viernes, 22 de febrero de 2019

El científico y el santo


God Blessed the Seventh Day and Sanctified It. William Blake


Editorial José de Oñaleta
El científico y el Santo, de Avinash Chandra
1era. Ed. en español. 2016. 777 páginas.


Es común escuchar a muchos científicos hablar en términos despectivos de la religión —cuando no de forma hiriente o agresiva— para desmontar algunas ideas superadas por la evidencia, como las que presuponen que la religión promueve, como lo es la creación del mundo en siete días, la datación errónea de los años de la Tierra, o la  existencia de un espíritu o un alma. No siempre fue así. Grandes referentes de la ciencia como Kepler, Galileo o Newton, paralelamente a su carrera científica se acercaron al misticismo, a la alquimia o a la astrología, cultivando estos conocimientos que siglos más tardes serían anatemizados desde la misma ciencia. Probablemente, como nunca antes en la historia, estamos experimentado una concepción del mundo totalmente materialista y mecanicista, donde sólo los fenómenos observables y cuantificables tienen validez, un momento en que las iglesias del mundo se tambalean por diversos casos de corrupción y de degeneración en su mismo seno, y paradojalmente, son las creencias New Age y progresistas las que están llenando estos vacíos para reemplazar al pensamiento religioso con un conjunto heteróclito de conocimientos dispersos, sin unidad y sacados de contexto,  como lo son  el yoga empresarial, la alimentación sana o la adivinación por medio del Tarot, experimentándose estas prácticas por medio de gurúes autoproclamados,  o a través de libros de autoayuda disfrazados de conocimientos profundos y complejos

¿La ciencia tiene límites?

Avinash Chandra realiza un trabajo titánico en El científico y el santo, al examinar el estado actual de la ciencia y de la espiritualidad, no presentando ambas dimensiones como contradictorias y excluyentes, sino que explicando por un lado las principales bases de la ciencia moderna y sus paradojas, y por otro, repasando las principales particularidades de las corrientes religiosas más extendidas por el orbe, como lo son el cristianismo, el islamismo, el judaísmo, el budismo y el hinduismo (con sus diferentes escuelas), para intentar comprender cómo, en qué momento, el avance científico asedió dominios que antes no le pertenecían, pasando de ser una herramienta para mejorar nuestras condiciones materiales, hasta posicionarse de forma dogmática como la única visión del mundo válida, intentando explicar el origen de la vida o del universo, o peor aún, esgrimiéndose la idea de que la ciencia es la única fuente posible de conocimiento, omitiendo otras formas intuitivas y asentadas en la sabiduría, como las artes, la filosofía o el misticismo.

La ciencia es la nueva religión, sus teorías los nuevos dogmas, sus representantes la nueva clase sacerdotal

Los principales paradigmas que son analizados  y desmenuzados en el libro son la concepción mecanicista del universo, la teoría de la evolución de las especies con el darwinismo a la cabeza, pasando por el freudismo, el neo-darwinismo y la consiguiente tecnificación del conocimiento lógico. El nexo común de estos saberes es la interpretación de la realidad, la cual siempre parte de “abajo hacia arriba”, de la molécula, del sexo o las condiciones materiales para explicar el conjunto o el todo. Para los evolucionistas la vida se originó a través de organismos pluricelulares que a partir de mutaciones generaron seres más complejos hasta dar con el animal vertebrado y luego el hombre. Para el freudismo todas las patologías radican en problemáticas sexuales no resueltas. Extrapolado al marxismo (otra tesis materialista), el devenir de la historia y todos los problemas económicos y sociales tendría su origen y resolución únicamente en la administración y producción del capital.

Todo misticismo y pensamiento religioso opera a la inversa: postula que venimos “de arriba hacia abajo”. En vez de presuponer que somos originados por una partícula  o que nuestra sexualidad nos determina como seres humanos, más bien seríamos la creación o la manifestación de algo sagrado, ahí donde se une el misterio y lo incognoscible. La concepción materialista y mecanicista de universo (como un gran reloj compuesto de partes interconectadas) se empeña en afirmar en que sólo la ciencia puede explicar nuestro origen en una línea evolutiva que va de lo salvaje o lo rudimentario, hasta lo sofisticado e intrincado, ideas que para los antiguos sonarían apócrifas, pues para ellos descendíamos de los héroes y de los Dioses, no de un mono o una molécula. De las concepciones mecanicistas, expone el libro,  se desprende un importante corolario:
Si el materialismo fuera correcto, a lo sumo podrían producirse seres mecánicos. Pero, ¿cómo surgiría la mente y los pensamientos abstractos? ¿Cómo surgiría la consciencia, que permite la creación del conocedor? Y, paradójicamente, ¿por qué existiría la muerte? ¿Por qué estarían el envejecimiento y la muerte programados en todos los seres vivos?
La neurociencia avanza por el mismo camino que ha señalado el materialismo científico, presuponiendo que la mente es una especie de computador con complejos algoritmos que aún no se han descifrado, pues sus redes neuronales están en proceso de estudio. Las investigaciones en torno al genoma también han sido pretenciosamente deterministas, al querer afirmar que en su contenido podría revelarse todo el devenir de un organismo. Ni la una ni la otra consideran a la consciencia como un fenómeno total, sino sólo de forma parcial y a posteriori, algo que surgió exclusivamente en los seres humanos por un intrincado proceso de mutaciones y adaptaciones, que de la noche a la mañana trajo consigo el fenómeno de la consciencia.

Algo semejante ocurre con la teoría de la evolución de las especies, y es que finalmente se rechazan las tesis creacionistas, porque la creación implicaría un plan divino, y un plan divino implicaría el diseño inteligente de un ser superior; más cómodo para los evolucionistas es suponer que la vida surgió de una combinatoria azarosa, que mixturada con condiciones de adaptaciones medioambientales y la lucha del más fuerte, fueron los verdaderos agentes que trajeron consigo la aparición de la vida y la diversidad de las especies. No es azaroso —para aplicar la misma concepción darwinista— que esta tesis (esta bien llamada ideología darwinista, puesto que implica una filosofía y una forma de entender que excede a lo meramente biológico) haya surgido en una época de efervescencia de la revolución industrial, en la que el tiempo mítico ha sido completamente abolido para ser reemplazado por un tiempo lineal, en la que todo debe encausarse hacia una finalidad, hacia un utilitarismo evidente y provechoso para la sociedad y sus partes. Los antiguos no estaban encerrados en una concepción del tiempo lineal; existía una era pérdida en las negruras del abismo donde se desataban las cuitas y las vivencias de los dioses y los héroes en un tiempo mítico, otro tiempo presente en el que un hombre nacía y moría en este mundo, y otro, acaso el más real, donde la circularidad o el espiral se imponían sobre otras formas, un tiempo donde nunca hay un comienzo o un fin, sino que todo el universo reposa en una eternidad que nace, florece y se marchita, en infinitos ciclos que se repiten sin cesar.

La física cuántica: el convidado de piedra

El Científico y el santo no es un libro que se empeñe en negar los postulados de la ciencia, o peor aún, que niegue la utilidad que ha servido para el hombre. Eso sí, se encarga de subrayar con abundantes pruebas las contradicciones que han surgido en el darwinismo, de cómo pasó a tener pretensiones totalitarias para explicar el fenómeno de la diversidad, hasta quedar asentado en base a supuestos, con escasas evidencias (el eslabón perdido, la escasez de fósiles), y su transformación en un neodarwinismo agresivo que sólo se justifica en base a la fe que las comunidades científicas han depositado en él, pues aún ni siquiera se han  presentado pruebas contundentes para determinar el paso intermedio entre el homo sapiens y los homínidos.

La física cuántica juega en otras esferas. Con un explosivo desarrollo entre los años 20 y 30, sus avances se han visto mermados, principalmente porque el paradigma de la física clásica/ newtoniana funciona a la perfección en un mundo que podría prescindir de los descubrimientos de la física cuántica para seguir progresando. Los descubrimientos emanados de la investigación del mundo subatómico son difíciles de explicar, pues contravienen toda lógica: estados que se superponen, protones que se deslocalizan y se reagrupan una y otra vez, y todo basado en experimentos que siempre llevan a suponer que es el observador quien determinan los resultados del fenómeno (esto lo denominó Heisenberg como “el principio de la indeterminación”), siendo en síntesis fenómenos sólo observables en el mundo microscópico de las partículas, sin ninguna validez para el mundo de los objetos visibles del mundo cotidiano.
Considero la consciencia como fundamental, considero que la materia deriva de la consciencia. Todo lo que hablamos, todo lo que consideramos existente presupone consciencia
La cita es de Max Planck, uno de los padres de la física cuántica. Su línea de pensamiento es avalada por otros físicos cuánticos, como Eugene Wigner, Arthur Eddington o Bernard d`Espagnat, quienes ponen a la consciencia por delante, postulándola como una realidad absoluta, y a la existencia de todo lo demás, como una realidad relativa.  Ellos son la avanzada de un mundo científico que persigue una noción menos abstracta y más real de la unidad, pero que inevitablemente se ha visto relegada principalmente al poco financiamiento de su área sobre otras más provechosas para un mundo consumista y materialista (informática, robótica, medicina), sumado a ello, a que ha sido cuestionada desde la misma ciencia por suponer que se basa en muchas hipótesis vagas que sus ecuaciones de forma antojadiza pretenden demostrar, sin asideros reales.

La santidad y la religión

Detalle de la portada del libro
La concepción del santo no es idéntica en oriente o en occidente, no obstante existen equivalencias, y el libro, considerando la gran cantidad de tradiciones y de historia, establece lineamientos generales, muchos que van más allá de alguien rodeado de un aura, o que realice milagros. En rigor, las habilidades paranormales (siddhis para la tradición védica) como la bilocación, levitación, adivinación o sanación, no son ni siquiera un requisito para la santidad, sino algo más cercano y mundanal como lo es la entrega de paz y sabiduría para quienes entren en contacto con el santo. El libro no sólo recoge los testimonios y las explicaciones de quiénes han vivido o presenciado la santidad, sino que también describe los diversos estados mentales y espirituales, así como físicos, que experimenta el santo, el cual es esencialmente el ideal de perfección al interior de cualquier tradición religiosa. Los santos si bien no se pueden agrupar de forma homogénea —pues abarcan todas las posibilidades: hombres o mujeres infelices o dichosas, con buena posición social o viviendo en la miseria—, sí existe una unidad que los identifica, y esa unidad descansa en que siguiendo distintos caminos, todos parecen apuntar hacia un único punto, que es la consagración y compenetración total con la Unidad, el Cosmos, Dios, o el equivalente según el credo.

El santo, nos ejemplifica el libro, no es necesariamente alguien que necesite vestir harapos o que viva ayunando en solitario al interior de una cueva. Puede parecer un demente o alguien que dé espanto, sin duda, pero también puede ser un hombre de casa, con mujer e hijos, alguien que lleva una vida completamente normal en el exterior, pero que por dentro se ha iniciado un proceso divino. No obstante, la santidad no es algo que pueda darse de forma súbita, pues existe un trabajo previo, un recorrido que suele asentarse en las religiones. El científico y el santo cuestiona  a quienes busquen experiencias espirituales tipo New Age sin asentarse en lo religioso, pues estas vías no son más que remedos tomados de por acá o por allá, construyendo una espiritualidad difusa y acomodaticia que se amolda a nuestra sociedad de consumo, ávida ya no sólo de posesiones materiales, sino que también de experiencias, mejor aún si son místicas.
Sin buscar experiencias, deberíamos concentrarnos en el crecimiento espiritual, el cual sólo se obtiene con un trabajo constante y paciente. Espiritualidad real es aquella que transforma a la persona, no la que le otorga breves experiencias por sublimes que sean.
Si bien Avinash Chandra es hindú y está formado en esa cultura, su visión sobre la espiritualidad no sólo se afirma en autores que para nosotros suelen ser totalmente desconocidos, como Anandamayi Ma, Saradananda, o Swami Ramdas, sino que también se apoya en René Guénon, Mircea Eliade, William James o Aldous Huxley, por sólo mencionar a los más actuales, pues por los mares de este libro se acumulan una gran cantidad de ríos y afluentes, siendo constantes las citas de Plotino, Nicolás de Cusa, Meister Eckhart, o los principales adalides del mundo árabe, como Al-Jami, Rumi o Ibn Arabí.

La religión también es desmenuzada en esta obra, y no está exenta de contradicciones, partiendo por la base de que existen tantas, y casi todas se erigen como la verdadera por sobre el resto, lo que puede parecer confuso para el creyente, o no creyente, determinar qué fe es cierta y cuál no. El libro propone que todas las religiones son finalmente planetas orbitando alrededor del sol, es decir, todas son distintas y poseen diversos ritos y filosofías, pero el sol, que vendría a simbolizar a Dios, son el centro y fin de todas ellas. 

Cristo y Buda

El mito es otro asunto pertinente, pues todas las religiones se asientan en él, no entendido como una versión apócrifa o falsa de algo real, sino como algo verdadero que ocurrió en un tiempo imposible de verificar. Y si la fuente de la religión es el mito, el nutriente del mito es el símbolo (y por consiguiente la palabra), expresado en fábulas, las que sirven para ilustrar a quienes oyen o leen estas historias como formas de instruir en los dones que las religiones promueven, y que son verticales aunque en diversos grados: conocimiento, amor, bondad y compasión. El libro no le hace el quite a la cuestión de la religión devenida en organización; bien sabemos la enorme diferencia que existió entre los primeros cristianos que vivieron en las catacumbas, con la institucionalización de las muchas iglesias existentes que trajo consigo el cristianismo. Así como la ciencia o la política pueden ayudar al bienestar y a la organización, también pueden crear armas nocivas o regímenes totalitarios. Lo mismo ocurre con la religión, que puede devenir en perversa, trayendo consigo la persecución, la muerte y la barbarie. Avinash Chandra entiende (y lo transmite con mucha sabiduría) el gran muro que separa oriente de occidente en temas espirituales, pues en la India las religiones siempre han coexistido de forma armónica y pacífica, sin promover guerras o asesinatos, muy diferente a occidente, que para sus ojos, representa un espíritu marcado por la guerra, lo cual ha redundado en la aparición de movimientos  de odio y asesinato, como los abusos sexuales en la iglesia o las guerras santas, y más hacia medio oriente con los nacionalismos islámicos y terroristas, siendo el fundamentalismo nada más que una interpretación antojadiza de cada tradición, un recurso para movilizar tropas o promover versiones atractivas para jóvenes que necesitan creer desesperadamente en algo. También analiza sus aspectos exotéricos y esotéricos, entendiendo esto último como una vía que necesita una iniciación, caminos que aparecen en todas las religiones, incluso en el cristianismo. Las reflexiones respecto a una religión creada para contener moralmente, asentada en el rito y en la congregación, son muy valiosas, pues finalmente muestran que los caminos espirituales se van adaptando según las vivencias y el desarrollo intelectual de cada creyente.  

Diosa Kali. Las divinidades orientales no excluyen de sus representaciones al mal
El científico y el santo es un libro impresionante, no sólo por la abundante bibliografía que trae consigo de textos sagrados y profanos, místicos y científicos, sino porque también aborda temáticas actuales con maestría, como el impulso científico o la caída de la fe, y otros temas presentes desde los inicios de la humanidad, como el origen de la existencia, la aparición del mal, la muerte, o la creencias en fuerzas sobrenaturales. El estilo de Chandra es llano y directo, incluso para tratar temas enrevesados de la fe y de la ciencia, y la exposición de los diversos temas investigados aparecen tamizados con abundantes referencias y citas, dando la impresión de que Chandra ha ido seleccionado las mejores entradas de una biblioteca universal que muy pocos pueden tener a mano; ideas y anotaciones que han sido hiladas con un pulso fino pero firme a la vez, convirtiéndose esta obra en un ensayo-catálogo de temáticas universales, que permiten tanto al estudioso, como al divulgador o al lector común, interiorizarse en conocimientos contingentes y ancestrales.

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