Kensignton Gardens, de Therese Lessore |
Editorial Alba.
El diario de un hombre decepcionado. W.N.P Barbellion
1era edición, 1919. Esta edición, 400 págs.
La premisa básica de todo diario
es contar la vida de quien lo escribe, pero los mejores diarios no son los que
se limitan simplemente a registrar una existencia: habiendo millones de diarios
escritos, muy pocos llegan a la imprenta, y de esos, muy pocos, son realmente los memorables. Quizá se deba, no a que la realidad carezca de gente
interesante (el mundo está plagado de gente sobresaliente e interesante con miles de likes en
sus redes sociales), sino porque muy pocos han visto la ductilidad del género diarístico,
el cual puede llegar a ser mucho más proteico que la misma novela, ese cajón de
sastre-máquina confeccionado para narrar cualquier experiencia
personal o colectiva.
Un diario de vida no es sólo una
constatación empírica de un yo o la narración de una experiencia; es también un
género de la introspección salpicado por escenas, anécdotas, diálogos, poemas,
proyectos y recuentos. Es también una pared o un confidente de secretos
terribles. Pero no hay que dejarse engañar por las experiencias puras: el
diario de un asesino o una actriz porno no tendrían, de suyo, porque ser más
interesantes o profundos que el diario de un peluquero, una monja o un entomólogo. Revisar y medir piojos, o revivir las
cuitas y las intrigas de un convento, pueden tener una pulpa mucho más sabrosa que una vida de aventuras. ¿Por qué no?
Grandes diaristas fueron Frankz
Kakfa, Lev Tolstói, Cesare Pavese, pero llegamos hasta ellos estrictamente
porque edificaron un camino basado en sus obras literarias. Por eso parece un
milagro que El diario de un hombre decepcionado, escrito por Bruce Frederick Cummings bajo el pseudónimo de
W.N.P Barbellion, tenga altos momentos descriptivos, literarios y filosóficos,
siendo que en vida sólo publicó esa obra, falleciendo a los treinta años. La
excepcionalidad del relato radica en que Barbellion no fue un explorador de la Amazonía ni
un asesino a sueldo; tampoco un escritor aclamado, fue alguien que vivió principalmente en Londres entre 1889
y 1919, que ofició de periodista para el periódico local, pero que siempre tuvo
los deseos de convertirse en un naturalista de renombre. No obstante hubo un
sino que marcó sus días: la esclerosis múltiple, enfermedad crónica y
degenerativa que lo llevó a corta edad a la tumba, y quizá aquella enfermedad,
y la conciencia y el shock que genera saber que se está viviendo con los días
para atrás, fue el principal aliciente que determinó el empuje de convertir a
su diario, más que un diario común:
La intensa vida interior que llevo, preocupado por mi salud, leyendo (siempre leyendo) reflexionando, observando, sintiendo, amando y odiando —sin salida para el vapor superfluo, retenido y comprimido por todas partes, sin amigos ni influencia de ningún tipo, sin conocidos siquiera, exceptuando mis colegas periodistas (a los que desprecio) —, va a convertirme en el ser más egoísta, vanidoso, sensiblero y torpe del mundo.
Una vida de lecturas
Siempre leyendo. Su diario está
salpicado de retruécanos propios y paráfrasis de otros poetas o escritores,
principalmente británicos, pero también italianos y franceses, muchos conocidos, como Stevenson o Kipling, pero que también vale mencionar a los olvidados, de
los que apenas tenemos noticia como Oliver Goldsmith, George Gissing o William
Ernest Henley, que en su época fueron realmente famosos y vendían a raudales, y a los que hoy pobremente podremos reconocer en una entrada en
Wikipedia. Las alusiones a obras de zoólogos, evolucionistas y
fisiólogos es otra delicia del diario: aparecen ahí como inspiración directa a
Barbellion, y si no lo fueron, están como parte integral de los estudios que realizó.
La ubicación temporal de sus días es vital para entender el marco
en el que se barajan sus ideas: por esos años era muy fuerte la pugna entre
los hombres de ciencia representados por el naturalismo y el positivismo, y las
creencias religiosas que estaban siendo asediadas por postulados
evolucionistas. Barbellion se siente decepcionado e iracundo por ejemplo,
cuando lee al canónigo Tomás de Kempis (La imitación de Cristo), donde afirma que un
hombre no debe inclinarse ante los misterios de la divinidad, o cuando asiste a
la charla de un hombre que se las da de naturalista, diciendo
que detrás de organismos microscópicos —y no de forma metafórica— se encuentra escondida la cara de Dios. Barbellion anota:
Me enorgullezco de mi herencia simia. Me gusta pensar que en otro tiempo fui un magnífico ejemplar peludo que vivía en los árboles y que mi cuerpo procede a lo largo de un tiempo geológico, de la medusa, de los gusanos y anfioxos, peces, dinosaurios y monos. ¿Quién querría cambiar eso por la pálida pareja del Jardín del Edén?
Pero no hay una lucha interna por
aceptar el avance de la ciencia con sus creencias cristianas, que las tiene arraigadas
en sí. Relata, por ejemplo, en una sabrosa anécdota cómo atrapa una culebra, con mucho
pánico, a la cual finalmente la mata para practicarle una disección.
He preparado el cráneo de la culebra. Me parece que le he sacado los ojos con deleite (…) como si estuviera vengándome de la bestia por su comportamiento en el Jardín del Edén.
La lucha interna de Barbellion es otra. El tránsito entre los trece y sus
veinte años marca el florecimiento y las energías vitales de su adolescencia:
está el joven excursionista que atrapa animales y recorre la campiña inglesa, el que desea investigar las lombrices y escribir un ensayo sobre la vida secreta de los gatos, están los deseos de estudiar y seguir una carrera científica, aparece la sombra
del amor, los paseos por los jardines de Kensington viendo a las bellas
muchachas en flor, con sus largos vestidos y sombrillas, las amistades que van
apareciendo y deshaciéndose como es natural en toda vida, pero los golpes que
embisten a Barbellion son crueles: primero la muerte del padre, luego de la
madre. Aún no cumple veinticinco y ya las brújulas y los mapas internos se han borrado. Sólo quedan los libros polvorientos y las amistades. Y acaso el amor. El
proceso de descomposición es rápido, comienzan sus primeros achaques, el
diagnóstico de la esclerosis múltiple que no llega a tiempo. Barbellion relata con detalle su
periplo entre varios especialistas médicos, y anota con mucha sorna, como uno de ellos
además de revisarlo, realiza una oración por su salud, pues se teme lo peor.
Literatura+Naturalismo =Enfermedad
Y es que la esclerosis múltiple
no da tregua. Como nunca ha sido una enfermedad común, los síntomas siempre se
agrupan de forma distinta en cada paciente, y en ello estriba su dificultad para su diagnosis; peor era el panorama hace más de una centuria. No obstante, los principales síntomas responden
principalmente a problemas estomacales, hormigueo y entumecimiento de las extremidades,
pérdida parcial o temporal de la visión de algún ojo, cefaleas, dolores de
huesos, catarros, depresión, crisis nerviosas, problemas respiratorios, y una
serie de achaques que van minando la moral y las energías de quien padece el
mal.
El diario de un hombre decepcionado, a pesar de estar plasmado por muchos
pensamientos funestos, sí tiene muchas cuotas de felicidad y de humor. Como por
ejemplo cuando Barbellion confiesa que lleva tres sobres en sus ropas con
direcciones de conocidos, todo esto por si le da un ataque al corazón y lo encuentran
tirado en la calle, pero además agrega una petaca de coñac, o la tontera
burocrática en los museos naturalistas en los que trabaja como asistente, en la
cual pedir un instrumento científico es casi una gesta épica.
Ayer vi junto a la carretera un hermoso pino albar: alto, erecto, tan tieso como una columna de Partenón. Sólo con verlo recuperé el valor (…) Enderecé los hombros y avancé, prometiéndome no flaquear nunca más.
¿Quién no ha tenido un mal día y
ha deseado morir con todas las fuerzas del mundo? Ese es el ritmo oscilante de
toda vida que registra con tan buen ojo Barbellion, siempre pasando de la
frialdad matemática de los pensamientos que nos hunden, hacia la visión del naturalista y la energía renovada del poeta, energía que siempre nos alumbra y que se llama esperanza: para algunos un anatema, para otros, la verdadera luz que nos impulsa.
Su
visión como naturalista, como ya hemos dicho, no lo hace diseccionar al mundo como una
anatomía muerta y dispuesta; sabe que existe el misterio y la sombra, y esos influjos se manifiestan cuando comienza a cambiar los libros de ciencia por Chéjov y Maupassant. Él mismo se recrimina toda esa poesía y todo
esa visión catastrófica y sublime sobre la vida que se ha perdido en sus primeros años, y que nada, absolutamente nada, tienen que decir esos libros soporíferos de ciencia, que aunque estén terriblemente bien documentados, jamás llenan por completo las vasijas de nuestras almas.
Publicación inmoral
Cuando se editó la primera
edición en 1919 (en una época de fin de la Gran Guerra y que marca en las
páginas del diario otro ritmo trepidante sobre la muerte y el belicismo), hubo suplementos
que la calificaron de inmoral. Probablemente por los resabios de la época
victoriana, encontraron poco apropiados pasajes que describían el despertar sexual en un joven, o sus
cuestionamientos a la política que llevaba Inglaterra con la guerra. En todo caso la mirada de Barbellion
no escandalizaría a nadie en la actualidad, y a pesar de toda esa carga que
sentía por “amar a tantas a la vez”, es lo que sentiría cualquier
veinteañero y que expresaría sin pudor en las redes actuales.
Pero la mayor inmoralidad de
Barbellion es poner la vida patas para abajo y abrirla de cuajo,
haciéndose las preguntas que no nos queremos hacer, o de hacerlas,
nos daría pavor responder.
¿De qué sirve semejante vida? ¿Adónde lleva? ¿Adónde voy? ¿Por qué iba a trabajar? ¿Qué significa esta procesión de noches y de días por la que todos avanzamos firmes y severos, como si tuviéramos algún fin u objetivo?
Sabemos como va a
terminar, y poco a poco nos vamos acostumbrando a sentir más de cerca la experiencia de ese
amigo cercano que no conocimos, de ese amigo secreto a quien le parecía humillante morir tan joven,
pues ¿cómo iba a demostrar a las solteronas su valía? ¿Cómo iban a admirarlo
sus amigos? ¿Cómo, si las páginas que va llenando en su diario, las escribe con la conciencia
clara de que la máscara de la muerte está imitando sus gestos y copiándole el
semblante?
W.N.P. Barbellion |
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