Anagrama
La patria de las hormigas: Javier Tomeo
1era Ed. 2006. 160 páginas.
Probablemente existan dos tipos
de escritores: los consagrados (unción
colegida por la Santísima Trinidad de las Letras: las ventas, el público y la
crítica) y los olvidados, los que caen al infierno de la no-existencia ya sea
por falta de talento, ideas políticas incorrectas, simple mala suerte, y otras
tantos móviles. No obstante, la
tipología no es exacta; bien porque hay una serie de grados entre los consagrados
y los ninguneados, o bien porque un escritor que es considerado faro en una
época, puede hundirse en la siguiente.
El caso de Javier Tomeo es
ambivalente. En España no fue un escritor maltratado: contó con ediciones en
Anagrama y si bien no le llovieron premios, obtuvo algunas condecoraciones. En
teatro obtuvo gran aprobación, principalmente en Francia y en Alemania, pero en
España siguió siendo un autor minoritario, probablemente porque en sus libros
escaseaba el sabroso color local que tan bien encumbra a ciertos autores
mediocres, quienes necesitan agarrarse de una época o un tópico para justificar
su estética. A Tomeo jamás le interesó el realismo parco que utiliza a la
literatura como panfleto, y tampoco, mucho menos, pretendió encauzar la historia
de España de los últimos decenios en una épica rimbombante, con profundidades
psicológicas y diálogos abismantes. Lo suyo más bien se acerca a una poética del
minimalismo, que funde a Kafka con Los hermanos Grimm, dejando de lado el infantilismo
de estos últimos, y recogiendo la acidez, la ironía y la compulsión por retratar
a personajes a través de sus defectos.
La patria de las hormigas borra las referencias que facilitarían al
lector situar la historia en alguna época: no hay nombres de ciudades ni se
sugiere un año determinado, ni siquiera la seña de un país, todo parece ocurrir
en un pueblo cualquiera perdido en algún país europeo. La historia podría ser la
de cualquier soltero de verano: Juan H llega a un hostal para pasar sus siete
días de vacaciones, y de él sólo sabemos, que además de sufrir diabetes, tiene
una alta dependencia con su madre (un arquetipo ambivalente que cruza las novelas
de Tomeo), que tiene una obsesión fija por los colores (todas las mañanas
escoge cuidadosamente el color de la camisa que usará), y que como cualquier
veraneante soltero, tiene la idea, nada sofisticada, de que la diversión es
sinónimo de ligar con chicas y beber hasta altas horas de la madrugada.
Pero en Juan H hay algo que
falla. Nada más llegar hasta la pensión donde se aloja, atendida por un anciano
sordo y quisquilloso, éste le hace una advertencia sobre las hormigas: pueden
aparecer en cualquier momento y nada bueno podrían traer. El anciano
monomaniaco se acompaña de su bigotuda sobrina (¿es su sobrina en línea carnal
o política? Se pregunta Juan en un momento de libro), mujer silenciosa y
esquiva, que por su manifiesta fealdad y parquedad, no hace presagiar nada
bueno, y mucho menos la estampa del techo del cuarto que alquila, donde una
gran mancha de humedad parece querer indicar algo. Las insinuaciones están a la
orden del día. Las hormigas ¿son socialistas o de derecha? ¿Podrían devorar a
un diabético? ¿Tienen un orden planificado o actúan por mera inercia?
Las preguntas y respuestas entre
Juan y el viejo de la pensión se intercalan con las salidas del primero a
bares, donde conoce a distintos camareros, quizá los únicos seres humanos que
suelen resaltar del paisaje, pues los turistas (en especial las mujeres),
suelen vivir tan sobrados y pagados de sí mismos, que se pierden, ya sea en la
anécdota del mismo paisaje borrado en sus contornos, o por las mismas barreras
idiomáticas. El ojo del protagonista tiende a carnavalizar la realidad,
centrándose en los defectos de los seres que lo rodean: ahí está el camarero
mitad pájaro mitad humano, por allá aparece el gorila con los brazos demasiado
largos, el hombre de la camisa rosa sometido a su mujer, convirtiendo a los
personajes de la ficción en marionetas groseras, que tras sus hilos podrían
ocultar algo que flota en toda la novela: el absurdo y el sinsentido de la vida
amenazan con salir de su agujero para asaltar la realidad, tal como presagia el
viejo de la pensión con las hormigas: “están ahí, ocultas, tejiendo su camino,
para saltarnos a la cara”.
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