Ed. Anagrama
El material Humano. Rodrigo Rey
Rosa.
1era Edición 2009: 181 páginas.
Pintura de Jay Rechsteiner |
Rodrigo Rey Rosa nos
recuerda una frase de Borges (citado por
Bioy Casares), donde afirma lo monstruoso que puede llegar a ser el destino:
basta dar un mal paso, como elegir el camino izquierdo en vez del derecho, para
que ello redunde en la muerte. El autor guatemalteco es poseedor de una vasta
obra, en la que mixtura lo onírico, con el hiperrealismo y la violencia (destacando
Lo que soñó Sebastián y las piezas de
cuentos Ningún lugar sagrado y Otro Zoo), teniendo como tema repetitivo
su obsesión por la inseguridad y las constantes lucha fratricidas al interior
de su natal Guatemala. La peligrosidad que le obsesiona no es gratuita, no se trata de una pose o un
manierismo: al revés, se deriva de una experiencia cercana con una Centroamérica turbulenta regada de estados
débiles o títeres, situaciones políticas en las que ha predominado los
caudillismos, los movimientos populistas y demagógicos y el eterno problema de la segregación
e integración indígena. Pero también hay una historia personal: el secuestro de la madre de Rey Rosa cuando éste era joven, su posterior huida hacia el extranjero, y su hasta cierto punto comprensible retorno.
El material humano es un intento por desentrañar la violencia creciente en Las Antillas. ¿Es la herencia sangrienta del colono? Sí, no, a veces. Es
difícil de precisar. La cantidad de negros e indios que se exterminaron durante
el proceso de asentamiento y conquista, y los sobrevivientes que fueron
quedando como mano esclava o de explotación indirecta, escapan a cualquier
estadística. Incluso existiendo un número (las cifras oscilan entre los 800 mil
nativos exterminados, hasta los 13 millones y medio, sólo en Centroamérica), la
barbarie no puede ser entendida matemáticamente. Tampoco la violencia es patrimonio de alguna etnia o cultura: no olvidar la
gran matanza en Haití de 1804, en la cual se asesinó a toda la población
blanca, sin considerar que muchos eran criollos, es decir de padres blancos y
madres negras, y que por una cuestión genética tuvieron la mala suerte de nacer
con la piel blanca.
Fuera de cualquier consideración numérica, basta con imaginarnos un machete,
una cabeza rodando, y detrás de la cabeza rodando, un río turbulento y grumoso
de sangre, para horrorizarnos. ¿Es tan grande el horror que frente a su poder cualquier voz se
puede desplazar a zonas de murmullos, y ese murmullo terminar finalmente en el silencio? ¿Se gana algo con describir el horror? Rey Rosa va más allá, y la interrogante que parece sostener a su libro -que mixtura novela, ensayo y autobiografía- es si se puede hacer justicia visibilizando la memoria escondida, si escarbando en patios ajenos o propios, pueda ser útil que nos encontrarnos de sopetón con la visión del esqueleto apaleado.
VOLTAIRE
En la página 73 de El material humano, leemos la siguiente cita
de Voltaire:
“La necesidad de hablar, la dificultad de no tener nada que decir, y el deseo de tener ingenio son tres cosas capaces de poner en ridículo al hombre más grande”.
Pero, ¿qué tiene que decirnos Rey
Rosa en El material humano? Mucho. Y jamás quedando en ridículo. El libro abre con una advertencia, y nos dice que aunque
no lo parezca, estamos ante un libro de ficción. No es pues una autobiografía de lleno,
pero sí podríamos hablar directamente de una autoficción, que en términos
genéricos vendría a poner al narrador como protagonista central de los hechos,
y aquel narrador -y este podría ser el truco de magia- coincide con el del autor del libro: sí, es como si el
autor se duplicase por medio de un espejo articulado por palabras, pero no se
pone en un escenario que busque calcar e imitar la realidad, sino que busca
imitar la realidad del reflejo: es decir, utiliza pasajes de hechos que le
acontecieron a este autor/narrador, y otros los modifica, los altera o surgen
de la vana o elaborada invención.
Ese es el pacto que se busca establecer con el lector, y se afirma en los hechos centrales de que la vida del narrador coincide con la de su autor (han escrito los mismos libros, tienen un pasado con el escritor Paul Bowles), se narra además el angustiante secuestro de la madre del narrador, no se sabe si por la guerrilla o por agentes del Estado, pero finalmente todo, como las aguas de un río, apunta a un constructo donde las distintas conexiones que entabla el narrador van convergiendo a través de un archivo, real o fantasma, que contiene un fragmento del pasado violento de Guatemala: es pues, la historia de un libro fallido, la constatación de alguien que intentó algo, pero como no le resultó, lo dejó patentado a través de libretas, cuadernos y hojas adjuntas que testimonian aquel fracaso.
Ese es el pacto que se busca establecer con el lector, y se afirma en los hechos centrales de que la vida del narrador coincide con la de su autor (han escrito los mismos libros, tienen un pasado con el escritor Paul Bowles), se narra además el angustiante secuestro de la madre del narrador, no se sabe si por la guerrilla o por agentes del Estado, pero finalmente todo, como las aguas de un río, apunta a un constructo donde las distintas conexiones que entabla el narrador van convergiendo a través de un archivo, real o fantasma, que contiene un fragmento del pasado violento de Guatemala: es pues, la historia de un libro fallido, la constatación de alguien que intentó algo, pero como no le resultó, lo dejó patentado a través de libretas, cuadernos y hojas adjuntas que testimonian aquel fracaso.
La necesidad de tener algo que
decir se expresa en la introducción, y estriba en que su
autor solicita a las autoridades el acceso a una serie de archivos
desclasificados, todo con el fin de averiguar qué intelectuales y artistas
fueron objeto de investigación policíaca. Aquellos papeles, expedientes que
suman millones de carpetas, fueron encontrados dentro de un edificio en un
sitio denominado como La Isla (un lugar siniestro que albergó un hospital, pero
que en realidad habría operado como
centro de tortura), en medio de un recinto policíaco, un depósito de autos
chocados y una perrera municipal.
¿Cómo
se puede contar una historia así? ¿Con qué ingenio? No son los muertos los que hablan, son apenas fragmentos descosidos, deshilvanados, de alguien (porque todos los laberintos tienen en su centro a un minotauro), que se encargó de catastrar y de cercar la realidad. Y esa obra son los expedientes del archivo. Ese alguien es el que habla por los que ya no están, los que sin ojos, con las bocas rasgadas, parecería que nos dijeran:
—¡Acá estamos!
Detalle de la portada del libro |
Quizás el ingenio nazca de
las mismas limitaciones, pues el autor se da cuenta, nada más en llegar hasta
el edificio que alberga a esa Biblioteca del Mal, que buscar fichas de intelectuales
y artistas conllevaría una tarea titánica de años, tantos como vidas posibles
que pudiera vivir un ser humano común y corriente. Entonces ¿Qué hacer?
ZWEIG
En la página 138 de El material humano, leemos la siguiente
cita de Stefan Zweig:
“Increíble periodo, ominoso y homicida, en que el Universo se transforma en un lugar peligroso".
El autor que revisa el
expediente, consciente de la escasez del tiempo (y de recursos), decide filtrar
de forma muy somera el archivo; entonces ahí se produce el hallazgo,
la materia humana con la cual elaborará su libro. El material humano, es, en un primer plano, la
narración sobre un intento narrativo, la novela sobre cómo armar un proyecto
fallido, pero en un plano más profundo es un intento por expurgar del olvido
la violenta memoria de Guatemala. Durante casi quince páginas van cayendo como
cascadas los nombres de víctimas de la represión, son resúmenes de fichas que
incluyen nombres completos, ocupaciones, y las formas en que fueron fichados, ya
sea por motivos políticos, algunos tan risibles como “fichado por propalar
ideas exóticas”, o surrealistas, como “fichado por practicar la quiromancia”, o
“por ejercer el amor libre”.
En algún momento el autor se da
cuenta de lo kafkiano de la situación: ingresar a los archivos policiales de
actos atentatorios contra la humanidad, cometidos por la autoridad y por
algunas facciones guerrilleras, pero también custodiados por la misma
autoridad. Sabe que su presencia no es bienvenida, que detrás de las máscaras y los guantes que usan los archiveros se pueden esconder delatores, que a pesar de que operar bajo una lógica investigativa (vamos a ver qué intelectuales fueron investigados), el peso ideológico flota como una nube tóxica que puede cobrar vida y cernirse sobre su cuello. ¿Es realmente una contradicción que la misma autoridad se deje observar desde adentro, desde sus recónditas entrañas, para que ese conocimiento pueda ser usado en su contra? Nada más lejos de la realidad, nada más lejos de la mecánica con la que se rige este mundo.
Rey Rosa recoge una cita que muy bien podría ilustrar el temperamento del mundo:
Rey Rosa recoge una cita que muy bien podría ilustrar el temperamento del mundo:
“No hay contradicciones en nosotros, ni en la naturaleza en general. Lo que hay por todas partes son contrariedades.”
Y en ese caos que es
Guatemala, nos dice Rey Rosa, el reguero de sangre corre con la forma de la paranoia: un
guerrillero muere ajusticiado por un pelotón de la policía militar, pero luego
corre una versión contraria, en verdad ese mismo guerrillero fue asesinado por sus
propios camaradas, acusado de traición. No hay bandos que no tengan sus
manos manchadas, peor aún, no existen bandos claramente diferenciados como en cualquier contienda civil: da la impresión de que a ciertos inescrupulosos les conviene que la situación continúe, pues han encontrado una manera de lograr lucrar con la miseria humana.
Como en un diario de vida (imposible no pensar en Los diarios de Kafka, cuando no son un ejercicio de estilo, sino que sólo buscan registrar la realidad) los rastros que va dejando su narrador reducen la anécdota a breves pinceladas: no hay descripciones, no hay caracteres desarrollados, pero sí hay sombras, huellas, la historia de Benedicto Tun, el creador del Frankestein que representan los archivos, la situación sentimental del narrador con una mujer que se acerca y que se aleja, el día a día con su hija, sus titubeos, su vida atravesando el proyecto que a cada tramo va echando aguas por todas partes, las opiniones del pasado, tan actuales:unos piden que los indígenas se levanten en armas, otros
quieren que se integren como ciudadanos; los menos, que sean eliminados
sistemáticamente, como propone el premio Nobel de Literatura Miguel Ángel
Asturias, escritor guatemalteco que corre como una mancha de sangre a lo largo del libro.
El tiempo hace variar la opinión de la gente, apunta Rey Rosa citando a Voltaire. Pero ¿existen cosas inamovibles? ¿Cuando, en qué momento se jodió Guatemala? Las patadas, los puños y las balas no se acaban. Es la moneda corriente del país
de Rey Rosa, el mismo país del cual busca escapar, pero del que no (se) puede salir,
porque probablemente, parafraseando a Enrique Lihn “nunca salió del horroroso
Guatemala”.
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