El rey bebe, de Jacob Jordaens |
Editorial Cinosargo / Mantra ediciones
Santa María de Todas Las Horas: Alexis Figueroa (2018)
1era. Edición. 136 páginas.
Hay una película de los años
setenta que habla de la inminente dominación de las hormigas sobre la población
humana. Se trata de Phase IV, o Sucesos en la
cuarta fase como se le conoció en América Latina. No fue la clásica
película sobre hormigas gigantes que atacan y persiguen a humanos desesperados,
al revés, se trata de una cinta de horror y ciencia-ficción hipnótica,
reflexiva, que busca meter el dedo en la llaga al mostrar a una humanidad
vulnerable, enarbolando la tesis de que en el inefable orden del universo (o en
la entropía que busca enmascarar cualquier atisbo de coherencia), una
inteligencia siempre intentará subyugar y dominar a otra, utilizando de forma
directa o indirecta la violencia, la cual como la hidra, tiene múltiples rostros. La mente del
criminal no dista mucho a la del enjambre; siempre busca sobrevivir en un
hábitat inhóspito construyendo puentes y caminos, arrasando con lo que puede a
su paso. El asesino, el psicópata, en última instancia no busca más que
esclavizar a otra inteligencia, subyugarla y anularla, extrayendo de sí el goce
al cual no puede acceder de forma natural. No es otro su alimento. Es lo que
hizo por ejemplo el serial killer Edmund Kemper, cuando decapitó a su madre y tuvo sexo oral con su cabeza: sublimó
hasta la humillación máxima una larga tara de decepciones, fracasos y lesiones
mentales que terminaron por llevarlo hasta esos abismos.
Santa María de todas las horas, de Alexis Figueroa, es una novela
que tiene que ver con hormigas y mentes destruidas. Principalmente se trata de una
novela que escapa a los convencionalismos y que se construye con una estructuración
propia; el narrador es el atípico caso de narrador no confiable (Wayne C. Booth),
se desplaza a la confesión, toma distancia y observa fríamente, conmina al
lector, y vuelve a reaparecer entre el testigo y el narrador directo. Notas al
pie de página aparecen subrepticiamente, abriendo nuevas brechas en el camino
de la trama, a veces parca, ágil y sucia, como en un buen hard-boiled norteamericano, otras tendiendo al barroco y a lo
híper-descriptivo; a veces el narrador se engolosina con la enumeración caótica
o se detiene a describir la luz natural o artificial, presente como un elemento
importante, y no decorativo, en el relato. Pero deberíamos decir en plural, los
narradores. Estamos pues, ante varios tipos de narradores y de narraciones que
se van entrecruzando, imprimiendo la obra una lentitud —o una velocidad— que
busca complicidad y participación con el lector. No vale saltearse las hojas
para llegar rápido hasta el final, principalmente porque cada frase tiene una
sintaxis elaborada con maestría de joyero. Así, no estamos ante una novela llana que
se abra libre para que la transitemos sin esfuerzo; es, en primer término, un
libro que exige co-participación en su construcción, y en segundo término, innegablemente
estamos ante un libro original que por su arriesgada apuesta, podríamos
tentarnos de tildar como experimental, pero experimental es un concepto manido y
vacío que puede englobar cualquier cosa, como aquellas obras que se
abren camino a lo desconocido pero que por algún infortunio terminan
sucumbiendo, generalmente ahogada por sus propias pretensiones.
Acá no hay experimentalidad. Hay oficio y riesgo. Y sobre esto mismo, es importante recalcar que Alexis es un
escritor que viene de la poesía y aquello le da una dimensión diferente a su prosa (y acá habría que poner una nota al pie para intentar
desarrollar la idea, o al menos bosquejar, la relación de poetas con la
narrativa, pero la magnitud del tema excede la intención inicial de esta
reseña). No obstante, sí podemos constatar que por tener Alexis una formación poética, la conjugación entre un lenguaje sensual y un esteticismo barroco, se
le dé de forma natural, no forzando o simulando una construcción que busque un
efecto determinado; por otro lado, la incorporación de elementos del bagaje
popular y folletinesco en Santa María de
todas las horas no hacen más que profundizar la novela, creando múltiples
capas de interpretación y de lecturas.
El siervo del emperador del cielo
Como en muchos grandes relatos,
el argumento de Santa María de Todas Las
Horas se puede resumir en pocas líneas: el detective privado Sergio
Mancilla se reúne con un viejo compañero del colegio para investigar la muerte
de su hija, una cosplayer de Sailor
Moon que fue hallada en un basural envuelta en plástico. Aquello hace sospechar
en una línea reducida de involucrados, principalmente porque junto al cuerpo se
encontró una medalla religiosa, y en su acuñación se podría cifrar la identidad
del asesino. La novela abre con una sucinta cronología en que entrega los
principales hitos de la trama. Sabemos pues, que hay una joven asesinada por un seminarista, que hay un
grupo que busca desviar el curso de la investigación. Pero aquello es sólo la
vertebración de la narración, redundando en que no estamos ante una novela
policial al uso; los hechos se expanden
y se contraen, la narración toma caminos torcidos, la figura del detective
crece y se encoge; a veces parece una hormiga, otras un justiciero implacable,
la más de las veces alguien que sabe que está transitando por terrenos minados,
que sabe que el caso de una chica de clase media baja no revierte importancia
nacional, que los que están escondidos tras el crimen podrían ser matones retirados
de la época de la dictadura en Chile, que podrían o no, estar coludidos con
agentes de la Iglesia. El narrador nos interroga sobre estos hechos, y nos
interpela directamente:
“Mirando la superficie tersa y radiante de la paz social dirás que no existen; los malos están todos presos si es que fueron tan malos. Los otros, esos no tan malos, en verdad no eran malos, fueron hombres que en su momento hicieron, con valentía y coraje, lo que había que hacer. Son parte de la democracia chilena.”
La realidad oculta no redunda en
espíritus o seres de ultratumba, conspiraciones reptilianas o corporaciones
clandestinas: para el narrador de la obra, la conspiración responde a todo
aquello que los mass-media no
reflejan, son movimientos que operan bajo tierra organizados por grupúsculos con
poder, o porque perdieron el poder, ahora hacen lo posible por
sobrevivir y protegerse en sistemas claustrofóbicos y asfixiantes… tal como las
hormigas.
En la película citada al
comienzo, Sucesos en la cuarta fase, se
nos sugiere que existe una maldad invisible, que mientras leemos tranquilamente
recostados en el sofá de la cama o revisamos el último estado de Whatsapp, toda
aquella realidad circundante cifrada en el progreso de los nuevos tiempos, nos
hace olvidar que en Chile hasta hace unos 25 años existían bandos irreconciliables
dispuestos a matar y provocarse daños sin mediar en consecuencias ni escatimar
en recursos. Es lo que plantea Santa
María de todas las horas, pero su belleza reside en que va más allá de
tamizar un conflicto con una raíz histórica; como ya hemos dicho, la novela
ironiza con al destino de un detective privado, de Sergio Mancilla, decadente y
arruinado, dedicado a resolver infidelidades o a encontrar mascotas perdidas
hasta que se le presenta un caso de
verdad, pero pone también de relieve
esa gran mancha negra que vista desde el espacio es una mancha-hormiga
compuesta por humanos, una mancha compacta, homogénea, que sin embargo cada uno
de sus átomos bulle por lucir con luz propia.
Y esas luces son características en estos tiempos de Internet y velocidad:
Y esas luces son características en estos tiempos de Internet y velocidad:
“Se trataba por la lucha de ser alguien, en el abismo interconectado de tres mil millones de personas, navegando por el laberinto insomne y proteico de la web mundial. Todos, intentaban desviar el río. Detener un segundo el vasto flujo de la información, apartar un momento de esta ubicua mole de imagen signo y sonido, para levantar su mano y decir, aquí, aquí estoy.”
Alexis Figueroa Aracena |
La joven cosplayer de Sailor Moon asesinada responde a la identificación de
una generación con un referente extranjero, bizarro, pero también se puede leer
como la arquetípica fantasía sexual del adulto con la colegiala. La Iglesia, la
principal sospechosa de estar detrás de esta muerte, nos hace recordar que cada
cosa tiene su anverso y reverso, de luz y oscuridad: así como existe una Iglesia
Católica santa, también hay otra satánica. La santa, nos recuerda Santa María, es la que acoge a los
pobres y protege a los desvalidos en tiempos de apremios, en lucha contra la
dictadura. La otra, es la que actúa en complicidad para ocultar crímenes de
pedófilos y degenerados, tergiversando información, protegiendo a testigos
claves o directamente a los mismos delincuentes. De ahí la impotencia del
detective Mansilla, al verse sin recursos, de frente contra una institución que
tiene múltiples conexiones, impotente porque la difunta era una de esas chicas
normales como cualquier otra, pero que tenía un lado oculto, una vida como cosplayer que derivaba en noches de
juego y placeres en banquetes para poderosos, que las caras de esos poderosos
probablemente nunca saldrán a la luz, ni siquiera podremos adivinar sus muecas,
puesto que hay un orden establecido que funciona con dinero, e ir contra ese
orden (y es la batalla que emprende todo héroe novelesco), significa perderlo
todo, incluso la vida. La endeble red de contactos que tiene el detective
privado Mansilla se deshace, y ya al final de la novela, como un Cristo, vemos que ha sido
abandonado a su suerte, apartado a la fuerza del camino:
“¿Puede alguien apartarse del signo que marca al universo entero? Hasta Cristo en el Gólgota fue abandonado. ¿A qué Dios pedía cuentas el Cristo? (…) Imagina, supón, que a todos tus deudos los llevan a un desierto candente. Arena y arena, bajo las plantas resecas. La larga fila de la humanidad encorvada cruzando las líneas de Nazca abiertas al cielo. Alguien habla, alguien grita. Alguien pide socorro. Pero nadie oye.”
Coda
Fotograma Sucesos en la Cuarta Fase |
Los paisajes que se repiten y que se vuelven obsesivos en la película Sucesos en la cuarta fase, son los desiertos, el desierto que implacable va creciendo y expandiéndose, como si la desertificación fuera el único sino que podría tomar como destino el planeta Tierra. Las hormigas se vuelven peligrosas gracias a que logran desarrollar un pensamiento unificado que las hace trabajar en conjunto para crear un cataclismo. Santa María de todas las horas nos predispone a ese cataclismo y juega sobre esa violencia soterrada, esa que siempre está esperando que algún incauto pise sus suelos minados para emerger como la petrificadora mirada de las gorgonas, que riéndose en nuestras caras, podrían decirnos sin remordimientos que:
“Los desterrados del mundo con su carne y hueso, son la trama, el soporte de los ornados tronos y su fantasmagoría”
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