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viernes, 25 de enero de 2019

A contrapelo, de Joris-Karl Huysmans

Detalle de La Aparición, de Gustave Moreau
Editorial Cátedra
A contrapelo, de  Joris-Karl Huysmans
1era. Ed. en francés 1884. Esta edición 2004. 376 páginas.


Biblia del decadentismo, libro de cabecera de Oscar Wilde, defensa apasionada del esteticismo más perverso y rebelde, golpe mortal contra la moral burguesa, son sólo algunos de los epítetos que alguna vez se han asociado con À Rebours de Joris-Karl Huysmans, palabra del francés que tanto traductores españoles como ingleses, no han logrado acertar con una traducción unívoca, pues a grandes rasgos se revela como una palabra que puede significar algo que va hacia atrás, o al revés de algo, y por eso ha tomado diversos nombres como Against the grain o Contra natura en una traducción de Tusquets, o A contrapelo, que es la traducción tomada para escribir estas impresiones, que sirven como punto de entrada para hablar de una de las novelas más extrañas y polémicas que se gestaron durante el siglo XIX.

¿Por qué la obra de Huysmans  no es tan visible si la ponemos al lado de otros escritores franceses contemporáneos suyos como Maupassant, Flaubert o Zola?  Probablemente porque dentro de sí fluya una fuerza creativa muy divergente a muchos, una fuerza que consistió en una primera etapa con romper los moldes del realismo y del naturalismo imperante, al cual consideraba limitados para capturar el alma humana, y una segunda fase de onirismo y conversión, donde fe y religión son los únicos asideros para no caer en una existencia plana y soporífera. Todo ello redunda en que este autor se encuentre más lejos del gran público y mucho más cerca de los mismos creadores. Podríamos decir que estamos ante uno de los primeros en ser considerado “un escritor para escritores”, pero la fórmula lo simplifica; en su obra hay mucho más que estética, hay una ética y un legado.

Artificios y prótesis mentales

A contrapelo es una novela en la que casi toda la acción se concentra en una casona de Fontenay. La experiencia hace recordar al Walden de Thoreau pero totalmente a la inversa; si el escritor norteamericano relataba su reclusión en una cabaña para celebrar la soledad y las fuerzas dominantes de la naturaleza, el francés inventa a un aristócrata anémico y alucinado llamado Des Esseintes y lo encierra para llevar hasta las últimas consecuencias la celebración del artificio. Ahí donde Walden escribe una crónica que ensalza la soledad y pone de relieve lo salvaje y lo cívico que se alberga dentro de nosotros, A contrapelo intenta darle un nuevo sentido al hombre por medio del artificio: se enaltece el maquillaje, las flores exóticas, las pedrerías, el perfume, el sadismo, las pinturas morbosas, y la misma literatura, caminos todos válidos para romper los hielos de la monotonía y avanzar firmes hacia los abismos paradisíacos.

La novela abre con una nota introductoria en la cual se resume de forma sucinta la vida de Des Esseintes: huérfano, con una gran fortuna heredada y luego dilapidada en el juego y en las mujeres, decide juntar el dinero que le queda y comprarse una casona en Fontenay, un pueblo muy alejado de París. Como el hombre sin atributos de Robert Musil, o como los cortesanos sin norte que describe Proust en sus alambicados salones, el protagonista es alguien que se siente débil y enfermo, un neurasténico que pudiéndolo haberlo hecho todo, abraza el nihilismo y la desesperanza, pero impulsado por la natural preservación que tenemos como mecanismo ante la autodestrucción y el suicidio, emprende la tarea de unificar vida y arte, pensamiento y praxis, experiencia e idea. Para ello pretende reemplazar la naturaleza bajo nuevas coordenadas:
La naturaleza, esa sempiterna vieja chocha, ha agotado ya la paciente admiración de los verdaderos artistas, y ha llegado el momento de sustituirla, siempre que sea posible, por el artificio.


Joris-Karl Huysmans en su estudio
Las anécdotas son mínimas: un conato de viaje a Inglaterra, el afán de pervertir a un menor por los caminos de la delincuencia, el uso de un aparato para regular la digestión, son algunas de las pocas acciones que emprende el personaje; no obstante, todo el libro gira en torno a la búsqueda auténtica de escapar de la vida, para sumergirse de lleno en un mundo simulado por máquinas virtuales, máquinas que la tecnología de aquella época aún no inventa, pero que el protagonista se las ingenia para recrearlas. Así, adorna las paredes con colores determinados según estados anímicos, cuelga de las paredes frescos e ilustraciones sugestivas, ordena su biblioteca de acuerdo a exigentes parámetros, e incluso invierte los horarios que tendría cualquier mortal, para dormir durante el día y permanecer despierto durante las noches. Todo ello demuestra el antiguo afán por el simulacro, noción cada vez menos abstracta en un mundo actual donde los límites entre la vida y las simulaciones se borran, reconfigurándose con los videojuegos, las redes sociales, el cine o la música, por nombrar algunos de los escapismos cotidianos. Para fortuna nuestra, Des Esseintes no convive con esas máquinas, pero profetiza la enferma dependencia que necesitamos con aquellas prótesis mentales.

La pintura, los perfumes y la flora

Con la acción detenida al mínimo —apenas aparecen sirvientes que finalmente actúan como autómatas, pues no piensan ni hablan, sólo obedecen — el discurrir del libro se abre y se cierra entre evocaciones, vivencias estéticas, ensayos sobre pintura, examen a piedras preciosas, diversas reflexiones sobre el mal y la religión, disquisiciones literarias y apuntes biográficos,  creándose así una obra que se eleva por sobre el estatuto convencional de la novela, acercándose más a lo experimental, al artefacto, pero sin dejar de lado los cimentos novelescos: el resultado es un libro delirante y extraño, único, como una oculta joya vibrante y anhelada, que bien vale la pena analizar con detalle.

La principal pugna que intenta explicar de forma reiterada el narrador de A contrapelo, es que la naturaleza ya ha sido trabajada y explorada hasta el cansancio por los artistas: es un camino transitado el cual se debe dinamitar para que entre aire fresco. En este sentido se asemeja mucho al proyecto que llevaría a cabo décadas más tarde el poeta chileno Vicente Huidobro con su creacionismo, donde afirmaba que el deber del artista no es cantar a la rosa, sino que recrearla dentro del poema, dejando de poetizar y cercar a la realidad, para destruirla y crear una nueva. Por eso Des Esseintes nos advierte:
Lo importante es saber cómo hacerlo, saber concentrar su espíritu sobre un único punto, abstraerse lo suficiente para producir la alucinación y poder sustituir la realidad objetiva por la visión imaginaria de esa realidad.
Y como esa simulación debe ser estimulada por medios sensoriales, nada mejor que utilizar la imaginería de ilustradores, pintores y artistas del grabado, pero no cualquiera, sino de  un selecto grupo de exploradores que metieron sus cabezas a mundos regidos por la brutalidad, la belleza y el caos. A contrapelo saca de los márgenes y pone al centro obras plásticas que ya en esos tiempos estaban aisladas, posicionándolas  en un pedestal por diversos méritos, ya sea por el tratamiento hermético y escandaloso sobre temas religiosos o esotéricos, ya sea porque no se ajustaron al sensiblero gusto de las masas burguesas. Se nos menciona el arte sacro del dibujante holandés Jan Luyken (1649-1712), fervoroso protestante que realizó una serie de grabados titulado Persecuciones religiosas, un tratado visual explícito sobre torturas y escarmientos diseñados al amparo del fanatismo religioso: se trata de la obra de un artista obsesionado con la muerte, la laceración de los cuerpos y la crueldad, imágenes que no nacen de un mente afiebrada, sino que tienen correlato con la historia. Pero también le interesa el refinamiento y la imaginación creadora de Gustave Moreau (1826-1898), pintor que escandalizó con sus obras, y que en sus evocaciones unió el misticismo de oriente con el rigor de occidente, tamizado por temas bíblicos, como lo es La Aparición, en la que se nos muestra una Salomé desnuda apuntando a la cabeza cortada y flotante de Juan Bautista, en medio de un palacio irreal y recargado, como sacado de una era perdida y sumergida en los sueños de dioses paganos y asesinos. Otros artistas son analizados y puestos bajo los  expertos ojos del narrador, entre ellos los menos conocidos como Rodolphe Bresdin (1822-1885) u Odilon Redon (1840-1916), o los ya consagrados y conocidos como Rembrandt, El Greco o Goya, llegando a concluir que existe un arte bobalicón y facilista, y otro que necesita una iniciación, un estudio previo para lograr su goce:

La obra que no es rechazada por los imbéciles, y que, al no contentarse con suscitar el auténtico entusiasmo de unos pocos, se convierte, por eso mismo, ante los ojos de los iniciados, en algo contaminado, banal, casi repulsivo.

Detalle de La comedia de la muerte, del citado Rodolphe Bresdin

Pero el verdadero tour de force de la novela, es llevar estas consideraciones estéticas al plano de los perfumes o de las plantas. Así como una esencia puede ser creada de forma industrial y embotellada para su uso masivo, también están los perfumes que son búsquedas de vidas enteras en los lugares más remotos del mundo, todo en pos de generar una fragancia que no sólo esté ahí para disimular el mal olor, sino que también sirva para evocar, sugerir o excitar los sentidos. Y es así como inesperadamente, avanzamos por un libro que se transforma en un receptáculo y sugerencias de olores y sensaciones, dando paso al colorido y variado mundo vegetal, abriéndose a punta de machetazos ante la pura contemplación de plantas carnívoras y frenéticas o rígidas como lanzas apuntando hacia el cielo, abiertas o cerradas como asesinos esperando a su presa, oxidadas, de hielo o flamígeras como creadas por dementes, y todas, desfilando y analizadas según sus colores, la floración de sus hojas, los pétalos y los capullos, la rugosidad y suavidad de su textura, adentrándonos al exótico mundo de las plantas que nos enseña a despreciar a las vulgares rosas o a las calas o girasoles, y en general a toda esa flora que suelen lucir casi todos los jardines del mundo.

La literatura latina y francesa

Si bien existe una delgada línea argumental que va hilando cada capítulo, también es cierto que A contrapelo puede ser leído por separado, pues cada parte entrega de forma autónoma un arco de ideas que se va armonizando con la extraña y anormal situación que se plantea el protagonista. Uno de sus puntos más elevados es la revisión de los clásicos de la literatura latina y francesa. En un momento de la novela, Des Esseintes declara que sólo le interesan los clásicos romanos y la literatura contemporánea francesa, y nada más. Menciona en algún lugar a Dickens, sólo para rescatar sus pincelazos de la vida cotidiana inglesa, pero relativiza su valor por ser pacato en cuanto a pasiones y amores; también recuerda el Barril de amontillado de Edgar Allan Poe, con la intención de evocar la tétrica historia que tiene por fondo la venganza y el horror, sirviéndole como puente para hablar de sus amados y odiados contemporáneos franceses.

El Satiricón de Petronio
El ojo de Joris-Karl Husymans —de mano de su protagonista— es agudo y mordaz; tiene la rara virtud de despreciar a muchos autores por innúmeras razones, y de vindicar a unos pocos por la originalidad que demuestran, aún cuando no se traten de autores populares o avalados por la crítica. El conocimiento que muestra por la literatura clásica romana es impresionante, dándoles con todo a muchos considerados como el baluarte de la Antigüedad: descarta a Séneca por hinchado y pálido, a Julio César por aburrido y jactancioso, a Virgilio lo pulveriza por pomposo y vacío, a Ovidio por discreto y moderado, a Horacio lo trata de payaso y zalamero, a Cicerón de ampuloso y oscuro, y así, van cayendo esos ídolos como títeres descabezados, uno tras otro, hasta llegar a Lucano con La Farsalia, que es donde detiene sus espadazos y garrotazos, dedicándole algunas líneas positivas, para alabar recién de forma portentosa a Petronio y específicamente El Satiricón; ¿qué ve en este autor y particularmente en esta obra? Ve la rotura de las pompas y de las formas, el fin del lenguaje encorsetado y métrico, abriéndose paso a una dimensión en que entra el habla de la calle con toda su sordidez, sin impostaciones; es la mirada de un observador imparcial que no enjuicia, que violando las reglas del siglo de oro de la literatura latina es capaz de crear algo nuevo: es esa frescura y esa pericia por narrar lo que lo seduce, y así avanza hasta lo que se conoce como el periodo de decadencia de la cultura romana, iniciada con la muerte de Augusto,  periodo que paradojalmente coincide con la mayor expansión del imperio en occidente, pero que significó que la literatura perdiera su brillo y su equilibrio al contaminarse con barbarismos y extranjerismos de otras tierras y pueblos indexados a Roma, opinión que para Des Esseintes es precisamente lo contrario; es esta decadencia la que de verdad le seduce, y sus referencias a múltiples autores —muchos desconocidos—, supone un verdadero deleite para quienes busquen adentrarse en una época en la que cuesta encontrar obras reconocibles.

Y así sigue el examen de escritores hasta el fin del imperio, saltándose casi olímpicamente la Edad Media, para llegar a la Francia de fines de siglo XIX, una Francia literaria donde el centro, la verdadera fuerza centrípeta de la cual nacería una nueva estética es detentada por un pequeño núcleo, presidido por Charles Baudelaire, quien se lleva todas las loas, principalmente por su uso atrevido del verso para horadar en las regiones más siniestras del ser, y también por su confección de pequeños poemas en prosa, forma que es considerada como el futuro de una nueva sensibilidad narrativa, al que le siguen de cerca Villiers de L`isle-Adam, destacado por el uso burlesco y siniestro de la palabra en sus cuentos mordaces, Jules Barbey d`Aurevilly, por su catolicismo retorcido donde lo diabólico toma gran fuerza, y Stephan Mallarmé, a quien reconoce el valor de su alta poesía que se adentra en lo más oculto, mirando ahí donde nadie es capaz de posar la mirada. 

Su juicio a la literatura francesa está lejos de ser un capricho; a cada autor lo sopesa con argumentos, y en su análisis intenta no dejar a nadie afuera, considerando incluso a escritores católicos, moderados o ultramontanos, furibundos como un León Bloy o liberal como el Conde de Falloux, y si como exégeta tiene muchos elogios y epítetos para referirse a los que conforman la verdadera avanzada de las letras francesas, no se queda atrás y se mete con los grandes, con Stendhal, Balzac Flaubert,  a los que les reconoce sin duda pericia, pero que por un agotamiento de procedimientos y de técnicas han llegado a la extenuación; son los atletas que durante la maratón más brillo tuvieron, pero que han llegado exhaustos hasta la meta, no dejando tras de sí más que buenas obras, algunas maestras, pero sin dejar un legado renovador que pueda perpetuarse con el tiempo.

La Iglesia Católica

La relación de Huysmans con la religión siempre fue ambigua y ambivalente hasta antes de su conversión al catolicismo. Cuando escribió esta novela, él aún no se convertía, era escéptico, seguidor de las ideas de Schopenhauer, pero ya acá aparece por primera vez su visión, muy particular, de lo que significaba este credo. En este libro se desprenden variadas posturas de la boca de Des Esseintes, que como se demostró con el tiempo, guardaban una estrecha relación con su autor en cuanto a valoraciones y opiniones. El personaje, por un lado, admira a quienes abrazan a estas creencias, pero por otro, le parece que quienes militan en la Iglesia son personas mediocres, comunes y silvestres, que sólo están ahí por la fuerza de la costumbre o por el miedo.

No obstante, en muchos pasajes se nos habla del portento que significa la creación de una institución milenaria, que con luces y sombras, ha preservado de la barbarie todo el legado que tenemos de la antigüedad: sin los monjes copistas, sin la creación de estos receptáculos de la información almacenados en monasterios, la memoria de siglos y siglos habría perecido frente a la hoguera. En un aspecto espiritual llega mucho más lejos, y es la promesa de paz y esperanza por una vida mejor que ésta entrega, principalmente en condiciones donde una existencia limitada puede ser asediada por plagas, enfermedades, desamores y el mismo sonsonete brutal y sinsentido de la vida: no puede negarse, afirma la voz de la novela, que es un milagro que entre tanta negrura y sangre brille una luz que calme a los débiles, menesterosos y enfermos, a los tísicos del espíritu, que gracias a esa iluminación que viene perpetuándose desde la época de los primeros cristianos, les sirva para mantenerse erguidos y de pie, con la frente en alto. 

A contrapelo también analiza el estilo que emplean los escritores católicos franceses, afincados en un lenguaje de raigambre latinista con conceptos e ideas inmutables, las cuales se encuentran en el seno mismo de la Iglesia y de sus prédicas, logrando así que sus mejores estilistas (pocos, Leon Bloy por ejemplo) sean capaces de levantar la pluma con una claridad retórica que en nada tendrían que envidiarle a los escritores laicos, ni siquiera a Rousseau o Voltaire —a quienes considera mediocres— pues esta vertiente mística y espiritual tiene la facilidad para asimilar abstracciones con mucho más claridad que en una lengua no religiosa.

Por último, hay que señalar que la traducción y edición al cuidado de Juan Herrero, convierten al libro en un objeto realmente apetecible: no sólo hay notas introductorias, sino que estas en conjunto conforman un verdadero ensayo que nos ayuda para situarnos mejor en una época tan lejana, que pese a su distancia y sus sinsabores, aún sigue resonando tan actual, tan a la vuelta de la esquina.

viernes, 20 de abril de 2018

Allá Lejos de Joris-Karl Huysmans: horror y fascinación por la Edad Media


Editorial Valdemar
Allá Lejos. Joris-Karl Huysmans.
Ed. 2015. 365 págs.


Cuando pensamos en los grandes autores franceses del siglo XIX, pensamos automáticamente en Balzac y Stendhal como los grandes renovadores de la novela, en poesía aparecen Rimbaud, y Mallarmé, y si tuviéramos que mencionar a los decadentistas pensaríamos rápidamente en Baudelaire o en Lautréamont. El canon se ha cimentado por años y años de lecturas y relecturas: es volátil porque flota en la psicósfera, pero también es rígido, pues se ancla en la materialidad de los libros y en las lecturas que circulan.  

Joris-Karl Huysmans es, por sus temáticas y estilo, un escritor deslumbrante pero fuera del canon. Ya sus contemporáneos, como Oscar Wilde, celebraron su trabajo, siendo elogiado posteriormente por una línea de escritores franceses que va desde Marcel Proust (quien lo alabó por las vigorosas evocaciones de sus personajes), Céline (por su pesimismo) hasta llegar a Houellebecq, quien dijo que “feliz habría sido un gran amigo suyo”, al considerarlo como el escritor misántropo más grande no sólo de su tiempo, sino de la historia. El elogio de Houellebecq no es gratuito. Escribe Huysmans en Là-bas, la obra que nos ocupa —traducida como Allá Lejos según la Valdemar—un cuadro que busca retratar el mundo de los escritores de aquellos años: 

“Los literatos se dividían (…) en dos grupos, el primero, compuesto por burgueses ávidos, y el segundo, por palurdos abominables. En efecto, unos eran los que el público mimaba, corruptos, por lo tanto, pero exitosos; hambrientos de consideración, imitaban a los comerciantes de altura, se deleitaban en las cenas de gala, daban fiestas de etiqueta, no hablaban más que de derechos de autor y de ediciones, hacían sonar el dinero. Los otros se arremolinaban en manada en los bajos fondos. Eran la gentuza de las tabernas, el residuo de las cervecerías. Todos se odiaban, pero se gritaban sus obras, publicaban su genio, rebosaban los bancos, y, atiborrados de cerveza, vomitaban hiel.”

Aquel desencanto por el mundo de la literatura no venía de la mano de un refinado dandi, que ocioso, registrara el vaivén de los espíritus que se amontaban en las tabernas. Huysmans tampoco fue un desarrapado sin ley que estuviera al borde del crimen o de la bancarrota, al revés, fue un pequeñoburgués sin mayor fortuna y sin contactos, un funcionario que trabajaba para el gobierno de turno, y que en sus últimos años se convirtió al catolicismo; no obstante fue un hombre nada pío, que metió el dedo en la llaga de la sociedad de su época, hablándonos de temas molestos y sacrílegos que escandalizaron a sus contemporáneos (y que aún volvería a hacerlo si se le leyera con más atención), aunando satanismo, esoterismo, infidelidad y locura en su celebrada y vilipendiada Allá Lejos.

GILLES DE RAIS: TAN LEJOS, TAN CERCA

Allá lejos no es una novela al uso. Existen dos niveles narrativos que se van entrecruzando y superponiendo, aunque uno está supeditado al otro. La historia principal narra las vicisitudes del escritor Durtal, quien fascinado por el satanismo y el mundo espiritual de la Edad Media, se lanza en una investigación personal para intentar comprobar si es verdad que existen las misas negras, los sacrificios y la adoración por el Mal. Salen en su camino un hombre especialista en campanología, el tañido de las campanas que es mucho más que coger una cuerda y hacerlas sonar, un astrólogo que afirma ser de los reales y no de los charlatanes que tanto pululan,  una mujer fatal que podría estar o no conectada con una secta satánica, y finalmente Des Hermies, un intelectual que actúa como una suerte de espejo o rebote que refracta y expande las inquietudes artísticas y espirituales de Durtal.

La segunda historia que se entrecruza con la principal es la investigación biográfica que hace Durtal sobre el barón de la Edad Media Gilles de Rais, conocido como Barba Azul, quien ha sido considerado como el mayor asesino y criminal de la historia, principalmente por el centenar de niños que ejecutó en misas negras, de las formas más inimaginables y espantosas que Allá Lejos describe con lujo de detalles. Tras relatar la infinidad de maltratos soeces y luctuosas perversiones que comete con los impúberes —que por respeto a la sensibilidad del lector no transcribiré acá—  se describe así a de Rais tras sus asquerosas orgías:
“Los cuerpos que ha masacrado y cuyas cenizas ha hecho tirar en los fosos resucitan en forma de larvas y lo atacan por las partes bajas. Se debate, chapotea en la sangre, se yergue sobresaltado, y encorvado, se arrastra a cuatro patas, como un lobo, hasta el crucifijo, cuyos pies muerde rugiendo.”
Allá Lejos hace gala de una prosa realista que en estas descripciones se revienta con escenas pesadillescas, intentando horadar en el gran misterio de cómo un hombre, un barón que fue compañero de Juana de Arco, un campeón de la cristiandad y de las buenas obras, fue capaz de hundirse en el fondo cenagoso de la miseria, en los más asquerosos pozos de la locura. Y lo que atisba Durtal, es que es necesario adentrarse a la Edad Media para intentar comprender el por qué de estos excesos.

LA VILIPENDIADA EDAD MEDIA

A pesar de que el Medioevo abarca mil años de historia y se suele dividir en Alta y Baja Edad Media, esta siempre se caracteriza en términos generales como una etapa oscura, de pocas luces y muchas tinieblas, periodo ampliamente desprestigiado  en su momento por los humanistas y renacentistas, quienes consideraban el Medioevo apenas como un puente o escollo entre la antigüedad clásica, representada por los griegos y los romanos, y la modernidad, marcada por el sino de la civilización, el desarrollo de la cultura y el arrollador progreso.

Sabemos que el cristianismo primitivo de los primeros siglos después de Cristo, en muy poco se asemeja al culto erigido por la Iglesia Católica durante la Edad Media, y es precisamente en este encuadre de hechos, que la Edad Media sea considerada una época de caballeros andantes repartiendo mazazos a diestra y siniestra, junto a santos enclaustrados al borde del delirio. Gran parte de las formas y del espíritu que aún existen al interior del clero, son herencia directa de la tradición medieval, por lo que no es descabellado afirmar que la Iglesia Católica es la Edad Media, rediviva, punzante, polémica y vigorosa, aun hoy, en nuestros tiempos. No obstante, la mirada de Alla Lejos corresponde a la mirada de un escritor francés de fines del siglo XIX, decadente por ser antimodernista y por despreciar los valores burgueses de su época, quien critica duramente a la iglesia de su tiempo, enarbolando a la Edad Media como una etapa esplendorosa:
“El clero, que a pesar de esos pocos conventos que desolaron los ladridos de la lujuria, las rabias del Satanismo, fue admirable, ¡se arrojó en éxtasis sobrehumanos y alcanzó a Dios! Los santos florecen a través de aquella época, los milagros se multiplican, y, aunque aún es omnipotente, la Iglesia es dulce con los humildes (…) Hoy odia al pobre, y el misticismo agoniza en un clero que frena los pensamientos ardientes y predica la sobriedad del espíritu.” 

HUYSMANS VUELVE DE LA SOMBRA

Toda la tensión de Allá Lejos descansa en si es posible que la antigüedad pueda coexistir con la modernidad. Ritos de sangre, fiestas paganas y sacrificios de la Edad Media han sido muy bien documentados, pero ¿qué pasa en el París de fines del siglo XIX? ¿Existen sociedades secretas que alaban al Demonio? ¿Y quién es ese sacerdote llamado Docre, el que se ha hecho tatuar en los pies la figura de Cristo para pisotearla todo el tiempo y que dicen que envía maleficios a sus contrincantes? Allá Lejos es la inmersión de un hombre en la espiritualidad, y no de manera dulce y despojada de dolor, es un intentar llegar “allá arriba” desde muy abajo, desde muy lejos, de alguien que sabe que tras la monotonía del diario vivir, podría esconderse un conflicto eterno entre dos contrarios irreconciliables.

Pero Alla Lejos es más que eso. Es también la tirria, la rabia que siente Huysmans con su propio tiempo expresada a través de su personaje Durtal; es una rabia contra la falsedad, la hipocresía y la indolencia, contra el clero hipócrita que prefiere las divisas de los ricos y las buenas comidas para llenarse la panza, es también un ajuste de cuentas contra el naturalismo y los movimientos de moda que sólo buscan el objetivismo, el “retratar” la exterioridad y superficie de las cosas pero dejando de lado lo sobrenatural, la oscuridad de lo mágico, la integración de los contrarios en una visión más excelsa y sublime que el reduccionismo de la ciencia, es Allá Lejos la posibilidad cierta de que la Edad Media fue más que un montón de monjes rezando y azotándose en las abadías y grupos de enloquecidos caballeros dándose espadazos, fue la Edad Media, nos propone Huysmans, mucho más que eso, fue una época donde coexistió la libertad con la esclavitud, la magia con la ciencia, la cristiandad con el satanismo, que la alquimia era una forma más metafórica y alegórica de entender la química. 

Huysmans nos dice de la mano de su alter ego Durtal, que es posible acceder a otro mundo, y que:
“Sólo es interesante conocer a los santos, los criminales y los locos; son los únicos cuya conversación puede valer la pena. Las personas con sentido común son necesariamente vanas, porque machacan la eterna antífona de la vida aburrida.”
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