viernes, 12 de enero de 2018

Diez Notas a partir de Tardanza del fuego de Sergio Ojeda


Editorial Mago
Sergio Ojeda: Tardanza del fuego (Poesía)
1era Edición 2007. 58 páginas.

Sergio Ojeda es un poeta chileno que al margen de las modas y de la figuración pública, ha ido elaborando su obra poética desde el silencio, con versos contenidos que recuerden en gran medida a la poesía objetivista norteamericana, y en menor medida a la filosofía del lenguaje expresada por Wittgenstein

Veamos pues, en 10 partes, lo que nos suscita este libro:

1. Tres son las partes que componen el poemario: Los ghettos en la palabra, Las estaciones y Tardanza del fuego.

2. Versos cortos, precisos, de una prosodia y un ritmo calmo semejante al sonido de las mareas, recorren las venas del texto. Los poemas tienen una arquitectura delicada, en el sentido de que no es una poesía farragosa o volcánica, sino que muchas veces colindante al haikú, a la expresión mínima; se trata de  poemas que no pretenden ser estocadas ni armas de doble filo, sino más bien espadas de dos puntas, katanas, si queremos seguir con la comparación japonesa, que sin empuñadura, igual hieren, dejando como único rastro las marcas indelebles de la sangre:

Las fieras lamen sus huellas/ desarman sus envoltorios/ destrozan centímetro a centímetro/ el cuerpo del enemigo/ acumulan odio en las venas/ transformándose en borradores de sí mismas.

3. Los ghettos en la palabra: nueve piezas componen esta seria. ¿Por qué ghettos en la palabra? Problemente alude a las zonas mudas donde el lenguaje no puede penetrar, o mejor dicho: lo hace, pero siempre dejando un efecto residual, un montón de cenizas barridas por el polvo, imágenes que el poeta intenta restituir para referirse al amor, al quebranto, al odio, al mismo lenguaje, poesía consciente de sus alcances y limitaciones, poesía consciente de sí misma:

Esos viejos y necesarios/ lugares comunes/ repletos de miel./ Quizás/ un camino a esas conversaciones/ a las que no dimos importancia.

4. Los ghettos de la palabra y los moldes vacíos que deja la experiencia. Poética del contorno, pero también del extrañamiento, del movimiento en que una pieza encaja –o intenta encajar- con su molde, pero que sin el artificio barato, sin la metáfora probada o el efecto de magia ramplón, logra su cometido, dejando al descubierto sus fisuras, sus debilidades.

5. Las estaciones. Propuestas de lectura: a) como un solo poema, de golpe; b) como fragmentos que enhebran el mismo cuerpo del poema. Propuestas de lugares de lectura: a) sentado en un vagón del metro; b) caminando en un parque abierto, pisando las hojas secas; c) en un restorán viejo, bebiendo vino, al lado de un muro donde la pintura se descascara.

6. Se aprecia un gesto lárico del poeta, especialmente en Las estaciones:

La vida –ahora-/es un árbol sin raíces/ un mapa sin puntos cardinales/ Y –desde el borde- tú/ pretendes/ fotografiar el paraíso.

Poesía tributaria de Teillier, pero que no se petrifica en sepia: agrupa elementos de la (pos)modernidad y pasan a componer el telar de Ojeda: fotografías, un walkman, el rock, el metro, las fotocopias. Porque en sus poemas abundan las imágenes, que no se saturan caóticamente ni se desplazan ni luchan entre sí: se tiene la maestría para hacer que cada una resalte en el propio carril de su existencia.

7. Se presiente en la parte de Las estaciones un spleen baudeleriano, pero imágenes, objetos y otras presencias (ir)reales intentan poblar esa soledad. ¿Nos encontramos ante una sucesión inútil de estaciones del año? ¿Un recorrido en un tren sin rieles (o mejor, rieles sin un tren que los atraviese) en las paradas obligatorias de la vida, del azar, del destino?

8. Aferrados/ a una agenda inconclusa/ como si huyéramos del laberinto./ Nuestros lugares en el vacío/ pertenecen al paisaje.

9. Tardanza del fuego, cierre y final: El fuego, que puede ser la imagen del sexo (la carne abrasada), las formas cambiantes de Proteo (mar y fuego), la explosión de un mundo en llamas, el infierno, la furia, un cadáver consumiéndose lentamente en la hoguera, todas las anteriores, o ninguna. El poema señala y sugiere, no hace pedagogía, no busca instaurar una moral, sólo se limita a mostrar el sendero.

10. El acto de encender una fogata: asar la carne, quemar leña para calentar los cuerpos, fuente de luz y de calor, señuelo para despistar al enemigo. Pero también la fogata como una fuente de relatos, literatura oral en ebullición, poesía que escapa a los moldes de la mera figuración en verso y que se abre en los terrenos de la prosa:

Y si fuera cierto/ que somos leños/ ardiendo al atardecer/ Y que en esa agonía/ la ficción/ es una muralla/ al fondo del patio.

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