar con el otro, mientras el cornudo
prepara una venganza. Pasar por sus páginas es aterrizar a las intrigas que ya
están accionadas en un pueblo chico (de infierno grande), intrigas que apenas
alcanzamos a vislumbrar, como si el narrador de pronto fuera esa tía histérica
que intenta explicarnos las rencillas de gentes y antepasados que no conocemos
o apenas hemos oído, o como si todo no fuera más que la digresión de un
borracho en una cantina, tratando de hacernos entender por qué quiere matar a
tal inquilino o por qué aún no se suicida. Entendemos poco, y con eso nos basta para saber que algo atroz se teje.
“Todo funciona de manera vacua e irracional, por la fuerza de una interdependencia y de una oscilación salvaje y atemporal, y sólo nuestra imaginación, y no nuestros sentidos condenados eternamente al fracaso, nos incita a creer en todo momento que podemos liberarnos de las zanjas de la miseria.”
Hay capítulos que sobresalen como
una clase magistral de intentar narrar lo inenarrable: Saber algo, son las visiones perturbadoras de un médico que como
una suerte de Funes el memorosio boregeano, intenta darle un sentido y un orden
al mundo. Esto se descose, es el relato
de una niña que es engañada por su hermano, ya que éste la asegura que si
planta dinero crecerá un árbol con billetes, terminando la historia en fatal
tragedia. La labor de las arañas II, las
tetas del diablo, tango satánico, ponen de relieve esa búsqueda desesperada
por intentar alcanzar la luz, búsqueda más vacua e irónica si se trata de
lograrlo por medio de la bebida o el sexo. O Irimías
pronuncia un discurso, elevando la estulticia al nivel de sabiduría pura,
pues como se ha dicho, cualquier cosa que sea diferente o venga de afuera es
valorada como oro por las almas rotas que deambulan en el libro.
El libro es magistral no sólo por lo enrevesado y por lo bien escrito que está, sino porque al revés de otros escritores tipo Houellebecq que levantan una historia para desarrollar una tesis (y tratar de convencernos de algo), Tango Satánico se detiene a señalar y a proponer, y ese señalamiento y esa propuesta se entronca con los tiempos de crisis, ya sea mundial, de una nación, de un pueblo o de un individuo, en la que con mucha burla sugiere lo poco que somos, lo desesperados que podemos estar, lo errático que podríamos ser, si en lugar de ser valientes y coger a la vida por el cogote, nos contentamos con las migajas que recibimos. Y cuando estamos desesperados, hasta la migaja más roñosa y miserable se convierte en oro.
Y ustedes, amigos míos, deambulan en medio de esta destrucción, lejos de todo cuanto es la Vida... sus proyectos fracasan uno tras otro, sus sueños se desintegran como burbujas, confían ustedes en un milagro que nunca se producirá, esperan que un salvador los lleve de aquí...
josé maria mena alvarez....¿satanico?
ResponderEliminarexpediente royuela josé maria mena alvarez
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