viernes, 26 de enero de 2018

César Aira al triplicado: arte contemporáneo y fábula oriental



Editorial Emecé.
Actos de Caridad. Los dos hombres. El Ilustre Mago: César Aira
1era Edición 2017. 192 Páginas

César Aira se ha convertido en uno de esos escasos escritores que desestabilizan las nociones preconcebidas que tenemos de la literatura. Así, la Literatura (con mayúsculas) que parece ser esa máquina acorazada e indestructible que se traga a los autores y les impone sus reglas en un loop eterno, de repente no era tan indestructible como creíamos, ni todo estaba dicho y escrito.

No es que Aira haya descubierto la pólvora. Más bien la perfecciona.  Entre sus antepasados más directos encontramos a Juan Emar, escritor que hizo una rara fusión entre el campo chileno y la vanguardia, y Raymond Roussel,  que por medio de la combinatoria y los juegos de palabras anticipó a los surrealistas franceses y a OuLiPo.

El lugar que Aira ocupa en las letras ha dejado de ser marginal, y su radio de influencia aumenta con el tiempo: si durante los ochenta escribía novelas breves que se auto-saboteaban destruyendo sus premisas con finales espectaculares y giros impensados, y durante los noventa comenzó a integrar con mayor ahínco elementos de la cultura popular (científicos locos, robots, enanos, travestis, superhéroes, dobles), la fase más reciente de su escritura incorpora imágenes y conceptos provenientes del arte contemporáneo. No es que sea un escritor que siga una escritura programática; probablemente desde un comienzo estuvo todo en Aira, pero cada época ha ido modelando y acentuando ciertos elementos que antes eran más o menos visibles.

Emecé ha reunido 3 nouvelles de Aira de similar extensión (60 páginas promedio), publicadas anteriormente en pequeños tirajes por editoriales pequeñas, y que de no ser por este gesto, para el lector habría sido complicado hacerse con una de estas copias. Esto ocurre porque la tendencia del escritor argentino es publicar en grandes y pequeñas editoriales, en distintos formatos y tirajes, por lo que una tentativa de leer todo lo que ha publicado se vuelve casi imposible, pues Aira no concentra en un solo país toda su producción, dispersándose en múltiples latitudes y formatos.

Pero vamos de lleno a lo que encontraremos en estas novelitas. La primera, Actos de caridad (publicada originalmente por la Editorial Hueders), narra como si se tratase de un catálogo de decoración el devenir de varios sacerdotes, quienes llegan hasta una casa en medio de un pueblo hundido en la miseria. No obstante no se trata de un catálogo frívolo: hay reflexiones filosóficas en torno a las necesidades materiales y espirituales de quiénes morarán en la casa, el detalle descriptivo se conecta con un despliegue obsesivo y  microscópico de los arreglos que van realizándose en la casa, desde las paredes, el piso, hasta la creación de salones y todo lo que se necesita para amueblarlo y hacerlo funcional.  ¿Es que vamos a leer durante el resto de la obra descripción tras descripción del mobiliario que se despliega ante la imaginación de uno (y varios sacerdotes) para decorar una casa y transformarla? Sí, y no a la vez. Sí, porque tras la acumulación de detalles sobre el desarrollo de la casa, subterráneamente se desarrolla una historia paralela no contada, pero sí sugerida, de un pueblo de personas hambrientas y convalecientes que necesitan de la caridad religiosa para subsistir, pero que el sacerdote aludiendo a razones que podrían ser o no teológicas (podrían, porque la fabulación aireana se basa en romper el verosímil recreando un mundo ordenado a partir de la pura imaginación), posterga y posterga y posterga… Hasta el absurdo, como en las mejores piezas de Kafka o en las paradojas de Zenón, en la que alguien o algo intenta llegar a un destino, pero de forma razonada se interponen mil y un obstáculos. El relato no se cierra de forma explosiva ni inesperada, como en otras obras de Aira, sino que de forma reposada se proyecta al infinito lo que podría ser una moraleja sin moraleja, o un cuento de hadas sin hadas.

Con Los dos hombres entramos sin más preámbulos a la relación del narrador con dos hombres deformes, uno con los pies gigantes y el otro con las manos gigantes, quienes viven dentro de una casa, van desnudos, y que son mantenidos por el narrador del relato. A diferencia de otras historias, que comienzan en un marco híperrealista cotidiano y comienzan lentamente a contaminarse o desbordarse hacia lo fantástico y lo imposible (siempre es un interesante ejercicio “ver” esa transición, el hilo que se corta entre un realismo hiperlógico y el cuento de hadas en otros de sus trabajos), acá desde un inicio se nos presenta lo imposible de la escena. Como es usual en su novelística, sus narradores tratan de buscarle una explicación lógica a hechos que desafían toda lógica, deteniendo el flujo de la acción de lo narrado para convertir en pequeños tratados o ensayos intercalados asuntos que escapan a los mismos temas que plantea, para conectarlos con otros muy disímiles, enhebrando asuntos muy dispares de forma muy fina; en Los dos hombres, pues, aquella aberración de la naturaleza le sirve para hablar nada más y nada menos que del arte contemporáneo, específicamente sobre la puesta en escena de la obra de arte, ya sea a través de la fotografía, el videoarte o el dibujo. Las piruetas narrativas de Aira pueden chocar o sorprender al lector poco enterado y entrenado en su obra, pero para quienes estamos familiarizados con su trabajo, volvemos a ver que su búsqueda imaginativa siempre se encamina para abrir nuevas puertas respecto al estatuto de la novela (cuestionándolo, anulándolo o deformándolo), poniendo en crisis las nociones de representatividad que podemos tener respecto a la ficción.



La tercera y última novela que cierra el conjunto es El Ilustre mago, novela que podría estar inserta dentro de alguna especie de ciclo sobre la auto-conciencia de César Aira como novelista, en la que él mismo se sitúa como personaje, y en la que deja entrever sus mecanismos literarios y su particular relación con la ficción. El argumento se puede resumir así: el escritor protagonista se encuentra con un hombre que dice tener poderes, poderes que violan las leyes de la realidad y que podría traspasárselos a él, con lo cual podría concluir su anhelo de volverlo millonario. ¿La prueba? El mago, ante un alelado César Aira, le muestra que puede convertir un terroncito de azúcar en oro puro. ¿Cuál es la condición? No es menor, y estriba en que éste debe dejar de leer y escribir para  recibir el beneficio. Por supuesto que el argumento no es más que la excusa para adentrarse en otros terrenos y reflexiones, porque el libro no trata precisamente sobre un mago, un escritor y poderes especiales, sino que se direcciona hacia el poder de la ficción y la lectura misma, poderes que podrían estar siendo acechados o no, por fuerzas ajenas a la literatura.

viernes, 19 de enero de 2018

Pierre Bayard o el arte de la no lectura

Editorial Anagrama.
Cómo hablar de los libros que no se han leído: Pierre Bayard (Ensayo)
1era Ed. en español 2008. 200 páginas.
Traducción: Albert Galvany Larrouquere

Lo positivo de enfermarse, sobre todo de enfermedades graves, es que todo el vacío del tiempo cae a cascadas sobre la inmovilidad del enfermo, y esa inmovilidad es fundamental para la lectura. En realidad no me refiero a cualquier enfermo, tampoco a cualquier enfermedad, en realidad lo que quería hacer notar es que existen libros, grandes, voluminosos, como En busca del tiempo perdido, de Proust, o Umbral de Juan Emar, que parecen concebidos más para gente con piernas fracturadas, caderas rotas, tísicos, y toda una larga lista de patologías que inmovilizan y nos anclan a una cama, que para el ciudadano común de a pie, ese que lee poco, o lee mal, y no porque no le guste leer...¡cómo no le va a gustar leer si leer es tan entretenido! No lo hace, simplemente, porque no tiene tiempo para leer. Pero tiene tiempo para mirar horas interminables las redes sociales a través de su móvil, o para darse maratones interminables de Netflix, por mucho que el cristiano en cuestión trabaje o tenga mil responsabilidades por delante.

La verdad es que los únicos que sufren ansiedad por no leer, por no tener un tiempo más amplio para hacerlo, somos los que leemos, los que estamos constantemente haciendo listas escritas o imaginarias de libros por leer o releer, los que estamos (o no estamos) hasta el cuello con responsabilidades, buscando robarle horas a la rutina, ya sea en el trabajo, o arriba del transporte público o entre sueño y sueño, para poder dejarse arrastrar por el vicio impune. 


Ante la ansiedad de no lecturas, es que Pierre Bayard expone una singular tesis. En Cómo hablar de los libros que no se han leído, Bayard afirma que en nuestra memoria, en nuestra biblioteca individual, existen un montón de baches, de lagunas mentales causadas por la desmemoria y/o la imposibilidad física, monetaria o azarosa para conseguir libros fundamentales para nuestro espíritu, tan culto, cautivo y cautivante de lecturas. Bayard toma esta premisa, pero da un paso más. Afirma que en un contexto académico, tales lagunas son imperdonables. La no lectura de Hamlet para un profesor de literatura inglesa, es igual de devastadora que la no lectura del Quijote, si se trata de un profesor de literatura hispánica. Hay libros canónicos, una lista mínima necesaria que debe conocer un académico. 

Pero para el resto de los mortales ¿a qué se refiere Bayard con la no lectura? El asunto parte con la proposición lógica de que somos incapaces de retener la totalidad de un libro: la memoria actúa como una especie de fotocopia errónea, llena de jeroglíficos que luego son reinterpretados por nuestro consciente. Pierre Bayard traslada un concepto del psicoanálisis a este ámbito: los “recuerdos pantalla”. Esto tiene que ver con ciertos recuerdos de nuestra infancia, que al ser tan dolorosos, nuestro inconsciente, incapaz de tolerar tales imágenes, suplanta con otro recuerdo al trauma, haciendo más tolerable nuestro porvenir. En el caso de la lectura, al no poder recordar cada fragmento del libro, creamos un “libro-pantalla”, una superposición general y bastante antojadiza del verdadero libro.

Sin embargo, el concepto de no lectura no se limita a los libros olvidados, también existen las categorías de “libros hojeados” y “libros desconocidos”. Son tantos los libros que los cánones culturales (piénsese en el monstruoso Harold Bloom) empujan a leer, y es tan escaso el tiempo, que muchas veces debemos aplicar lecturas antojadizas, rápidas, para hacernos una idea general de un libro. También existen comentaristas que nos hablan sobre libros que jamás hemos escuchado hablar, ilustrándonos a veces en dos líneas, o con el mero título del libro en cuestión, de qué podría tratarse tal obra. La no lectura empuja entonces al lector a situarnos de manera imaginativa al interior de las páginas del libro hipotético, a recrearlo por medio de un par de líneas, o inclusive por la portada o arte del libro.

Bayard, por cierto, no escribe un burdo manual para hablar en público de libros que no se han leído, sino que al contrario, toma como hecho fundamental que en todo ámbito de la vida humana reina una gran hipocresía –más aún y patente en el mundo académico- por lo que la no lectura no debe ser un escollo a la hora de hablar sobre aquellos libros no leídos, sino que nos insta a utilizar esta desventaja como un resorte imaginativo, que nos empuje a analizar detalles, arcos temáticos o personajes inexistentes, que sólo son capaces de existir gracias a la actividad creativa de los interlocutores.

Cada capítulo del libro contiene un ejemplo literario, que es examinado como si se tratara de hechos reales. Así, tenemos el secreto de la abadía y el libro maldito, en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, las delirantes aventuras de un escritor de best-sellers que es confundido con otro más selecto, en El tercer hombre, de Graham Greene, o el caso de un sectario grupo de críticos y editores que publican y critican sin la necesidad de leerse los libros, como se ilustra en Las ilusiones perdidas, de Balzac.

Este libro es una exquisitez, tanto por su humor ácido y refinado, propio de un Oscar Wilde disparando a quemarropa (el cual también es mencionado en la obra) como por su sentido lúdico de la literatura. Una vez terminada la lectura de la obra, de seguro que quedará discurseando en nuestras cabezas eso que siempre supimos referente a la conversación en torno a los libros, pero que nunca tuvimos la posibilidad de leerlo en un trabajo dedicado íntegramente al tema.

viernes, 12 de enero de 2018

Diez Notas a partir de Tardanza del fuego de Sergio Ojeda


Editorial Mago
Sergio Ojeda: Tardanza del fuego (Poesía)
1era Edición 2007. 58 páginas.

Sergio Ojeda es un poeta chileno que al margen de las modas y de la figuración pública, ha ido elaborando su obra poética desde el silencio, con versos contenidos que recuerden en gran medida a la poesía objetivista norteamericana, y en menor medida a la filosofía del lenguaje expresada por Wittgenstein

Veamos pues, en 10 partes, lo que nos suscita este libro:

1. Tres son las partes que componen el poemario: Los ghettos en la palabra, Las estaciones y Tardanza del fuego.

2. Versos cortos, precisos, de una prosodia y un ritmo calmo semejante al sonido de las mareas, recorren las venas del texto. Los poemas tienen una arquitectura delicada, en el sentido de que no es una poesía farragosa o volcánica, sino que muchas veces colindante al haikú, a la expresión mínima; se trata de  poemas que no pretenden ser estocadas ni armas de doble filo, sino más bien espadas de dos puntas, katanas, si queremos seguir con la comparación japonesa, que sin empuñadura, igual hieren, dejando como único rastro las marcas indelebles de la sangre:

Las fieras lamen sus huellas/ desarman sus envoltorios/ destrozan centímetro a centímetro/ el cuerpo del enemigo/ acumulan odio en las venas/ transformándose en borradores de sí mismas.

3. Los ghettos en la palabra: nueve piezas componen esta seria. ¿Por qué ghettos en la palabra? Problemente alude a las zonas mudas donde el lenguaje no puede penetrar, o mejor dicho: lo hace, pero siempre dejando un efecto residual, un montón de cenizas barridas por el polvo, imágenes que el poeta intenta restituir para referirse al amor, al quebranto, al odio, al mismo lenguaje, poesía consciente de sus alcances y limitaciones, poesía consciente de sí misma:

Esos viejos y necesarios/ lugares comunes/ repletos de miel./ Quizás/ un camino a esas conversaciones/ a las que no dimos importancia.

4. Los ghettos de la palabra y los moldes vacíos que deja la experiencia. Poética del contorno, pero también del extrañamiento, del movimiento en que una pieza encaja –o intenta encajar- con su molde, pero que sin el artificio barato, sin la metáfora probada o el efecto de magia ramplón, logra su cometido, dejando al descubierto sus fisuras, sus debilidades.

5. Las estaciones. Propuestas de lectura: a) como un solo poema, de golpe; b) como fragmentos que enhebran el mismo cuerpo del poema. Propuestas de lugares de lectura: a) sentado en un vagón del metro; b) caminando en un parque abierto, pisando las hojas secas; c) en un restorán viejo, bebiendo vino, al lado de un muro donde la pintura se descascara.

6. Se aprecia un gesto lárico del poeta, especialmente en Las estaciones:

La vida –ahora-/es un árbol sin raíces/ un mapa sin puntos cardinales/ Y –desde el borde- tú/ pretendes/ fotografiar el paraíso.

Poesía tributaria de Teillier, pero que no se petrifica en sepia: agrupa elementos de la (pos)modernidad y pasan a componer el telar de Ojeda: fotografías, un walkman, el rock, el metro, las fotocopias. Porque en sus poemas abundan las imágenes, que no se saturan caóticamente ni se desplazan ni luchan entre sí: se tiene la maestría para hacer que cada una resalte en el propio carril de su existencia.

7. Se presiente en la parte de Las estaciones un spleen baudeleriano, pero imágenes, objetos y otras presencias (ir)reales intentan poblar esa soledad. ¿Nos encontramos ante una sucesión inútil de estaciones del año? ¿Un recorrido en un tren sin rieles (o mejor, rieles sin un tren que los atraviese) en las paradas obligatorias de la vida, del azar, del destino?

8. Aferrados/ a una agenda inconclusa/ como si huyéramos del laberinto./ Nuestros lugares en el vacío/ pertenecen al paisaje.

9. Tardanza del fuego, cierre y final: El fuego, que puede ser la imagen del sexo (la carne abrasada), las formas cambiantes de Proteo (mar y fuego), la explosión de un mundo en llamas, el infierno, la furia, un cadáver consumiéndose lentamente en la hoguera, todas las anteriores, o ninguna. El poema señala y sugiere, no hace pedagogía, no busca instaurar una moral, sólo se limita a mostrar el sendero.

10. El acto de encender una fogata: asar la carne, quemar leña para calentar los cuerpos, fuente de luz y de calor, señuelo para despistar al enemigo. Pero también la fogata como una fuente de relatos, literatura oral en ebullición, poesía que escapa a los moldes de la mera figuración en verso y que se abre en los terrenos de la prosa:

Y si fuera cierto/ que somos leños/ ardiendo al atardecer/ Y que en esa agonía/ la ficción/ es una muralla/ al fondo del patio.

martes, 9 de enero de 2018

Apuntes a un año de la muerte de Piglia


No sé si exista una edad apropiada o exacta para descubrir a un autor. He leído juicios lapidarios en torno al tema, del tipo: "si ya no leíste a X a tal edad, te lo perdiste". ¿Acaso los autores están tipificados para ser mejor entendidos a una edad específica? A los quince leí Herman Hesse y a Julio Cortázar, autores que me parecían supremos maestros, pero que con la distancia y la acumulación de lecturas me han hecho dudar de su potencialidad, relegándolos a una imaginaria lista de autores de segunda fila o tercera fila, autores que están ahí para hacer correr las distancias de fondo a las generaciones más jóvenes, pero que pese a sus hallazgos y profundidades, con el tiempo es inevitable que se nos oxiden. 

No es el caso de Jorge Luis Borges, a quién también leí en esa época y lo sigo leyendo, y lo seguiré haciendo hasta que se me fosilice el cerebro.  Borges, al revés de los otros citados, no se quedan en simples hallazgos o profundidades, es un autor que tiene la rara virtud de ir creciendo con el tiempo, de complejizar más su literatura. La temprana lectura de Borges generó en mí una especie de muro o cortina de acero en relación a la literatura argentina, una suerte de cima a la cual era imposible seguir escalando y subiendo, pues más arriba no podía haber nada más que piedra y nubes ¿Podía existir alguien o algo más grande que Borges? 

Cuando cumplí veinte, escuché a Nicanor Parra que existía un súper Borges. Por supuesto que se refería a Piglia y que a toda vista, ese juicio era  una exageración. Piglia no apareció para rivalizar con Borges y superarlo, hizo algo mejor: lo integró, creando un nuevo eslabón en la cadena (Nabokov, que en su rol de crítico, o mejor dicho de comentador de literatura, hacía la comparación del oficio literario con los científicos, en el sentido de que el detalle literario con el transcurrir de los años se va puliendo. Así, no podemos imaginar a Homero o a Shakespeare narrando el nacimiento de un bebé, con toda su tensión y su miseria,  hasta que aparece Tólstoi con su Ana Karenina. Él, sin ser más que los anteriores, le da una nueva dimensión a las letras). 

Piglia fue un escritor fundamental, en el estricto rigor de la palabra. Leer a Piglia no sólo modifica y enriquece la visión de la tradición argentina o estadounidense, también es una transformación en la percepción de la experiencia y de la vida. Piglia fue uno de esos raros escritores que mezcló la alta erudición de forma amena (Formas Breves) con la calle y el policial barriobajero (Plata Quemada), creando entremedio todo un conjunto de notas en el diapasón de la literatura. 

Piglia, que no era ciego, se pone a usar el lente borgeano,  pero le aplica la microscopía: allá donde Borges era capaz de encerrar siglos de literatura en pocas líneas con su Kafka y sus precursores, Piglia fijaba su atención en el detalle, poniendo su énfasis en Arlt y en Gombrowicz, para hablarnos de la delación o del crimen. Y también de la plata. Piglia fue quien me abrió los ojos, en aquellos años en que terminaba de estudiar periodismo y no sabía qué hacer con mi vida, y yo tenía veinte y pocos, pero a pesar de tener muchas cosas, no tenía un mundo, iba desnudo por la vida,  leí un párrafo que me marcó: "un escritor necesita plata para poder financiar sus ratos libres". Listo. Con eso no sólo me entregó un consejo, sino que una ética y una moral. Entonces me puse a trabajar, incansablemente. Ello comprueba que la literatura es más que fuegos de artificio con moralejas manifiestas o solapadas: es una herramienta que al albur del fuego nos entrega más que el resplandor de la llama. Nos replica la vida en miniatura, la concentra en pocas páginas. Y esa es otra forma de presenciar el despliegue de la sabiduría. 

viernes, 5 de enero de 2018

El corazón equino de Squella



Editorial Lolita
Hermano, no tardes en salir: Agustín Squella (Novela)
1era Edición 2016. 84 páginas.

El milagro estético no debería ocurrir solamente cuando un texto logra horadar nuestros intestinos y cerebros, sino también cuando (sin importar si es ficción o periodismo) una determinada creación consigue dislocar la materia que trata, trasladando la pura anécdota de una historia a otras profundidades que se entremezclan con la superficie de lo narrado. Un buen libro sobre hípica debería estar pensado para un tipo de lector aficionado al mundo de la hípica; afortunadamente no es el caso de Hermano, no tardes en salir, porque si bien es una novela que habla de la hípica, no se trata de una novela o crónica periodística sobre la hípica, se trata más bien de un caballo literario disfrazado de crónica periodística, y el resultado es fascinante porque reúne dentro de sí lo mejor de ambos mundos.

Muy pocos narradores logran el milagro de hablar de una cosa, que puede ser pueril y hasta descartable, para ocultarnos otra, más importante, que amenaza con atacarnos en la fibra íntima; no hablo de la manida teoría del iceberg, hablo de que la torre literaria posee tantas habitaciones y pisos como sótanos y pasadizos secretos; con tantos candados y cerraduras, como trampas falsas inimaginables. Hermano, no tardes en salir es de esas pocas obras breves que tras una aparente fachada de sencillez, esconden una fina orfebrería interna en su construcción, en las maravillas que podemos encontrar.

¿Qué es entonces Hermano, no tardes en salir? es mucho más que una nouvelle sobre  la hípica en Viña del Mar durante los 70;  hay artículos de costumbre, retratos, diálogos anecdóticos, e inclusive un breve tratado sobre el suicidio y sus motivaciones, todo en menos de 90 páginas.

El libro tiene como centro las historias de un jinete y de un apostador de caballos, que sin tener más en común que su pasión por la competencia, se transforman en el reverso y anverso de una misma moneda: ambos personajes transitan por los mismos escenarios, y aunque nunca llegan a conocerse, un ethos, una disposición para enfrentarse a la existencia, los hermana. Y por ser dos personas diferentes, el fluir de la vida los arroja por caminos muy disímiles.

La historia, como las grandes narraciones, está hilvanada como de a oídas, basándose en testimonios y conversaciones de la época, un ejercicio memorístico que pone adelante la figura del jinete conocido como el Pluto, y un insigne apostador de caballos, El Nancho, que no es otro que el hermano mayor del autor y narrador de la obra.  Las anécdotas van y vienen; se nos habla del ambiente que corría por esos años en el Sporting, de las jaranas y fiestas que se intercalaban entre apuesta y apuesta, de la preocupación política y social en el que discurría el oscuro Chile de aquellos años, e incluso se nos habla de un clandestino centro de hípica, pero en miniatura, con caballos pequeñitos que compiten entre sí, y que se ensambla dentro de la novela con mucha gracia, dotándole más encanto y versatilidad a esta pequeña obra maestra.

¿Qué diferencia entonces a Hermano, no tardes en salir de cualquier otra obra de divulgación, de ficción o periodística? Es el tono, sí, el cómo se estructura, y el cómo nos dejamos arrastrar hacia el aparente eje del libro, para descubrir que dentro palpita con intensidad y humanidad, algo más profundo, algo que sobrepasa los límites de la hípica y se nos clava como una certera flecha; en las primeras páginas se nos dice que Nancho, el apostador, se suicida a los 34 años, y luego nos olvidamos de ello y seguimos la urdimbre, para llegar al último tramo de libro, y caer en la cuenta que la novela no trata precisamente sobre el mundo de los caballos y sus hipódromos, sino que trata de la familia, de la soledad, del suicidio.

Cuando en la hípica un caballo no sale inmediatamente al disparo para correr la carrera, se dice que éste ha quedado encajonado, contratiempo vital que puede determinar el curso de la carrera. Aquella misma metáfora se utiliza en el libro para  referirnos a las personas que por algún motivo o destiempo, no salen a correr sus vidas, quedan detenidas, algo las demora. 

Hermano, no tardes en salir es una experiencia breve, pero intensa y sublime. Intensa, porque relata el ir y venir de dos hombres de forma dinámica, con bromas, diálogos que se entrecruzan, relatados como un vivaz anecdotario, y sublime, porque el narrador en las últimas páginas retransfigura el sentido de lo narrado y sin previo aviso nos sumerge en los abismos de la derrota, volviéndose una narración consciente de su propia fragilidad, de lo que expone:

“Estamos solos, todos, pero no somos forzosamente solitarios. El solitario se aísla en cierto modo de los demás, ahogándose en sí mismo (…). Estar solo es una condición, ser solitario no es una elección, aunque también es posible volverse solitario por abandono”.


Y no hay nada más triste en este mundo que ser abandonados, que sentir en carne propia la orfandad, quedando encajonados, detenidos sobre el flujo vital de la realidad.
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