Editorial Valdemar
La Conspiración contra la raza humana. Thomas Ligotti.
1era Ed. en español 2016. 305 págs.
Ni siquiera el mismo Lovecraft imaginó los alcances de su
obra. En su abultada correspondencia, escribía a sus amistades que después de
su muerte era seguro que su ficción se extinguiría pronto, cayendo su obra irremediablemente en el
olvido. Su pronóstico era realista: sus cuentos circulaban en publicaciones de
baja categoría, revistillas pulps que se vendían en kioscos como ocio
pasatista, sin mayores pretensiones literarias más que entretener. Pero
Lovecraft había tocado una importante nota en el gran diapasón de la literatura
de horror: el miedo se había convencionalizado en un folclor que
aglutinaba hasta el cansancio apariciones,
fantasmas, diablos y brujas ¿podía haber algo diferente que nos provocara
horror? La respuesta estaba al alcance de la mano, con la irrupción de Freud,
Darwin y Nietzsche, trinidad que barrió de la mesa al yo, a la creación divina
y al mismo Dios; el miedo —y esto lo capturó Lovecraft como nadie —podía ser
también de tipo cósmico y materialista; ya no vamos a sentir horror por
vampiros o momias, vamos a sentir miedo por sentirnos como una mota de polvo en
medio de un universo caótico y devorador, apenas un accidente en el gran
laboratorio del Cosmos, una creación
burda de dioses amorfos, apenas un parpadeo en la velocidad de la eternidad.
Hablar de terror en el siglo XXI
es hablar irremediablemente de Lovecraft,
porque fue él, y no Edgar Allan Poe,
Hawhtorne, Bierce, Machen o el
mismísimo Conde de Lautréamont, los
que demarcaron una necesaria línea divisoria entre el romanticismo, el gótico,
y la ciencia ficción. Lovecraft fue el que patentó una nueva mirada a esa
mecanismo biológico tan antiguo como es el sentir miedo, y todas sus variantes
en el plano estético: repugnancia, desesperanza, temor, asombro ante lo imposible o sagrado (el
siempre complicado de traducir a nuestra lengua uncanny), depresión, negatividad o pesimismo.
Empezamos hablando de Lovecraft
porque era necesario sacarlo a colación para hablar de la obra de Thomas Ligotti. Y en este caso de su
particular ensayo pseudo-filosófico e investigación sobre el horror, titulado Conspiración contra la especie humana. Muy
alejado del efectismo marquetero de Stephen
King y su recurrente “pesadilla americana”,
o del malditismo y las descripciones gráficas de Clive Barker —por mencionar a dos contemporáneos suyos— Ligotti
entra a la escena literaria de forma marginal, con escasa producción y cortos
tirajes, sin dar entrevistas, sin armar una carrera de escritor profesional, exhibiéndose
como un simio de feria en los medios masivos para enarbolar un mensaje (ojalá
político o tipo defensa de minorías) para aumentar su masa lectora, o más
nefasto aún, recurriendo a movidas editoriales para posicionarlo como un éxito de
ventas. Ligotti rebasa las etiquetas de lo comercial, precisamente porque su
cuentística es un reflejo de Lovecraft, pero aunado y amplificado con la
pesadilla de Kafka, las dudas existenciales de Cioran o la erudición borgeana; como la mejor ficción de Lovecraft, sus cuentos giran en torno a hombres que son tragados por sombras, pero también vemos historias de seres apabullados que llegan
a ciudades que no tienen sentido y han sido fagocitadas por una burocracia demente; abundan los simulacros humanos como toscas marionetas que cobran vida, o payasos
que parecen continuar una tradición perversa y secreta; también nos encontramos
con relatos en los que sus personajes devienen en meras figuras rígidas absorbidas
por algo fuera de este mundo que no se puede comprender (su cuento La Medusa es modélico, porque relata
el progresivo alejamiento social de un hombre obsesionado con el tema de la
Medusa, que termina de forma muy acorde a su propia obsesión); su mayor baza,
no obstante, radica en la apuesta que realiza sobre el vacío y la inutilidad de la existencia. ¿Cuántas
veces nos hemos preguntado por qué existimos en tanto individuos? ¿Y qué hay
sobre la humanidad? ¿Para qué existimos en cuanto colectivo?
LA PESADILLA DE EXISTIR
La religión o la ciencia no son
exhaustivas: sabemos que no logran entregar evidencia sobre la razón de nuestra
existencia, o al menos estas no son capaces de entregarnos creencias firmes que
no puedan ser barridas o desmoronadas con facilidad, ¿qué hacer entonces? Esa
es la primera piedra que traza la conspiración contra la raza humana. Dice
Ligotti:
“Las falsedades panglosianas congregan a la multitud: las verdades desalentadoras la dispersan. La razón de esto es que lo que nos intimida no es la locura sino la depresión, lo que tememos no es la demencia sino la desmoralización, lo que pone en peligro nuestra cultura de la esperanza no es el trastorno de la mente sino su desilusión. Una epidemia de depresión acallaría todas esas voces que parlotean en nuestras cabezas, deteniendo la vida en seco.”
Pero detengámonos un momento.
¿Cuál es entonces, realmente, la verdadera conspiración contra la raza humana? ¿La
aparición de fuerzas tenebrosas que buscan aniquilarnos? ¿El plan de un
demiurgo o demonio que busca barrernos de la faz de la existencia? Nada de eso.
La conspiración contra la raza humana propuesta por Ligotti es otra, más
retorcida y abismante de comprender y asimilar.
No es exagerado afirmar que
existen ciertos libros, como ciertas imágenes o situaciones, que estarían mucho
mejor fuera de nuestro alcance. Así como hay obras de arte catalizadoras, que
cumplen una función acotada para su receptor (entretenimiento, divulgación
científica, erotismo, etc.), hay otras que parecen soltarnos ciertas amarras,
descolocar algunos mecanismos internos, o dicho sucintamente, trastornarnos,
provocarnos insomnio, vértigo hipnótico o incluso brotes psicóticos. La conspiración contra la raza humana
no sólo es una obra atípica, que como hemos dicho aúna ensayo, con filosofía y
literatura, sino que se cimienta en una idea muy poco sana: la verdadera conspiración
contra la raza humana no es un ataque orquestado en contra de ella, sino que es
el vitalismo que nos impulsa a reproducirnos y a seguir permaneciendo vivos,
colectiva e individualmente, lo que conspira contra nosotros; en verdad debimos
haber desaparecido hace milenios (plagas, desastres naturales, enfermedades, guerras,
etc.), y no seguir expandiéndonos como un cáncer a través de este universo. Es decir, que para Ligotti, y otros pensadores
que va citando a lo largo de la obra (Mainländer, Weininger, Cioran y en
especial Wessel Zapffe, a quien la obra le va dedicada), la humanidad, como
toda especie viviente vegetal o animal, por culpa de múltiples obstáculos no ha
logrado concluir su ciclo, que no es otro que su extinción total, por mucho que
como Borges, citando a Spinoza, afirma que “todas las cosas quieren perseverar en
su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre”, fuera de
la humanidad no hay esencias ni dictados programáticos, ni nada que pudiera
hacernos creer que estamos en A, para llegar a C, no sin antes pasar por B. Es
decir, no existiría ningún precepto matemático, divino o metafísico para ordenarnos
a que tengamos que reproducirnos.
¿O existe? ¿Exagera acaso Ligotti?
Quisiéramos decir que sí, que hay salvación, que detrás de cada tormenta
siempre sale el sol, no obstante éste nos apabulla con razonamientos lógicos,
filosóficos y biológicos, dinamitando cada atisbo de esperanza en una humanidad
mejor, hasta dejarnos en el mejor de los casos, aturdidos y e inermes frente a
las convicciones que pudiésemos sostener. Apunta Ligotti:
“Incluso en pleno siglo XXI hay gente que es incapaz de soportar la teoría de Darwin a menos que puedan reconciliarla con su Creador y Su diseño. Perder el apoyo de estos espectros protectores les obligaría moralmente a derrumbarse, como acaso dirían, porque el mundo según lo conocían se desmoronaría entre sus manos paralizadas. Al no estar preparados para afrontar la evidencia, huyen de ella como cualquier soñador huye del horror que le persigue.”
En ningún momento Ligotti nos propone
la idea de un suicidio individual o colectivo, tampoco busca erigirse como un
paladín de lo nefasto y lo repelente, y menos propugnar por un regreso al
nihilismo, más bien lo que hace —y lo hace con una maestría que horroriza— es
meternos el miedo en zonas sagradas y altamente ideologizadas que pueblan
nuestra mente, preceptos que aprendimos en nuestra más tierna infancia, y que
hemos ido asimilando inconscientemente durante nuestro desarrollo y madurez. Ligotti
es un terrorista mental. Lo que hace es desmontar todo aquello en que creemos,
como si fuera un juguetero siniestro y nosotros nada más que tétricas
marionetas creadas sin razón alguna. En este “desmontaje de ideas”, de la mano
de Peter Wessel Zapffe utilizando su peculiar ensayo “El Último Mesías”, cuatro
serían las principales razones vitales para no desmadrarnos y lanzarnos de
cabeza al abismo de la nada; la mera ignorancia, el epicureísmo, la fuerza y el
carácter y la misma debilidad. Porque precisamente es la acumulación del
conocimiento, y su acumulación sistemática, lo que nos ha ido convirtiendo en
una especie cada vez más anciana, y a su vez menos sensible y deslumbrada ante
la magia de la existencia. Ha finalizado
nuestra infancia, hemos dejado atrás nuestra adultez, y en nuestra ancianidad,
hay cosas que no podemos dejar de obviar. En el fondo hemos salido de la caverna y al parecer lo que hemos visto ahí
afuera no guarda mucha proporción con nuestros anhelos.
“Ya hemos soportado torrentes de conocimiento que no debíamos conocer y que sin embargo estábamos condenados a conocer. ¿Pero cuánto más podemos aguantar? ¿Cómo se sentirá la especie humana al saber que no hay una especie humana, que no hay nadie? ¿Sería esto el final del mejor cuento de horror jamás contado? ¿O podría ser la restitución de la forma en que eran las cosas antes de que tuviéramos vida propia?”
UN ARTIFICIO DE HORROR
Podemos no estar de acuerdo con
ninguna idea planteada por Ligotti, y aún así, La conspiración contra la especie humana, se yergue como un
documento único, una suerte de enciclopedia de la verdadera literatura maldita,
estableciendo conexiones entre grandes autores del género, y cuáles han sido
sus particulares hallazgos. Desfilan por sus páginas, además de los ya citados,
otros autores que si bien no horadaron el tema del terror, sí, se aproximaron al
describir la pesadilla del existir, tales como Topor, Tolstói, Kafka, Radcliffe,
Zweig, Conrad y otros, agrupados en unidades temáticas como el fanatismo
religioso, el culto a la muerte, lo sobrenatural en nuestras vidas, o la
constitución del ello y el yo.
Hay un momento (casi al final)
dentro del ensayo en que una voz comienza a colarse, una voz que parece haber poseído
al autor de este libro difícil de clasificar. Es como cuando vemos un film o
leemos un libro intolerable y vemos acercarse la palabra fin, o detectamos que detrás
de todo aquello hay puentes y poleas y artificios que han sido elevados para
crear aquello que Colerdige llamó “suspensión de la credulidad”, la ilusión
infantil de creer en el cuento de hadas no como una mera ficción, sino como
algo mágico y vivo que se despliega ante nuestros ojos. No obstante, al
frecuentar la ficción, con el tiempo nos vamos dando cuenta de algo
irremediable: es posible que ingentes dosis de realidad se cuelen en aquellas
entelequias, y eso nos puede provocar emoción, admiración y sí, un auténtico
horror. Dice Ligotti casi al final de su
libro:
“La vida es como un cuento fallido por un desenlace insatisfactorio de los hechos precedentes. No hay apaños retroactivos para los cadáveres en los que nos convertiremos. «Bien está lo que bien acaba», está muy bien a corto plazo. «A largo plazo», como dicen que dijo el economista Maynard Keynes, «todos estamos muertos». Esto no nos conviene como final. Pero no parece que podamos elegir cómo acabarían las cosas para nosotros, o para la gente que todavía no ha nacido.”